UN SUEÑO... TONTO

11 Diciembre 2007
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Reconozco que fue un sueño tonto… molesto. Soñé que mi amigo y vecino Alfredo padre de cuatro hijos y abuelo de ocho nietos, todos magníficas personas, había muerto y que buscaba algo. Naturalmente era en el cielo, pues él como buen cristiano y católico no podía ir al morirse, más que a ese cielo que tanto anhelaba.

Yo, en el sueño lo veía muerto y en el cementerio rodeado por su fiel esposa, sus hijos y sus nietos. Más tarde lo veía en el cielo pero sin poder entrar en el gran palacio de Dios. Estaba a las afueras, en una gran explanada ante los muros de la entrada repleta de musulmanes vestidos con sus túnicas. Gentes para las que al parecer antes, y según nos enseñaban por este mundo, no había cielo para ellas. Sin embargo ahora las cosas habían cambiado. Los tiempos eran otros y los musulmanes se encontraban en aquella explanada esperando pacientemente que les llegara la hora en la que Dios les sometiera a juicio.

También estaban esperando a las puertas del cielo para poder entrar, otros muchos buenos cristianos. Entre ellos, naturalmente, estaba Alfredo un tanto extrañado, pues él pensaba que al cielo solo llegaban buscando a Dios, monjitas vírgenes y viejos sacerdotes que habían dedicado toda su vida amar a Dios y a servir a los que necesitaban ayuda espiritual.

En mi sueño, observaba a mi amigo y vecino sorprendido porque él siempre había pensado que en el cielo, se encontraría con las inocentes víctimas acosadas por guerras interminables, catástrofes naturales como terremotos, huracanes, tsunamis y otros elementos devastadores o quizás también cristianos martirizados en la antigua Roma.
Incluso no le hubiese asombrado cruzarse con tantísimos judíos machacados y triturados en los campos de exterminio de la Alemania nazi y muertos en las cámaras de gas; o también a todos esos enfermos, y sobre todo niños, que morían en hospitales víctimas a veces de no haber recibido las medicinas necesarias o la atención debida prestada por médicos con una profesionalidad insuficiente.

Al final de mi sueño me encontré con Juan de la Cruz y Teresa de Ávila que le aconsejaban a mi amigo Alfredo que tuviese paciencia ya que nadie sabía cuando tendría la audiencia con el Todopoderoso para realizarle el juicio final.

En cualquier caso, esto fue un sueño y como tal se disipó al despertar. Sin embargo a mí, me ha servido para entender que el amor de Dios se extiende a todas las iglesias, incluida esa doctrina especial enseñada por maestros que la hallaron, explicaron y defendieron como fueron Lutero, Calvino y Mahoma, llamada secta. Y que nosotros por nuestra cuenta la hemos declarado, falsa religión.
Lo importante es comprender que el amor de Dios lo tienen todas las religiones porque todas coinciden en algo esencial: el amor, la paz y la comunión de los hombres con el Creador.

Y de este modo, olvidar a esos cristianos casi intransigentes que creen estar siempre en posesión de la verdad afirmando que su religión es la verdadera e ignorando a todos los que no piensan como ellos.
Yo les diría que las bienaventuranzas se dirigen a todos los hombres sin excepción alguna, cualquiera que fuere su religión porque Dios ama a todos los hombres

En consecuencia lo importante de mi sueño, ha sido el sentirme llamado a seguir humildemente la historia de los hombres y mujeres intentando dejar entre ellos el mensaje de amor de un Dios que es como el mar: “puedes ver su inicio, pero jamás verás su final.