Entre los muchos miembros que forman parte de los foros cristianos a los que regularmente envío mis pequeñas colaboraciones y con los que mantengo regularmente intercambio de opiniones que me enriquecen y alientan, existe uno que para mí, es un pequeño tesoro.
Nos conocemos hace más de tres años. Sus encantadores mensajes respondiendo a mis sencillos escritos me los envía firmados con un seudónimo.
Solo conozco su país de origen, Chile. Su bella retórica me deja entrever que es una persona comedida pero culta, sensible y afectiva. Confieso que espero con cierta ansiedad las respuestas a mis trabajos por sus sinceras expresiones que me estimulan a seguir escribiendo.
Hace algún tiempo me declaraba en un mensaje, que debía de ser leal conmigo para decirme que a veces no comprendía la aptitud de algunos cristianos que practicaban una dudosa fe basándose en una doctrina de filósofos tanto antiguos como actuales que afirman que la verdad en la religión no existía o que el hombre era incapaz de llegar a entenderla, caso de que existiera.
Que entendía la fe de una Teresa de Ávila, de un Juan de la Cruz o de una Teresa de Calcuta que habían vivido sirviendo a Dios, practicando un profundo amor y una constante ayuda a todos aquellos que la necesitaran. Pero no era capaz de comprender la fe practicada por algunos hombres que apenas ejercían el amor y la caridad hacia los más débiles y si lo hacían era con una desconcertante tibieza.
Efectivamente, así se lo hice saber a mi querido amigo chileno, tristemente a veces la postura de algunos hombres que aman la religión no es posiblemente la más adecuada para convencer a aquellos que están desprendidos de ella.
Es cierto, que resulta un tanto difícil entender como una persona puede llenarse de Dios el domingo y por el contrario ser un cristiano invisible el resto de la semana.
Pero también es verdad que el hombre de fe debe rechazar la religión rutinaria para responder a Dios con su vida personal. Porque la fe, no le demos más vueltas, nace de una llamada del amor que Dios nos tiene y nunca de un mérito personal. Ni la fe ni el amor son unos sentimientos religiosos que surgen del corazón sino que se apoyan en las promesas que Jesús nos hizo para salvar a la humanidad.
En cualquier caso, uno, no puede perder la fe dejándose llevar de las extraviadas inspiraciones de algunos corazones que no viven la verdadera manera de dar ejemplo. Y por supuesto olvidarnos de ese mundo que navega de una manera incierta hacia un mar donde la falta de fe y esperanza les hará zozobrar.
Sin embargo, desgraciadamente a este mensaje todavía no he recibido la contestación de mi amigo chileno, del que hace tiempo no sé nada de él.
En cualquier caso, ocurre con frecuencia que de pronto dejas de recibir noticias de una determinada persona y sientes cierta preocupación y tristeza, aun cuando te queda el consuelo de recordarlo en ese tiempo en el que nos enviábamos hermosos escritos.
Hace unos días he recibido en mi correo electrónico, un sencillo y discreto mensaje. Un hermano de Víctor (éste era el nombre de mi amigo) cumplía el triste encargo de comunicarme el fallecimiento de su hermano como consecuencia de una enfermedad irreversible que le tuvo postrado en cama durante varios meses.
Con su mensaje deseaba agradecerme los frecuentes trabajos que le enviaba a su hermano que sin duda, en cierto modo, le alentaban para aceptar su enfermedad
Si he de ser sincero tengo, que reconocer que al final, Víctor me ha dejado la inquietud de saber si he sido para él lo suficientemente claro, convincente y humilde para abrir esa puerta a la esperanza que se le había cerrado y de este modo despejarle ese mundo de dudas que todos tenemos alguna vez.
Una vez más me viene a la memoria aquel viejo profesor que nos decía, que para escribir, una de las recetas más correctas era intentar decir las cosas poniendo en ellas una total sinceridad.
Así las cosas yo me pregunto ¿Cómo sabe uno si escribe para sus lectores o para Dios? Porque yo creo en Dios, en Cristo y en el Espíritu Santo, pero también creo en la bondad del mundo que a veces pierde la fe y la esperanza y le cuesta recuperarla.
Ojala que ese Dios que a veces creemos estar tan lejos, le conceda la Vida Eterna prometida y le proporcione esa Luz brillante y bella que le haga olvidar el haber vivido en un mundo de sombras con ecos de un llanto sin fin.