Tertuliano y los herejes

Tyr

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29 Noviembre 2003
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No voy a omitir la descripción, incluso, de la conducta misma de los herejes: qué fútil, qué terrena, qué humana es, sin seriedad, sin autoridad, sin disciplina, como congruente con su fe.

Ante todo resulta incierto quién es catecúmeno, quién es fiel: todos igualmente entran, igualmente oyen, igualmente oran; aun cuando lleguen inesperadamente unos paganos, ellos echarán lo santo a los perros y las perlas -aunque falsas- a los puercos.

Sostienen que la simplicidad consiste en la subversión de la disciplina, a cuyo cuidado por parte nuestra llaman afectación. Incluso la paz, la comparten con todos sin distinción; pues nada les importa, aun cuando enseñen cosas contrarias, con tal de que se coaliguen para atacar la única verdad.

Todos están hinchados de orgullo, todos prometen la ciencia. Los catecúmenos son perfectos antes de ser instruidos. Las mujeres heréticas mismas, ¡qué procaces!, pues se atreven a enseñar, disputar, realizar exorcismos, prometer curaciones, acaso hasta a bautizar.

Sus ordenaciones son temerarias, frívolas, inconstantes: ahora promueven a neófitos, ahora a hombres atrapados por el siglo, ahora a nuestros apóstatas, para tenerlos cogidos con la vanagloria, ya que no pueden con la verdad. En ninguna parte se hace carrera más fácilmente que en el campamento de los rebeldes, donde el mismo estar allí es ya un mérito. Y así, hoy es obispo uno, mañana otro; hoy es diácono el que mañana será lector; hoy es presbítero el que mañana será laico. Porque también a los laicos encargan funciones sacerdotales.


Por otro lado, ¿qué diré sobre la administración de la palabra, cuando su ocupación no es la de convertir a los paganos, sino la de abatir a los nuestros? Esta es la gloria que, más bien, tratan de conseguir: ver si causan la caída a los que se mantienen firmes, no la elevación a los que están caídos.

Porque incluso su obra misma no proviene de sus propios materiales sino de la destrucción de la verdad, minan nuestra casa para edificar la suya. Quítales la Ley de Moisés y los Profetas y al Dios creador: ya no son capaces de proferir acusación alguna. Así ocurre que más fácilmente causan la ruina de los edificios que están en pie que la reconstrucción de las ruinas que yacen en tierra.

Sólo para estas tareas se muestran humildes, mansos y sumisos. Por lo demás, ni siquiera para con sus presidentes conocen la reverencia.

Y éste es el motivo por el que casi no hay cismas entre los herejes, pues, aun cuando los haya, no aparecen: en realidad, el cisma es la unidad para ellos.

Miento si no es verdad que, entre ellos, se apartan incluso de sus propias reglas, por cuanto cada uno, precisamente, modula a su arbitrio las cosas que ha recibido, así como las ha compuesto a su arbitrio quien las ha transmitido. El desarrollo de una cosa confirma la naturaleza y la índole de su origen. Los valentinianos se han permitido lo mismo que Valentín, los marcionitas lo mismo que Marción: innovar a su arbitrio la fe. En consecuencia, todas las herejías, examinadas a fondo, se presentan discordantes en muchos puntos con sus fundadores.

La mayoría de los herejes no tienen ni iglesias: sin madre, sin sede, sin credibilidad, andan errantes como desterrados silbados por todos.


Han sido señaladas, además, las relaciones de los herejes con numerosísimos magos, con charlatanes, con astrólogos, con filósofos, o sea, con individuos entregados también a la curiosidad. En todas partes se acuerdan del "buscad y encontraréis".

Por tanto, también por el tipo de vida se puede reconocer la calidad de la fe: la disciplina es un índice de la doctrina. Niegan que se deba temer a Dios: por tanto, todo es libre y permitido para ellos. Pero ¿dónde no es temido Dios sino donde no existe? Donde Dios no existe, tampoco existe verdad alguna; donde no existe verdad alguna, con razón existe también una semejante disciplina.

Por el contrario, donde existe Dios, allí existe el temor de Dios, que es el comienzo de la sabiduría. Donde existe el temor de Dios, allí existe una gravedad digna, y una diligencia atenta, y un cuidado solícito, y una elección probada, y una comunión deliberada, y una promoción merecida, y una sumisión religiosa, y un servicio fiel, y un andar modesto, y una iglesia unida, y todas las cosas de Dios.

Tertuliano. Prescripciones contra todas las herejías.
 
Si es por copiar y pegar, que no nos falte:



http://escrituras.tripod.com/Textos/Didache.htm

LA DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES
(Didaché)
Enseñanza del Señor transmitida a las naciones por los Doce Apóstoles

PRIMERA PARTE
El Catecismo o los «Dos caminos»
I. Existen dos caminos, entre los cuales, hay gran diferencia; el que conduce a la vida y el que lleva a la muerte. He aquí el camino de la vida: en primer lugar, Amarás a Dios que te ha creado; y en segundo lugar, amarás a tu prójimo como a ti mismo; es decir, que no harás a otro, lo que no quisieras que se hiciera contigo. He aquí la doctrina contenida en estas palabras: Bendecid a los que os maldicen, rogad por vuestros enemigos, ayunad para los que os persiguen. Si amáis a los que os aman, ¿qué gratitud mereceréis? Lo mismo hacen los paganos. Al contrario, amad a los que os odian, y no tendréis ya enemigos. Absteneos de los deseos carnales y mundanos. Si alguien te abofeteare en la mejilla derecha, vuélvele también la otra, y entonces serás perfecto. Si alguien te pidiere que le acompañes una milla, ve con él dos. Si alguien quisiere tomar tu capa, déjale también la túnica. Si alguno se apropia de algo que te pertenezca, no se lo vuelvas a pedir, porque no puedes hacerlo. Debes dar a cualquiera que te pida, y no reclamar nada, puesto que el Padre quiere que los bienes recibidos de su propia gracia, sean distribuidos entre todos. Dichoso aquel que da conforme al mandamiento; el tal, será sin falta. Desdichado del que reciba. Si alguno recibe algo estando en la necesidad, no se hace acreedor a reproche ninguno; pero aquel que acepta alguna cosa sin necesitarlo, dará cuenta de lo que ha recibido y del uso que ha hecho de la limosna. Encarcelado, sufrirá interrogatorio por sus actos, y no será liberado hasta que haya pasado el último maravedi. Es con este motivo, que ha sido dicho: «¡Antes de dar limosna, déjala sudar en las manos, hasta que sepas a quien la das!»
II. He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir. No desearás los bienes de tu prójimo, ni perjurarás, ni dirás falso testimonio; no serás maldiciente, ni rencoroso; no usarás de doblez ni en tus palabras, ni en tus pensamientos, puesto que la falsía es un lazo de muerte. Que tus palabras, no sean ni vanas, ni mentirosas. No seas raptor, ni hipócrita, ni malicioso, ni dado al orgullo, ni a la concupiscencia. No prestes atención a lo que se diga de tu prójimo. No aborrezcas a nadie; reprende a unos, ora por los otros, y a los demás, guiales con más solicitud que a tu propia alma.

III. Hijo mío: aléjate del mal y de toda apariencia de mal. No te dejes arrastrar por la ira, porque la ira conduce al asesinato. Ni tengas celos, ni seas pendenciero, ni irascible; porque todas estas pasiones engendran los homicidios. Hijo mío, no te dejes inducir por la concupicencia, porque lleva a la fornicación. Evita las palabras deshonestas y las miradas provocativas, puesto que de ambos proceden los adulterios. Hijo mío, no consultes a los agoreros, puesto que conducen a la idolatría. Hijo mío, no seas mentiroso, porque la mentira lleva al robo; ni seas avaro, ni ames la vanagloria, porque todas estas pasiones incitan al robo. Hijo mío, no murmures, porque la murmuración lleva a la blasfemia; ni seas altanero ni malévolo, porque de ambos pecados nacen las blasfemias. Sé humilde, porque los humildes heredarán la tierra. Sé magnánimo y misericordioso, sin malicia, pacífico y bueno, poniendo en práctica las enseñanzas que has recibido. No te enorgullezcas, ni dejes que la presunción se apodere de tu alma. No te acompañes con los orgullosos, sinó con los justos y los humildes. Acepta con gratitud las pruebas que sobrevinieren, recordando que nada nos sucede sin la voluntad de Dios.

IV. Hijo mío, acuérdate de día y de noche, del que te anuncia la palabra de Dios; hónrale como al Señor, puesto que donde se anuncia la palabra, allí está el Señor. Busca constantemente la compañía de los santos, para que seas reconfortado con sus consejos. Evita fomentar las disenciones, y procura la paz entre los adversarios. Juzga con justicia, y cuando reprendas a tus hermanos a causa de sus faltas, no hagas diferencias entre personas. No tengas respecto de si Dios cumplirá o no sus promesas. Ni tiendas la mano para recibir, ni la tengas cerrada cuando se trate de dar. Si posees algunos bienes como fruto de tu trabajo, no pagarás el rescate de tus pecados.No estés indeciso cuando se trate de dar, ni regañes al dar algo, porque conoces al dispensador de la recompensa. No vuelvas la espalda al indigente; reparte lo que tienes con tu hermano, y no digas que lo tuyo te pertenece, poque si las cosas inmortales os son comunes, ¿con cuánta mayor razón deberá serlo lo perecedero? No dejes de la mano la educación de tu hijo o de tu hija: desde su infancia enséñales el temor de Dios. A tu esclavo, ni a tu criada mandes con aspereza, puesto que confían en el mismo Dios, para que no pierdan el temor del Señor, que está por encima del amo y del esclavo, porque en su llamamiento no hace diferencia en las personas, sinó viene sobre aquellos que el Espíritu ha preparado. En cuanto a vosotros, esclavos, someteos a vuestros amos con temor y humildad, como si fueran la imagen de Dios. Aborrecerás toda clase de hipocresía y todo lo que desagrade al Señor. No descuides los preceptos del Señor, y guarda cuanto has recibido, sin añadir ni quitar. Confesarás tus faltas a la iglesia y te guardarás de ir a la oración con mala conciencia. Tal es el camino de la vida.

