TESTAMENTO DE AMOR

11 Diciembre 2007
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Cuando llegas a aquel paraje enclavado a cierta altura frente al mar, tienes la impresión de disfrutar plenamente de la naturaleza, la tranquilidad y el sosiego. Los pinos, encinas y demás árboles que le rodean te permiten respirar un aire puro y sano que huele a universo en paz.
Y es en este maravilloso lugar, donde se percibe el ruido del mar y de las olas que chocan con la playa, donde vive desde hace algún tiempo en una residencia para mayores, mi gran amigo de la infancia Alberto.

Nos conocemos hará más de cuarenta años, cuando una vez cumplidas mis obligaciones militares con el Estado accedí a mi primer empleo, ingresando como administrativo en una empresa bancaria. Los primeros consejos y ayudas pertinentes, los recibí de Alberto. Pronto iniciamos una hermosa amistad que se amplió, cuando al poco tiempo contrajo matrimonio con Adela y que ha permanecido constante hasta estos días.
Formaron una excelente pareja, donde el amor y la comprensión brillaban en sus jóvenes rostros.
Un amor que se vio premiado con la llegada de dos de hermosos retoños, que aumentó su felicidad.
Por motivos laborales tuvimos que separarnos físicamente, al tener que desplazarme a otra Ciudad. No obstante nos veíamos con bastante frecuencia para no apagar la llama de aquella bonita amistad iniciada en la sucursal de un banco de la ciudad que nos vio nacer a los dos.

Han pasado los años y en éste último, cuando se acababa el invierno y nos metíamos de lleno en el la primavera, moría Adela.
La muerte se la llevó como a tantas personas inocentes, jóvenes o viejas que solo han cometido el pecado de ser víctimas de esa enfermedad irreversible que a todos nos aterra, llamada accidente de tráfico. Una muerte que le esperaba en una carretera cualquiera, cuando un camión cualquiera arroyó el vehículo de Adela, poniendo fin a una vida llena de ilusiones.
Una muerte que asoló la vida de Alberto y de sus dos hijos, cuando su esposa y madre partía prematuramente hacia ese lugar que existe más allá de las estrellas, donde Jesús de Nazaret al que tanto amaba, la estará esperando para concederle esa Vida Eterna prometida, que todos anhelamos.
Ante esta triste situación, amentada por el principio de enfermedad de parkinson, que comenzaba a padecer mi amigo Alberto, ambos hijos de la pareja que viven en París y con su propio consentimiento, fue ingresado en una residencia para recibir la asistencia debida.
Y efectivamente, la residencia como detallo al principio de mi escrito, reúne extraordinarias condiciones generales destacando un exquisito trato humano y una magnífica asistencia médica, que podrían calificarse como muy aceptables.

Siempre que acudo a visitarle el abrazo fraternal y las lágrimas agradecidas se entre mezclan en un tiempo interminable que a la vez resulta gozoso por el encuentro. Un encuentro que por circunstancias se ve limitado por la distancia geográfica que nos separa.

Para mí, visitarle me resulta un auténtico placer, porque conversando con él me descubre un mundo maravilloso lleno de luz, de paz, de esperanza y de amor.
Paseamos por los bellos jardines que rodean el edificio, apoyado en mi brazo por el castigo que le supone esa enfermedad tan molesta e incurable como es el parkinson que le obliga a mantener movimientos torpes además de que su andar se va haciendo cada día más complicado.

Todos necesitamos compañía y ayuda, me dice, sin embargo existen momentos en que deseas estar solo sin que nadie te diga nada, sin que te ofrezcan consuelo por tu padecimiento; sin que te lleguen noticias de ninguna parte y así en silencio buscar a Jesús de Nazaret para escuchar lo mucho que tiene que grabar en mi corazón para ayudarme a ser feliz en este lugar en el que tan solitario me encuentro sin la compañía de mi amada Adela.









