Con verdadera pena, recibo un mensaje desde Argentina de mi amigo Roberto Carlos en el que me comunica el reciente fallecimiento de sus padres como consecuencia de un accidente de tráfico.
Por común acuerdo de los tres hijos hace unos cuatro años fueron ingresados en una residencia para personas de edad avanzada. Y es ahora por motivo de su muerte cuando Roberto Carlos, tercer hijo de los fallecidos, está sintiendo en lo profundo de su ser la ingratitud que ha tenido con sus padres al aceptar el haberlos enviado a esa institución de acogimiento.
Se lamenta profundamente que después de tantos años de trabajo, esfuerzos y sacrificios para sacar adelante a sus hijos, al final hayan sentido con tristeza el no haberse ganado el derecho a disfrutar de ellos, en sus últimos años de vida.
Posiblemente mi amigo Roberto Carlos, ahora, más que nunca, reflexionará y se acordará de sus padres. Ahora más que nunca pensará en ellos y los recordará todos los días. Se acordará de las largas noches que pasaban en vela sufriendo por él, cuando le visitó hace diez años aquella enfermedad que le dejó postrado en la cama durante varios meses. Y no olvidará el sacrificio que para sus padres, ya mayores, suponía el subirle diariamente a la montaña para que el aire puro de la sierra, aliviara sus pulmones.
Por todo ello y ante este estado de desesperación de mi amigo, he de confesar que me encuentro ante una terrible dificultad para calmar su inquietud, frente a una decisión que en su día, se produjo con la aceptación de los tres hijos.
Yo, en el silencio de una íntima conversación entre amigos, le sugeriría a Roberto Carlos que apartando las lamentaciones que ya no conducen a nada, lo importante ahora sería elevar sus oraciones al Cielo para agradecer al Padre que los haya acogido en su Gloria.
En cualquier caso, estoy convencido de que los padres de mi amigo aceptaron su soledad en aquella residencia lejos de su familia, como un episodio más de una vida de amor que juntos iniciaron y compartieron. Una vida que les ofreció la posibilidad de conocer lugares y gentes que les hicieron disfrutar de un futuro esperanzador repleto de amor y ternura a un cuando a veces exclamaran con el poeta: “que temprano se nos hizo tarde”.
Así las cosas pensando en los padres de mi amigo y por supuesto en él mismo, me viene a la memoria el célebre filósofo y escritor romano Cicerón en su clásico “Diálogo de la vejez” que decía: “Las grandes cosas no se realizan con las fuerzas físicas ni con la velocidad o agilidad corporal, sino con autoridad, consuelo y prudencia: virtudes que no faltan sino más bien se enriquecen con la vejez”.