Miriam Vargas Machuca: Vivía y dormía tirada en los callejones, y me drogaba. Salía con todos los muchachos. Les decía “vamos a asaltar pues, para conseguir más dinero para seguir drogándonos”.
Omar: Miriam, compártenos un poco acerca de tu niñez. ¿Cómo transcurre?
Miriam: Mi papá salió así un día de la casa: “Ya vengo, Blanca”. Salió. Nunca más volvió. Y mi mamá parece que se vio hundida en la desesperación porque ella no tenía ni profesión ni nada. Ella era de Huancayo. Era ignorante y de un momento a otro se vio con cuatro hijos encima. Mi hermana menor estaba enferma, grave, murió. Y entonces ella parece que lo único que hizo fue dispersarnos a nosotras.
Las niñas crecieron entonces sin educación y recibiendo maltratos verbales y físicos. Hasta que, luego de dos años, su madre volvió a juntarlas.
Miriam: Mi madre regresó por nosotras pero era una mujer que no tenía nunca la más pequeña muestra de amor con nosotras. Yo no recuerdo jamás, que mi madre a mí me haya abrazado, me haya dado un beso o que me haya dicho una palabra buena. Para ella éramos una maldición.
Ante tanto maltrato, las hermanas de Miriam se volvieron sumisas. Pero no pasó lo mismo con ella.
Miriam: Yo desde niña, muy niña, yo mostré un carácter muy rebelde. No sé porqué pero me oponía a todo. Si ella decía “A”, yo decía “Z”. Si ella decía “haz esto”, yo hacía lo contrario. Siempre era así. Era la contradicción de ella por lo que ella generó un odio contra mí. Yo, siendo niña, me podía decir diez veces “cállate”. Me volteaba la cara a cachetadas. Yo no lloraba. La miraba. La enfrentaba. Entonces éramos como dos rivales.
La rivalidad entre Miriam y su mamá llegó a tal extremo que su mamá la internó en un convento de monjas. Pero nada conmovió el corazón de su madre. Y un día Miriam se escapó sin imaginar lo que iba a sucederle.
Miriam: Me subí a un carro de un hombre. Yo era niña. Él, yendo por la carretera, dobló por otras calles. Me violó en una chacra. Me dejó botada. Y ahí yo así tenía más odio cada vez. Me entró una depresión fuerte por todo lo que pasaba. Había líquidos para fumigar en la granja. Me los tomé. Me envenené. Casi me quedo ciega.
Miriam sería llevada de emergencia al hospital, donde le esperaba otra sorpresa.
Miriam: Mi mamá estaba ahí. Y lejos de decirme “¿Qué ha pasado, hijita? Perdón”, ni bien la vi y me dijeron “ahí está tu mamá”, yo dije “va a entrar llorando mi mamá”. “Tú no te cansas de hacer estupideces, me tienes harta, por eso no sé cómo deshacerme de ti”. Entró a maldecirme de nuevo. Y me dijo: “ahora vas a ir a Lima, ya verás quién, cómo estudias, quién te hace estudiar porque yo no me voy a hacer cargo de ti”.
Miriam regresó a Lima pero se encontró con que su mamá ya tenía otra pareja y que su hermana Cecilia había tomado un camino equivocado.
Miriam: Tomaba. Consumía. Tenía amigos. Tenía otro ambiente. Fumaba marihuana. Cuando me vio, parece que vio una compañera para salir. Empezamos a salir. Nos íbamos a Manchay, tomábamos trago. Mi mamá nos esperaba. Siempre nos golpeaba. “Ah, qué nos importa”, decía yo, “si igual nos va a matar hagas o no hagas, igual te va a agarrar a palos”.