Así las cosas, he de confesar que comprendo perfectamente la aptitud de mi amigo, ya que dentro de la crueldad de la vida, dentro de la forma de vivir doliente que sufre la humanidad, la respuesta que a veces damos a los enfermos, a los que sufren, son casi siempre respuesta teóricas, tranquilizadoras, con las que no tratamos de decir la verdad, sino más bien dejarlos tranquilos y de rebote descargar nuestra conciencia.

En cualquier caso, me entristece la situación por la que pasa Alberto, aún cuando entienda que el dolor es camino de resurrección desde que murió Jesús; en sus manos ningún dolor se pierde cuando se acepta con un corazón rebosante de amor y esperanza. Pero esto sinceramente resulta difícil hacérselo comprender a todos aquellos que lo sufren.

La vida es hermosa, pero no fácil; es apasionante pero no acaramelada; produce alegría vivirla pero dentro del dolor. Jesús supo vivirla con amargura sin amargarse y aceptando el dolor sin dejar de mirar hacia la luz.
Para mi amigo, existen varias posturas ante su soledad familiar y ante el dolor. La primera, la rebeldía que es posiblemente la más común por el desconcierto que significa aceptar la enfermedad, sin tener a tu lado a la persona amada. La segunda, el derrumbamiento que produce amargura, viendo a la enfermedad como un monstruo que nos puede vencer, al faltar la ayuda de alguien a quien quieres. Y la tercera, la que nos sostiene a los cristianos que positivamente ante el dolor, intentamos no derrumbarnos ni resignarnos, sino comprender que si ha llegado el problema a nuestra vida hemos de entregarnos a los deseos de Dios, de ese Dios todopoderoso y a la vez Misericordioso que un buen día se llevó al cielo, a la persona que durante tantos años le colmó de felicidad.

Así es y así lo entendíamos, sentados frente al mar disfrutando de la naturaleza y del aire puro, mientras la nostalgia transportaba nuestra conversación a hermosos recuerdos de un tiempo pasado. Un tiempo que yo de vez en cuando me gusta revivir; no sé si porque fue mejor o peor, pero sobre todo porque existió, formando parte de nuestras vidas.
La tarde va cayendo y el horizonte nos ofrece la hermosa imagen de los rayos del sol proyectándose sobre el mar haciéndonos disfrutar de su bella despedida, en ese atardecer hermoso, dorado y sereno que nos invita a buscar la felicidad a lo largo de nuestro caminar.
Un caminar, señala Alberto, que me devuelve aquellos sueños que eran parte de mi vida, cuando con Adela disfrutaba de una felicidad fruto de un amor cuya llama era incapaz de extinguirse.

Por eso, yo ahora más que nunca me acuerdo y pienso en ella, cuando he de arrastrar la pesada cruz de mi enfermedad y sobre todo de su desaparición y hacer vida casi de la nada para llenar el hueco de la soledad con pensamientos que me llevan a través de Jesús a recoger aquellos recuerdos como un posible camino de luz y de salvación.
No obstante siempre me quedará como un testamento de amor, sus hermosos recuerdos que continuamente regresan a mi mente; sus inolvidables vivencias que me sirven para volver a vivir los días alegres y felices compartidos hermosamente con Adela, y sus hermosas frases de consuelo y esperanza cuando iniciaba en su compañía mi enfermedad…”Cuando todo parezca perdido y la esperanza desaparezca, búscame, estoy siempre a tu lado, aunque no me veas”. “Siempre hay un mañana y la vida nos da la oportunidad de seguir adelante. Lo importante es que tanto en la salud como en el amor, Dios nos dé la oportunidad de estar juntos”…

La tarde cae a la vez que nuestra charla va llegando a su final. La despedida se hace confesión:
“A veces pienso que no me importaría irme a ese cielo azul y estrellado que podemos alcanzar con la mirada, porque seguramente en ese lugar estará mi esposa que siempre me quiso y Jesús de Nazaret al que siempre quise.

Y los dos, sin saber porque… nos hemos puesto a rezar.