V. He aquí el camino que conduce a la muerte: ante todo has de saber que es un camino malo, que está lleno de maldiciones. Su término es el asesinato, los adulterios, la codicia, la fornicación, el robo, la idolatría, la práctica de la magia y de la brujería. El rapto, el falso testimonio, la hipocresía, la doblez, el fraude; la arrogancia, la maldad, la desvergüenza; la concupiscencia, el lenguaje obsceno, la envidia, la presunción, el orgullo, la fanfarronería. Esta es la senda en la que andan los que persiguen a los buenos; los enemigos de la verdad, los amadores de la mentira, los que desconocen la recompensa de la justicia; los que no se apegan al bien, ni al justo juicio; los que se desvelan por hacer el mal y no el bien; los vanidosos, aquellos que están muy alejados de la suavidad y de la paciencia; que buscan retribución a sus actos, que no tienen piedad del pobre, ni compasión del que está trabajando y cargado, quie ni siquiera tienen conocimiento de su Creador. Los asesinos de niños, los corruptores de la obra de Dios, que desvían al pobre, oprimen al afligido; que son los defensores del rico y los jueces inicuos del pobre; en una palabra, son hombres capaces de toda maldad. Hijos míos, alejaos de los tales.

VI. Ten cuidado que nadie pueda alejarte del camino de la doctrina, porque tales enseñanzas no serían agradables a Dios. Si pudieses llevar todo el yugo del Señor, serás perfecto; sinó has lo que pudieres. Debes abstenerte, sobre todo, de carnes sacrificadas a los ídolos, que es el culto ofrecido a dioses muertos.

SEGUNDA PARTE
De la Liturgia y de la Disciplina
VII. En cuanto al bautismo, he aquí como hay que administrarle: Después de haber enseñado los anteriores preceptos, bautizad en el agua viva, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Si no pudiere ser en el agua viva, puedes utilizar otra; si no pudieres hacerlo con agua fría, puedes servirte de agua caliente; si no tuvieres a mano ni una ni otra, echa tres veces agua sobre la cabeza, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Antes del bautismo, debe procurarse que el que lo administra, el que va a ser bautizado, y otras personas, si pudiere ser, ayunen. Al neófito, le harás ayudar uno o dos días antes.
VIII. Es preciso que vuestros ayunos no sean parecidos a los de los hipócritas,puesto que ellos ayunan el segundo y quinto día de cada semana. En cambio vosotros ayunaréis el día cuatro y la víspera del sábado. No hagáis tampoco oración como los hipócritas, sinó como el Señor lo ha mandado en su Evangelio. Vosotros oraréis así:

«Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy nuestro pan cotidiano; perdónanos nuestra deuda como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no nos induzcas en tentación, sinó libranos del mal, porque tuyo es el poder y la gloria por todos los siglos.»
Orad así tres veces al día.
IX. En lo concerniente a la eucaristía, dad gracias de esta manera. Al tomar la copa, decid:

«Te damos gracias, oh Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, que nos ha dado a conocer por Jesús, tu servidor. A tí sea la gloria por los siglos de los siglos.»
Y después del partimiento del pan, decid:
«¡Padre nuestro! Te damos gracias por la vida y por el conocimiento que nos has revelado por tu siervo, Jesús. ¡A Tí sea la gloria por los siglos de los siglos! De la misma manera que este pan que partimos, estaba esparcido por las altas colinas, y ha sido juntado, te suplicamos, que de todas las extremidades de la tierra, reunas a ti Iglesia en tu reino, porque te pertenece la gloria y el poder (que ejerces) por Jesucristo, en los siglos de los siglos.»
Que nadie coma ni bebe de esta eucaristía, sin haber sido antes bautizado en el nombre del Señor; puesto que el mismo dice sobre el particular: «No déis lo santo a los perros.»
X. Cuando estéis saciados (de la ágapa), dad gracias de la menera siguiente:

«¡Padre santo! Te damos gracias por Tu santo nombre que nos has hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has revelado por Jesucristo, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Dueño Todopoderoso! que a causa de Tu nombre has creado todo cuanto existe, y que dejas gozar a los hombres del alimento y la bebida, para que te den gracias por ello. A nosotros, por medio de tu servidor, nos has hecho la gracia de un alimento y de una bebida espirituales y de la vida eterna. Ante todo, te damos gracias por tu poder. A Ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Señor! Acuérdate de tu iglesia, para librarla de todo mal y para completarla en tu amor. ¡Reúnela de los cuatro vientos del cielo, porque ha sido santificada para el reino que le has preparado; porque a Ti solo pertenece el poder y la gloria por los siglos de los siglos!»
¡Ya que este mundo pasa, te pedimos que tu gracia venga sobre nosotros! ¡Hosanna al hijo de David! El que sea santificado, que se acerque, sinó que haga penitencia. Maran atha ¡Amén! Permitid que los profetas den las gracias libremente.
XI. Si alguien viniese de fuera para enseñaros todo esto, recibidle. Pero si resultare ser un doctor extraviado, que os dé otras enseñanzas para destruir vuestra fe, no le oigáis. Si por el contrario, se propusiese haceros regresar en la senda de la justicia y del conocimiento del Señor, recibidle como recibiríais al Señor. Ved ahí como según los preceptos del Evangelio debéis portaros con los apóstoles y profetas. Recibid en nombre del Señor alos apóstoles que os visitaren, en tanto permanecieren un día o dos entre vosotros: el que se quedare durante tres días, es un falso profeta. Al salir el apóstol, debéis proveerle de pan para que pueda ir a la ciudad donde se dirija: si pide dinero, es un falso profeta. Al profeta que hablare por el espíritu, no le juzgaréis, ni examinaréis; porque todo pecado será perdonado, menos éste. Todos los que hablan por el espíritu; no son profetas, solo lo son, los que siguen el ejemplo del Señor. Por su conducta, podéis distinguir al verdadero y al falso profeta. El profeta, que hablando por el espíritu, ordenare la mesa y comiere de ella, es un falso profeta. El profeta que enseñare la verdad, pero no hiciere lo que enseña, es un falso profeta. El profeta que fuere probado ser verdadero, y ejercita su cuerpo para el misterio terrestre de la Iglesia, y que no obligare a otros a practicar su ascetismo, no le juzguéis, porque Dios es su juez: lo mismo hicieron los antiguos profetas. Si alguien, hablando por el espíritu, os pidiere dinero u otra cosa, no le hagáis caso; pero si aconseja se dé a los pobres, no le juzguéis.

XII. A todo el que fuere a vosotros en nombre del Señor, recibidle, y probadle después para conocerle, puesto que debéis tener suficiente criterio para conocer a los que son de la derecha y los que pertenecen a la izquierda. Si el que viniere a vosotros, fuere un pobre viajero, socorredle cuanto podáis; pero no debe quedarse en vuestra casa más de dos o tres días. Si quisiere permanecer entre vosotros como artista, que trabaje para comer; si no tuviese oficio ninguno, procurad según vuestra prudencia a que no quede entre vosotros ningún cristiano ocioso. Si no quisiere hacer esto, es un negociante del cristianismo, del cual os alejaréis.

XIII. El verdadero profeta, que quisiere fijar su residencia entre vosotros, es digno del sustento; porque un doctor verdadero, es también un artista, y por tanto digno de su alimento. Tomarás tus primicias de la era y el lagar, de los bueyes y de las cabras y se las darás a los profetas, porque ellos son vuestros grandes sacerdotes. Al preparar una hornada de pan, toma las primicias, y dalas según el precepto. Lo mismo harás al empezar una vasija de vino o de aceite, cuyas primicias destinarás a los profetas. En lo concerniente a tu dinero, tus bienes y tus vestidos, señala tú mismo las primucias y haz según el precepto.

XIV. Cuando os reuniéreis en el domingo del Señor, partid el pan, y para que el sacrificio sea puro, dad gracias después de haber confesado vuestros pecados. El que de entre vosotros estuviere enemistado con su amigo, que se aleje de la asamblea hasta que se haya reconciliado con él, a fin de no profanar vuestro sacrificio. He aquí las propias palabras del Señor: «En todo tiempo y lugar me traeréis una víctima pura, porque soy el gran Rey, dice el Señor, y entre los pueblos paganos, mi nombre es admirable.»

XV. Para el cargo de obispos y diáconos del Señor, eligiréis a hombres humildes, desinteresados, veraces y probados, porque también hacen el oficio de profetas y doctores. No les menospreciéis, puesto que son vuestros dignatarios, juntamente con vuestros profetas y doctores. Amonestaos unos a otros, según los preceptos del Evangelio, en paz y no con ira. Que nadie hable al que pecare contra su prójimo, y no se le tenga ninguna consideración entre vosotros, hasta que se arrepienta. Haced vuestras oraciones, vuestras limosnas y todo cuanto hiciéreis, según los preceptos dados en el Evangelio de nuestro Señor.

XVI. Velad por vuestra vida; procurando que estén ceñidos vuestros lomos y vuestras lámparas encendidas, y estad dispuestos, porque no sabéis la hora en que vendrá el Señor. Reuníos a menudo para buscar lo que convenga a vuestras almas, porque de nada os servirá el tiempo que habéis profesado la fe, si no fuéreis hallados perfectos el último día. Porque en los últimos tiempos abundarán los falsos profetas y los corruptores, y las ovejas se transformarán en lobos, y el amor se cambiará en odio. Habiendo aumentado la iniquidad, crecerá el odio de unos contra otros, se perseguirán mutuamente y se entregarán unos a otros. Entonces es cuando el Seductor del mundo hará su aparición y titulándose el Hijo de Dios, hará señales y prodigios; la tierra le será entregada y cometerá tales maldades como no han sido vistas desde el principio. Los humanos serán sometidos a la prueba del fuego; muchos perecerán escandalizados; pero los que perseverarán en la fe, serán salvos de esta maldición. Entonces aparecerán las señales de la verdad. Primeramente será desplegada la señal en el cielo, después la de la trompeta, y en tercer lugar la resurrección de los muertos, según se ha dicho: «El Señor vendrá con todos sus santos» ¡Entonces el mundo verá al Señor viniendo en las nubes del cielo!


