Son muchas las prerrogativas que Roma reclama para si. Nunca las ha reducido en lo más mínimo, al contrario han ido aumentando a través de los siglos. El papa dice que es el vicario de Cristo en la tierra a través de una larga sucesión de papas que, según se dice, comenzó con el apóstol Pedro. La iglesia de la que el papa es cabeza visible debe ser reconocida como la
verdadera iglesia católica, de alcance universal, y todas las demás iglesias son cismáticas y en estado de rebelión contra la legítima autoridad. Reclama para si la infalibilidad en asuntos de doctrina y costumbres, lo cual debe ser creído bajo pena de perdición. Solamente ella tiene el derecho de decidir el significado y la interpretación de las santas Escrituras. Sólo en ella hay
salvación. Tiene autoridad temporal y espiritual en todo el mundo, y por disposición divina le están sujetos todos los gobiernos tanto civiles como militares. El hecho de que no haya podido poner en práctica esta autoridad, no la invalida en cuanto a ella se refiere.
¿En qué autoridad basa los estupendos poderes que para sí reclama?
Apela en primer lugar a la Sagrada Escritura, pues reconoce su divina inspiración y, por consiguiente, su divina autoridad.
En segundo lugar apela a la tradición y a los pronunciamientos de los diversos papas y concilios de la iglesia.
Consideremos su apelación a la Tradición y los concilios de la iglesia, pues es el tema que nos ocupa.
Gran número de las doctrinas católico-romanas no tienen apoyo alguno bíblico, pues están fuera del alcance de la revelación divina, y para éstas han buscado otra fuente de autoridad que llaman la "tradición" y los "decretos de los concilios de la iglesia". Roma sostiene que existe un cuerpo de enseñanzas orales, trasmitidas de nuestro Señor y los apóstoles de generación en
generación, además de la Palabra de Dios escrita en el Nuevo Testamento.
El Concilio de Trento declara lo siguiente:
"Este Concilio, teniendo en cuenta que esta verdad y disciplina están contenidas tanto en los libros escritos como en las tradiciones no escritas, que han llegado hasta nosotros como recibidas por los apóstoles de los labios del mismo Cristo o trasmitidas por los mismos apóstoles bajo la dirección del Espíritu Santo, siguiendo el ejemplo de los padres ortodoxos, acepta y reverencia con la misma piedad y veneración todos los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, pues Dios es el autor de ambos, y asimismo las susodichas tradiciones en lo que se relaciona con la fe y las costumbres, ya procedan del mismo Cristo o sean dictadas por el Espíritu Santo, y preservadas en la iglesia católica en sucesión continua."
Además, después de poner la lista de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, en la que aparecen los libros apócrifos, concluye diciendo:
"Cualquiera que no acepte como canónicos todos estos libros y cada una de sus partes, conforme son leídos comúnmente en la Iglesia Católica y están contenidos en la antigua versión Vulgata latina, o desprecie a sabiendas y deliberadamente las mencionadas tradiciones, sea anatema".
A continuación ponemos juntas las dos fuentes de autoridad romana:
1).- El Antiguo y el Nuevo Testamento de la Vulgata, incluyendo los apócrifos, todos ellos en lengua latina.
2).- Un cuerpo de tradición oral, que se supone ha sido trasmitido de generación en generación en una sucesión ininterrumpida, ya sea directamente del mismo Señor o de los apóstoles iluminados por el Espíritu Santo.
A Roma se le ha instado a declarar en qué consiste ese cuerpo de tradición y qué es lo que contiene aparte de lo que el papado ha hecho público ya, pero nunca lo ha dado a conocer. Es lógico concluir que prefiere conservar en secreto su contenido para poder así recurrir más y más a este depósito oculto, según lo requieran las circunstancias. Esto le trae a uno a la memoria al prestidigitador que saca del sombrero los conejos uno tras otro.
Esto no representa todo el cuadro, sin embargo, ya que se cuenta con los concilios de la Iglesia como otra fuente de autoridad. Todos los sacerdotes deben suscribir, al tiempo de su ordenación, el Credo del Papa Pío IV, que declara:
"También profeso y recibo sin ningún género de duda todo lo que ha sido enseñado, definido y declarado por los cánones sagrados y los concilios generales, y en particular por el santo Concilio de Trento."