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Re: TESTAMENTO DE AMOR

Cuando llegas a aquel paraje enclavado a cierta altura frente al mar, tienes la impresión de disfrutar plenamente de la naturaleza, la tranquilidad y el sosiego. Los pinos, encinas y demás árboles que le rodean te permiten respirar un aire puro y sano que huele a universo en paz.
Y es en este maravilloso lugar, donde se percibe el ruido del mar y de las olas que chocan con la playa, donde vive desde hace algún tiempo en una residencia para mayores, mi gran amigo de la infancia Alberto.

Nos conocemos hará más de cuarenta años, cuando una vez cumplidas mis obligaciones militares con el Estado accedí a mi primer empleo, ingresando como administrativo en una empresa bancaria. Los primeros consejos y ayudas pertinentes, los recibí de Alberto. Pronto iniciamos una hermosa amistad que se amplió, cuando al poco tiempo contrajo matrimonio con Adela y que ha permanecido constante hasta estos días.
Formaron una excelente pareja, donde el amor y la comprensión brillaban en sus jóvenes rostros.
Un amor que se vio premiado con la llegada de dos de hermosos retoños, que aumentó su felicidad.
Por motivos laborales tuvimos que separarnos físicamente, al tener que desplazarme a otra Ciudad. No obstante nos veíamos con bastante frecuencia para no apagar la llama de aquella bonita amistad iniciada en la sucursal de un banco de la ciudad que nos vio nacer a los dos.

Han pasado los años y en éste último, cuando se acababa el invierno y nos metíamos de lleno en el la primavera, moría Adela.
La muerte se la llevó como a tantas personas inocentes, jóvenes o viejas que solo han cometido el pecado de ser víctimas de esa enfermedad irreversible que a todos nos aterra, llamada accidente de tráfico. Una muerte que le esperaba en una carretera cualquiera, cuando un camión cualquiera arroyó el vehículo de Adela, poniendo fin a una vida llena de ilusiones.
Una muerte que asoló la vida de Alberto y de sus dos hijos, cuando su esposa y madre partía prematuramente hacia ese lugar que existe más allá de las estrellas, donde Jesús de Nazaret al que tanto amaba, la estará esperando para concederle esa Vida Eterna prometida, que todos anhelamos.
Ante esta triste situación, amentada por el principio de enfermedad de parkinson, que comenzaba a padecer mi amigo Alberto, ambos hijos de la pareja que viven en París y con su propio consentimiento, fue ingresado en una residencia para recibir la asistencia debida.
Y efectivamente, la residencia como detallo al principio de mi escrito, reúne extraordinarias condiciones generales destacando un exquisito trato humano y una magnífica asistencia médica, que podrían calificarse como muy aceptables.

Siempre que acudo a visitarle el abrazo fraternal y las lágrimas agradecidas se entre mezclan en un tiempo interminable que a la vez resulta gozoso por el encuentro. Un encuentro que por circunstancias se ve limitado por la distancia geográfica que nos separa.

Para mí, visitarle me resulta un auténtico placer, porque conversando con él me descubre un mundo maravilloso lleno de luz, de paz, de esperanza y de amor.
Paseamos por los bellos jardines que rodean el edificio, apoyado en mi brazo por el castigo que le supone esa enfermedad tan molesta e incurable como es el parkinson que le obliga a mantener movimientos torpes además de que su andar se va haciendo cada día más complicado.

Todos necesitamos compañía y ayuda, me dice, sin embargo existen momentos en que deseas estar solo sin que nadie te diga nada, sin que te ofrezcan consuelo por tu padecimiento; sin que te lleguen noticias de ninguna parte y así en silencio buscar a Jesús de Nazaret para escuchar lo mucho que tiene que grabar en mi corazón para ayudarme a ser feliz en este lugar en el que tan solitario me encuentro sin la compañía de mi amada Adela.