Fuente: Historia de la Iglesia Primitiva, por E. Backhouse y C. Tylor. Editorial CLIE www.clie.es
 
¿No os resultan familiares estos "herejes"? Especialmente por aquello de:

"Ante todo resulta incierto quién es catecúmeno, quién es fiel: todos igualmente entran, igualmente oyen, igualmente oran; aun cuando lleguen inesperadamente unos paganos, ellos echarán lo santo a los perros y las perlas -aunque falsas- a los puercos".

y:

"Sostienen que la simplicidad consiste en la subversión de la disciplina, a cuyo cuidado por parte nuestra llaman afectación. Incluso la paz, la comparten con todos sin distinción; pues nada les importa, aun cuando enseñen cosas contrarias, con tal de que se coaliguen para atacar la única verdad".

y:

"Todos están hinchados de orgullo, todos prometen la ciencia. Los catecúmenos son perfectos antes de ser instruidos. Las mujeres heréticas mismas, ¡qué procaces!, pues se atreven a enseñar, disputar, realizar exorcismos, prometer curaciones, acaso hasta a bautizar".

y:

"Sus ordenaciones son temerarias, frívolas, inconstantes: ahora promueven a neófitos, ahora a hombres atrapados por el siglo, ahora a nuestros apóstatas, para tenerlos cogidos con la vanagloria, ya que no pueden con la verdad. En ninguna parte se hace carrera más fácilmente que en el campamento de los rebeldes, donde el mismo estar allí es ya un mérito".

y:

"Por otro lado, ¿qué diré sobre la administración de la palabra, cuando su ocupación no es la de convertir a los paganos, sino la de abatir a los nuestros? Esta es la gloria que, más bien, tratan de conseguir: ver si causan la caída a los que se mantienen firmes, no la elevación a los que están caídos".

y:

"Porque incluso su obra misma no proviene de sus propios materiales sino de la destrucción de la verdad, minan nuestra casa para edificar la suya. Quítales la Ley de Moisés y los Profetas y al Dios creador: ya no son capaces de proferir acusación alguna. Así ocurre que más fácilmente causan la ruina de los edificios que están en pie que la reconstrucción de las ruinas que yacen en tierra".

y:

"Y éste es el motivo por el que casi no hay cismas entre los herejes, pues, aun cuando los haya, no aparecen: en realidad, el cisma es la unidad para ellos".

y:

"Miento si no es verdad que, entre ellos, se apartan incluso de sus propias reglas, por cuanto cada uno, precisamente, modula a su arbitrio las cosas que ha recibido, así como las ha compuesto a su arbitrio quien las ha transmitido. El desarrollo de una cosa confirma la naturaleza y la índole de su origen".

¿Quiénes son hoy los herejes de Tertuliano?

Saludos, Tyr.
 
¿los herejes según los hombres, o según Dios?
 
Defíname



¿ Qué es una herejía según Dios, y según los hombres ?
 
Hereje es, obviamente, el que altera o mutila la regla de fe, el que se antepone al Maestro, el que sucumbe a las novedades, el que elige apartarse de la comunión, el que destruye la paz. Pero dejemos que hable Tertuliano:

"Ellos ponen por delante las Escrituras y, con semejante audacia, inmediatamente impresionan a algunos. Pero en el debate mismo fatigan, ciertamente, a los fuertes, captan a los débiles, dejan llenos de escrúpulos a los de condición intermedia. Por eso los atajamos adoptando esta posición, la mejor: no admitirlos a ninguna discusión sobre las Escrituras".

"Tan es verdad que [San Pablo] ha prohibido toda discusión que designa la corrección como causa para visitar al hereje. Y esto una sola vez, naturalmente porque el hereje no es cristiano; para que no pareciese que tenía que ser reprendido al modo del cristiano, o sea, una y otra vez y ante dos o tres testigos; comoquiera que por eso ha de ser reprendido el hereje, porque no hay que discutir con él".

"Esta herejía no admite ciertas Escrituras; y si admite algunas, no las admite íntegras, sino que las altera con añadiduras y supresiones de acuerdo con la ordenación de su sistema; y si hasta cierto punto las mantiene íntegras, las cambia, sin embargo, componiendo interpretaciones contrarias a la fe cristiana".

Saludos, Tyr.
 
Entonces, haremos lo que nos enseña el apóstol Pedro:




Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; 20entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, 21porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. (2 Pedro 1:19-21)



No se puede INTERPRETAR LA ESCRITURA, sin tener en cuenta su contexto; y no puede haber interpretación que contradiga lo que ella enseña.



¿Quienes son los herejes?


Aquellos que se apartan de la Escritura, y siguen a hombres que interpretan según su parecer, para enriquecerse, obtener poder u oprimir....¿cuál es la institución que durante siglos ha hecho eso, y mucho más?


¿Quien ha matado, oprimido, robado y ocultado la Escritura al pueblo?
 
Originalmente enviado por: Maripaz
¿Quienes son los herejes?


Aquellos que se apartan de la Escritura, y siguen a hombres que interpretan según su parecer,

En efecto, esos también son herejes.


Originalmente enviado por: Maripaz
... para enriquecerse, obtener poder u oprimir....¿cuál es la institución que durante siglos ha hecho eso, y mucho más?

Confundes a los herejes con la cizaña dentro de la Iglesia.


Originalmente enviado por: Maripaz
¿Quien ha matado, oprimido, robado y ocultado la Escritura al pueblo?

Nadie ha ocultado la Escritura al pueblo, excepto, tal vez, los que la interpretan según su parecer privado.

Creo que Tertuliano se mofa de los herejes en este pasaje. Viene a decir, "tal vez pensáis que en el juicio final, cuando os pregunten por vuestra fe, el Señor os disculpará así":

'Yo había anunciado claramente que vendrían maestros de engaño en mi nombre e incluso en nombre de los Profetas y de los Apóstoles, y había encargado a mis discípulos predicaros las mismas cosas. Una vez por todas, yo había confiado a mis apóstoles el evangelio y la doctrina de una misma regla; pero después, como vosotros no creíais, me pareció mejor cambiar alguna de aquellas cosas. Yo había prometido la resurrección incluso de la carne, pero luego cambié de opinión, no sea que no pudiese cumplirla. Yo me había mostrado nacido de una virgen, pero después me pareció algo vergonzoso. Yo había llamado Padre a aquél que hace el sol y las lluvias, pero me adoptó otro padre mejor. Yo os había prohibido dar oídos a los herejes, pero me equivoqué'.

Saludos, Tyr.
 
Ahora mira qué opina Tertuliano del 'libre examen':

El "buscad y encontraréis" (Mt. 7,7) fue dicho sólo a los judíos.

Vengo, pues, a esa sentencia que los nuestros alegan como pretexto para iniciar su curiosidad y que los herejes intercalan en el discurso para infiltrar su meticulosidad. Está escrito, dicen: "buscad y encontraréis".

Recordemos cuándo pronunció el Señor esta palabra. Pienso que en los comienzos de su enseñanza, cuando todos dudaban todavía de que él fuese el Cristo, cuando ni Pedro lo había proclamado Hijo de Dios, cuando incluso Juan [Bautista] había dejado de estar seguro acerca de él. Por tanto, con razón se dijo entonces: "buscad y encontraréis", cuando aún tenía que ser buscado quien todavía no era reconocido, y esto en cuanto se refería a los judíos.

Pues todo este discurso de reproche concierne a quienes tenían dónde buscar a Cristo. "Tienen -dice [Cristo]- a Moisés y a Elías", esto es, la Ley y los Profetas, que predicaban a Cristo, según lo que también en otro lugar [dice] abiertamente: "Escrutad las Escrituras, de las que esperáis la salvación: pues ellas hablan de mí" (Jn 5,39). Esto será el "buscad y encontraréis".

Pues también está claro que lo que sigue se corresponde a los judíos: "llamad y se os abrirá" (Mt 7,7). En el pasado los judíos habían estado junto a Dios; después, expulsados a causa de sus delitos, comenzaron a estar fuera de Dios.

Sin embargo, los paganos nunca estuvieron junto a Dios, sino que fueron "goteo de un cubo y polvo de una era" (Is 40,15) y siempre estuvieron fuera. Entonces, quien estuvo siempre fuera, ¿cómo llamará donde nunca estuvo?, ¿qué puerta conoció en la que no fue recibido ni de la que fue expulsado alguna vez? ¿Acaso no llamará, más bien, y conoce la puerta quien sabe que estuvo dentro y que fue echado fuera?

También el "pedid y recibiréis" corresponde a aquél que sabía a quién tenía que pedírsele algo y por quién había sido prometido, es decir, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, a quien los paganos desconocían tanto como sus promesas. Y por eso decía [el Señor] a Israel: "no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mt 15,24). Aún no había echado a los perros el pan de los hijos, aún no había mandado ir por el camino de los paganos.

En todo caso, al final mandó que quienes enseguida iban a recibir el Espíritu Santo, el Paráclito, que les guiaría hacia la verdad plena, marchasen a enseñar y bautizar a los paganos. Por tanto, también esto sirve a aquello. Porque si también los Apóstoles mismos, los doctores destinados a los paganos, habían de recibir por doctor el Paráclito, el "buscad y encontraréis" resultaba mucho más superfluo con respecto a nosotros, a quienes la doctrina había de llegar por propia iniciativa por medio de los Apóstoles, y a los Apóstoles mismos por medio del Espíritu Santo.

Ciertamente, todas las palabras del Señor han sido puestas por escrito para todos, han pasado a nosotros a través de los oídos de los judíos; pero la mayor parte de ellas, en cuanto dirigidas a personas concretas, no han constituido para nosotros una admonición propiamente dicha, sino un ejemplo.


Aunque el logion haya sido dicho a todos, la doctrina de Cristo no soporta una búsqueda ilimitada.

Me retiro ahora espontáneamente de esta posición. Admito que se haya dicho a todos: "buscad y encontraréis". Sin embargo, también en este caso es necesario discutir los sentidos [de la sentencia] con la ayuda del gobernalle de la interpretación. Ninguna sentencia divina es tan inconexa y vaga que sólo se puedan defender las meras palabras y no se pueda fijar el sentido de ellas.

Pero, ante todo, sostengo esto: que fue enseñado por Cristo algo absolutamente único y preciso, que los paganos deben, de todos modos, creer y, por tanto, buscar, para que puedan, cuando lo hayan encontrado, creer. Ahora bien, no es posible una búsqueda infinita de una enseñanza única y precisa; hay que buscar hasta que encuentres y hay que creer cuando hayas encontrado, y [no hay que hacer] nada más sino custodiar lo que has creído, comoquiera que, además, crees esto: que no hay que creer otra cosa ni, por tanto, buscarla cuando hayas encontrado y creído aquello que fue enseñado por aquél que te manda no buscar otra cosa que la que él enseñó.

Si alguien duda de esto, luego quedará claro con toda certeza que se encuentra en nuestro poder lo que fue enseñado por Cristo. Entretanto, por confianza en la demostración, me adelanto amonestando a algunos -para que no interpreten sin la disciplina de la razón el "buscad y encontraréis"- que no hay nada que buscar más allá de lo que han creído, que esto es lo que debían buscar.


El sentido del logion no admite una búsqueda ilimitada.