Los años transcurrieron, llena de furia Mirian no pudo soportar esta escena…
Miriam: Un día llegué. Me quiso agarrar a palos y ya yo era una mujer. Ya pensaba diferente. Yo la cogí y le dije. “A mí es la última vez que me tocas a mí”. Ella sintió miedo porque yo le acerqué mi cara a su cara. Y le dije “hasta acá que me tocaste”. Ella retrocedió, empezó a gritar y despertó a mi padrastro. Me dijo que me largue de su casa, que me vaya, que no me quería ver nunca, que era una maldita, que me parecía a mi padre. Y ese era su odio contra mí.
Sin lugar a donde ir y con una severa adicción a la marihuana, Miriam comenzó a convivir con delincuentes.
Miriam: Era bien astuta. Me metía con el que batuteaba el callejón. A mí me importa que su mujer sea quien sea. Agarraba, me buscaba resguardo. Me aseguraba de que me cuiden las espaldas. Así fui agarrando escuela, pero en un mundo de delincuencia. Fui agarrando astucia, fui odiando todo. Yo me fui haciendo fuerte, me fui haciendo respetar. Empecé a meterme a asaltar, a robar. Me fui presa por primera vez, conocí la cárcel. Adentro era duro.
En la prisión, Miriam se encontró con más mujeres peligrosas, que querían abusar de ella.
Miriam: Me empezaba a medir con ella. Decía: “Y, tiene mi talla, tiene mi peso”. Y las observaba cuando se agarraban, se trompeaban, yo miraba y decía: “Yo también puedo”. Y así empecé. Salí a la calle. De nuevo, ya me iba a los huecos. Salía de nuevo a robar. A mí me gustaba la plata. A mí me gustaba figurar. Ésa es la verdad. A mí me gustaba decir “Yo soy la Gata”. Yo disfrutaba el dinero, de tenerlo yo y disponerlo yo. A mí no me gustaba sentarme a esperarme o conseguirme un marido palomilla que salga a la cancha, venga y me diga: “ya gané, vamos a fumar”. Parecía un hombre. Me vestía como hombre. Paraba con mi gorro como un hombre. Y muchos pensaban que yo era marimacha. Me gustaba vivir en medio de esa violencia, de ese sobresalto. Para mí era bacán.
Su vida dio un giro cuando al enfrentarse a unos policías, mató a uno.
Miriam: Yo ni siquiera dije “tengo buena puntería”. Hice así y le cayó en la cabeza y cuando han esperado las 4 de la tarde, levantaron los cadáveres y me han llevado de frente a la prisión. Me opinaban 25 años. Estuve 9 años.
Miriam no debía salir tan pronto. Pero un narcotraficante que se había enamorado de ella compró su libertad. Luego se hicieron pareja y hasta tuvieron una hija.
Miriam: Hasta que me enteré de que él me era infiel. Tenía otra mujer. De nuevo me metí al vicio porque cuando viví con él dejé de fumar. Unos dos años. Empecé a andar por aquí y por allá. Y me metí con otro y me fui enredando así.
Omar: ¿Cuándo tocaste fondo?
Miriam: Bueno, yo viví con un moreno en Renovación. Yo fui a vivir allá con mi hija. Había dejado a Manuel, al papá de Blanca. Y un día subí al altillo. Y Blanca estaba echada en la cama, durmiendo. Tenía cuatro años. Y él estaba con el pene afuera, en la cama al lado de mi hija.
Llena de furia, fue a la cocina y sacó un cuchillo con el que atacó a Casanova, el hombre que era su pareja.
Miriam: Y yo le metí siete puñaladas. Lo mandé al hospital. Y me fui. Porque las hermanas eran de lo más berracas que podía haber. Eran unas negras enormes. Yo ya me había mechado con una de ellas. Y dije “entre todas, si me chapan”. No era tonta. Agarré a Blanca y me fui. Y yo dije “lo maté, lo maté”. Yo decía: “¡lo maté!”. Cuando supe que él había salido del hospital. Le había vaciado el hígado. Pero se había puesto bien. Y andar con Blanca de un lugar a otro y yo, consumiendo, era duro. Pero él (ha pasado un mes y medio que salió del hospital) me empezó a buscar de nuevo.
