Con frecuencia me reúno a comer con antiguos compañeros de trabajo, para charlar y a veces, recordar nuestra pasada vida laboral en el Laboratorio.
Me encuentro encantado y feliz por pertenecer a un grupo de buenos amigos, que haciendo gala de la buena amistad que nos une, nos permite poder penetrar y profundizar en algún problema familiar o personal que en ese momento nos preocupa o por el contrario participar de nuestra alegría por algo hermoso y bello que nos haya ocurrido.
En nuestra última reunión, Fernando, persona especialmente optimista y con una sinceridad aplastante, nos comenta que hace unos días, ha cumplido sesenta y cinco años. Lleva felizmente casado con Alicia treinta y seis y nos confiesa que hoy día, continúa totalmente enamorado. de ella, a pesar de haber tenido como cualquier matrimonio, sus pequeñas o a veces grandes diferencias
Yo no la veo perfecta ni ella a mi, porque está claro que no hay nadie sin defectos. Un proverbio latino dice “el que desee un caballo sin defecto, que marche a pié”.
Estoy convencido, nos dice Fernando, que todo hombre o mujer lo creamos o no, reunimos una gran cantidad de defectos. Pero también es verdad que nosotros hemos sabido aceptarlos procurando combatirlos y eliminarlos para que de este modo no enturbie nuestro amor.
Esta, es una tarea por supuesto nada fácil, porque a veces resulta de lo más difícil, el reconocer uno mismo sus propios defectos Y no llegar a pronunciar la inaceptable frase de “Yo soy así”.
Sin embargo estamos convencidos que nuestro amor, ante todo y sobre todo, está por encima de nuestras diferencias.
Opina Fernando, que un punto importante en el matrimonio es la fidelidad que hoy en día parece no estar de moda, aunque está convencido que son muchos más los matrimonios fieles que los que presumen de lo contrario.
Al fin de cuentas ésto, no nos engañemos, no es más que un problema de machismo.
Yo creo, que el matrimonio de Fernando como el de tantos otros, no entrarán en la historia de parejas ilustres, pero yo no cambiaría su amor y fidelidad por todos los brillos del mundo.
Hay una enorme verdad. Quien teme al amor eterno, debe ser sincero consigo mismo y reconocer, que su amor es demasiado corto, o que su orgullo es demasiado grande para aceptarlo.
Alguien decía, que basta mirar a un hombre para saber, sin ánimo a equivocarse, si de verdad está o ha estado enamorado. Quizás lo refleje ese brillo de los ojos que miran la vida positivamente, como lo hacen Fernando y Alicia, y que se atreven a creer en el amor, habiendo sido fieles a esa decisión.
Es importante elogiar sin rodeos a esas personas que se atreven a seguirse queriendo por encima de todo, uniendo si cabe aún más los lazos del amor que les une. Porque esto lo creamos o no, es una de las cosas que sostienen este mundo nuestro, tan viejo, pero tan nuevo al mismo tiempo.
A mi me parece, que lo que ocurre en algunos matrimonios que por desgracia pierden el amor, es simple y llanamente porque entre otras cosas, ignoran que existe una planta que crece en abundancia en la mayoría de los corazones humanos que es el egoísmo mondo y lirondo.
Recuerdo que cierto día, un viejo amigo mío licenciado en psicología, me comentaba las etapas por las que pasaban un buen número de matrimonios.
La primera y debido a la plena felicidad que ambos disfrutan, su natural enamoramiento no les deja ver los defectos del otro. Una segunda algo distante de la primera, es la etapa en la que esos defectos comienzan a aparecer e incluso a molestar, preguntándose si no se habrán equivocado en la elección de su pareja. Y una tercera, posiblemente muy cercana a la segunda, es la etapa en la cual, solo se ven esos defectos, y uno piensa si será capaz de aceptarlos.
Por suerte, me decía mi viejo amigo, no siempre es así y uno encuentra matrimonios que han aprendido a ver las virtudes de su pareja y saben disimular sus defectos. Simplemente porque se han dado cuenta que ese camino les conduce por un camino más derecho hacia la felicidad, al sentirse comprendidos en sus fallos y valorados en sus virtudes.
Con un rostro iluminado por el aplastante amor que Fernando profesa a su esposa Alicia, cerró esta hermosa reunión de amigos confesándonos que al final ha descubierto que ha sido más querido de lo que nunca se hubiese atrevido a imaginar. El amor al final, siempre gana.