El sentido de este dicho se apoya sobre tres puntos: sobre el contenido, sobre el tiempo, sobre la medida. Sobre el contenido, para que consideres qué es lo que hay que buscar; sobre el tiempo, para que [consideres] cuándo; sobre la medida, para que [consideres] hasta cuándo. Por consiguiente, hay que buscar qué es lo que Cristo enseñó, obviamente mientras no lo encuentres, obviamente hasta que lo encuentres.

Ahora bien, has encontrado cuando has comenzado a creer. Pues no habrías creído si no hubieras encontrado, como tampoco habrías buscado sino para encontrar. Por tanto, si buscas para encontrar y encuentras para creer, al creer has detenido todo proseguimiento del buscar y del encontrar. Esta medida te la ha establecido el resultado mismo del buscar. Este límite te lo determinó aquel mismo que no quiere que creas algo distinto de lo que él enseñó ni que, por tanto, lo busques.

De lo contrario, si porque tantas otras cosas han sido enseñadas por otros, en tanto debemos buscar en cuanto podamos encontrar, estaremos siempre buscando y nunca llegaremos a creer del todo. En efecto, ¿dónde estará el final del buscar?, ¿dónde la parada del creer?, ¿dónde la consumación del encontrar? ¿En Marción? Pero también Valentín propone: "buscad y encontraréis". ¿En Valentín? Pero también Apeles me ha inquietado con esta misma frase; igualmente Ebión y Simón y todos, unos tras otros, no tienen otro procedimiento con el que, introduciéndoseme, ganarme para sí.

Por tanto, no me quedaré en ningún lugar si en todo lugar encuentro "buscad y encontraréis". Será como si en ningún lugar y como si nunca hubiese hecho mío aquello que Cristo enseñó, lo que debe ser buscado, lo que debe ser creído.

Tertuliano. Prescripciones contra todas las herejías.
 
Nadie ha ocultado la Escritura al pueblo, excepto, tal vez, los que la interpretan según su parecer privado



A continuación, una lista de "interpretacines privadas", contrarias a las escrituras y a lo que los apóstoles enseñaron


Preguntas:


Qué apóstol enseñó o practicó el culto a María, y todos los dogmas creados alrededor de su figura??
¿Qué apóstol rezaba el rosario?
¿Qué apóstol enseñó que los sacramentos son necesarios para recibir la gracia de Dios?
¿Qué apóstol enseñó que la gracia se merece por las buenas obras?
¿Qué apóstol enseñó que los pecados veniales no incurren en castigo eterno?
¿Qué apóstol enseñó que los pecados deben confesarse a un sacerdote?
¿Qué apóstol enseñó que las indulgencias libran del castigo temporal?
¿Qué apóstol enseñó que el Purgatorio es necesario para expiar el pecado y limpiar el alma?
¿Qué apóstol enseñó que los vivos pueden ayudar mediante oraciones , Misas y buenas obras a los que están en el Purgatorio?
¿Qué apóstol enseñó que no es posible saber si tenemos la vida eterna, ya en esta vida, cuando Cristo dijo lo contrario y muchos textos bíblicos lo afirman?
¿Qué apóstol enseñó que es necesario pertenecer a la ICR para la salvación?
¿Qué apóstol enseñó que el pan y el vino se convierten en sangre y carne de Cristo reales mediante la consagración?
¿Qué apóstol enseñó que cada vez que se celebra la Misa se realiza la obra de nuestra redención?
¿Qué apóstol enseñó que el pan y el vino consagrados han de ser adorados?
¿Qué apóstol enseñó que en el sacrificio de la Misa Cristo es inmolado incruentamente, y que el sacerdote vuelve a presentar al Padre el sacrificio de Cristo?
¿Qué apóstol enseñó y practicó que Pedro era la cabeza de los apóstoles?
¿Qué apóstol enseñó que la Sagrada Escritura junto con la Sagrada Tradición son la Palabra de Dios?
 
Y observa con atención qué piensa de los que abandonan la Iglesia, aunque, lamentablemente, él acabara ingresando en ese grupo:

Las defecciones de cristianos "ejemplares".

Es verdad que estos papanatas suelen edificarse para su ruina hasta de que ciertas personas hayan sido captadas por la herejía: 'porque aquélla o aquél, fidelísimos y prudentísimos y sumamente asiduos en la iglesia, se han pasado a aquella facción'.

¿Quién que dice esto no es capaz de responderse él mismo que aquellos a quienes las herejías han sido capaces de cambiar no deben ser tenidos ni por prudentes ni por fieles ni por asiduos? ¿Pero es sorprendente -pienso yo- que alguien aprobado en el pasado sucumba después?

Saúl, bueno más que los demás, es arruinado después por la envidia. David, varón bueno "según el corazón de Dios", se hace después reo de homicidio y estupro. Salomón, agasajado por el Señor con toda gracia y sabiduría, es inducido por las mujeres a la idolatría. Pues sólo al Hijo de Dios estaba reservado permanecer sin delito.

Por tanto, ¿qué pasa si un obispo, si un diácono, si una viuda, si una virgen, si un doctor, si incluso un mártir se aparta de la regla? ¿Parecerá, por eso, que las herejías ganan verdad? ¿Juzgamos la fe por las personas o a las personas por la fe? Nadie es sabio si no es creyente, nadie es mayor si no es cristiano, pero nadie es cristiano sino quien habrá perseverado hasta el final.

Tú, como hombre, conoces a cada uno por fuera: juzgas por lo que ves, y ves hasta donde alcanzan tus ojos. Pero "los ojos del Señor -dice [la Escritura]- son profundos. El hombre mira a la cara, Dios al corazón". Y por eso, "conoce el Señor a los suyos y arranca la planta que no ha plantado", y de los primeros hace los últimos, y lleva en la mano el bieldo para limpiar su era. Vuelen cuanto quieran, a cualquier viento de tentaciones, las pajas de la fe inestable, tanto más limpio será depositado el montón de trigo en los graneros del Señor.

¿Acaso algunos discípulos no se apartaron, escandalizados, del Señor mismo? Y, sin embargo, no por eso pensaron también los otros que había que separarse de sus huellas, sino que quienes sabían que era el Verbo de vida y que había venido de Dios perseveraron en su compañía hasta el final, aun cuando él, sin turbarse, les había ofrecido que, si querían, también ellos podían irse. Tiene poca importancia que algunos, Figelo y Hermógenes y Fileto e Himeneo, hayan abandonado a su Apóstol: el mismo que entregó a Cristo fue uno de los Apóstoles.

¿Nos vamos a admirar de que sus iglesias sean abandonadas por algunos, cuando todas esas cosas que padecemos a ejemplo de Cristo mismo demuestran que somos cristianos? "De entre nosotros -dice [la Escritura]- salieron, pero no eran de los nuestros; si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido, ciertamente, con nosotros" (1 Jn 2,19).

Tertuliano. Prescripciones contra todas las herejías.
 
Tyr


Deja de apoyarte en los hombres, y toma como base la Palabra de Dios, no los escritos de Tertuliano.


Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. (Hechos 5:29)
 
Originalmente enviado por: Maripaz
A continuación, una lista de "interpretacines privadas", contrarias a las escrituras y a lo que los apóstoles enseñaron


Preguntas:

...


Contesta San Vicente de Lerins:

Habiendo interrogado con frecuencia y con el mayor cuidado y atención a numerosísimas personas, sobresalientes en santidad y en doctrina, sobre cómo poder distinguir por medio de una regla segura, general y normativa, la verdad de la fe católica de la falsedad perversa de la herejía, casi todas me han dado la misma respuesta: «Todo cristiano que quiera desenmascarar las intrigas de los herejes que brotan a nuestro alrededor, evitar sus trampas y mantenerse íntegro e incólume en una fe incontaminada, debe, con la ayuda de Dios, pertrechar su fe de dos maneras: con la autoridad de la ley divina ante todo, y con la tradición de la Iglesia Católica».

Sin embargo, alguno podría objetar: Puesto que el Canon de las Escrituras es de por sí más que suficientemente perfecto para todo, ¿qué necesidad hay de que se le añada la autoridad de la interpretación de la Iglesia?

Precisamente porque la Escritura, a causa de su misma sublimidad, no es entendida por todos de modo idéntico y universal. De hecho, las mismas palabras son interpretadas de manera diferente por unos y por otros. Se podría decir que tantas son las interpretaciones como los lectores. Vemos, por ejemplo, que Novaciano explica la Escritura de un modo, Sabelio de otro, Donato, Eunomio, Macedonio, de otro; y de manera diversa la interpretan Fotino, Apolinar, Prisciliano, Joviniano, Pelagio, Celestio y, en nuestros días, Nestorio .

Es pues, sumamente necesario, ante las múltiples y enrevesadas tortuosidades del error, que la interpretación de los Profetas y de los Apóstoles se haga siguiendo la pauta del sentir católico.

En la Iglesia Católica hay que poner el mayor cuidado para mantener lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos. Esto es lo verdadera y propiamente católico, según la idea de universalidad que se encierra en la misma etimología de la palabra. Pero esto se conseguirá si nosotros seguimos la universalidad, la antigüedad, el consenso general. Seguiremos la universalidad, si confesamos como verdadera y única fe la que la Iglesia entera profesa en todo el mundo; la antigüedad, si no nos separamos de ninguna forma de los sentimientos que notoriamente proclamaron nuestros santos predecesores y padres; el consenso general, por último, si, en esta misma antigüedad, abrazamos las definiciones y las doctrinas de todos, o de casi todos, los Obispos y Maestros.

(...)

A mi modo de ver, un juicio tan severo fue pronunciado por el Cielo a causa de la malicia de estos mixtificadores, que no dudaban en encubrir con otro nombre las herejías que fabricaban.

Con frecuencia se apropiaban de pasajes complicados y poco claros de algún autor antiguo, los cuales, por su misma falta de claridad parecía que concordaban con sus teorías; así simulaban que no eran los primeros ni los únicos que pensaban de esa manera.

Esta falta de honradez yo la califico de doblemente odiosa, porque no tienen escrúpulo alguno en hacer que otros beban el veneno de la herejía, y por que mancillan la memoria de personas santas, como si esparcieran al viento, con mano sacrílega, sus cenizas dormidas.

Haciendo revivir determinadas opiniones, que mejor era dejar enterradas en el silencio, llevan a cabo una difamación. En esto siguen a la perfección las huellas de su primer modelo Cam, que no sólo no se preocupó de cubrir la desnudez de Noé, sino que la hizo notar a los demás para burlarse.

