Y DESPUES… QUE
Hace unos días he compartido, con mi viejo amigo y excompañero de trabajo Miguel, el dolor que le ha supuesto el fallecimiento de su esposa Virtudes. Y he sufrido con él, ese golpe inesperado que se lleva a un ser tan querido, cuando en su frente brillaba todavía la luz de la esperanza de vida.
Miguel, ese hombre que vive su fe sin intentar meterse en profundidades teológicas, le asusta mirar al presente y menos pensar en un futuro que tendrá que afrontar sin Virtudes.
Y es ahora intentando consolarle para seguir adelante, cuando salta esa pregunta decisiva que el ser humano siempre se ha hecho: ¿Y después… qué?
Miguel abatido y triste, hace a su amigo esa pregunta que surge ante un atardecer sereno q aunque pidiéndole a Dios que le alumbre para tomar esa antorcha que le ayude a encontrar un camino de luz y de esperanza.
Estoy convencido y así se lo digo a Miguel, ésta es la pregunta que a unos consuela y a otros asusta. Es la pregunta que se hacen en el bullicio del día y en el silencio de la noche, los niños y los adultos; los sanos y los enfermos; los creyentes y los ateos dudosos, acompañada por el calor suave de la creencia o por la soledad del que nada espera después de la muerte.
Y ante esta pregunta que no esperas, tengo que confesar que la mente queda en blanco y he de recurrir a la Biblia para encontrar esa respuesta que ilumine como una estrella, su fe.
Así las cosas y ante una pregunta que no tiene respuesta concreta, lo lógico sería estar bien preparados y vigilantes haciendo madurar el Reino de Dios con nuestro esfuerzo y nuestras oraciones. Y por supuesto escuchando lo que Jesús en su vida pública con total claridad nos decía: “Nadie sabe cuándo será la hora: ni los ángeles en el Cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre. Estén preparados y vigilando, ya que no saben cuándo será el día” (Mc. 13, 32-33).
Y por supuesto pensar que Dios es el único que conoce ese día y esa hora en la eternidad, pero que ello no implica que se corresponda con una fecha concreta en nuestro tiempo.
Por ello hemos de estar convencidos de algo, que a muchos les cuesta creer, como es la resurrección de los muertos. Una resurrección, que al ser Vida, será como un gozo eterno al poder disfrutar de la presencia del mismo Dios, que no es un Dios de muertos sino de vivos. Una resurrección que se convierte en la verdad fundamental de nuestra fe, como nos lo recuerda San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”.
Una fe garantizada por el mismo Cristo que fue el primero que resucitó de entre los muertos y que nos invita a vivir un modo de vida con “el aquí y ahora” a la luz del “día después” y llevando con nosotros la paz, la justicia y la esperanza a aquellos hermanos carentes de ella.
De este modo entiendo querido amigo Miguel que ante la separación física de tu esposa, te encuentres triste, intranquilo y casi desesperado buscando esa paz que anhelas. Pero debes seguir adelante para no perder la paz, el sosiego y ante todo la fe.
Finalmente y ante tu pregunta ¿Y después…que? me viene a la memoria, el recuerdo de aquel sacerdote que llevaba casi toda su vida en la parroquia de su pueblo. Y al llegar su jubilación su obispo le envió a una misión más tranquila fuera de su querido pueblo.
Al despedirse de sus feligreses les pidió que a la hora de su muerte, lo llevaran a enterrar a ese pueblo que abandonaba. Pero no solo para estar juntos a ellos que tanto amor le habían demostrado, sino porque deseaba resucitar con ellos y celebrar juntos el final de los tiempos, encabezando la comitiva para dirigirse todos juntos al encuentro final con Jesús.
Pienso que debemos olvidar esas preguntas que a veces todos nos hacemos: ¿Cómo sucederá todo después de nuestra muerte física?; ¿cómo será nuestro encuentro con Dios? o ¿cómo será esa segunda vida?
En realidad nada sabemos hoy ni lo sabremos nunca en este mundo. Son dudas que puede tener cualquier persona creyente o no. Lo sensato es pensar que son temas que no pueden demostrarse con argumentos científicos. Y tener en cuenta que al fin y al cabo si todo fuera demostrable, que sentido tendría nuestra fe.
