Ahora, cuando estamos metidos de lleno en la primavera, que nos trae esos agradables días largos con nubes y sol que nos deja un fragante olor a hierba fresca y el campo oliendo a flores con perfume a universo en paz, contraía matrimonio el pasado día 31 de Mayo, festividad de la visitación de María a su prima Isabel, la hija de unos buenos amigos míos, Cristina.
La solemne ceremonia, se celebró en Balazote, bonita villa manchega famosa en la historia de la arqueología española, porque en su término fue encontrada la llamada “Bicha de Balazote”, escultura hispánica representada por un toro echado, con cabeza varonil, barbada y cuernos incipientes, que actualmente se encuentra en el museo arqueológico de Madrid.
En el cerro más alto de ese lugar, desde donde se contempla un hermoso paisaje, existe una ermita dedicada a Santa Mónica que preside a todos los lugareños de la citada localidad, acogiendo en su pequeña capilla diversas celebraciones religiosas.
Y por este motivo, Cristina y Álvaro decidieron unirse en matrimonio en este bello paraje, cuna de Josefina, presidiendo la liturgia Francisco, hermano de Álvaro, sacerdote que pronto partirá para desarrollar la evangelización misionera en Sudamérica.
He de ser sincero y confesar que fui cautivado por la preparación litúrgica del acto. En él, se respiraba tanto en los contrayentes como en los que asistíamos en calidad de testigos directos, signos evidentes y sinceros de amor, esperanza y reconciliación, en diversas manifestaciones del acto.
Las lecturas precedentes al Evangelio, señalaban puntos importantes que sobre el matrimonio, nos señalaban tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.
La primera, tomada del libro de Tobías, judío del norte de Palestina que recibe las bendiciones de Dios, por su perseverancia en la oración y por su ejemplo de solidaridad con sus hermanos desterrados y pobres, en su bello pasaje del capítulo (8, 4.9) nos dice que el matrimonio no es solo un medio para satisfacer el instinto sexual, sino que es una forma de colaborar con Dios en su plan de creación y de salvación del mundo. Tanto él como Sara su hermana, desean hijos para transmitirles su fe y para asegurar la continuación del pueblo de Dios.
Y en la segunda, encontramos una hermosa carta que Pablo escribe desde Roma a las comunidades de Efeso, dirigida especialmente a los esposos, enviándoles su deseo de vida nueva y responsable, dentro de la cultura de aquella sociedad, donde al hombre le correspondía ejercer el mando, mientras que la mujer debía mantener una aptitud de sumisión y fidelidad.
Y advirtiéndoles que el que ama a su mujer se ama asimismo, porque nadie aborreció jamás su propia carne, antes bien la alimenta y la cuida con cariño. Finalmente Pablo concluye su bella carta, invitándoles a seguir el camino del amor que en definitiva será como el amor que Cristo profesa a su Iglesia.
Finalmente al escuchar el Evangelio, basado en la boda que se celebró en Caná de Galilea a la que fué invitada María y Jesús con sus discípulos, los familiares y amigos que asistíamos a este enlace, sentimos como Jesús también como entonces, hiciera acto de presencia para santificar esta unión conyugal que el sacramento del matrimonio nos estaba presentando.
Y de igual modo, así como María solicitaba de su Hijo el milagro de la conversión del agua en vino, la voz de Francisco, hermano del novio y celebrante del sacramento, siguiendo la liturgia solicitaba de Jesús su bendición para que los desposados transfiguraran su vida diaria, con sus rutinas y sinsabores propios de una relación compartida, en una vida nueva de amor, entrega y fidelidad, teniendo siempre el espíritu de Dios junto a ellos.
Así las cosas, estoy convencido que no podía terminar mejor ese lluvioso mes de Mayo, para mis amigos, aunque ese día que cerraba el mes, también se sumara al enlace el sol brillando con todo su esplendor, quizás presagiando una vida feliz para Álvaro y Cristina, que unidos por su amor renovado en ese atardecer hermoso, dorado y sereno, miraban hacía ese lugar que existe más allá de las estrellas, desde donde Jesús bendecía su matrimonio.
