Hace unos dias me senté simplemente delante de mi ordenador con la idea de escribir los pensamientos y sentimientos que brotaran de mi mente y de mi corazón.
Una vez que empecé, me sorprendí de lo fácil que era seguir escribiendo sobre mi mismo, sobre mis amigos y familia y sobre Dios. Mucho de lo que escribo forma parte de mi vida. No intento ser original sino auténtico. A veces no me gusta ser como soy, pero sí, ser el que soy. Me gustaría, claro, tener esas virtudes de las que sin duda carezco y derrochar más amor hacía los demás.
Sin embargo no quisiera ser otra persona ni parecerme a nadie. Simplemente me gustaría no tener otro fin que poder dar el máximo de mi mismo porque estoy convencido que uno tiene que empezar a aceptarse y amarse así mismo para poder aceptar, amar y ayudar a los demás
Por otra parte tendría que tratar de tener un sentido amplio de agradecimiento cuando recibes el mensaje de alguién que te dice que una palabra tuya le fue útil. Y de este modo admitir que es un milagro estar en cierto sentido viviendo en los demás esa misteriosa forma de fecundidad que hace que la alegría o ganas de vivir nazcan en un alma diferente de la tuya.
Todo esto me hace comprender lo que hace unos días me comentaba mi amigo Gilberto, del que he hablado en diversas ocasiones en estos escritos, que está padeciendo una horrible soledad motivada por la fuerte depresión que le supuso, entre otras cosas, la ruptura de su matrimonio.
Comentaba Gilberto que después de mucho meditar sobre su actual estado de pesimismo, casi crónico, se estaba dando perfecta cuenta de que verdaderamente su asignatura pendiente en su vida había sido simplemente, la de no dar preferentemente culto a la alegria apartando las adversidades vividas motivadas por radicalismos, ambiciones y rencores pasados.
Yo le intento explicar que lo primero que deberíamos entender todo hombre es sencillamente que los humanos no nacemos felices ni infelices, sino que la vida nos enseña a ser una cosa u otra y que nuestro éxito sería saber elegir entre buscar la felicidad o aceptar la desgracia.
Tener siempre presente que aún cuando la felicidad nunca es completa en este mundo, sí que existen sueños que nos llevan a conquistar la felicidad entera.
En cualquier caso creo sinceramente que no existen recetas para conseguir esa añorada felicidad. Aunque también estoy convencido que lo importante sería descubrir la nuestra propia que por supuesto sería distinta a la de nuestros amigos.
No sé, pero me parece a mi que la clave de la alegría sería descubrir que no es que la vida sea aburrida y nos llene de problemas. Si no que los aburridos somos nosotros que hemos olvidado el tesoro que tenemos en la bodega de nuestra alma y por ello a veces nos sentimos incapaces de enfentarnos a determinados problemas que al fin y a la postre tendrían fácil solución.
Siempre he sentido envidia de aquellas personas que permanecen alegres y que poseen una sonrisa sana y constante. Reconozco que existen sonrisas mentirosas, irónicas y despectivas. Pero yo no hablo de éstas, sino de las que nos ofrece con su pureza un niño de ocho meses, o la de los viejitos que nos la regalan con facilidad y llenas de sinceridad.
Estoy plenamente convencido de que un amargado jamás sabrá sonreir y un orgulloso menos, quizás porque han olvidado que la sonrisa y la alegría producen en nuestro espíritu un remanso de paz.
Tal vez por todo ello uno no puede evitar recordar a Juan XIII, el llorado y querido Roncalli, que mantenía siempre una beatífica sonrisa en sus labios, para entender que con hombres alegres, serenos, sonrientes, abiertos, confiados y humanamente cristianos como él era, el mundo estaría salvado.
Nunca podré olvidar la frase que en mis años de adolescencia me comentaba aquel viejo profesor: “El mal provoca tristeza y el bien, alegría. La tristeza es una gran sensación de vacio y fracaso, mientras que la alegría produce al que la siente, el mayor gozo del mundo. No olvides nunca que un mundo en el que los viejos fueran tristes y los adultos serios y aburridos sería una tragedia. Pero una tierra de jóvenes hastiados y pasotas, sería una catástrofe”.
Al final lo importante sería pedir a Dios que nos concedira el supremo arte de sonreir y estar alegres, olvidándonos de vivir con tristeza.