Ahora, cuando dejamos atrás los calores del largo y cálido verano, deseas que lo más pronto posible llegue el mes de Octubre, y con él esa sedante y suave estación que nos regala bonitas mañanas que te invitan a conversar con las gentes que te rodean mientras pisas las hojas amarillas recien caidas de los árboles que nos anuncian la llegada del otoño.
Y es precísamente en este mes de octubre cuando una vez más nos ha llegado como un rayo de sol, otro tesoro convertido en niño enviado por Dios que de nuevo inunda nuestros corazones con su Luz redentora.
Atrás quedaban las interminables horas de espera en la sala del paritorio. Los nervios quemados por miles de dudas que te atacan en el campo de tu soledad y te hacen por momentos olvidar las bonitas palabras de esperanza de Teresa de Calcuta “El camino es largo y lleno de peligros, pero teniendo a Dios a tu lado resulta con su compañía, un camino de rosas y de amor”.
Sin embargo he de confesar, que ahora contemplando a mi nieto sonreír bien alimentado y rebosante de cariño y atenciones, me acuerdo mucho más de esos otros niños que pasan hambre y sufren toda clase de carencias fundamentales. Me atormenta mi conciencia adormilada ante noticias que a diario nos hablan de niños que son abandonados, maltratados… asesinados.
Niños que mueren de hambre, de frío, de infinidad de enfermedades por falta de medios y solo por haber cometido “el pecado” de nacer en países pobres. Criaturas nacidas en mundos subdesarrollados que son abandonados en hospitales por sus propias madres biológicas a la espera de que éstas decidan recogerlos o darlos en adopción.
Niños sin amor que pasan todos los días solos, sin nadie que les hable ni les cojan en brazos. Sin nadie que les acune o que les acaricie. Niños que a veces mueren de pena, en el más grande de los silencios.
Y esto es terrible. Si la muerte siempre es terrible la de un niño es todavía mucho más terrible.
Por todo esto junto a mi tercer nieto, ha nacido en mi corazón nuevos sentimientos hacia esos angelicos que Dios nos envía desde el cielo llenos de alegría, de amor y de pureza.
Angelicos inocentes portadores de un mensaje de paz para construir un mundo mejor en el que estemos todos unidos. Un mundo sin guerras en el que cediendo de nuestros derechos podamos compartirlo con el de los demás. Un mundo que luche contra el hambre, la discriminación, el odio, la envidia y el rencor.
Angelicos que vienen a un mundo en definitiva, en el que todos podamos vivir con alegría y con paz, para lograr que el reino de Dios sea cada vez mayor.
Pero esta respuesta… lo dudemos o no, se la tendremos que dar todos y cada uno de nosotros.
Y es precísamente en este mes de octubre cuando una vez más nos ha llegado como un rayo de sol, otro tesoro convertido en niño enviado por Dios que de nuevo inunda nuestros corazones con su Luz redentora.
Atrás quedaban las interminables horas de espera en la sala del paritorio. Los nervios quemados por miles de dudas que te atacan en el campo de tu soledad y te hacen por momentos olvidar las bonitas palabras de esperanza de Teresa de Calcuta “El camino es largo y lleno de peligros, pero teniendo a Dios a tu lado resulta con su compañía, un camino de rosas y de amor”.
Sin embargo he de confesar, que ahora contemplando a mi nieto sonreír bien alimentado y rebosante de cariño y atenciones, me acuerdo mucho más de esos otros niños que pasan hambre y sufren toda clase de carencias fundamentales. Me atormenta mi conciencia adormilada ante noticias que a diario nos hablan de niños que son abandonados, maltratados… asesinados.
Niños que mueren de hambre, de frío, de infinidad de enfermedades por falta de medios y solo por haber cometido “el pecado” de nacer en países pobres. Criaturas nacidas en mundos subdesarrollados que son abandonados en hospitales por sus propias madres biológicas a la espera de que éstas decidan recogerlos o darlos en adopción.
Niños sin amor que pasan todos los días solos, sin nadie que les hable ni les cojan en brazos. Sin nadie que les acune o que les acaricie. Niños que a veces mueren de pena, en el más grande de los silencios.
Y esto es terrible. Si la muerte siempre es terrible la de un niño es todavía mucho más terrible.
Por todo esto junto a mi tercer nieto, ha nacido en mi corazón nuevos sentimientos hacia esos angelicos que Dios nos envía desde el cielo llenos de alegría, de amor y de pureza.
Angelicos inocentes portadores de un mensaje de paz para construir un mundo mejor en el que estemos todos unidos. Un mundo sin guerras en el que cediendo de nuestros derechos podamos compartirlo con el de los demás. Un mundo que luche contra el hambre, la discriminación, el odio, la envidia y el rencor.
Angelicos que vienen a un mundo en definitiva, en el que todos podamos vivir con alegría y con paz, para lograr que el reino de Dios sea cada vez mayor.
Pero esta respuesta… lo dudemos o no, se la tendremos que dar todos y cada uno de nosotros.