La solemne ceremonia, se celebró en Balazote, bonita villa manchega famosa en la historia de la arqueología española, porque en su término fue encontrada la llamada “Bicha de Balazote”, escultura hispánica representada por un toro echado, con cabeza varonil, barbada y cuernos incipientes, que actualmente se encuentra en el museo arqueológico de Madrid.
En el cerro más alto de ese lugar, desde donde se contempla un hermoso paisaje, existe una ermita dedicada a Santa Mónica que preside a todos los lugareños de la citada localidad, acogiendo en su pequeña capilla diversas celebraciones religiosas.
Y por este motivo, Cristina y Álvaro decidieron unirse en matrimonio en este bello paraje, cuna de Josefina, presidiendo la liturgia Francisco, hermano de Álvaro, sacerdote que pronto partirá para desarrollar la evangelización misionera en Sudamérica.
He de ser sincero y confesar que fui cautivado por la preparación litúrgica del acto. En él, se respiraba tanto en los contrayentes como en los que asistíamos en calidad de testigos directos, signos evidentes y sinceros de amor, esperanza y reconciliación, en diversas manifestaciones del acto.
Las lecturas precedentes al Evangelio, señalaban puntos importantes que sobre el matrimonio, nos señalaban tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.
La primera, tomada del libro de Tobías, judío del norte de Palestina que recibe las bendiciones de Dios, por su perseverancia en la oración y por su ejemplo de solidaridad con sus hermanos desterrados y pobres, en su bello pasaje del capítulo (8, 4.9) nos dice que el matrimonio no es solo un medio para satisfacer el instinto sexual, sino que es una forma de colaborar con Dios en su plan de creación y de salvación del mundo. Tanto él como Sara su hermana, desean hijos para transmitirles su fe y para asegurar la continuación del pueblo de Dios.
Y en la segunda, encontramos una hermosa carta que Pablo escribe desde Roma a las comunidades de Efeso, dirigida especialmente a los esposos, enviándoles su deseo de vida nueva y responsable, dentro de la cultura de aquella sociedad, donde al hombre le correspondía ejercer el mando, mientras que la mujer debía mantener una aptitud de sumisión y fidelidad.
Y advirtiéndoles que el que ama a su mujer se ama asimismo, porque nadie aborreció jamás su propia carne, antes bien la alimenta y la cuida con cariño. Finalmente Pablo concluye su bella carta, invitándoles a seguir el camino del amor que en definitiva será como el amor que Cristo profesa a su Iglesia.
Finalmente al escuchar el Evangelio, basado en la boda que se celebró en Caná de Galilea a la que fué invitada María y Jesús con sus discípulos, los familiares y amigos que asistíamos a este enlace, sentimos como Jesús también como entonces, hiciera acto de presencia para santificar esta unión conyugal que el sacramento del matrimonio nos estaba presentando.
Y de igual modo, así como María solicitaba de su Hijo el milagro de la conversión del agua en vino, la voz de Francisco, hermano del novio y celebrante del sacramento, siguiendo la liturgia solicitaba de Jesús su bendición para que los desposados transfiguraran su vida diaria, con sus rutinas y sinsabores propios de una relación compartida, en una vida nueva de amor, entrega y fidelidad, teniendo siempre el espíritu de Dios junto a ellos.
Así las cosas, estoy convencido que no podía terminar mejor ese lluvioso mes de Mayo, para mis amigos, aunque ese día que cerraba el mes, también se sumara al enlace el sol brillando con todo su esplendor, quizás presagiando una vida feliz para Álvaro y Cristina, que unidos por su amor renovado en ese atardecer hermoso, dorado y sereno, miraban hacía ese lugar que existe más allá de las estrellas, desde donde Jesús bendecía su matrimonio.