Por cierto Manuel Diaz que esta manera tan sencilla de exponer la verdad sobre la sangre va a ser muy eficaz delante de un TJ.
Pero si deseas informacion algo mas extensa te adjunto estudio detallado del profesor Vidal Manzanares uan persona a la que conozco telefonicamente y cuya vida corrio paralela a la mia durante unos cinco años, ahi lo tienes por si es de tu interes:
"Quizá una de las características más dramáticas de la trayectoria histórica de las sectas sea su desprecio por la existencia de sus adeptos. El miembro de la secta es sólo una cosa, un ser susceptible de verse explotado o aprovechado en beneficio de la secta, carente de derechos y de la tutela de alguien que busque su bien espiritual, material y psicológico. Por esto no debería extrañarnos que la inmensa mayoría de las sectas pretenda contar con conocimientos de medicina geniales y magníficos, que se contradicen totalmente, por otra parte, con los más elementales de la medicina moderna.
Uno de estos ejemplos (por desgracia, no el único) lo constituye la actitud de los Testigos de Jehová hacia las transfusiones de sangre. Estamos acostumbrados a escuchar en los medios de comunicación las noticias de Testigos de Jehová que han dejado morir a hijos u otros familiares por su empecinamiento en guardar una de las doctrinas características de la secta: la prohibición de las transfusiones de sangre.
Pero ¿qué base aducen los Testigos de Jehová para sustentar esta prohibición? Sustancialmente, como veremos en el capítulo siguiente, su argumento arranca de la torcida teología de los adventistas, pero llevado hasta sus últimas consecuencias. Se puede resumir en los siguientes aspectos:
1. La prohibición de tomar sangre es universal, puesto que se dictó a los propios descendientes de Noé después del diluvio. Muestra de que sigue vigente es el hecho de que todavía sale el arco iris (Gén 9,4 ss).
2. Esta prohibición (que es universal) aparece recogida luego expresamente en la ley del pueblo de Israel (Dt 12,23 ss, etcétera).
3. Al concluir el dominio de la ley de Moisés sobre los cristianos, sin embargo, el mandato sigue vigente, como se desprende de la orden apostólica del concilio de Jerusalén (He 15,28-29).
Pasemos, pues, ahora a examinar una tras otra las razones aducidas por los Testigos de Jehová para permitir la muerte de seres inocentes.
1. El pacto de Noé no prohíbe tomar sangre
Los judíos de todos los tiempos han tenido siempre claro (algo que no les sucede ni a adventistas ni a Testigos de Jehová) que el pacto concluido entre Dios y Noé y sus descendientes no implicaba ni el sometimiento a la ley de Moisés (que es posterior) ni tampoco un conjunto de reglas complicadas [ Para un examen del tema desde una perspectiva judía, cf A. Cohen, Everyman's Talmud, N. York 1975, 61, 65 y 237.]. Este pacto está formado por un mínimo de preceptos de no difícil cumplimiento, a los que de manera natural se hallan sometidos los no-judíos hasta la llegada del Mesías. Para los cristianos, pues, carecen de aplicación ya como principio moral. Pero, no obstante, ¿prohibió el pacto de Noé las transfusiones de sangre?
La respuesta es un no radical. El versículo 4 en el que se señala que "la carne no ha de ser comida con su alma, con su sangre", no fue ni es interpretado por los mismos israelitas como una referencia a una prohibición de comer sangre para los no-judíos. Lo que ahí se prohíbe es una conducta brutal con los animales: comerlos vivos cuando en su interior está su alma todavía. Así era entendido por los judíos de la época de Jesús (y muy anteriormente a él), puesto que el Talmud señala [Sanh, 56a] que el mandato de Gén 9,4 se refiere a "devorar un miembro arrancado a un animal vivo".
Es muy posible que el adepto que escuche este razonamiento (provisto del rigor de siglos de historia, y no fruto, como el de su secta, de varias décadas de desvarío exegético) se niegue a aceptarlo; sin embargo, si conociera la Biblia, bien sabría que la ley de Moisés no ponía ningún reparo a que un no-judío tomara sangre, ya que aquél no se hallaba sujeto más que a los mandatos del pacto con Noé.
Un ejemplo claro de esto lo constituye lo que la ley de Moisés establecía al respecto. En ésta se señalaba que todo animal debía ser desangrado en medio del pueblo de Israel. Por ello, un animal que hubiera muerto sin ser sacrificado ritualmente no podía ser comido por un israelita: no había sido desangrado, y le estaba vedado su consumo. Pero ¿qué sucedía con el no-judío, que podía comer tranquilamente cualquier animal con sangre? Veamos lo que dice la Biblia: "No comeréis ninguna bestia muerta. Se la darás al forastero que habita en tu ciudad para que él la coma, o bien véndesela a un extranjero" (Dt 14,21).
