Entre los muchos miembros que forman parte de los foros cristianos a los que regularmente envío mis pequeñas colaboraciones y con los que mantengo regularmente intercambio de opiniones que me enriquecen y alientan, existe uno que para mí es un pequeño tesoro.
Nos conocemos hace más de dos años, pero únicamente a través de sus encantadores mensajes firmado con un seudónimo y que me envía en respuesta a mis escritos.
Solo sé que es de Chile y que por su bonita retórica, debe ser una persona comedida pero culta, sensible y afectiva. He de confesar que cuando remito algún trabajo al foro, espero con cierta ansiedad su respuesta, que siempre contiene palabras que me estimulan a seguir escribiendo.
Hace algún tiempo me declaró en su mensaje, que debía de ser leal conmigo para decirme que por determinados motivos acaecidos en su vida últimamente, estaba poniendo en duda su creencia en Dios como fuente de amor basada en una religión sostenida por muchos creyentes con dudosa fe y en una doctrina de filósofos antiguos y modernos que afirman que la verdad no existe o que el hombre es incapaz de llegar a entenderla, caso que exista.
Me comentaba que no alcanzaba a entender como era posible que enseñando la religión doctrinas tan altas, existieran hombres que aún estando convencidos de la verdad de ella, o las contrariaran con sus conductas o lo que peor estuvieran viviendo haciendo poquísimo caso de la mismas.
Que entendía la religión de una Teresa de Ávila, de un Juan de la Cruz o de una Teresa de Calcuta, personas que han vivido profundamente para el amor y para ayudar a los demás, pero en contra le era difícil entender la religión de algunos hombres que no les ayudaba a practicar el amor y la caridad y si lo hacían era con cierta tibieza.
Efectivamente, así se lo hice saber a mi querido amigo chileno, que a veces la postura de algunos hombres que aman la religión, no es la que realmente pueda convencer a aquellos que están desprendidos de ella. Posiblemente no sean lo suficientemente generosos para sacrificar su bienestar, su fortuna e incluso si fuera preciso hasta su propia vida por entregarse a la verdad, a la justicia y al amor a los demás.
Pero siendo más positivo, uno, no puede perder la fe, dejándose llevar de las extraviadas inspiraciones de unos corazones que no aman la verdadera manera de vivir dando ejemplo.
Es cierto, que resulta difícil entender como una persona puede llenarse de Cristo el domingo y por el contrario ser un cristiano invisible el resto de la semana.
Pero también es verdad que el hombre de fe debe rechazar la religión rutinaria para responder a Dios con su vida personal. La fe, no le demos más vueltas, nace de una llamada del amor que Dios nos tiene y no de un mérito personal. Ni la fe ni el amor son unos sentimientos religiosos que surjan del corazón ante el misterio de la vida, sino que se apoyan en las promesas que Dios nos hizo para salvar a la humanidad.
Por lo tanto, es muy importante pensar que para seguir a Cristo, fuente auténtica de amor y formar parte de su pueblo, no debemos mirar hacia ese mundo que navega de una manera incierta hacia un mar donde la falta de fe y de esperanza les hará zozobrar.
Recuerdo a este respecto, aquel confesor que perdonaba mis pecados en la pequeña capilla dedicada a la penitencia y que incansablemente me repetía; Ten presente y nunca olvides que hay que confiar una y mil veces en el amor de ese hombre de Nazaret que para salvarnos fue crucificado y muerto, siendo la bondad y el consuelo de todos y por tanto nuestra esperanza.
Por supuesto, pienso que la falta de fe, no es otra cosa que un suicidio sin sangre. Es la renuncia a la lucha para aquellos que posiblemente se encuentren con el freno echado en el vehículo de la esperanza, viviendo la amargura de quienes se dan por vencidos al carecer de fuerzas para vivir con amor.
Desgraciadamente a este mensaje todavía no he recibido la contestación de mi amigo chileno, del que hace tiempo no se nada de él. A veces con verdadera impaciencia busco en los mensajes del foro alguna respuesta de ese hermano al que ni siquiera conozco su nombre, aunque pienso que tal vez sea mejor así, pues el contacto es de corazón a corazón a través de la fe y de sentimientos comunes, sin que exista la persona física por medio, sino el mismo Dios que ha unido a dos almas para agrandar su Reino.