Tenemos, por fin, delante de nosotros todo el fundamento de la autoridad papal, que se ha ido ensanchando más y más en el decurso de los siglos, hasta llegar a ser, según parece, suficientemente amplio para poder sostener toda su pesada estructura.
Debemos observar desde el principio en relación con la tradición que la iglesia romana no posee en realidad mayor información acerca de la mente de Cristo y sus apóstoles que la que poseemos todos los demás cristianos. No existe tampoco evidencia alguna de que se hayan dejado a la iglesia otras tradiciones fuera de las verdades contenidas en el Antiguo y Nuevo Testamentos. La iglesia romana aduce ciertamente algunos pasajes como pruebas.
"así que, hermanos, estad firmes y retened la doctrina que habéis
aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra" (2 Tes. 2:15).
"Empero os denunciamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que anduviere fuera de orden, y no conforme a la doctrina que recibieron de nosotros" (2 Tes. 3:6) .
"Y os alabo, hermanos, que en todo os acordáis de mi, y retenéis las instrucciones mías, de la manera que os enseñé" (1 Cor. 11:2).
Aquí encontramos tres referencias a las "tradiciones," pero estas tres cartas fueron escritas mucho antes de que se formara el canon del Nuevo Testamento, antes de que la primitiva enseñanza oral se pusiera en escrito para formar el Nuevo Testamento. Las epístolas en referencia fueron escritas para confirmar la enseñanza oral que ya se había impartido; pero no fue algo, como sugiere Roma, dado para suplementar las Escrituras ya escritas y en uso, para completar así el cuerpo de la verdad revelada.
Es cierto que la iglesia de Roma niega que haya añadido doctrina alguna a la revelación original, diciendo que lo que ella ha hecho ha sido sacar del tesoro de la tradición apostólica y desarrollarlo bajo la dirección del Espíritu Santo, lo cual es evidentemente falso, porque muchas de las doctrinas llamadas "tradición apostólica" están en abierto conflicto con las verdades
reveladas por Dios en la Palabra escrita, y Dios es "el Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación" (Santiago 1:17)
¿Qué necesidad tenemos de añadir la tradición oral si las Santas Escrituras no sólo pueden hacernos sabios para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús (2 Tim. 2:15), sino que pueden hacernos también perfectos, enteramente instruidos para toda buena obra?
Roma culpa a los protestantes de corromper y pervertir la Palabra, y es
ella la culpable de este vil pecado.
El extracto siguiente está tomado de un libro titulado "The Question Box" (Buzón de Preguntas), escrito por Bernard Conway de los Padres Paulistas, con la autorización del Superior General de la Orden, el "Censor Librorum" y con el imprimatur del Cardenal Hayes, arzobispo católico-romano de Nueva York en 1929. En la página del título se dice que han sido impresos
más de tres millones de ejemplares.
La pregunta es como sigue: "¿No es la Biblia la única fuente de nuestra fe, el único medio por el que han llegado hasta nosotros las enseñanzas de Cristo?"
Respuesta:
"No. La Biblia no es la única fuente de fe como afirmó Lutero en el siglo dieciséis, porque sin la interpretación de un apostolado de enseñanza divina e infalible distinto de la Biblia, no hubiéramos podido saber con certeza divina qué libros constituían las Escrituras inspiradas, o si los ejemplares que hoy poseemos están conformes con los originales. La Biblia de por sí no es más que letra muerta, que clama por un intérprete divino; no está dispuesta en una forma sistemática como un credo o un catecismo; con frecuencia es oscura y difícil de ser entendida como dice San Pedro hablando de las epístolas de Pablo (2 Pedro 3:16). Compárese con Hechos
8:30, 31); se presta a falsas interpretaciones. Además un número de verdades reveladas han llegado hasta nosotros solamente por tradición divina."
Aquí Roma se pone de manifiesto, pues se arroga a sí misma el título de "apostolado de enseñanza divina e infalible, distinta de la Biblia." Frente a lo que ella dice de que "la Biblia de por sí es letra muerta," coloquemos el pasaje de Hebreos 4:12:
"Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón."