La ley de Moisés resultaba así consecuente con el pacto de Noé: un no-judío podía comer un animal con sangre. Para aceptar que los Testigos de Jehová tienen razón en su interpretación del pasaje de Gén 9 tendríamos que aceptar que la Biblia se contradice con él en Dt 14, 21; pero lo cierto es que al autor de estas líneas (y supongo que al lector) le parece más verosímil aceptar el hecho de que la interpretación de los Testigos de Jehová es errónea que la posibilidad de que la Biblia se contradiga.
Por último, digamos en relación con este pasaje, tan maltratado por la exégesis absurda de la Watchtower, que el arco iris no es una señal de la universalidad de la prohibición de sangre. El mismo texto del Génesis lo establece: "Establezco mi pacto con vosotros y nunca más volverá a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni existirá otro diluvio que aniquile la tierra" (Gén 9,11).
Lo que Dios señala es que el arco iris es un recordatorio de que no habrá otro diluvio provocado por él contra la humanidad; pero para nada se habla de una prohibición universal de comer sangre, y no digamos ya de hacer transfusiones de ella.
2. La ley de Moisés no es de aplicación para los cristianos
Es cierto que la ley de Moisés prohibía el consumo de sangre para los hijos de Israel, pero no para los no-judíos, como hemos tenido ocasión de ver. En todo caso, lo cierto es que el Nuevo Testamento es terminante en su enseñanza de que no estamos bajo la ley de Moisés [Un punto de vista opuesto a éste es el mantenido por los Adventistas del Séptimo Día, que desde el surgimiento de la "autonombrada" profetisa Ellen White insisten en que los cristianos se hallan bajo la obligación de cumplir con la ley de Moisés. Como veremos en este apartado, tal obligación no existe; pero es que, además, lo que los adventistas interpretan como cumplimiento de la ley de Moisés se asemeja sólo lejanamente a ello y resultaría inaceptable para cualquier israelita medianamente cumplidor de la misma.
Quizá el libro donde más claramente se desarrolla esta enseñanza sea la epístola de san Pablo a los Gálatas. El apóstol se veía enfrentado a un grupo ultralegalista (muy similar, por cierto, a los actuales adventistas), que, valiéndose de malas artes, estaba enseñando a los cristianos no-judíos que debían someterse a toda la ley de Moisés si deseaban ser cristianos. En suma, iban más allá de lo señalado en el pacto de Noé y de lo enseñado por la Iglesia apostólica.
Pablo reacciona de manera tajante y manifiesta que la ley de Moisés deja de cumplir una misión tras la venida del mesías; que los cristianos, por lo tanto, no se hallan sometidos a la misma. Dejémosle hablar a él: "Cristo nos rescató de la maldición de la ley haciéndose maldición por nosotros" (Gál 3,13). "Entonces ¿cuál era la finalidad de la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones hasta que llegase la descendencia (Cristo) a quien estaba destinada la promesa" (Gál 3,19). "La ley ha sido nuestro pedagogo hasta que llegó Cristo, para ser justificados por la fe" (Gál 3,26).
Pablo es claro y contundente: el cristiano no se halla sujeto a la ley de Moisés, sino que obtiene su salvación al depositar su fe en Cristo. Ahora bien, esto resulta tan claro que los mismos Testigos de Jehová lo reconocen: un cristiano no está bajo la ley de Moisés, y por tanto no tiene obligación de someterse a ella. No podemos, pues, justificar la prohibición de las transfusiones de sangre en la ley de Moisés.
3. La Iglesia apostólica no enseñó una prohibición universal de tomar sangre
Naturalmente, todo lo anterior no tiene una especial importancia para los Testigos de Jehová, porque ellos están convencidos de que es el mismo Nuevo Testamento con toda su autoridad apostólica el que señala de manera tajante la prohibición de dar o recibir sangre en transfusión. El texto que se aduce al respecto es el de He 15, 28-29: "Nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros más cargas que estas mínimas: que os abstengáis de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza".
Olvidan los Testigos de Jehová al mencionar este pasaje el conocido adagio de que "un texto sin contexto es sólo un pretexto"; y es que en él no se da una prohibición universal para todos los creyentes, y menos de aceptar transfusiones de sangre. Veamos, pues, el contexto de la controversia dirimida por el concilio de Jerusalén, y así sabremos lo que los apóstoles decidieron y si esto es lo mismo que lo que enseña la Sociedad Watchtower.
San Lucas señala que el problema de fondo era la existencia de algunos ultralegalistas que pretendían que los cristianos no-judíos debían circuncidarse y guardar toda la ley de Moisés (He 15,1).