En cualquier caso y así ocurre, de repente al dejar de recibir noticias de una persona, empiezas a notar más su falta y sientes preocupación y tristeza al no saber nada de él y solo te queda el consuelo de recordarlo a través de ese tiempo en el que nos enviábamos hermosos mensajes. Un tiempo dentro de la crueldad de la vida en un mundo de lágrima fácil que quizás haya pasado pero que formó en cierto sentido parte de nuestra vida.
Hace unos días he recibido en mi correo electrónico, un sencillo y discreto mensaje. Un hermano de mi amigo chileno cumplía el triste encargo de Víctor (así era su nombre) para comunicarme que había fallecido hacía dos meses de una enfermedad irreversible que le tenía postrado en una cama hacía bastante tiempo.
El comunicante añadía que deseaba agradecerme el bien que le había hecho a su hermano, llenándole de esperanza los días que precedieron a su viaje al Reino Eterno, recobrando una fe quizás un tanto olvidada.
Tristemente después de esta noticia, siento en mi interior una voz que me dice que uno no puede llevar la carga de otro. Es lo terrible de la vida. Como sabe uno si escribe para sus lectores o para Dios, por que yo creo en Dios, en Cristo y en el Espíritu Santo, pero también creo en la bondad del mundo que a veces pierde la fe y la esperanza y le cuesta recuperarla.
Al final me ha dejado Víctor la duda de saber si he sido lo suficientemente claro, convincente y humilde para abrirle esa puerta a la esperanza que se le había cerrado y despejarle ese mundo de dudas, que todos tenemos alguna vez, pero que la fuerza del Espíritu Santo y la Comunión de los Santos, nos ayudan a recobrarla.
Ojala que ese Dios que a veces resulta estar tan lejos, le conceda la Vida Eterna prometida y le proporcione esa Luz brillante y bella que le haga olvidar el haber vivido en un mundo de sombras con ecos de un llanto sin fin.
Nos conocemos hace más de dos años, pero únicamente a través de sus encantadores mensajes firmado con un seudónimo y que me envía en respuesta a mis escritos.
Solo sé que es de Chile y que por su bonita retórica, debe ser una persona comedida pero culta, sensible y afectiva. He de confesar que cuando remito algún trabajo al foro, espero con cierta ansiedad su respuesta, que siempre contiene palabras que me estimulan a seguir escribiendo.
Hace algún tiempo me declaró en su mensaje, que debía de ser leal conmigo para decirme que por determinados motivos acaecidos en su vida últimamente, estaba poniendo en duda su creencia en Dios como fuente de amor basada en una religión sostenida por muchos creyentes con dudosa fe y en una doctrina de filósofos antiguos y modernos que afirman que la verdad no existe o que el hombre es incapaz de llegar a entenderla, caso que exista.
Me comentaba que no alcanzaba a entender como era posible que enseñando la religión doctrinas tan altas, existieran hombres que aún estando convencidos de la verdad de ella, o las contrariaran con sus conductas o lo que peor estuvieran viviendo haciendo poquísimo caso de la mismas.
Que entendía la religión de una Teresa de Ávila, de un Juan de la Cruz o de una Teresa de Calcuta, personas que han vivido profundamente para el amor y para ayudar a los demás, pero en contra le era difícil entender la religión de algunos hombres que no les ayudaba a practicar el amor y la caridad y si lo hacían era con cierta tibieza.
Efectivamente, así se lo hice saber a mi querido amigo chileno, que a veces la postura de algunos hombres que aman la religión, no es la que realmente pueda convencer a aquellos que están desprendidos de ella. Posiblemente no sean lo suficientemente generosos para sacrificar su bienestar, su fortuna e incluso si fuera preciso hasta su propia vida por entregarse a la verdad, a la justicia y al amor a los demás.