Hace unos días he compartido, con mi viejo amigo y excompañero de trabajo Miguel, el dolor que le ha supuesto el fallecimiento de su esposa Virtudes. Y he sufrido con él, ese golpe inesperado que se lleva a un ser tan querido, cuando en su frente brillaba todavía la luz de la esperanza de vida.
Miguel, ese hombre que vive su fe sin intentar meterse en profundidades teológicas, le asusta mirar al presente y menos pensar en un futuro que tendrá que afrontar sin Virtudes.
Y es ahora intentando consolarle para seguir adelante, cuando salta esa pregunta decisiva que el ser humano siempre se ha hecho: ¿Y después… qué?
Miguel abatido y triste, hace a su amigo esa pregunta que surge ante un atardecer sereno q aunque pidiéndole a Dios que le alumbre para tomar esa antorcha que le ayude a encontrar un camino de luz y de esperanza.
Estoy convencido y así se lo digo a Miguel, ésta es la pregunta que a unos consuela y a otros asusta. Es la pregunta que se hacen en el bullicio del día y en el silencio de la noche, los niños y los adultos; los sanos y los enfermos; los creyentes y los ateos dudosos, acompañada por el calor suave de la creencia o por la soledad del que nada espera después de la muerte.
Y ante esta pregunta que no esperas, tengo que confesar que la mente queda en blanco y he de recurrir a la Biblia para encontrar esa respuesta que ilumine como una estrella, su fe.
Así las cosas y ante una pregunta que no tiene respuesta concreta, lo lógico sería estar bien preparados y vigilantes haciendo madurar el Reino de Dios con nuestro esfuerzo y nuestras oraciones. Y por supuesto escuchando lo que Jesús en su vida pública con total claridad nos decía: “Nadie sabe cuándo será la hora: ni los ángeles en el Cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre. Estén preparados y vigilando, ya que no saben cuándo será el día” (Mc. 13, 32-33).
Y por supuesto pensar que Dios es el único que conoce ese día y esa hora en la eternidad, pero que ello no implica que se corresponda con una fecha concreta en nuestro tiempo.
Por ello hemos de estar convencidos de algo, que a muchos les cuesta creer, como es la resurrección de los muertos. Una resurrección, que al ser Vida, será como un gozo eterno al poder disfrutar de la presencia del mismo Dios, que no es un Dios de muertos sino de vivos. Una resurrección que se convierte en la verdad fundamental de nuestra fe, como nos lo recuerda San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”.
Una fe garantizada por el mismo Cristo que fue el primero que resucitó de entre los muertos y que nos invita a vivir un modo de vida con “el aquí y ahora” a la luz del “día después” y llevando con nosotros la paz, la justicia y la esperanza a aquellos hermanos carentes de ella.
De este modo entiendo querido amigo Miguel que ante la separación física de tu esposa, te encuentres triste, intranquilo y casi desesperado buscando esa paz que anhelas. Pero debes seguir adelante para no perder la paz, el sosiego y ante todo la fe.
Finalmente y ante tu pregunta ¿Y después…que? me viene a la memoria, el recuerdo de aquel sacerdote que llevaba casi toda su vida en la parroquia de su pueblo. Y al llegar su jubilación su obispo le envió a una misión más tranquila fuera de su querido pueblo.
Al despedirse de sus feligreses les pidió que a la hora de su muerte, lo llevaran a enterrar a ese pueblo que abandonaba. Pero no solo para estar juntos a ellos que tanto amor le habían demostrado, sino porque deseaba resucitar con ellos y celebrar juntos el final de los tiempos, encabezando la comitiva para dirigirse todos juntos al encuentro final con Jesús.
Pienso que debemos olvidar esas preguntas que a veces todos nos hacemos: ¿Cómo sucederá todo después de nuestra muerte física?; ¿cómo será nuestro encuentro con Dios? o ¿cómo será esa segunda vida?
En realidad nada sabemos hoy ni lo sabremos nunca en este mundo. Son dudas que puede tener cualquier persona creyente o no. Lo sensato es pensar que son temas que no pueden demostrarse con argumentos científicos. Y tener en cuenta que al fin y al cabo si todo fuera demostrable, que sentido tendría nuestra fe.