5b.- Luego de informarnos que la fe “no (es) de

osotros”, es decir, no es causada por nuestra propia voluntad, implicando con esto la imposibilidad del hombre natural para creer, el Apóstol procede a informarnos sobre la causa u origen de la fe salvadora: “…pues es don de Dios…”. Pablo nos dice con esto que la fe es causada o producida en nuestras mentes por Dios. Es Dios Quién lleva al pecador elegido a creer en Jesucristo para salvación, y aparte de Su iniciativa y obra nadie puede creer en el Evangelio. Entonces, podemos decir que la fe es causada por el poder y la voluntad Soberana de Dios.
La fe en Jesucristo es un “don de Dios”, es decir, producto de Su Gracia para con el pecador elegido. La fe no es obtenida por mérito alguno en el pecador, pues no hay nada en el pecador que amerite que Dios le conceda cualquier cosa o que mueva a Dios a premiarle con algo, sino que Dios la concede de manera gratuita a quien Él haya elegido para recibir tal don, independientemente del estado miserable de aquel que lo reciba. Lucas nos dice lo siguiente en su relato de los viajes de Apolos:
“Y queriendo él pasar a Acaya, los hermanos le animaron, y escribieron a los discípulos que le recibiesen; y llegado él allá, fue de gran provecho a los que por la gracia habían creído.”
Hechos 18:27
Claramente se nos dice aquí que aquellos que “habían creído” en el mensaje del Evangelio, lo hicieron “por la Gracia”. La Gracia de Dios fue la causa de que ellos creyeran en Jesucristo para salvación. La fe les fue concedida de manera gratuita por la voluntad Soberana de Dios, fundamentada en Su amor y de acuerdo a Su propósito. Como la Gracia de Dios es particular, cuyo objeto es el individuo y no el conjunto, entonces podemos decir que solo aquellos a quienes Dios “por la Gracia” les concedió la fe creyeron, y aquellos a quienes Dios no les concedió este don “por la Gracia”, no creyeron.
Pablo dijo a los Filipenses lo siguiente:
“Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él.”
Filipenses 1:29
Dios les concedió a los pecadores elegidos, a fin de glorificar y promover a Cristo, fe en el Evangelio. La fe les fue concedida como un don de Gracia, de manera totalmente inmerecida. Entonces, la fe tiene como causa la Gracia de Dios, y no la voluntad del hombre.
Es bastante claro a la luz de estos vs. que la fe es producto de la voluntad de Dios y Su poder aplicado a la mente del elegido. El hombre no es libre para creer en Jesucristo a voluntad, sino que su salvación completa, incluyendo la fe que necesita para ser salvo, está en las manos de Dios.
Jesucristo nos informa claramente que la voluntad de Dios es decisiva en cuanto a quién cree y quién no en los siguientes vs.:
“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera…Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero… Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.”
Juan 6:37,44,64-65
Primero, vamos a aclarar el sentido literal de la expresión “venir a mí” y similares en estos vs.. En los vs. 64-65 Jesucristo dice que algunos de los judíos “no creían” en Él, y que por eso les había dicho que “ninguno puede (ir) a (Cristo), si no le fuere dado del Padre”. Entonces, de esto concluimos que, a la luz de estos pasajes, el ir a Cristo equivale a creer en Él.
Para empezar, Jesucristo dice: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí…”. Aquí expresa la seguridad de que aquello que Dios Padre le da, irá a Él de manera infalible. Aquellos que Dios Padre ha elegido para salvación en Jesucristo, a su tiempo creerán en Él de manera inevitable.
Sin embargo, Dios Padre no lleva a todos a Jesucristo, como está escrito: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere… ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre”. En otras palabras, si Dios no concede fe en Jesucristo como don de Gracia, no es posible creer en Él. Aquellos que no creen en Dios para salvación no lo hacen porque el mismo Dios no les ha dado fe para creer; por lo tanto, incluso aquellos que no creen en realidad están obedeciendo la voluntad de Dios con respecto al camino que Él ha decretado para ellos. Pueden gloriarse de que no son unos crédulos, de que sus inteligencias son superiores a las de los pobres creyentes, pero finalmente están en las manos de Aquel de Quien se dice que “de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Romanos 9:18).
De lo anterior también se desprende que el hombre no es libre de Dios en ningún sentido. El hombre tiene voluntad, pero esta voluntad no es libre de Dios, sino que se dirige hacia donde Dios la inclina (Proverbios 21:1). Entonces, no existe tal cosa conocida como libre albedrío, pues es Dios Quien inclina la voluntad del hombre y le lleva a creer en Jesucristo, y no es el hombre mismo quien de su voluntad decide creer y ser salvo.
Dios es el Rey Soberano, y el hombre está bajo Su completo control. Esta verdad debiese traer humildad y confianza a nuestros corazones, sabiendo que Dios tiene en Sus manos las riendas de todas las cosas, incluyendo las malas. Además, a aquellos que hemos creído, esto debiese movernos al amor a Dios y al agradecimiento por habernos concedido la fe, y al temor de Dios, Quién “produce (en nosotros) así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13). Al no creyente, esto debiera producir terror en su corazón, porque por más que quiera no pueden huir de Dios, sino que está en Sus manos y en cualquier momento puede llamarle a juicio por sus pecados. Y, si Dios así lo quiere, quizás este terror le lleve a implorar a Jesucristo que le salve, llevando un alma más al Reino del Hijo de Dios.
Bien, hasta ahora hemos establecido dos cosas: Que la fe es un don de Gracia de Dios y que Dios concede la fe a quien Él quiere. Dios, por Gracia, nos ha llevado a los creyentes a creer en Jesucristo para salvación, y esto nos sirve para definir el siguiente punto: el objeto de la fe salvadora.