Muy pronto, Casanova daría con el paradero de Miriam y allí le diría algo que ella no se esperaba.
Miriam: Me dijo que él me amaba, que me perdonaba, que no me preocupe por su familia porque él había hablado con ellos y que vuelva a la casa.
Miriam regresó con Casanova pero sólo sentía odio por él. Y cuando se enteró de un golpe que iba a dar, decidió que ése sería el último de su vida.
Miriam: Yo agarré, me fui donde el Capitán y le dije: “Yo te voy a dar un dato. De un laburo” “¿De qué?” “Pero con una condición” “Sí” “De que tú lo mates. Yo quiero que lo mates. Quiero que se muera”. Yo ya no quería hacerle nada. No quería irme presa. Ya pensaba. Y fue tal y conforme. Yo estaba metida en el callejón. Escuché la balacera a lo lejos. Yo sabía lo que estaba sucediendo.
Sentí cuando se estrellaba el carro en la puerta del callejón. Cuando yo salí corriendo a ver, yo lo vi muerto dentro del carro. Se habían rodeado los patrulleros. Lo acribillaron. Pero mi error mío fue que me ganó mi miedo. Me ganó el miedo por lo que yo había hecho. Y en vez de quedarme al velorio, al entierro, “que yo no sé nada”, me fui en ese rato. Cuando todo el laberinto pasó, llevaron a la morgue, salió al día en los periódicos al día siguiente, todos decían “¿Dónde está Miriam? ¿Y por qué no está? Ella misma es”. Y me empezaron a buscar para matarme. Y yo andaba con Blanca en los brazos. Me metía a una casa, a un callejón.
En aquella soledad y sin saber qué hacer, quedó Miriam con su hija.
Miriam: Dormía en los carros. Y a veces a Blanca la dejaba en los carros. Le decía “No te muevas de acá, voy a conseguir dinero”. Pero me decía “¿No te vas a demorar?” “Quédate acá, sólo quiero que no te muevas de acá, que te agaches y que nadie te vea”. Y ella obedecía.
Miriam consiguió la protección de una banda de delincuentes y así pudo librarse de la persecución. Pero dentro de ella, comenzó a crecer un sentimiento de vacío y soledad.
Miriam: De ahí me fui hundiendo. Andar en los parques, dejé a mi hija con mis cuñadas. La fui a entregar allá, la dejé y así, la tristeza de ya no tener mi casa, ya no tener mi marido, todo de nuevo se había destruido. Yo levantaba algo, se destruía. Nunca salía nada bien y ya estaba cansada.
Omar: ¿Pensaste alguna vez acabar con tu vida?
Miriam: No sé, yo pienso que yo era fuerte. No me cortaba, no me envenenaba. Tiraba pa delante. No sé, pensaba que en cualquier momento iba a haber una salida.
La salida estaba por llegar. Ella conocería a un hombre, el Pastor Carlos Quispe, que iba a darle un giro inesperado a su vida.
Miriam: Él pasaba, con el auto me rodeaba y me daba la vuelta y me decía “¡Cristo te ama, Gata, Cristo te ama!”. Él me gritaba y me decía: “Declaro que eres una mujer de Dios”. “Ay, qué ocioso”, decía yo. Me tenía aburrida, me quería hablar. Poco a poco me fui haciendo amiga de él. Ya que me empezó a invitar a los cultos, ya que empecé yo “a ver, voy a ir, voy a ir a ver”. Iba ambulatoriamente. Me empezó a ministrar. Me dijo “recibe a Cristo en tu corazón, sólo Cristo va a ordenarlo todo, todo se va a arreglar”.
Aquellas palabras comenzarían a crear dudas que Miriam nunca había tenido.
Miriam: Y me ponía a meditar mirando la pared y empezaba a decir: “¿Tú existes? ¿Será? ¿Será que eres Dios y que tú estás acá y que tú me amas?”, empezaba a conversar con Dios. ¡Con mi trago y mi droga y todo! Al Señor no le importa tu situación, tu condición. Un día le dije: “Si tú eres Dios, ¿por qué tú no me sacas de aquí? ¿Por qué tú no cambias todo esto? ¿Por qué yo no me despierto y dejo de ver a toda esta gente drogándose y veo otra cosa? Porque ya yo no quiero ver más esto”.