Me encuentro encantado y feliz por pertenecer a un grupo de buenos amigos, que haciendo gala de la buena amistad que nos une, nos permite poder penetrar y profundizar en algún problema familiar o personal que en ese momento nos preocupa o por el contrario participar de nuestra alegría por algo hermoso y bello que nos haya ocurrido.
En nuestra última reunión, Fernando, persona especialmente optimista y con una sinceridad aplastante, nos comenta que hace unos días, ha cumplido sesenta y cinco años. Lleva felizmente casado con Alicia treinta y seis y nos confiesa que hoy día, continúa totalmente enamorado. de ella, a pesar de haber tenido como cualquier matrimonio, sus pequeñas o a veces grandes diferencias
Yo no la veo perfecta ni ella a mi, porque está claro que no hay nadie sin defectos. Un proverbio latino dice “el que desee un caballo sin defecto, que marche a pié”.
Estoy convencido, nos dice Fernando, que todo hombre o mujer lo creamos o no, reunimos una gran cantidad de defectos. Pero también es verdad que nosotros hemos sabido aceptarlos procurando combatirlos y eliminarlos para que de este modo no enturbie nuestro amor.
Esta, es una tarea por supuesto nada fácil, porque a veces resulta de lo más difícil, el reconocer uno mismo sus propios defectos Y no llegar a pronunciar la inaceptable frase de “Yo soy así”.
Sin embargo estamos convencidos que nuestro amor, ante todo y sobre todo, está por encima de nuestras diferencias.
Opina Fernando, que un punto importante en el matrimonio es la fidelidad que hoy en día parece no estar de moda, aunque está convencido que son muchos más los matrimonios fieles que los que presumen de lo contrario.
Al fin de cuentas ésto, no nos engañemos, no es más que un problema de machismo.
Yo creo, que el matrimonio de Fernando como el de tantos otros, no entrarán en la historia de parejas ilustres, pero yo no cambiaría su amor y fidelidad por todos los brillos del mundo.
Hay una enorme verdad. Quien teme al amor eterno, debe ser sincero consigo mismo y reconocer, que su amor es demasiado corto, o que su orgullo es demasiado grande para aceptarlo.
Alguien decía, que basta mirar a un hombre para saber, sin ánimo a equivocarse, si de verdad está o ha estado enamorado. Quizás lo refleje ese brillo de los ojos que miran la vida positivamente, como lo hacen Fernando y Alicia, y que se atreven a creer en el amor, habiendo sido fieles a esa decisión.
Es importante elogiar sin rodeos a esas personas que se atreven a seguirse queriendo por encima de todo, uniendo si cabe aún más los lazos del amor que les une. Porque esto lo creamos o no, es una de las cosas que sostienen este mundo nuestro, tan viejo, pero tan nuevo al mismo tiempo.
A mi me parece, que lo que ocurre en algunos matrimonios que por desgracia pierden el amor, es simple y llanamente porque entre otras cosas, ignoran que existe una planta que crece en abundancia en la mayoría de los corazones humanos que es el egoísmo mondo y lirondo.
Recuerdo que cierto día, un viejo amigo mío licenciado en psicología, me comentaba las etapas por las que pasaban un buen número de matrimonios.
La primera y debido a la plena felicidad que ambos disfrutan, su natural enamoramiento no les deja ver los defectos del otro. Una segunda algo distante de la primera, es la etapa en la que esos defectos comienzan a aparecer e incluso a molestar, preguntándose si no se habrán equivocado en la elección de su pareja. Y una tercera, posiblemente muy cercana a la segunda, es la etapa en la cual, solo se ven esos defectos, y uno piensa si será capaz de aceptarlos.
Por suerte, me decía mi viejo amigo, no siempre es así y uno encuentra matrimonios que han aprendido a ver las virtudes de su pareja y saben disimular sus defectos. Simplemente porque se han dado cuenta que ese camino les conduce por un camino más derecho hacia la felicidad, al sentirse comprendidos en sus fallos y valorados en sus virtudes.
Con un rostro iluminado por el aplastante amor que Fernando profesa a su esposa Alicia, cerró esta hermosa reunión de amigos confesándonos que al final ha descubierto que ha sido más querido de lo que nunca se hubiese atrevido a imaginar. El amor al final, siempre gana.