Tolerancia y permisivismo pueden parecer, a primera vista, sinónimos. No lo son. La tolerancia es permisiva, no permisivista. Y el permisivo no es tolerancia, sino hipertrofia, enfermedad de la tolerancia en exceso. En la tolerancia se da permisividad. En el permisivismo hay también permisividad. Pero con una diferencia cualitativa. En la tolerancia la permisividad está limitada. En el permisivismo carece de límites.
Existe, pese a las argucias de todos los relativismos, un cuadro de valores que no pueden quedar protegidos bajo la sombrilla de la tolerancia. Está dice no al aborto; el permisivismo, si. Ante las pretensiones de reconocimiento jurídico de la homosexualidad, la tolerancia las niega; el permisivismo, las acepta. La tolerancia no admite la eutanasia; el permisivismo la admite. Aquella rechaza todo incesto; éste no tiene dificultad en admitirlo. La tolerancia no admite la pretendida pluralidad de nuevas formas familiares, el permisivismo no sólo las acoge, sino que las fomenta.
Estamos llamados a una movilización general de los espíritus, a la que deben incorporarse en primera línea las nuevas minorías de choque para hacer frente a los ataques de las ideologías deshumanizantes. El laicismo ha levantado los nuevos becerros del oro y del placer. La crisis más peligrosa que puede afectar al hombre es la confusión entre el bien y el mal, la cual imposibilita el construir, el conservar el orden moral de las personas y de las instituciones y que llega con audacia insolente a convertir paradójicamente la conducta que es delito en derecho consagrado. “sed discípulos de la verdad hasta las últimas consecuencias, aun cuando debáis soportar la incomprensión y el aislamiento”. No cabe ceder ante las presiones demagógicas de grupos de presión, que no tienen en cuenta el bien de la sociedad.
Hay que evitar la sensación de impotencia, que la comparación entre las fuerzas humanamente poderosas del adversario y las fuerzas divinamente débiles de la evangelización puede suscitar. Débiles, pero también poderosas. Frente a los nuevos Goliat hay que recurrir a las energías de David.
En el mundo de hoy, como en el mundo de ayer, se alzan poderosas estructuras de pecado y también se levantan consistentes estructuras de la virtud. Si la cizaña construye pirámides del vicio, el trigo edifica templos de la virtud. El valor santificador de lo diario puesto al servicio de Dios y del prójimo contrapesa con eficacia providencial los desórdenes convulsivos de las ideologías que niegan a Dios y con ello niegan también inexorablemente al hombre. No debe olvidarse la estima que Dios hace de la virtud incluso en situaciones generalizadas de pecado. El diálogo de Abraham con Yahave ante Sodoma es divinamente definitivo (Gn 18, 23-33)
Existe, pese a las argucias de todos los relativismos, un cuadro de valores que no pueden quedar protegidos bajo la sombrilla de la tolerancia. Está dice no al aborto; el permisivismo, si. Ante las pretensiones de reconocimiento jurídico de la homosexualidad, la tolerancia las niega; el permisivismo, las acepta. La tolerancia no admite la eutanasia; el permisivismo la admite. Aquella rechaza todo incesto; éste no tiene dificultad en admitirlo. La tolerancia no admite la pretendida pluralidad de nuevas formas familiares, el permisivismo no sólo las acoge, sino que las fomenta.
Estamos llamados a una movilización general de los espíritus, a la que deben incorporarse en primera línea las nuevas minorías de choque para hacer frente a los ataques de las ideologías deshumanizantes. El laicismo ha levantado los nuevos becerros del oro y del placer. La crisis más peligrosa que puede afectar al hombre es la confusión entre el bien y el mal, la cual imposibilita el construir, el conservar el orden moral de las personas y de las instituciones y que llega con audacia insolente a convertir paradójicamente la conducta que es delito en derecho consagrado. “sed discípulos de la verdad hasta las últimas consecuencias, aun cuando debáis soportar la incomprensión y el aislamiento”. No cabe ceder ante las presiones demagógicas de grupos de presión, que no tienen en cuenta el bien de la sociedad.
Hay que evitar la sensación de impotencia, que la comparación entre las fuerzas humanamente poderosas del adversario y las fuerzas divinamente débiles de la evangelización puede suscitar. Débiles, pero también poderosas. Frente a los nuevos Goliat hay que recurrir a las energías de David.
En el mundo de hoy, como en el mundo de ayer, se alzan poderosas estructuras de pecado y también se levantan consistentes estructuras de la virtud. Si la cizaña construye pirámides del vicio, el trigo edifica templos de la virtud. El valor santificador de lo diario puesto al servicio de Dios y del prójimo contrapesa con eficacia providencial los desórdenes convulsivos de las ideologías que niegan a Dios y con ello niegan también inexorablemente al hombre. No debe olvidarse la estima que Dios hace de la virtud incluso en situaciones generalizadas de pecado. El diálogo de Abraham con Yahave ante Sodoma es divinamente definitivo (Gn 18, 23-33)