Para esto vino Carlos Quispe y yo estaba con una botella de licor. Él quiso hablarme en el portón para decirme que vuelva, que porqué no iba a los cultos. Y recuerdo que yo puse la botella al lado del portón y le dije: “Pastor, tú sabes que yo ya he ido ya, ya no pasa nada conmigo”. Yo iba y recaía. Entonces, “el tiempo es de Dios. Cuando Dios quiera que yo cambie, Él va a venir y me va a decir ¡Miriam, hasta acá llegaste! Él me va a detener. Ya déjalo en manos del Señor”
Miriam rechazó la invitación del pastor. Lo que no imaginaba es que a los dos días de eso escucharía esas mismas palabras pero de la boca de un policía.
Miriam: De un portazo sentí que abrían la puerta. De verdad, me dijo mis palabras. Me dijo: “¡Gata, hasta acá llegaste, te vas a Chorrillos!”, me dijo. Yo le había dicho “Señor, sácame de acá”. Pero no así, ¡Me fui presa!
En aquella prisión, Dios comenzaría a tratar con el corazón de Miriam.
Miriam: Yo empecé a sentir gran peso por todo lo que yo era. Mucho peso por todo lo que había hecho. Y le empecé a contar con tristeza al Señor cuánto mal había hecho. Y cuando yo hice mi oración de entrega, lo primero que yo le dije al Señor es que yo me arrepentía de todo. Pero que si Él era Dios, ese Dios de amor, que si Él había muerto en una cruz para salvarme, que me perdone, que se lo lleve todo. Y que ya no vea más todo lo malo que yo era. Y que me haga ver su luz. Conocer su luz. Yo le pedí eso al Señor. Y le dije: “Yo te entrego mi corazón. Para que tú reines en él. Y sé que, a partir de ahora, va a haber luchas, va a haber pruebas, voy a entrar en un proceso, pero dame esa fuerza para dejarlo todo atrás. Yo sola no voy a poder”.
Omar: ¿Te escuchó Él?
Miriam: Sí, porque cuando yo canto, yo empecé a temblar, a mí me temblaban las piernas. No paraba de llorar. Todo fue así como un terremoto. Lloraba. Temblaba. Pero después vino mucha paz.
Así, Miriam, la Gata, abandonaría todo vicio y se convertiría en una nueva mujer. Sin embargo, los que la conocían dudaban de su cambio.
Miriam: “Ya pues, Gata”, me decían, “eso es por lo que estamos acá. Acá no hay y no hay plata. Habrá droga pero no hay plata. Y bueno pues, tú sabes que acá no se puede. Pero una vez que salgas a la calle, ahí vas a ver si no lo vas a hacer. “¡En una nada más!”, me decían, “saliendo de acá nomás, de frente te vas al hueco”. Ahora, ahora mas bien que me ven, ahora se quedan con su boca abierta.
Omar: ¿Qué cambios ha producido Cristo en tu vida?
Miriam: Yo ahora voy a ver a mi mamá, le mando chocolates, ella sigue teniendo una actitud así, pero antes yo me hubiera tumbado. No. Digo: “Pobre, a ella nadie tampoco le dio amor. Mi madre nunca la quisieron”.
Aunque Miriam no se reconcilió del todo con su madre, sí encontró paz para ella, Porque ella ahora tiene fe y está convencida de algo.
Miriam: Que si a mí alguien me hubiera presentado a Cristo siendo una niña, yo no me hubiera llenado de tanta soledad, de tanto odio y hubiera sido diferente.
Omar: ¿Qué tan agradecida estás por lo que Dios ha hecho en ti?