Tal punto de vista provocó un enfrentamiento con Pablo y Bernabé, quienes, como hemos visto, enseñaban que el cristiano no estaba sujeto a la ley de Moisés (He 15, 2a). Finalmente se optó por enviar a representantes de ambas posturas a Jerusalén para que las expusieran ante los apóstoles y éstos tomaran una decisión (He 15, 2b).
Parece ser que inicialmente el relato de los logros misioneros de Pablo inclinó la balanza en favor de éste y que dio la impresión de que todo se solucionaría con facilidad (He 15, 4). Pero en ese momento intervinieron algunos de la secta de los fariseos y exigieron el cumplimiento de toda la ley por parte de los recién convertidos al cristianismo (He 15, 5). El recurso a un concilio resultó así inevitable (He 15, 6).
San Lucas ha recogido fundamentalmente dos de las intervenciones en aquel debate: la de Pedro y la de Santiago. El primero (He 15, 7-11) apoyó resueltamente la enseñanza de Pablo en el sentido de que la salvación no se obtenía por el cumplimiento de la ley, sino por la fe en Cristo; y debió de causar una impresión tan buena en el auditorio, que Pablo se animó a narrar cómo Dios había bendecido su misión entre los no-judíos (He 15, 12).
Al concluir Pablo, hizo su intervención Santiago (He 15, 13-21). Éste aceptaba lo expuesto por Pedro y Pablo, e incluso citó algunos pasajes del Antiguo Testamento que apoyaban tal tesis; pero insistió en que había un problema, no doctrinal, sino pastoral, que estaba en el origen de aquella reunión y que debía ser solventado: ¿qué se hacía con los cristianos no-judíos de Antioquía, Siria y Cilicia?
En teoría cabían tres posibilidades. La primera hubiera sido obligarles a cumplir la ley totalmente. Tal posibilidad resultaba inaceptable porque contradecía todo el testimonio apostólico. La segunda era no obligarles a cumplir en absoluto la ley de Moisés. En teoría, tal salida era coherente con lo señalado por los apóstoles, pero hubiera producido un escándalo innecesario a los judíos (especialmente fariseos) que iban aceptando a Jesús como mesías. Por ello se optó por una tercera posibilidad para ese caso concreto: aceptar algunos aspectos de la ley mosaica -los mismos que se exigían a los prosélitos-, a fin de evitar el escándalo de los ultralegalistas. Los creyentes no-judíos de Antioquía, Siria y Cilicia (He 13, 23) deberían abstenerse de algunos principios elementales: comer de lo sacrificado a los ídolos, comer alimentos no desangrados, comer sangre y contraer matrimonios consanguíneos, de acuerdo con la ley de Moisés [Es obvio que ése es el significado que tiene aquí el término porneia, que hemos traducido, como la Biblia de Jerusalén, por "impureza", y no por "fornicación". La razón fundamental para adoptar esta interpretación es de tipo histórico: el concilio prohibía de acuerdo con las normas básicas para los prosélitos del judaísmo.].
Ahora bien, no nos encontramos aquí con una enseñanza universal aplicable a todos los creyentes, sino con una aplicación del principio de causar escándalo al hermano; por lo tanto, el cristiano no está obligado a abstenerse de tomar sangre. Tal afirmación se desprende, a nuestro juicio, de las siguientes razones:
a) La prohibición de tomar sangre está limitada a los cristianos no-judíos de Antioquia, Siria y Cilicia; así se establece taxativamente en el versículo 23 del capítulo 15, que la Watchtower se guarda muy bien de citar. No hay referencia a que sea un mandato universal y, desde luego, no volvió a repetirse en otras ocasiones.
b) La Iglesia primitiva, para evitar escándalo, estuvo dispuesta a aceptar preceptos que no le incumbían: así vemos en He 16, 1-3 que Pablo circuncidó a Timoteo para evitar escándalo a los judíos. Demasiado sabía el apóstol que un cristiano no está obligado a circuncidarse (Gál 5, 1-6), pero aceptó someterse a tal precepto para no invalidar el testimonio evangélico.
Otro ejemplo de este tipo se halla en He 21, 20-26. En este pasaje se nos narra cómo Pablo al regresar a Jerusalén se encontró con una oposición considerable de sus compatriotas. Santiago le aconsejó entonces que pagara el voto judío de unos jóvenes, para no causar escándalo y no dañar el testimonio evangélico. Pablo lo aceptó, guiado por el principio de no causar escándalo, aunque era bien consciente de que no existía obligación preceptual de hacerlo.