A causa de una ofensa tan grave a la piedad filial, hasta sus descendientes estuvieron incursos en la maldición que mereció su pecado. Su comportamiento fue totalmente contrario al de sus hermanos, los cuales se negaron a profanar con su mirada la venerable desnudez de su padre y a exponerle a las miradas de otros, sino que, como está escrito, lo cubrieron acercándose de espaldas. No aprobaron ni censuraron el error de aquel hombre santo, y por eso merecieron una espléndida bendición, que se extendió a sus hijos de generación en generación.

Pero volvamos a nuestro tema. Debemos tener horror, como si de un delito se tratara, a alterar la fe y corromper el dogma; no sólo la disciplina de la constitución de la Iglesia nos impide hacer una cosa así, sino también la censura de la autoridad apostólica.

Todos conocemos con cuánta firmeza, severidad y vehemencia San Pablo se lanza contra algunos que, con increíble frivolidad, se habían alejado en poquísimo tiempo de aquel que los había llamado a la gracia de Cristo, para pasarse a otro Evangelio, aun que la verdad es que no existe otro Evangelio; además, se habían rodeado de una turba de maestros que secundaban sus caprichos propios, y apartaban los oídos de la verdad para darlos a las fábulas, incurriendo así en la condenación de haber violado la fe primera.

Se habían dejado engañar por aquellos de quienes escribe el mismo Apóstol en su carta a los hermanos de Roma: Os ruego, hermanos, que os guardéis de aquellos que originan entre vosotros disensiones y escándalos, enseñando contra la doctrina que vosotros habéis aprendido; evitad su compañía. Estos tales no sirven a Cristo Señor nuestro, sino a su propia sensualidad; y con palabras dulces y con adulaciones seducen los corazones de los sencillos.

Se introducen en las casas y hacen esclavas a las mujerzuelas cargadas de pecados y movidas por toda clase de deseos, las cuales, aunque siempre dispuestas a instruirse, no consiguen llegar nunca al conocimiento de la verdad. Charlatanes y seductores, revolucionan familias enteras, enseñando lo que no conviene, con el fin de adquirir una vil ganancia.

Hombres de mente corrompida y descalificados en materia de fe, presuntuosos e ignorantes, que se enzarzan en discusioncillas y en diatribas estériles; privados de la verdad, piensan que la piedad es algo lucrativo.

Como no tienen nada en que ocuparse, se dedican al correteo; y no sólo están ociosos, sino que son parlanchines e indiscretos, hablando de lo que no deben. Han despreciado una buena conciencia y han naufragado en la fe.

Sus palabrerías fútiles y profanas hacen que cada vez vayan más adelante en la impiedad, y esas palabras suyas corroen como la gangrena. Con razón se ha escrito de ellos: no lograrán sus intentos, por que su necedad se hará patente a todos, como se hizo la de aquellos (Jannes y Mambres).

(...)

Pensando y repensando dentro de mí estas cosas, no dejo de admirarme ante la inmensa locura de algunos hombres, ante la impiedad de su mente cegada y ante la pasión desenfrenada del error, que no les deja satisfechos con una norma de fe tradicional y recibida de la antigüedad, sino que cada día andan buscando cosas nuevas y arden continuamente en deseos de cambiar, de añadir, de quitar algo a la religión. Como si ésta no fuese un dogma celestial, que ya es suficiente que haya sido revelado una vez para siempre; como si fuera una institución humana, que no puede llegar a ser perfecta sino mediante asiduas enmiendas y correcciones.

Y, sin embargo, tenemos la Palabra Divina que proclama: No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres; No tengas litigios con el juez; y también: El que echa abajo un muro es mordido por la serpiente. Además está el mandato del Apóstol, con el cual, como si fuera una espada espiritual, han sido decapitadas y lo serán siempre todas las malvadas novedades heréticas: ¡Oh Timoteo!, guarda el depósito, evitando las novedades profanas en las expresiones y las contradicciones de la falsa ciencia, que, al profesarla algunos, vinieron a perder la fe.

Después de estas advertencias ¿habrá todavía hombres tan osados y testarudos, de una cabezonería más dura que el acero, que no se dobleguen bajo el peso de tal elocuencia celestial, que no se sientan aplastados por semejante autoridad, hechos pedazos por martillazos como esos, reducidos a cenizas por rayos de esa clase?

«Evita -dice el Apóstol- las novedades profanas en las expresiones». No dice la antigüedad, la vetustez. Muestra claramente lo contrario, si tenemos en cuenta las consecuencias de lo que ha dicho: si se debe evitar la novedad, hay que atenerse a la antigüedad; si la novedad es impía, la antigüedad es sagrada.

«Y las contradicciones de una falsa ciencia». Verdaderamente que sólo como falsa ciencia puede ser calificada la doctrina de los herejes, los cuales enmascaran su propia ignorancia llamándola ciencia, del tiempo revuelto dicen que está sereno, a la tiniebla la llaman luz.

«Al profesarlas algunos, vinieron a perder la fe». ¿Qué es lo que anunciaron éstos, que les hizo prevaricar, si no fue una doctrina nueva e ignorada?

Puedes escuchar cómo dicen algunos: venid, pobres ignorantes, los que sois comúnmente llamados católicos, y aprended la fe verdadera, que, aparte de nosotros, nadie entiende. Permaneció oculta durante muchos siglos, pero ahora ha sido revelada y manifestada. Mas aprendedla en secreto. Os dará alegría. Una vez la hayáis aprendido, enseñadla a otros, pero ocultamente, para que no os odie el mundo ni lo sepa la Iglesia, porque sólo a unos pocos les es dado conocer el secreto de tan gran misterio.

Pero, ¿ es que acaso no son estas palabras las mismas que leemos en los Proverbios de Salomón, dirigidas por la prostituta a los que pasan y van su camino?: El estúpido que venga acá. Ya los pobres de mente les exhorta diciendo: Tomad este pan de tapadillo, bebed estas dulces aguas hurtadas. Pero, ¿qué es lo que también encontramos escrito?: mas ignora que los hijos de la tierra mueren junto a ella. ¿Quiénes son estos hijos de la tierra? Que lo diga el Apóstol: «los que vienen a perder la fe».

Pero es provechoso que examinemos con mayor diligencia esa frase del Apóstol: ¡Oh Timoteo!, guarda el depósito, evitando las novedades profanas en las expresiones.

Este grito es el grito de alguien que sabe y ama. Preveía los errores que iban a surgir, y se dolía de ello enormemente.

¿Quién es hoy Timoteo sino la Iglesia universal en general, y de modo particular el cuerpo de los obispos, quienes, ellos principalmente, deben poseer un conocimiento puro de la religión cristiana, y además transmitirlo a los demás?

Y ¿qué quiere decir «guarda el depósito»? Estáte atento, le dice, a los ladrones y a los enemigos; no suceda que mientras todos duermen, vengan a escondidas a sembrar la cizaña en medio del buen grano que el Hijo del hombre ha sembrado en su campo.

Pero, ¿qué es un depósito? El depósito es lo que te ha sido confiado, no encontrado por ti; tú lo has recibido, no lo has excogitado con tus propias fuerzas. No es el fruto de tu ingenio personal, sino de la doctrina; no está reservado para un uso privado, sino que pertenece a una tradición pública. No salió de ti, sino que a ti vino: a su respecto tú no puedes comportarte como si fueras su autor, sino como su simple custodio. No eres tú quien lo ha iniciado, sino que eres su discípulo; no te corresponderá dirigirlo, sino que tu deber es seguirlo.

Guarda el depósito, dice; es decir, conserva inviolado y sin mancha el talento de la fe católica. Lo que te ha sido confiado es lo que debes custodiar junto a ti y transmitir. Has recibido oro, devuelve, pues, oro. No puedo admitir que sustituyas una cosa por otra. No, tú no puedes desvergonzadamente sustituir el oro por plomo, o tratar de engañar dando bronce en lugar de metal precioso. Quiero oro puro, y no algo que sólo tenga su apariencia.

¡Oh Timoteo! ¡Oh sacerdote!, intérprete de las Escrituras, doctor, si la gracia divina te ha dado el talento por ingenio, experiencia, doctrina, debes ser el Beseleel del Tabernáculo espiritual. Trabaja las piedras preciosas del dogma divino, reúnelas fielmente, adórnalas con sabiduría, añádeles esplendor, gracia, belleza: Que tus explicaciones hagan que se comprenda con mayor claridad lo que ya se creía de manera muy oscura. Que las generaciones futuras se congratulen de haber comprendido por tu mediación lo que sus padres veneraban sin comprender.

Pero has de estar atento a enseñar solamente lo que has aprendido: no suceda que por buscar maneras nuevas de decir la doctrina de siempre, acabes por decir también cosas nuevas.

Quizá alguien diga: ¿ningún progreso de la religión es entonces posible en la Iglesia de Cristo?

Ciertamente que debe haber progreso, ¡Y grandísimo! ¿Quién podría ser tan hostil a los hombres y tan contrario a Dios que intentara impedirlo? Pero a condición de que se trate verdaderamente de progreso por la fe, no de modificación.

Es característica del progreso el que una cosa crezca, permaneciendo siempre idéntica a sí misma; es propio, en cambio, de la modificación que una cosa se transforme en otra.

Así, pues, crezcan y progresen de todas las maneras posibles la inteligencia, el conocimiento, la sabiduría, tanto de la colectividad como del individuo, de toda la Iglesia, según las edades y los siglos; con tal de que eso suceda exactamente según su naturaleza peculiar, en el mismo dogma, en el mismo sentido, según una misma interpretación.

Que la religión de las almas imite el modo de desarrollarse los cuerpos, cuyos elementos, aunque con el paso de los años se desenvuelven y crecen, sin embargo permanecen siendo siempre ellos mismos. Hay gran diferencia entre la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad; no obstante, quienes ahora son viejos son los mismos que fueron adolescentes. El aspecto y el porte de un individuo cambiaráa, pero se tratará siempre de la misma naturaleza y de la misma persona. Los miembros de un lactante son pequeños y más grandes los de los jóvenes, y siguen siendo los mismos. Tantos miembros tienen los adultos cuantos tienen los niños; y si algo nuevo aparece en edad más madura, ya preexistía en el embrión; así, nada nuevo se manifiesta en el adulto que ya no se encontrase de forma latente en el niño.

No cabe ninguna duda de que éste es el proceso regular y normal del progreso, según el orden preciso y bellísimo del crecimiento: el crecer en la edad revela en los grandes las mismas partes y proporciones que la sabiduría del Creador había delineado en los pequeños. Si la forma humana adoptase con el tiempo un aspecto extraño a su especie, si se le añadiese o se le quitase algún miembro, necesariamente todo el cuerpo moriría o se haría monstruoso, o al menos se debilitaría.