Miriam: Ahora yo sólo quiero servir al Señor. Quiero vivir para servir al Señor. Creo que más no puedo que darle mi vida y mi servicio y que Él guíe y haga conforme su voluntad conmigo.
Omar: Miriam, compártenos un poco acerca de tu niñez. ¿Cómo transcurre?
Miriam: Mi papá salió así un día de la casa: “Ya vengo, Blanca”. Salió. Nunca más volvió. Y mi mamá parece que se vio hundida en la desesperación porque ella no tenía ni profesión ni nada. Ella era de Huancayo. Era ignorante y de un momento a otro se vio con cuatro hijos encima. Mi hermana menor estaba enferma, grave, murió. Y entonces ella parece que lo único que hizo fue dispersarnos a nosotras.
Las niñas crecieron entonces sin educación y recibiendo maltratos verbales y físicos. Hasta que, luego de dos años, su madre volvió a juntarlas.
Miriam: Mi madre regresó por nosotras pero era una mujer que no tenía nunca la más pequeña muestra de amor con nosotras. Yo no recuerdo jamás, que mi madre a mí me haya abrazado, me haya dado un beso o que me haya dicho una palabra buena. Para ella éramos una maldición.
Ante tanto maltrato, las hermanas de Miriam se volvieron sumisas. Pero no pasó lo mismo con ella.
Miriam: Yo desde niña, muy niña, yo mostré un carácter muy rebelde. No sé porqué pero me oponía a todo. Si ella decía “A”, yo decía “Z”. Si ella decía “haz esto”, yo hacía lo contrario. Siempre era así. Era la contradicción de ella por lo que ella generó un odio contra mí. Yo, siendo niña, me podía decir diez veces “cállate”. Me volteaba la cara a cachetadas. Yo no lloraba. La miraba. La enfrentaba. Entonces éramos como dos rivales.
La rivalidad entre Miriam y su mamá llegó a tal extremo que su mamá la internó en un convento de monjas. Pero nada conmovió el corazón de su madre. Y un día Miriam se escapó sin imaginar lo que iba a sucederle.
Miriam: Me subí a un carro de un hombre. Yo era niña. Él, yendo por la carretera, dobló por otras calles. Me violó en una chacra. Me dejó botada. Y ahí yo así tenía más odio cada vez. Me entró una depresión fuerte por todo lo que pasaba. Había líquidos para fumigar en la granja. Me los tomé. Me envenené. Casi me quedo ciega.
Miriam sería llevada de emergencia al hospital, donde le esperaba otra sorpresa.
Miriam: Mi mamá estaba ahí. Y lejos de decirme “¿Qué ha pasado, hijita? Perdón”, ni bien la vi y me dijeron “ahí está tu mamá”, yo dije “va a entrar llorando mi mamá”. “Tú no te cansas de hacer estupideces, me tienes harta, por eso no sé cómo deshacerme de ti”. Entró a maldecirme de nuevo. Y me dijo: “ahora vas a ir a Lima, ya verás quién, cómo estudias, quién te hace estudiar porque yo no me voy a hacer cargo de ti”.
Miriam regresó a Lima pero se encontró con que su mamá ya tenía otra pareja y que su hermana Cecilia había tomado un camino equivocado.
Miriam: Tomaba. Consumía. Tenía amigos. Tenía otro ambiente. Fumaba marihuana. Cuando me vio, parece que vio una compañera para salir. Empezamos a salir. Nos íbamos a Manchay, tomábamos trago. Mi mamá nos esperaba. Siempre nos golpeaba. “Ah, qué nos importa”, decía yo, “si igual nos va a matar hagas o no hagas, igual te va a agarrar a palos”.
Los años transcurrieron, llena de furia Mirian no pudo soportar esta escena…
Miriam: Un día llegué. Me quiso agarrar a palos y ya yo era una mujer. Ya pensaba diferente. Yo la cogí y le dije. “A mí es la última vez que me tocas a mí”. Ella sintió miedo porque yo le acerqué mi cara a su cara. Y le dije “hasta acá que me tocaste”. Ella retrocedió, empezó a gritar y despertó a mi padrastro. Me dijo que me largue de su casa, que me vaya, que no me quería ver nunca, que era una maldita, que me parecía a mi padre. Y ese era su odio contra mí.