Pero siendo más positivo, uno, no puede perder la fe, dejándose llevar de las extraviadas inspiraciones de unos corazones que no aman la verdadera manera de vivir dando ejemplo.
Es cierto, que resulta difícil entender como una persona puede llenarse de Cristo el domingo y por el contrario ser un cristiano invisible el resto de la semana.
Pero también es verdad que el hombre de fe debe rechazar la religión rutinaria para responder a Dios con su vida personal. La fe, no le demos más vueltas, nace de una llamada del amor que Dios nos tiene y no de un mérito personal. Ni la fe ni el amor son unos sentimientos religiosos que surjan del corazón ante el misterio de la vida, sino que se apoyan en las promesas que Dios nos hizo para salvar a la humanidad.
Por lo tanto, es muy importante pensar que para seguir a Cristo, fuente auténtica de amor y formar parte de su pueblo, no debemos mirar hacia ese mundo que navega de una manera incierta hacia un mar donde la falta de fe y de esperanza les hará zozobrar.
Recuerdo a este respecto, aquel confesor que perdonaba mis pecados en la pequeña capilla dedicada a la penitencia y que incansablemente me repetía; Ten presente y nunca olvides que hay que confiar una y mil veces en el amor de ese hombre de Nazaret que para salvarnos fue crucificado y muerto, siendo la bondad y el consuelo de todos y por tanto nuestra esperanza.
Por supuesto, pienso que la falta de fe, no es otra cosa que un suicidio sin sangre. Es la renuncia a la lucha para aquellos que posiblemente se encuentren con el freno echado en el vehículo de la esperanza, viviendo la amargura de quienes se dan por vencidos al carecer de fuerzas para vivir con amor.
Desgraciadamente a este mensaje todavía no he recibido la contestación de mi amigo chileno, del que hace tiempo no se nada de él. A veces con verdadera impaciencia busco en los mensajes del foro alguna respuesta de ese hermano al que ni siquiera conozco su nombre, aunque pienso que tal vez sea mejor así, pues el contacto es de corazón a corazón a través de la fe y de sentimientos comunes, sin que exista la persona física por medio, sino el mismo Dios que ha unido a dos almas para agrandar su Reino.
En cualquier caso y así ocurre, de repente al dejar de recibir noticias de una persona, empiezas a notar más su falta y sientes preocupación y tristeza al no saber nada de él y solo te queda el consuelo de recordarlo a través de ese tiempo en el que nos enviábamos hermosos mensajes. Un tiempo dentro de la crueldad de la vida en un mundo de lágrima fácil que quizás haya pasado pero que formó en cierto sentido parte de nuestra vida.
Hace unos días he recibido en mi correo electrónico, un sencillo y discreto mensaje. Un hermano de mi amigo chileno cumplía el triste encargo de Víctor (así era su nombre) para comunicarme que había fallecido hacía dos meses de una enfermedad irreversible que le tenía postrado en una cama hacía bastante tiempo.
El comunicante añadía que deseaba agradecerme el bien que le había hecho a su hermano, llenándole de esperanza los días que precedieron a su viaje al Reino Eterno, recobrando una fe quizás un tanto olvidada.
Tristemente después de esta noticia, siento en mi interior una voz que me dice que uno no puede llevar la carga de otro. Es lo terrible de la vida. Como sabe uno si escribe para sus lectores o para Dios, por que yo creo en Dios, en Cristo y en el Espíritu Santo, pero también creo en la bondad del mundo que a veces pierde la fe y la esperanza y le cuesta recuperarla.
Al final me ha dejado Víctor la duda de saber si he sido lo suficientemente claro, convincente y humilde para abrirle esa puerta a la esperanza que se le había cerrado y despejarle ese mundo de dudas, que todos tenemos alguna vez, pero que la fuerza del Espíritu Santo y la Comunión de los Santos, nos ayudan a recobrarla.
Ojala que ese Dios que a veces resulta estar tan lejos, le conceda la Vida Eterna prometida y le proporcione esa Luz brillante y bella que le haga olvidar el haber vivido en un mundo de sombras con ecos de un llanto sin fin.