Estas mismas leyes de crecimiento debe seguir el dogma cristiano, de modo que con el paso de los años se vaya consolidando, se vaya desarrollando en el tiempo, se vaya haciendo más majestuoso con la edad, pero de tal manera que siga siempre incorrupto e incontaminado, íntegro y perfecto en todas sus partes y, por así decir, en todos sus miembros y sentidos, sin admitir ninguna alteración, ninguna pérdida de sus propiedades, ninguna variación en lo que está definido.

Pongamos un ejemplo. Nuestros padres, en el pasado, han sembrado en el campo de la Iglesia el buen grano de la fe; sería por demás injusto e inconveniente si nosotros, sus descendientes, en lugar del trigo de la auténtica verdad tuviésemos que recolectar la zizaña fraudulenta del error. En cambio, es justo que la siega corresponda a la siembra y que recojamos, cuando el grano de la doctrina llega a la madurez, el trigo del dogma. Si con el paso del tiempo, una parte de la semilla original se ha desarrollado alcanzando felizmente la plena madurez, no se puede decir que haya cambiado el carácter específico de la semilla; puede darse un cambio en el aspecto, en la forma, una concreción más precisa, pero la naturaleza propia de cada especie permanece intacta.

No suceda jamás, pues, que los rosales de la doctrina católica se transformen en cardos espinosos. No suceda jamás, repito, que en este paraíso espiritual donde retoñan el cinamono y el bálsamo, despunten a escondidas la cizaña y el acónito. Todo lo que la fe de los padres ha sembrado en el campo de Dios que es la Iglesia, es lo que debe ser cultivado y custodiado por el celo de los hijos; solamente esto debe florecer, y no otra cosa; debe florecer y madurar, crecer y alcanzar la perfección.

Es legítimo que los antiguos dogmas de la filosofía celestial, al correr de, los siglos, se .afinen, se limen, se pulan; pero sería impío cambiarlos, desfigurarlos, mutilarlos. Adquieran, al contrario, mayor evidencia, claridad, precisión; pero es necesario que conserven siempre su plenitud, integridad, propiedad.

Si se concediese, aunque fuera para una sola vez, permiso para cualquier mutación impía, no me atrevo a decir el gran peligro que correría la religión de ser destruida y aniquilada para siempre. Si se cede en cualquier punto del dogma católico, después será necesario ceder en otro, y después en otro más, y así hasta que tales abdicaciones se conviertan en algo normal y lícito. Y una vez que se ha metido la mano para rechazar el dogma pedazo a pedazo, ¿qué sucederá al final, sino repudiarlo en su totalidad?

Si se empieza a mezclar lo nuevo con lo antiguo, lo extraño con lo que es familiar, lo profano con lo sagrado, en breve este desorden se difundirá por todas partes, y nada en la Iglesia permanecerá intacto, íntegro, sin mancha; y donde antes se levantaba el santuario de la verdad pura e incorrupta, precisamente en ese lugar, se levantará un lupanar de infamias y de torpes errores.

Que la misericordia divina mantenga alejado de la mente de los suyos este crimen; que esto no sea más que una locura de los impíos. La Iglesia de Cristo, custodio vigilante y prudente de los dogmas que le han sido confiados, no cambia nunca nada en ellos, ni les quita o añade nada; no rechaza lo que es necesario ni añade lo que es superfluo; no deja que se le escape lo que es suyo ni se apropia de lo que pertenece a otros. Al tomar cautelosamente con fidelidad y prudencia las doctrinas antiguas, sólo busca hacer con sumo celo lo siguiente: perfeccionar y perfilar lo que ha recibido de la antigüedad de una manera solamente esbozada; consolidar y reforzar lo que ha sido expresado con precisión; custodiar lo que ha sido ya confirmado y definido.

En realidad, ¿qué fines se propuso obtener siempre la Iglesia con los decretos conciliares, si no ha sido el que se crea con mayor conocimiento lo que antes ya se creía con sencillez; que se predique con mayor insistencia lo que antes ya se predicaba con menor empeño; que se venere con mayor solicitud lo que ya antes se honraba con demasiada calma?

Esto y no otra cosa ha hecho siempre la Iglesia con los decretos de los concilios, provocada por las innovaciones de los herejes: transmitir a la posteridad en documentos escritos lo que había recibido de nuestros padres mediante sólo la tradición; resumir en fórmulas breves una gran cantidad de nociones y, más frecuentemente, con el fin de ilustrar la inteligencia, especificar con términos nuevos y apropiados una doctrina no nueva.

(...)

Alguien podría quizá preguntar: ¿cómo se explica que el diablo utilice las citas de la Sagrada Escritura?

No tiene más que abrir el Evangelio y leer. Encontrará escrito: Entonces el diablo lo tomó -se trata del Señor, del Salvador- y lo puso sobre lo alto del templo y le dijo: si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo; pues está escrito: te he encomendado a los ángeles, los cuales te tomarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra.

¿Qué no hará a los pobres mortales el que tuvo la osadía de asaltar, con testimonios de la Escritura, al mismo Señor de la majestad? ¿«Si tú eres el Hijo de Dios -le dijo- échate de aquí abajo». ¿Por qué? «Porque está escrito...».

Debemos prestar la más grande atención a la doctrina aquí expuesta y retenerla bien en nuestras mentes, para que, puestos en guardia por la autoridad de un ejemplo evangélico tan grande, no dudemos ni por un instante que es el diablo quien habla por boca de quienes veremos que citan contra la fe católica pasajes de los Apóstoles o de los Profetas Entonces era la cabeza quien hablaba a la Cabeza, ahora son los miembros quienes hablan a los miembros; es decir, los miembros del diablo a los miembros de Cristo, los renegados a los fieles, los sacrílegos a los hombres piadosos, los herejes a los católicos.

¿Pero qué es lo que dicen? Si tú eres el Hijo de Dios échate de aquí abajo. O sea, si quieres ser realmente Hijo de Dios y recibir la herencia del reino celestial, tírate abajo desde lo alto de la doctrina y de la tradición de esta Iglesia sublime, templo de Dios. Y si uno pregunta a cualquier hereje que quiere persuadirlo de la verdad de esto: ¿En qué pruebas te fundas para afirmar que yo debo abandonar la fe antigua y universal de la Iglesia Católica?, inmediatamente responderá: «Está escrito», y sin más amontonará mil testimonios, mil ejemplos, mil argumentos con los cuales, interpretados de nueva y mala manera, intentará precipitar el alma del desgraciado desde lo alto de la roca católica al abismo de la herejía.

Pero es con las promesas que ahora vamos a decir con las que los herejes acostumbran a engañar, con un arte que es una verdadera maravilla, a quienes no están prevenidos. Efectivamente, osan prometer y enseñar que en su iglesia, es decir, en el conventículo de su secta, está presente una gracia de Dios extraordinaria, especial, absolutamente personal; y es de tal clase que sin fatiga, sin esfuerzo, sin ansiedad alguna, incluso aunque no pidan, ni busquen, ni anhelen, todos los que forman parte de su número obtienen de Dios esa ayuda, hasta el punto de que son llevados por manos de ángeles y custodiados por su protección, sin que su pie tropiece nunca con una piedra, o sea, sin sufrir escándalo.

San Vicente de Lerins. Conmonitorio.
 
PAPAS QUE CAYERON EN HEREJÍA



Algo extenso, pero merece ser leído, por aquellos que buscan la verdad por encima de todo.


Extraído de “Catolicismo Romano: Orígenes y desarrollo (Tomo I). José Grau. EEE




5 - La claudicación de Liberio, obispo de Roma.

Las molestias del exilio sentaron mal a Liberio. La firmeza de sus primeros momentos se desvaneció y consintió en firmar textos de muy dudosa ortodoxia. Hilario de Poitiers y otros exilados lo denunciaron como apóstata.

La doctrina católica-romana, tal como expuso el concilio Vaticano 1 da a entender que el obispo de Roma, como sucesor de San Pedro está exento de toda sospecha de error; no puede equivocarse en cuestiones de fe. La historia, sin embargo, desmiente tales pretensiones. Y el caso de Liberio es de los más significativos. Que no se diga que Liberio (352-366) erró en una cuestión secundaria y que no intentó dar su opinión ex~cathedra. El problema que se ventilaba era uno de los más importantes y trascendentales para la fe de la Cristiandad. Y, precisamente en el momento más crítico de la controversia arriana, cuando parecía que ésta iba a imponerse a todo el mundo, Liberio abandonó la causa de Atanasio y la verdad que éste defendía.

Las evidencias de esta apostasía son numerosas. Seguiremos el orden de W. Shaw Kerr (12).

1) Atanasio mismo da testimonio de esta apostasía de Liberio en dos de sus escritos (13). Al principio se mantuvo firme, pero el miedo acabó venciéndole.

2) También Jeronimo relata dos veces esta apostasía (14).

3) San Hilario de Poitiers, en su obra Contra Constantium Imperatorem, se dirige al emperador con estas palabras: «¡Oh, hombre inicuo! No se cuando fue mayor tu impiedad, si cuando lo depusiste (a Liberio) o cuando lo hiciste volver (a su sede romana, después de haber claudicado)» (15).

4) El cuarto testigo es Hermias Sozomeno, quien escribió su historia eclesiástica cua'ndo todavía no habían transcurrido cien años. Cuenta Sozomeno que cuando Constancio estaba en Sirmium mandó que Liberio acudiera a su presencia. Ve-nido de su lugar de destierro, Liberio fue invitado por los obispos allí reunidos a que firmara un documento en el que se enseñaba que el Hijo no es de la misma sustancia («hontusion>) que el Padre. Al mismo tiempo Liberio dio su consentimiento a una fórmula de fe semi-arriana. Y esto lo relata Sozomeno de fuentes de primera mano que se hallaban a su disposición (16).

5) De otras fuentes llegan más testimonios: Faustino y Marcelino presentaron un Libellus Precum a los emperadores el año 383. En el prefacio leemos que dos años después del exilio de Liberio, Constancio visitó Roma y el pueblo le preguntó por Liberio. El emperador respondió: «Tendréis a Liberio y volverá mejor que cuando partió>. De esta manera aludió el emperador al consentimiento de Liberio mediante el cual estrechó las manos de la perfidia (manus perfidiae dederat)(17)
6) Pero, sobre todo, tenemos las cartas del mismo Liberio escritas a los enemigos del credo niceno:

"Yo no defiendo a Atanasio... Habiendo sabido... que lo condenasteis justamente, inmediatamente - di mi conformidad a vuestra sentencia... De manera que habiendo sido Atanasio expulsado de La comunión de todos nosctros... Os ruego que obráis conjuntamente para que pueda ser librado de este exilio y pueda volver a la sede que me fue confiada por Dios" (18).