Sin lugar a donde ir y con una severa adicción a la marihuana, Miriam comenzó a convivir con delincuentes.
Miriam: Era bien astuta. Me metía con el que batuteaba el callejón. A mí me importa que su mujer sea quien sea. Agarraba, me buscaba resguardo. Me aseguraba de que me cuiden las espaldas. Así fui agarrando escuela, pero en un mundo de delincuencia. Fui agarrando astucia, fui odiando todo. Yo me fui haciendo fuerte, me fui haciendo respetar. Empecé a meterme a asaltar, a robar. Me fui presa por primera vez, conocí la cárcel. Adentro era duro.
En la prisión, Miriam se encontró con más mujeres peligrosas, que querían abusar de ella.
Miriam: Me empezaba a medir con ella. Decía: “Y, tiene mi talla, tiene mi peso”. Y las observaba cuando se agarraban, se trompeaban, yo miraba y decía: “Yo también puedo”. Y así empecé. Salí a la calle. De nuevo, ya me iba a los huecos. Salía de nuevo a robar. A mí me gustaba la plata. A mí me gustaba figurar. Ésa es la verdad. A mí me gustaba decir “Yo soy la Gata”. Yo disfrutaba el dinero, de tenerlo yo y disponerlo yo. A mí no me gustaba sentarme a esperarme o conseguirme un marido palomilla que salga a la cancha, venga y me diga: “ya gané, vamos a fumar”. Parecía un hombre. Me vestía como hombre. Paraba con mi gorro como un hombre. Y muchos pensaban que yo era marimacha. Me gustaba vivir en medio de esa violencia, de ese sobresalto. Para mí era bacán.
Su vida dio un giro cuando al enfrentarse a unos policías, mató a uno.
Miriam: Yo ni siquiera dije “tengo buena puntería”. Hice así y le cayó en la cabeza y cuando han esperado las 4 de la tarde, levantaron los cadáveres y me han llevado de frente a la prisión. Me opinaban 25 años. Estuve 9 años.
Miriam no debía salir tan pronto. Pero un narcotraficante que se había enamorado de ella compró su libertad. Luego se hicieron pareja y hasta tuvieron una hija.
Miriam: Hasta que me enteré de que él me era infiel. Tenía otra mujer. De nuevo me metí al vicio porque cuando viví con él dejé de fumar. Unos dos años. Empecé a andar por aquí y por allá. Y me metí con otro y me fui enredando así.
Omar: ¿Cuándo tocaste fondo?
Miriam: Bueno, yo viví con un moreno en Renovación. Yo fui a vivir allá con mi hija. Había dejado a Manuel, al papá de Blanca. Y un día subí al altillo. Y Blanca estaba echada en la cama, durmiendo. Tenía cuatro años. Y él estaba con el pene afuera, en la cama al lado de mi hija.
Llena de furia, fue a la cocina y sacó un cuchillo con el que atacó a Casanova, el hombre que era su pareja.
Miriam: Y yo le metí siete puñaladas. Lo mandé al hospital. Y me fui. Porque las hermanas eran de lo más berracas que podía haber. Eran unas negras enormes. Yo ya me había mechado con una de ellas. Y dije “entre todas, si me chapan”. No era tonta. Agarré a Blanca y me fui. Y yo dije “lo maté, lo maté”. Yo decía: “¡lo maté!”. Cuando supe que él había salido del hospital. Le había vaciado el hígado. Pero se había puesto bien. Y andar con Blanca de un lugar a otro y yo, consumiendo, era duro. Pero él (ha pasado un mes y medio que salió del hospital) me empezó a buscar de nuevo.
Muy pronto, Casanova daría con el paradero de Miriam y allí le diría algo que ella no se esperaba.
