Un sofocante olor a naftalina

18 Noviembre 1998
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Un sofocante olor a naftalina

Ante mí se encuentra una persona de cierta edad y supuesta erudición. Nuestra conversación gira en torno a la informática y en su curso mi interlocutor pretende convencerme de las bondades de la tarjeta de cartulina perforada. Según pontifica con tono agrio y prepotente, se trata del último y definitivo hallazgo en el terreno de los ordenadores, un descubrimiento, dicho sea de paso, al que yo debería someterme sin rechistar. Abrumado por lo que oigo, se me ocurre decirle que no se ha enterado de que ya nadie utiliza semejante antigualla y que vivimos en la época del Windows, del Word, de los diskettes y del CD-Rom. Sin embargo, de manera bien machadiana mi interlocutor desprecia cuanto ignora y yo, poco a poco, me siento agobiado por un sofocante olor a naftalina.
Como los lectores supondrán, la historia que acabo de relatar resulta absolutamente inverosímil en el terreno de la informática pero, por el contrario, la vivimos día a día en otras áreas que exigen no menos estudio para actuar con sentido, sensatez y conocimiento.
Encontramos ese mismo olor a naftalina en no pocas opiniones políticas, sociales y económicas, como si el Muro de Berlín no hubiera caído hace una década, o aún se gritara ¡No pasarán! por las calles de Madrid. Lo hallamos también –y de manera no menos lamentable– en los juicios, opiniones y sentencias que se pronuncian acerca de la figura y de la enseñanza de Jesús. Puede parecer increíble, pero lo cierto es que las teorías que convierten a Jesús en un personaje inexistente históricamente, en un predicador despistado cuya muerte cogió por sorpresa a todos empezando por él mismo, en un trasunto de mitologías paganas, o en un mero maestro de moral al estilo del Gurú Maharishi, no son el último grito de la investigación histórica, sino restos anticuados de armario ropero cuya antigüedad supera no pocas veces los dos siglos y cuya inconsistencia histórica y científica quedó de manifiesto hace décadas. Escuchar o leer semejantes tesis causa grima y pesar en cualquiera que se haya molestado en examinar la literatura acerca de Jesús redactada en los últimos cincuenta años, precisamente porque denotan una postura intelectual que se halla más cerca, no ya de las tarjetas de cartulina perforada sino del quinqué de petróleo. Lo más grave, sin embargo, no es que esas posiciones trasnochadas y endebles se propalen a los cuatro vientos desde cualquier medio de comunicación. Lo peor es que también se escuchen desde las cátedras de los seminarios o los púlpitos de las iglesias, no pocas veces barnizadas con unos toques de marxismo mortecino y tercermundista. Ante un panorama así hay que abrir las ventanas, para que se aireen las mentes y los corazones y penetre un viento fresco, fuerte y recio, a ser posible el del Espíritu Santo que, como dijo Jesús, no sé sabe de dónde viene ni a dónde va, pero resulta de todo punto indispensable para entrar en el Reino de los Cielos.

César Vidal
(Alfa y Omega, num 257, 26-IV-2001)
 
Cuando llevaba cuatro cinco lineas, ya sabía que era de César, es inconfundible. ;)


Maripaz
 
Sin embargo, de manera bien machadiana mi interlocutor desprecia cuanto ignora y yo, poco a poco, me siento agobiado por un sofocante olor a naftalina.

Diganle a Cesar que no se trata de que el ignorante desprecia cuanto ignora , lo que ocurre es que el ignorante ignora lo que ignora .... <IMG SRC="no.gif" border="0"> puede despreciarse aquello que no se conoce , porque sencillamente no existe . ;)