Así las cosas, he de confesar que comprendo perfectamente la aptitud de mi amigo, ya que dentro de la crueldad de la vida, dentro de la forma de vivir doliente que sufre la humanidad, la respuesta que a veces damos a los enfermos, a los que sufren, son casi siempre respuesta teóricas, tranquilizadoras, con las que no tratamos de decir la verdad, sino más bien dejarlos tranquilos y de rebote descargar nuestra conciencia.

En cualquier caso, me entristece la situación por la que pasa Alberto, aún cuando entienda que el dolor es camino de resurrección desde que murió Jesús; en sus manos ningún dolor se pierde cuando se acepta con un corazón rebosante de amor y esperanza. Pero esto sinceramente resulta difícil hacérselo comprender a todos aquellos que lo sufren.

La vida es hermosa, pero no fácil; es apasionante pero no acaramelada; produce alegría vivirla pero dentro del dolor. Jesús supo vivirla con amargura sin amargarse y aceptando el dolor sin dejar de mirar hacia la luz.
Para mi amigo, existen varias posturas ante su soledad familiar y ante el dolor. La primera, la rebeldía que es posiblemente la más común por el desconcierto que significa aceptar la enfermedad, sin tener a tu lado a la persona amada. La segunda, el derrumbamiento que produce amargura, viendo a la enfermedad como un monstruo que nos puede vencer, al faltar la ayuda de alguien a quien quieres. Y la tercera, la que nos sostiene a los cristianos que positivamente ante el dolor, intentamos no derrumbarnos ni resignarnos, sino comprender que si ha llegado el problema a nuestra vida hemos de entregarnos a los deseos de Dios, de ese Dios todopoderoso y a la vez Misericordioso que un buen día se llevó al cielo, a la persona que durante tantos años le colmó de felicidad.

Así es y así lo entendíamos, sentados frente al mar disfrutando de la naturaleza y del aire puro, mientras la nostalgia transportaba nuestra conversación a hermosos recuerdos de un tiempo pasado. Un tiempo que yo de vez en cuando me gusta revivir; no sé si porque fue mejor o peor, pero sobre todo porque existió, formando parte de nuestras vidas.
La tarde va cayendo y el horizonte nos ofrece la hermosa imagen de los rayos del sol proyectándose sobre el mar haciéndonos disfrutar de su bella despedida, en ese atardecer hermoso, dorado y sereno que nos invita a buscar la felicidad a lo largo de nuestro caminar.
Un caminar, señala Alberto, que me devuelve aquellos sueños que eran parte de mi vida, cuando con Adela disfrutaba de una felicidad fruto de un amor cuya llama era incapaz de extinguirse.

Por eso, yo ahora más que nunca me acuerdo y pienso en ella, cuando he de arrastrar la pesada cruz de mi enfermedad y sobre todo de su desaparición y hacer vida casi de la nada para llenar el hueco de la soledad con pensamientos que me llevan a través de Jesús a recoger aquellos recuerdos como un posible camino de luz y de salvación.
No obstante siempre me quedará como un testamento de amor, sus hermosos recuerdos que continuamente regresan a mi mente; sus inolvidables vivencias que me sirven para volver a vivir los días alegres y felices compartidos hermosamente con Adela, y sus hermosas frases de consuelo y esperanza cuando iniciaba en su compañía mi enfermedad…”Cuando todo parezca perdido y la esperanza desaparezca, búscame, estoy siempre a tu lado, aunque no me veas”. “Siempre hay un mañana y la vida nos da la oportunidad de seguir adelante. Lo importante es que tanto en la salud como en el amor, Dios nos dé la oportunidad de estar juntos”…

La tarde cae a la vez que nuestra charla va llegando a su final. La despedida se hace confesión:
“A veces pienso que no me importaría irme a ese cielo azul y estrellado que podemos alcanzar con la mirada, porque seguramente en ese lugar estará mi esposa que siempre me quiso y Jesús de Nazaret al que siempre quise.

Y los dos, sin saber porque… nos hemos puesto a rezar.







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Saludos en el nombre de Cristo:
Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado. Eclesiastes 3:1-2
Dios le guarde.