En otra carta, dirigida a los herejes e intrigantes Ursacio y Valens, dice claramente:

"Atanasio, quien fue obispo de la ciudad de Alejandría, fue condenado por mt y separado de la comunión de la Iglesia de Roma" (19).

Al citar estas cartas, Hilario de Poitiers no puede contener su indignación:

"Esta es la perfidia arriana... A ti Liberio, digo; anatema. Y a todos tus cómplices" (20>.


6, La reacción pagana.

A Constancio sucedió Juliano, el apóstata (361-363) el cual soñaba en una restauración del paganismo. Por consiguiente, trató 'de debilitar el cristianismo en todos los campos. Nopersiguió a los cristianos, pero buscó ridiculizarlos por todos los medios separarlos de la vida pública, el gobierno o la enseñanza. ro, a quien perjudicaron más las medidas del nuevo emperador fue a los arrianos, los únicos que ocupaban puestos importantes desde el mandato de Constancio. La cristiandad ortodoxa hacia bastante tiempo que se había habituado al exilio; el golpe de Juliano no fue, pues, tan duro. Y en un sentido favoreció a la misma verdad del Evangelio. La reacción que provocó en contra de los nuevos postulados paganos puso todavía más de manifiesto las afinidades del arrianismo con el paganismo. En todos sentidos, ayudó a la causa de Nicea. Muchos acabaron de aprender entonces que el Evangelio es revelación, no filosofia .

La política de Juliano estableció plena tolerancia para todas las religiones y sectas. Hizo volver a los obispos exilados, pero como la mayoría de sus iglesias habian sido ocupadas por otros, la confusión episcopal aumentó. Esto, precisamente,era lo que buscaba Juliano. Dijo que no era asunto suyo meterse en las cuestiones eclesiásticas. Tal principio que en cualquier otro hubiera revelado un justo sentido de la tolerancia, supremacía romana. Oriente fue traído gradualmente a la ortodoxia graciás a los trabajos de Atanasio y, sobre todo, del sínodo de Alejandría de 362.Mal podía la sede romana vindicar derechos o imponer criterios después de la apostasía de Liberio! El que Julio y el sínodo romano que vio la causa de Atanasio dictaminaran correctamente años atrás no disminuye cl hecho de la posterior claudicación de Liberio. En el siglo IV, por otra parte, esto no extrañaba a nadie.
¿Dónde se hallaba la verdadera Iglesia en estos años? Mayormente en el exilio- Cuando la tierra pareció que iba a volverse arriana, como comentó Jerónimo, y cuando el obispo de Roma no supo mantener la fe como otros obispos más valientes la mantuvieron, la verdad del Evangelio se encontraba entre éstos, dispersados por las fronteras limítrofes del Imperio, en los desiertos, en el exilio, pero no en la corte imperial ni en las grandes sedes de Roma o de Oriente. Significativa lección que no debiera olvidarse.


7. Atanasio y Roma.

Atanasio fue un escritor prolífico; esto se debió en parte a la lucha que sostuvo toda su vida en contra de la herejía arriana. Mas, en ninguno de sus escritos aparece ni una sqla vez ninguna referencia a Roma como sede infalible de la verdad. Pasó algunos de sus muchos años de exilio en Roma. Sin embargo, será en vano que busquemos en sus cartas, sus tratados teológicos, sus sermones, étc., cualquier alusión a ninguna autoridad constituida divinamente para definir con criterio supremo las controversias religiosas. Atanasio apela a la Escritura, a los antiguos padres, a los concilios y, sobre todo, a Nicea, pero nunca al juicio infalible del obispo de Roma. Es imposible que no hubiese utilizado el argumento del Papado infalible, si en su tiempo tal institución -con su dogma correspondiente- hubiese existido. Y máxime, teniendo en cuenta que Julio y el sínodo romano que éste convocó fallaron en su favor.
La actitud de Atanasio con respecto a Roma puede ser estudiada con claridad diáfana en el momento en que Liberio apostató y cesó de apoyarlo. Fue lamentable, y Atanasio lo sintió mucho, pero, en el fondo, no fue más que la deserción cobarde de uno de los obispos más importantes de la Cristiandad. No le cogió por sorpresa. De la misma manera que todos los prelados estaban expuestos al error y a la herejía, el obispo podía caer también; no era ninguna excepción.
Para Atanasio “Liberio era uno de los obispos de las ilustres ciudades cabezas de las grandes Iglesias”(22) . Pero no sabia que uno de estos obispos fuese Vicario de Cristo en la tierra. ¿Puede justificarse esta ignorancia en el más grande hombre de Iglesia de su tiempo? Si, se justifica por el simple hecho de que nadie entonces sabía nada de ningún vicario de esta clase.

Respecto a Liberio, dice Atanasio: «No soporté hasta el fin los sufrimientos del exilio, siendo consciente de la conspiración que se fraguaba en mi contra» (23). «Después de estar arrestado dos años> Liberio cedió y por temor a las amenazas de muerte fue inducido a suscribir» (24). Su caída se debió al miedo y contrasta con los fieles «que han evitado la herejía como si se tratara de una serpiente» (25).
Atanasio no sólo era ignorante del magisterio infalible del obispo romano, sino también de su supremacía y jurisdicción. Ni cuando fue condenado por el sínodo arriano de Tiro, ni en sus sucesivos destierros, apeló nunca a la soberana jurisdicción de Roma. En contra del sínodo de Tiro recurrió al emperador. El concilio de obispos egipcios que se reunieron en Alejandría en 339, proclamó inocente a Atanasio sin aludir para nada a la opinión del obispo de Roma. Pudo, con todo, haberse dicho que el obispo de la que entonces era la segunda de las Iglesias no debía ser depuesto sin consultar con el obispo de la primera sede. Tal fue la protesta de Julio. Pero los padres de Alejandría del 339 ni siquiera mencionan este peque ño detalle en su larga carta sinodal remitida a los «obispos de la Iglesia Católica en todas partes». El comentario de Atanasio al concilio de Roma ue vindicó su ortodoxia es significativo:
"Así escribió el concilio de Roma por medio de Julio, obispo de Roma>' (26).

La decisión de Roma no zanjó la cuestión. Por esto, los emperadores convocaron el concilio de Sárdica en 344, presidido por Osio de Córdoba (27>. El concilio se puso del lado de Atanasio y confirmó «la decisión de nuestro hermano y colega Julio como justa> (28). Aquí, el concilio obró con toda autoridad, exaltando a Atanasio y excomulgando a otros. Julio escribió a Alejandría, congratulándose por la restauración de su obispo, el cual «fue declarado inocente, no sólo por ini sino por la voz de todo el concilio» (29).

Se deduce de estos datos que Atanasio, al defender su postura ante la Iglesia universal apeló a la Escritura y al dictamen de las asambleas episcopales, pero nunca a ningún obispo particular como si fuera el supremo Juez de los cristianos. Nos explica que su causa fue vindicada primero «en mi propio país por una asamblea de casi cien obispos; por segunda vez en Roma cuando, como consecuencia de las cartas de Eusebio (de Nicomedia) tanto ellos como nosotros fuimos convocados y más de cincuenta obispos se reunieron; y una tercera vez en el gran concilio de Sárdica celebrado por orden de los emperadores Constancio y Constante». Prosigue explicándonos como el veredicto en su favor fue dado por trescientos obispos procedentes de muchos países que él enumera. Los obispos de Italia, en esta lista, ocupan el yeinticuatro lugar, la lista todavía enumera hasta treinta y seis, siendo los británicos los últimos (30). Una y otra vez ésta es su defensa: «Las decisiones de tan emtnentes obispos", "obispos de las ilustres ciudades cabezas de las grandes Iglesias", "Si alguno desea informarse de mi caso y la falsedad de los partídarios de Eusebio, que lea lo que está escrito sobre mí, y que oiga los testimonios, no de uno o dos o tres, sino ese gran número de obispos" (31).
Para Atanasio, los rumores de la apostasía de Osio constituían una calamidad más grande que la de Liberio. Acusa a los arrianos de «no haber perdonado ni al gran confesor Osio, ni al obispo de Roma» (32). En tanto Osio estuvo firme, lo demás no importaba, pues el prelado español era considerado « el padre de los obispos... presidente de los concilios cuyas cartas son esperadas en todas partes (33). Así hablaba Atanasio, no del obispo de Roma, sino del de Córdoba.

Según Gregorio Nacianceno, Atanasio es aquél a quien le fue confiada «la dirección de todo el mundo» (34). Si estos títulos comenta W. Shaw Kerr- hubieran sido dados al obispo de Roma, ¡qué deducciones más equivocadas hubiesen sacado de los mismos los posteriores creadores de la idea papal! (35).