En todas estas conductas, pues, asistimos a un principio claro, expresado por Pablo como nadie en el conocido pasaje de I Cor 9, 19-23, que merece la pena citar en su totalidad: "Lo cierto es que, siendo libre, me he convertido en un esclavo de todos para ganar al mayor número de personas. De cara a los judíos, me he hecho judío para ganar a los judíos; de cara a los que están bajo la ley, como si estuviera bajo la ley -aunque no lo estoy- a fin de ganar a los que se encuentran bajo la misma. De cara a los que están sin ley, como si estuviera sin ley para ganar a los que están sin ley, aunque yo no estoy sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo. Me he convertido en débil de cara a los débiles. Me he convertido en todo de cara a todos para salvar como sea a algunos. Y todo esto lo hago por el evangelio, para participar de él".
El principio no puede resultar más claro: lo importante es que la gente pueda conocer a Jesús y salvarse. Si esto exigía pequeñas renuncias puntuales para evitar el escándalo y así evitar que la gente no oyera el evangelio, bienvenidas. Quizá en algunas Iglesias (como Antioquía, Siria y Cilicia para los no-judíos) hubiera que aceptar abstenerse de sangre para no causar escándalo; en otros casos algún hermano tendría que aceptar la circuncisión (como pasó con Timoteo) o bien consentir en ciertos ritos judíos (como Pablo en Jerusalén) para no crear obstáculo al evangelio; pero de ello no se desprendía que hubiera una obligación universal de seguir tal precepto. La única obligación era no poner obstáculos por cuestiones secundarias en el camino de aquellos a los que Cristo era anunciado.
Los misioneros entre judíos, entre musulmanes o entre paganos saben hasta qué punto esta táctica misionera era correcta. Un musulmán ante el que se comiera cerdo o un judío ante el que se consumiera marisco no recibirían semejante actitud como un anuncio de libertad, sino como un desprecio de su fe. Por lo tanto, el cristiano ante ellos debería abstenerse de comer tales alimentos; y esto no por estar obligado a ello, sino por amor al ser humano que quizá aún no oyó hablar de Cristo
El autor de estas líneas ha tenido oportunidad de comer en varias ocasiones con adventistas y Testigos de Jehová. Jamás ha utilizado tales oportunidades para mostrarles su convicción de que no existe obligación de seguir la dieta pseudo-levítica de los primeros o aceptar la prohibición de sangre de los segundos. Ha ceñido gustosamente su manera de saciar el apetito a lo que pudiera ser aceptable para ellos, precisamente en la esperanza de que lleguen a conocer a Jesús profundamente.
c) Las prohibiciones contenidas en He 15, 28-29 no fueron aplicadas a otras Iglesias, y por lo tanto ni tienen valor universal ni se nos aplican a nosotros.
Que la tesis que hemos sostenido en las páginas anteriores es correcta viene determinado de manera irrefutable por la enseñanza apostólica del primer siglo.
En He 15, 28-29 se nos dice que los cristianos no-judíos de Antioquía, Siria y Cilicia no debían comer lo sacrificado a los ídolos. Era un caso puntual, porque Pablo después enseñó claramente que se podía comer de lo sacrificado a los ídolos (I Cor 8), pero teniendo buen cuidado (una vez más) de no escandalizar a nadie.
También en He 15, 28-29 se nos habla de la prohibición de comer lo estrangulado y la sangre. Ahora bien, la enseñanza del apóstol con posterioridad es que se puede comer de todo sin excepción, salvo la sangre, a condición de no causar escándalo: "Que nadie procure su propio interés, sino el de los otros. Comed todo lo que se vende en el mercado sin plantearos cuestiones de conciencia" (l Cor 10, 24-25).
Personalmente, yo me siento más seguro siguiendo la enseñanza del apóstol que la de la Watchtower.
4. Conclusión
A lo largo de las páginas precedentes hemos asistido a uno de los ejemplos más lamentables de exégesis que podrían aducirse en relación con las sectas. Arrancando de un texto que no enseña lo que pretende la Watchtower (Gén 9), de otros que la misma Watchtower reconoce que no tienen aplicación para los cristianos (los referentes a la ley de Moisés) y de uno absolutamente descontextuado y privado de su trasfondo global en el Nuevo Testamento (He 15), las autoridades de esta secta se han hecho responsables de la muerte inocente de docenas de seres humanos. Quizá eso sea una prueba más de que la teología nunca es neutral en sus consecuencias, y también de que las primeras víctimas de las sectas son sus propios adeptos. Y ¿acaso aquel que haya perdido un cónyuge, un padre, un hijo, un ser querido, por obedecer irreflexivamente a la teología de la secta y por no examinar con seriedad lo que enseña la Biblia lo recuperará de manos de la Watchtower? Inútil es decir que no. Sólo lo habrá sacrificado a los apetitos de poder y dominación de una multinacional de la religión carente de escrúpulos."