Miriam: Me dijo que él me amaba, que me perdonaba, que no me preocupe por su familia porque él había hablado con ellos y que vuelva a la casa.
Miriam regresó con Casanova pero sólo sentía odio por él. Y cuando se enteró de un golpe que iba a dar, decidió que ése sería el último de su vida.
Miriam: Yo agarré, me fui donde el Capitán y le dije: “Yo te voy a dar un dato. De un laburo” “¿De qué?” “Pero con una condición” “Sí” “De que tú lo mates. Yo quiero que lo mates. Quiero que se muera”. Yo ya no quería hacerle nada. No quería irme presa. Ya pensaba. Y fue tal y conforme. Yo estaba metida en el callejón. Escuché la balacera a lo lejos. Yo sabía lo que estaba sucediendo.
Sentí cuando se estrellaba el carro en la puerta del callejón. Cuando yo salí corriendo a ver, yo lo vi muerto dentro del carro. Se habían rodeado los patrulleros. Lo acribillaron. Pero mi error mío fue que me ganó mi miedo. Me ganó el miedo por lo que yo había hecho. Y en vez de quedarme al velorio, al entierro, “que yo no sé nada”, me fui en ese rato. Cuando todo el laberinto pasó, llevaron a la morgue, salió al día en los periódicos al día siguiente, todos decían “¿Dónde está Miriam? ¿Y por qué no está? Ella misma es”. Y me empezaron a buscar para matarme. Y yo andaba con Blanca en los brazos. Me metía a una casa, a un callejón.
En aquella soledad y sin saber qué hacer, quedó Miriam con su hija.
Miriam: Dormía en los carros. Y a veces a Blanca la dejaba en los carros. Le decía “No te muevas de acá, voy a conseguir dinero”. Pero me decía “¿No te vas a demorar?” “Quédate acá, sólo quiero que no te muevas de acá, que te agaches y que nadie te vea”. Y ella obedecía.
Miriam consiguió la protección de una banda de delincuentes y así pudo librarse de la persecución. Pero dentro de ella, comenzó a crecer un sentimiento de vacío y soledad.
Miriam: De ahí me fui hundiendo. Andar en los parques, dejé a mi hija con mis cuñadas. La fui a entregar allá, la dejé y así, la tristeza de ya no tener mi casa, ya no tener mi marido, todo de nuevo se había destruido. Yo levantaba algo, se destruía. Nunca salía nada bien y ya estaba cansada.
Omar: ¿Pensaste alguna vez acabar con tu vida?
Miriam: No sé, yo pienso que yo era fuerte. No me cortaba, no me envenenaba. Tiraba pa delante. No sé, pensaba que en cualquier momento iba a haber una salida.
La salida estaba por llegar. Ella conocería a un hombre, el Pastor Carlos Quispe, que iba a darle un giro inesperado a su vida.
Miriam: Él pasaba, con el auto me rodeaba y me daba la vuelta y me decía “¡Cristo te ama, Gata, Cristo te ama!”. Él me gritaba y me decía: “Declaro que eres una mujer de Dios”. “Ay, qué ocioso”, decía yo. Me tenía aburrida, me quería hablar. Poco a poco me fui haciendo amiga de él. Ya que me empezó a invitar a los cultos, ya que empecé yo “a ver, voy a ir, voy a ir a ver”. Iba ambulatoriamente. Me empezó a ministrar. Me dijo “recibe a Cristo en tu corazón, sólo Cristo va a ordenarlo todo, todo se va a arreglar”.
Aquellas palabras comenzarían a crear dudas que Miriam nunca había tenido.
Miriam: Y me ponía a meditar mirando la pared y empezaba a decir: “¿Tú existes? ¿Será? ¿Será que eres Dios y que tú estás acá y que tú me amas?”, empezaba a conversar con Dios. ¡Con mi trago y mi droga y todo! Al Señor no le importa tu situación, tu condición. Un día le dije: “Si tú eres Dios, ¿por qué tú no me sacas de aquí? ¿Por qué tú no cambias todo esto? ¿Por qué yo no me despierto y dejo de ver a toda esta gente drogándose y veo otra cosa? Porque ya yo no quiero ver más esto”.