Anteriormente dijimos que la fe natural y la fe salvadora se diferencian en su objeto, y no en su constitución psicológica. Además, dijimos que el objeto de la fe salvadora son todas las proposiciones de las Escrituras, específicamente aquellas con respecto a la persona y obra de Jesucristo por nosotros, es decir, el Evangelio. También mencionamos que no toda proposición en las Escrituras, por ejemplo el monoteísmo (Santiago 2:19), es salvadora, sino aquellas que tratan específicamente con el Evangelio. Lo anterior no implica que aquellas proposiciones no salvadoras no estén implícitas en el Evangelio, sino que el creer en esas proposiciones sin creer en el Evangelio no salvará a nadie.
Pues bien, vamos a definir, entonces, en qué consiste el Evangelio. Esto es de vital importancia, porque Pablo nos dice que el Evangelio “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16). Dios nos salva a través del Evangelio, pues en éste reside Su poder para salvar “a todo aquel que cree” en él. Tener una visión distorsionada del Evangelio puede ser de vida o muerte, mientras que tener una visión clara de él nos permitirá distinguir el verdadero de sus imitaciones fraudulentas, las cuales están bajo el anatema Divino (Gálatas 1:6-9).
Pablo mismo nos define claramente en qué consiste el Evangelio, la buena nueva, de Jesucristo:
“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras.”
1 Corintios 15:1-4
Entonces, el Evangelio se trata de la obra de Jesucristo en nuestro lugar. El Evangelio es la muerte de Jesucristo por nuestros pecados, Su sepultura por tres días y Su resurrección para nuestra justificación, todo esto conforme a lo escrito anteriormente por los profetas en las Escrituras (Romanos 1:1-4). El Evangelio consiste en proposiciones que hablan de un suceso histórico ocurrido hace aproximadamente 2000 años, con respecto a la obra de Jesucristo. El Evangelio no consiste en mandamientos; el Evangelio tampoco consiste en la obra de Dios en nosotros por medio de Su Espíritu Santo, sino que consiste en hechos históricos objetivos con repercusiones espirituales. El Evangelio consiste en la obra de Dios por nosotros, fuera de nosotros, en Jesucristo.
Dios Padre, a fin de ser el justo y el que justifica al impío (Romanos 3:26), decidió castigar la culpa de los creyentes en Su Hijo Jesucristo, Quién se sometió voluntariamente a este castigo por amor al Padre y a los elegidos, de manera que la deuda que teníamos con la Ley de Dios fue totalmente pagada con la muerte del Hijo de Dios. Esto tuvo que ser así porque por causa de nuestros pecados, la Ley nos condenaba a muerte eterna (Romanos 6:23; Gálatas 3:10), y si Dios perdonaba al pecador sin satisfacer la deuda de éste con Su Ley estaría negando y menospreciando Su propia justicia, y no seria entonces el Justo. Por lo tanto, el Hijo pagó aquella deuda en cuerpo y alma como sustituto del pecador creyente, satisfaciendo la Ley y glorificando la justicia de Dios (Isaías 53:4-6,8,10-11; Romanos 3:31).
A su vez, (debido a que somos pecadores y por esto no tenemos derecho a las bendiciones de la Ley aunque nuestros pecados fueran saldados) el Hijo de Dios cumplió perfecta y continuamente todas las exigencias de la Ley en nuestro lugar, de manera que así como nuestros pecados fueron cargados (la palabra técnica es imputados) sobre Él, Su justicia perfecta fue cargada sobre nosotros (Romanos 3:21-26; 4:6-8; 5:19; Zacarías 3:1-5), así que frente a la Ley de Dios somos perfectamente justos y limpios, no por causa de nuestra justicia propia, sino por la de Jesucristo, la cual fue confirmada por Su resurrección (Romanos 4:22-25). Esta doctrina tiene por nombre la doctrina de la Justificación.
Entonces, Dios nos ofrece perdón por nuestros pecados y justicia perfecta de manera gratuita en Jesucristo. ¿Cuál debe ser nuestra reacción con respecto a esta buena nueva? 1 Corintios 15:1-2 nos da la respuesta: Debemos creer en Él. Las expresiones “recibisteis” y “retenéis la palabra” son equivalentes a creer. Debemos creer en el Evangelio, en la persona y obra de Jesucristo en nuestro lugar, para ser salvos. Aquel que cree en esto será salvo y aquel que no ya está condenado y la ira de Dios está sobre Él (Juan 3:18,36). ¿Crees esto? ¿Crees que Jesucristo, el Hijo de Dios, murió por tus propios pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día por nuestra justificación? ¿Crees que eres un pecador merecedor de la ira de Dios y que tu única esperanza es lo que Jesucristo hizo por ti? Si crees esto, entonces Dios ha tenido misericordia de ti y te ha concedido fe en Su bendito Hijo Jesucristo. ¡Gloria a Dios! ¿Cómo no amarle con todo nuestro ser por lo que ha hecho por nosotros? ¿Cómo no amar a Jesucristo y entregar nuestras vidas a Su servicio?
En resumen, la fe en Jesucristo no es causada por nuestra voluntad, sino que nos es concedida como don de Gracia y obrada en nosotros por el poder de Dios. A su vez, Dios concede el don de la fe de acuerdo a Su Soberana voluntad, de manera que aquellos que no creen no lo hacen porque Dios no les ha concedido el creer. Aquello que Dios nos concede que creamos es el Evangelio, que consiste en la persona y obra de Jesucristo por nosotros. El Evangelio es la muerte de Jesucristo por nuestros pecados, Su sepultura y resurrección al tercer día por nuestra justificación.