¿De qué lado nos colocamos?
verdadera iglesia católica, de alcance universal, y todas las demás iglesias son cismáticas y en estado de rebelión contra la legítima autoridad. Reclama para si la infalibilidad en asuntos de doctrina y costumbres, lo cual debe ser creído bajo pena de perdición. Solamente ella tiene el derecho de decidir el significado y la interpretación de las santas Escrituras. Sólo en ella hay
salvación. Tiene autoridad temporal y espiritual en todo el mundo, y por disposición divina le están sujetos todos los gobiernos tanto civiles como militares. El hecho de que no haya podido poner en práctica esta autoridad, no la invalida en cuanto a ella se refiere.
¿En qué autoridad basa los estupendos poderes que para sí reclama?
Apela en primer lugar a la Sagrada Escritura, pues reconoce su divina inspiración y, por consiguiente, su divina autoridad.
En segundo lugar apela a la tradición y a los pronunciamientos de los diversos papas y concilios de la iglesia.
Consideremos su apelación a la Tradición y los concilios de la iglesia, pues es el tema que nos ocupa.
Gran número de las doctrinas católico-romanas no tienen apoyo alguno bíblico, pues están fuera del alcance de la revelación divina, y para éstas han buscado otra fuente de autoridad que llaman la "tradición" y los "decretos de los concilios de la iglesia". Roma sostiene que existe un cuerpo de enseñanzas orales, trasmitidas de nuestro Señor y los apóstoles de generación en
generación, además de la Palabra de Dios escrita en el Nuevo Testamento.
El Concilio de Trento declara lo siguiente:
"Este Concilio, teniendo en cuenta que esta verdad y disciplina están contenidas tanto en los libros escritos como en las tradiciones no escritas, que han llegado hasta nosotros como recibidas por los apóstoles de los labios del mismo Cristo o trasmitidas por los mismos apóstoles bajo la dirección del Espíritu Santo, siguiendo el ejemplo de los padres ortodoxos, acepta y reverencia con la misma piedad y veneración todos los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, pues Dios es el autor de ambos, y asimismo las susodichas tradiciones en lo que se relaciona con la fe y las costumbres, ya procedan del mismo Cristo o sean dictadas por el Espíritu Santo, y preservadas en la iglesia católica en sucesión continua."
Además, después de poner la lista de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, en la que aparecen los libros apócrifos, concluye diciendo:
"Cualquiera que no acepte como canónicos todos estos libros y cada una de sus partes, conforme son leídos comúnmente en la Iglesia Católica y están contenidos en la antigua versión Vulgata latina, o desprecie a sabiendas y deliberadamente las mencionadas tradiciones, sea anatema".
A continuación ponemos juntas las dos fuentes de autoridad romana:
1).- El Antiguo y el Nuevo Testamento de la Vulgata, incluyendo los apócrifos, todos ellos en lengua latina.
2).- Un cuerpo de tradición oral, que se supone ha sido trasmitido de generación en generación en una sucesión ininterrumpida, ya sea directamente del mismo Señor o de los apóstoles iluminados por el Espíritu Santo.
A Roma se le ha instado a declarar en qué consiste ese cuerpo de tradición y qué es lo que contiene aparte de lo que el papado ha hecho público ya, pero nunca lo ha dado a conocer. Es lógico concluir que prefiere conservar en secreto su contenido para poder así recurrir más y más a este depósito oculto, según lo requieran las circunstancias. Esto le trae a uno a la memoria al prestidigitador que saca del sombrero los conejos uno tras otro.
Esto no representa todo el cuadro, sin embargo, ya que se cuenta con los concilios de la Iglesia como otra fuente de autoridad. Todos los sacerdotes deben suscribir, al tiempo de su ordenación, el Credo del Papa Pío IV, que declara:
"También profeso y recibo sin ningún género de duda todo lo que ha sido enseñado, definido y declarado por los cánones sagrados y los concilios generales, y en particular por el santo Concilio de Trento."