Para esto vino Carlos Quispe y yo estaba con una botella de licor. Él quiso hablarme en el portón para decirme que vuelva, que porqué no iba a los cultos. Y recuerdo que yo puse la botella al lado del portón y le dije: “Pastor, tú sabes que yo ya he ido ya, ya no pasa nada conmigo”. Yo iba y recaía. Entonces, “el tiempo es de Dios. Cuando Dios quiera que yo cambie, Él va a venir y me va a decir ¡Miriam, hasta acá llegaste! Él me va a detener. Ya déjalo en manos del Señor”
Miriam rechazó la invitación del pastor. Lo que no imaginaba es que a los dos días de eso escucharía esas mismas palabras pero de la boca de un policía.
Miriam: De un portazo sentí que abrían la puerta. De verdad, me dijo mis palabras. Me dijo: “¡Gata, hasta acá llegaste, te vas a Chorrillos!”, me dijo. Yo le había dicho “Señor, sácame de acá”. Pero no así, ¡Me fui presa!
En aquella prisión, Dios comenzaría a tratar con el corazón de Miriam.
Miriam: Yo empecé a sentir gran peso por todo lo que yo era. Mucho peso por todo lo que había hecho. Y le empecé a contar con tristeza al Señor cuánto mal había hecho. Y cuando yo hice mi oración de entrega, lo primero que yo le dije al Señor es que yo me arrepentía de todo. Pero que si Él era Dios, ese Dios de amor, que si Él había muerto en una cruz para salvarme, que me perdone, que se lo lleve todo. Y que ya no vea más todo lo malo que yo era. Y que me haga ver su luz. Conocer su luz. Yo le pedí eso al Señor. Y le dije: “Yo te entrego mi corazón. Para que tú reines en él. Y sé que, a partir de ahora, va a haber luchas, va a haber pruebas, voy a entrar en un proceso, pero dame esa fuerza para dejarlo todo atrás. Yo sola no voy a poder”.
Omar: ¿Te escuchó Él?
Miriam: Sí, porque cuando yo canto, yo empecé a temblar, a mí me temblaban las piernas. No paraba de llorar. Todo fue así como un terremoto. Lloraba. Temblaba. Pero después vino mucha paz.
Así, Miriam, la Gata, abandonaría todo vicio y se convertiría en una nueva mujer. Sin embargo, los que la conocían dudaban de su cambio.
Miriam: “Ya pues, Gata”, me decían, “eso es por lo que estamos acá. Acá no hay y no hay plata. Habrá droga pero no hay plata. Y bueno pues, tú sabes que acá no se puede. Pero una vez que salgas a la calle, ahí vas a ver si no lo vas a hacer. “¡En una nada más!”, me decían, “saliendo de acá nomás, de frente te vas al hueco”. Ahora, ahora mas bien que me ven, ahora se quedan con su boca abierta.
Omar: ¿Qué cambios ha producido Cristo en tu vida?
Miriam: Yo ahora voy a ver a mi mamá, le mando chocolates, ella sigue teniendo una actitud así, pero antes yo me hubiera tumbado. No. Digo: “Pobre, a ella nadie tampoco le dio amor. Mi madre nunca la quisieron”.
Aunque Miriam no se reconcilió del todo con su madre, sí encontró paz para ella, Porque ella ahora tiene fe y está convencida de algo.
Miriam: Que si a mí alguien me hubiera presentado a Cristo siendo una niña, yo no me hubiera llenado de tanta soledad, de tanto odio y hubiera sido diferente.
Omar: ¿Qué tan agradecida estás por lo que Dios ha hecho en ti?
Miriam: Ahora yo sólo quiero servir al Señor. Quiero vivir para servir al Señor. Creo que más no puedo que darle mi vida y mi servicio y que Él guíe y haga conforme su voluntad conmigo.