No cabe duda que el verano con el periodo vacacional, nos permite tener tiempo para todo y de este modo divertirnos de una manera sana, incluso a veces rozar en cierto modo el aburrimiento aunque por supuesto, de forma transitoria.
Yo pienso, que en cualquier caso las vacaciones nos ofrecen la oportunidad de disfrutar de la naturaleza y establecer una relación más cercana con las personas que nos acompañan.
Y de este modo, olvidando por unos días las preocupaciones que durante el resto del año nos tienen ocupados, darnos perfecta cuenta de que no existe veraneo mejor que tener cerca a tu familia y amigos, aunque a veces protestemos al cargar con las sombrillas, las toallas, los cubos de los niños y los cuarenta grados a la sombra sobre una arena quemando como un demonio.
Es realmente bello, vivir esa hermosa unión familiar en un lugar que a veces nos obsequia con hermosos testimonios de solidaridad de personas que dedican su tiempo libre para regalar felicidad a otras que por diversas circunstancias están necesitadas de ayuda.
Es el caso de esa juventud que con una generosidad sin límites, deciden pasar sus vacaciones acompañando a un grupo de personas disminuidas física y psíquicamente, para que también ellas puedan disfrutar del mar y del sol. Y no escatiman esfuerzos, cariño y sonrisas acompañándoles a la playa y llevándoles a participar en verbenas populares bailando, cantando y degustando golosinas.
O cuando nuestro joven vecino de apartamento nos hace cómplices de su alegría por haberse enamorado, recitándonos los versos de G. A. Bécquer: “Hoy la tierra y los cielos me sonríen/ Hoy llega al fondo de mi alma el sol/ Hoy la he visto…la he visto y me ha mirado/ Hoy más que nunca creo en Dios”.
Sin embargo, junto a estos hermosos motivos de felicidad en nuestros días de descanso, también existen otras noticias con sello de tristeza que vapulean nuestras conciencias y que nos hacen entender que en el mundo siguen existiendo personas sumidos en el dolor.
Es el caso de los emigrantes que cruzando en pateras el estrecho de Gibraltar, encuentran su muerte, al luchar con el empeño de encontrar otra clase de vida para alejarse de la pobreza.
O esos millares de personas que en África intentan encontrar un lugar donde exista agua, alimentos y medicinas para subsistir en un cobertizo cualquiera y de este modo evitar la muerte de muchísimos niños enfermos y destrunidos que careciendo de todo apenas pueden sobrevivir.
En cualquier caso estas y otras muchas desgracias que sufre la humanidad, nos han de servir para dar gracias a Dios que un año más nos ha concedido disfrutar de vacaciones y para reflexionar profundamente pidiéndole por esos hermanos que sufren el tormento de una vida angustiosa que les hace pensar que para ellos Dios está demasiado lejos… demasiado alto.
Yo pienso, que en cualquier caso las vacaciones nos ofrecen la oportunidad de disfrutar de la naturaleza y establecer una relación más cercana con las personas que nos acompañan.
Y de este modo, olvidando por unos días las preocupaciones que durante el resto del año nos tienen ocupados, darnos perfecta cuenta de que no existe veraneo mejor que tener cerca a tu familia y amigos, aunque a veces protestemos al cargar con las sombrillas, las toallas, los cubos de los niños y los cuarenta grados a la sombra sobre una arena quemando como un demonio.
Es realmente bello, vivir esa hermosa unión familiar en un lugar que a veces nos obsequia con hermosos testimonios de solidaridad de personas que dedican su tiempo libre para regalar felicidad a otras que por diversas circunstancias están necesitadas de ayuda.
Es el caso de esa juventud que con una generosidad sin límites, deciden pasar sus vacaciones acompañando a un grupo de personas disminuidas física y psíquicamente, para que también ellas puedan disfrutar del mar y del sol. Y no escatiman esfuerzos, cariño y sonrisas acompañándoles a la playa y llevándoles a participar en verbenas populares bailando, cantando y degustando golosinas.
O cuando nuestro joven vecino de apartamento nos hace cómplices de su alegría por haberse enamorado, recitándonos los versos de G. A. Bécquer: “Hoy la tierra y los cielos me sonríen/ Hoy llega al fondo de mi alma el sol/ Hoy la he visto…la he visto y me ha mirado/ Hoy más que nunca creo en Dios”.
Sin embargo, junto a estos hermosos motivos de felicidad en nuestros días de descanso, también existen otras noticias con sello de tristeza que vapulean nuestras conciencias y que nos hacen entender que en el mundo siguen existiendo personas sumidos en el dolor.
Es el caso de los emigrantes que cruzando en pateras el estrecho de Gibraltar, encuentran su muerte, al luchar con el empeño de encontrar otra clase de vida para alejarse de la pobreza.
O esos millares de personas que en África intentan encontrar un lugar donde exista agua, alimentos y medicinas para subsistir en un cobertizo cualquiera y de este modo evitar la muerte de muchísimos niños enfermos y destrunidos que careciendo de todo apenas pueden sobrevivir.
En cualquier caso estas y otras muchas desgracias que sufre la humanidad, nos han de servir para dar gracias a Dios que un año más nos ha concedido disfrutar de vacaciones y para reflexionar profundamente pidiéndole por esos hermanos que sufren el tormento de una vida angustiosa que les hace pensar que para ellos Dios está demasiado lejos… demasiado alto.