Tenemos, por fin, delante de nosotros todo el fundamento de la autoridad papal, que se ha ido ensanchando más y más en el decurso de los siglos, hasta llegar a ser, según parece, suficientemente amplio para poder sostener toda su pesada estructura.
Debemos observar desde el principio en relación con la tradición que la iglesia romana no posee en realidad mayor información acerca de la mente de Cristo y sus apóstoles que la que poseemos todos los demás cristianos. No existe tampoco evidencia alguna de que se hayan dejado a la iglesia otras tradiciones fuera de las verdades contenidas en el Antiguo y Nuevo Testamentos. La iglesia romana aduce ciertamente algunos pasajes como pruebas.
"así que, hermanos, estad firmes y retened la doctrina que habéis
aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra" (2 Tes. 2:15).
"Empero os denunciamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que anduviere fuera de orden, y no conforme a la doctrina que recibieron de nosotros" (2 Tes. 3:6) .
"Y os alabo, hermanos, que en todo os acordáis de mi, y retenéis las instrucciones mías, de la manera que os enseñé" (1 Cor. 11:2).
Aquí encontramos tres referencias a las "tradiciones," pero estas tres cartas fueron escritas mucho antes de que se formara el canon del Nuevo Testamento, antes de que la primitiva enseñanza oral se pusiera en escrito para formar el Nuevo Testamento. Las epístolas en referencia fueron escritas para confirmar la enseñanza oral que ya se había impartido; pero no fue algo, como sugiere Roma, dado para suplementar las Escrituras ya escritas y en uso, para completar así el cuerpo de la verdad revelada.
Es cierto que la iglesia de Roma niega que haya añadido doctrina alguna a la revelación original, diciendo que lo que ella ha hecho ha sido sacar del tesoro de la tradición apostólica y desarrollarlo bajo la dirección del Espíritu Santo, lo cual es evidentemente falso, porque muchas de las doctrinas llamadas "tradición apostólica" están en abierto conflicto con las verdades
reveladas por Dios en la Palabra escrita, y Dios es "el Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación" (Santiago 1:17)
¿Qué necesidad tenemos de añadir la tradición oral si las Santas Escrituras no sólo pueden hacernos sabios para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús (2 Tim. 2:15), sino que pueden hacernos también perfectos, enteramente instruidos para toda buena obra?
Roma culpa a los protestantes de corromper y pervertir la Palabra, y es
ella la culpable de este vil pecado.
El extracto siguiente está tomado de un libro titulado "The Question Box" (Buzón de Preguntas), escrito por Bernard Conway de los Padres Paulistas, con la autorización del Superior General de la Orden, el "Censor Librorum" y con el imprimatur del Cardenal Hayes, arzobispo católico-romano de Nueva York en 1929. En la página del título se dice que han sido impresos
más de tres millones de ejemplares.
La pregunta es como sigue: "¿No es la Biblia la única fuente de nuestra fe, el único medio por el que han llegado hasta nosotros las enseñanzas de Cristo?"
Respuesta:
"No. La Biblia no es la única fuente de fe como afirmó Lutero en el siglo dieciséis, porque sin la interpretación de un apostolado de enseñanza divina e infalible distinto de la Biblia, no hubiéramos podido saber con certeza divina qué libros constituían las Escrituras inspiradas, o si los ejemplares que hoy poseemos están conformes con los originales. La Biblia de por sí no es más que letra muerta, que clama por un intérprete divino; no está dispuesta en una forma sistemática como un credo o un catecismo; con frecuencia es oscura y difícil de ser entendida como dice San Pedro hablando de las epístolas de Pablo (2 Pedro 3:16). Compárese con Hechos
8:30, 31); se presta a falsas interpretaciones. Además un número de verdades reveladas han llegado hasta nosotros solamente por tradición divina."
Aquí Roma se pone de manifiesto, pues se arroga a sí misma el título de "apostolado de enseñanza divina e infalible, distinta de la Biblia." Frente a lo que ella dice de que "la Biblia de por sí es letra muerta," coloquemos el pasaje de Hebreos 4:12:
"Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón."
¿De qué lado nos colocamos?