(12)W.Shaw K. Op. Cit p 126
(13) Apología contra los arrianos, 89; Historia de los arrianos. 41
(14) Ch ron. A. U., 354. P.L. 27:501: «In haeretican pTavitatem aub£criben,». De Viris IUustribus, e. 97. P.L. 23:735.
(15) C. XL P.L. 10:589.
(16) HiatoTia Eclesiástica. IV, 15. P.C. 67:1152.
Puller, Primitive Saints and the See of the Reme, p. 276.
(17) PL. 13:81.
<18) St. Hilar. Fragmenta, VI. PL- 10:689, 690.
<19) Ibid. PL. 10:693.
(20) Ibid, P.L. 10:691.
Resulta pueril querer discutir la autenticidad de estas Cartas. Eminentes historia dorea católicorromanos las han aceptado siempre: eruditos Como Natalia, Alexander, Tillemont, Fleurv, flupin, Moblar, Newmsn, etc.
El mismo Hefele admite que Liherio renuncié al término ahomusiosa y que firmó la confesión de Sinnium (History of the Councils, vol II, p. 245), Este ea, a fin de cuentas, el punto central. Y esta' históricamente demostrado.
Los escritores católico-romanos del pasado no vacilaban en sacar a luz el pacado de Liberio. «Hasta el si210 XVI, la caída dc Liberio fue un hecho aceptado como evento histórico indiscutido... En el martirologio de Ado, (14 de agosto) se pone en boca de Eusebio que «Liberio, Papa, había expresado su conformidad con la perfidia arrianaa, palabras que se repiten en otros martirologios medievales y que estaban antiguamente en los Breviarios romanos, de donde fueron sacadas en el siglo XVI» (Denny, Papa-liam, p. 390)
Baronio explica que el pueblo de Roma se enojo porque babia tan torpemente (turpiter) consentido a Constancio... Se sostenía que Liberio, por causa de su comunión con los herejes -manifestada por las cartas ca-critas por ¿1 mismo referente al compromiso contraído con los arrianos fue enteramente excluido de la comunión católica,.. Por esta razón fue enteramente excluido del oficio pontificio... El execrable contagio de su loca com~ni6n con los arrianos> (A nalca, A.D., 357, 56:57).
El cardenal Newman. en un libro publicado en 1895, escribe sobre «la escandalosa caída de Liberiq... «esta miserable apostasía.,, El papa un renegado (The Arians 1895, PP. 319, 332, 352)
(22) Atanasio “Apología contra los arrianos”, 89
(23) Ibid.
(24) Atanasio, Historia de los arrianos, 4.
(25) Ibid.
(26) Atanasio. Apología, 36. W. Shaw Kerr. comenta: «Monseñor Batiffol encuentra la actitud de Atanasio con respecto a Roma y esta carta de Julio difícil de explicar. Cita las palabras de Ituchesne: «AtanaSio, de-puesto por el Concilio de Tiro, no parece ten«r idea de que una apelaci6n a Roma hubiese podido ayudarle». Eacribe que la verdad es que en esa fe-cha no había precedente conocido de ningún obispo oriental, condenado por un sínodo oriental, que hubiera recurrido a Roma (Cathedro Pethr£ PP. ~7> 218, 223, 224). Batiffol escribe: «Ea de notar que cl papa Julio no vindica abiertamente el privilegio de una pnmacía peculiar a su sede... La ocasión era favorable para exaltar la autoridad excepcional del obispa que presidía la Iglesia de Roma, pero el papa Julio no se aprovechó de aquella ocasión. Incluso puso alguna insistencia en el hecho de que, aunque escribía él, la respuesta era la de su concilio» (Ibid., p. 225). W. Shaw Kerr. op. cit. PP. 123, 124.
Julio no podía adelantarse a su época. Sin embargo, aprovechó la ocasión para exaltar no su rango episcopal, pero sí su sede. aunque dentro da los límites y las circunstancias de su tiempo. Lo cierto es que. tampoco éL aunque era obispo de Roma, tenía la menor idea de la infalibilidad y jurir dicción universal que los modernos defensores del Papado dicen haber poseido todos los pontífices romanos.
<27> Atanasio, Historio de los arrianos,
<28) Atanasio, Apología, 37.
(29) Ibid., 52.
(30)Ibid., 1.
(31)Ibid., 89,90.
(32)Atanasio, Apoloar for flight, 9.
(33)Atanasio. Historio de los arrianos, 42.
(34)Oratio XXI. 7. P.G. 35:1088.
(35) W, Shaw Kerr, op. cit. PP. 124-125.




Hasta aquí la historia de Liberio, continuará con Zósimo, Vigilio y Honorio.










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Estimados coforistas:
He aquí algunas precisiones, limitadas solamente a los casos planteados por Maripaz y refutados por Luis Fernando.
Podemos traer algunos otros deslices papales a colación si lo desean.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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A. El caso de Liberio, que terminó firmando una confesión de fe arriana y condenando a San Atanasio
Luego de las decisiones de Nicea, la cuestión arriana no quedó definitivamente zanjada, ni mucho menos. Cuando los arrianos ganaron las simpatías del nuevo emperador, Constancio, quien presionó a los obispos ortodoxos de Occidente para que condenasen a Atanasio, obispo de Alejandría y campeón de la fe nicena. La mayoría de los obispos claudicaron, y Liberio, obispo de Roma (352-366), quien se resistía a condenar a Atanasio sin escucharle primero, fue como muchos otros deportado a Asia.
Tras dos años de exilio, Liberio finalmente claudicó y suscribió una confesión de fe que, si bien era ambigua, era aceptable a los arrianos. La fórmula que Liberio firmó era una redactada por los obispos de la corte, la misma que el anciano Osio, obispo de Córdoba y antes consejero de Constantino, había sido obligado suscribir.
Lo que no resultó ambigua fue su condena de Atanasio. Liberio les escribió a los arrianos como sus “amadísimos hermanos” y se disculpó por haber defendido a Atanasio, sobre la base de que su predecesor, Julio, así lo había hecho. Decía: “Yo no defiendo a Atanasio... habiendo sabido cuando le plugo a Dios, que lo habéis condenado justamente, asentí a vuestra sentencia. Así que, habiendo sido Atanasio expulsado de la comunión de todos nosotros, de manera tal que no voy siquiera a recibir sus cartas, digo que estoy muy en paz y concordia con todos vosotros, y con todos los obispos orientales en las provincias. Pero para que sepáis mejor que en esta carta hablo en la verdadera fe lo mismo que mi común señor y hermano, Demófilo, quien fue tan bueno de conceder mostrarme vuestro credo católico, el cual en Sirmia fue por muchos de nuestros hermanos considerado, establecido y recibido por todos los presentes: esto recibí con mente bien dispuesta, sin contradecir nada. A esto le doy mi asentimiento; esto es lo que sigo; esto es sostenido por mí... Os ruego que obréis conjuntamente para que pueda ser librado de este exilio y pueda volver a la sede que me fue confiada por Dios.”
Testigos de la defección de Liberio son el propio Atanasio, Hilario de Poitiers, Jerónimo, Hermias Sozomeno, Faustino y Marcelino.
Atanasio menciona la resistencia inicial de Liberio (quien “era consciente de la conspiración formada contra nosotros”) y su claudicación después de dos años de exilio (Apología contra los arrianos, 89). En otra parte (Historia de los arrianos, 41) dice: “Así se esforzaron [los conspiradores arrianos] al principio para corromper la Iglesia de los romanos, deseando introducir la impiedad en ella así como en otras. Pero Liberio, después de haber estado en el exilio dos años, cedió, y por miedo a la amenaza de muerte suscribió. Aún así, esto sólo muestra la conducta violenta, y el odio de Liberio contra la herejía, y su apoyo de Atanasio, mientras se le permitió ejercitar una libre elección.”
Evidentemente Liberio no estaba hecho de la misma madera que algunos de sus antecesores y obispos contemporáneos, capaces de enfrentar el martirio por causa de su fe.
Jerónimo, en su Vidas de Varones Ilustres (97), dice: “Fortunatiano, africano de nacimiento, obispo de Aquilia durante el reino de Constancio, ... , es detestado porque, cuando Liberio obispo de Roma fue exiliado por la fe, fue inducido por la insistencia de Fortunatiano a suscribir la herejía.”
Sozomeno en su Historia de la Iglesia (IV,15) dice que Liberio había escrito una confesión de fe ortodoxa que fue aprobada “partcialmente”. “Pues cuando Eudoxio y sus partidarios en Antioquía, quienes favorecían la herejía de Aecio, recibieron la carta de Osio, circularon el informe de que Liberio había renunciado al término ‘consubstancial’ y había admitido que el Hijo es disimilar con el Padre. Luego de que estas sanciones habían sido hechas por los obispos occidentales, el emperador permitió a Liberio retornar a Roma.”
Faustino y Marcelino presentaron a los emperadores un librito en 383, en el que se contaba que dos años después de haber sido exiliado Liberio, Constancio visitó Roma. Cuando la gente le preguntó por Liberio, el emperador respondió que volvería, y mejor que cuando había partido. “De esta manera”, dicen los autores, “aludió el emperador al consentimiento de Liberio, mediante el cual estrechó las manos de la perfidia.”
Hilario de Poitiers, quien transcribe la carta de Liberio citada antes, interrumpe la transcripción con palabras muy severas: “Esta es la infidelidad arriana”, “anatema, te digo, Liberio y tus cómplices”, “de nuevo, por tercera vez, anatema al prevaricador Liberio.” Escribiendo a Constancio en 360, dice Hilario: “No sé si cometiste mayor impiedad cuando lo exiliaste [a Liberio] que cuando lo restauraste.”
La defección de Liberio era reconocida por los martirologios y breviarios romanos, hasta que en el siglo XVI –supongo que al calor de la controversia religiosa- fueron quitados. En uno de ellos se dice “Liberio, papa, había expresado su conformidad con la perfidia arriana.” Lo mismo reconoce Baronio en sus Anales (56:57).
Tomando en cuenta todos los datos, parece correcto afirmar que Liberio no era arriano en su corazón. Esto no lo exonera del hecho de haber suscripto el arrianismo y la condenación a Atanasio con tal de recuperar su sede. En otras palabras, aceptó lo que sabía que era injusto y erróneo , y lo comunicó oficialmente a los obispos orientales, para poder retornar a Roma, como efectivamente lo hizo. En esta compleja situación histórica, lo menos que puede decirse del obispo de Roma es que hizo un papel muy pobre y no defendió la ortodoxia nicena, que hubo de ser sostenida contra viento y marea por el obispo de Alejandría, Atanasio.
B. El caso de Zósimo, un “supremo maestro” que no sabía distinguir un documento pelagiano de uno ortodoxo, y que desconocía tanto los cánones de Nicea (que confundió con los de Sardis) como los límites de su propia autoridad, y hubo de ser enseñado por los obispos africanos.
Traduzco lo siguiente de la Catholic Encyclopedia:
“No mucho después de la elección de Zósimo el pelagiano Celestio , quien había sido condenado por el papa precedente , Inocencio I, vino a Roma para justificarse ante el nuevo papa, habiendo sido expulsado de Constantinopla. En el verano de 417, Zósimo realizó una reunión con la clerecía romana en la basílica de San Clemente, ante la cual compareció Celestio. Las proposiciones redactadas por el diácono Paulino de Milán, por causa de las cuales Celestio había sido condenado en Cartago en 411, fueron dispuestas ante él. Celestio se rehusó a condenar tales proposiciones, declarando al mismo tiempo en general que él aceptaba la doctrina expuesta en las cartas del papa Inocente y haciendo una confesión de fe que fue aprobada. El papa fue ganado por la conducta astutamente calculada de Celestio, y dijo que no estaba seguro de si el hereje había realmente mantenido la doctrina falsa rechazada por Inocente, y por tanto consideraba demasiado apresurada la acción de los obispos africanos contra Celestio. Escribió de inmediato en este sentido a los obispos de la provincia africana, y convocó a quienes tuviesen algo que decir contra Celestio para que compareciesen en Roma dentro de los dos meses. Poco después de esto, Zósimo recibió de Pelagio también una confesión de fe artificiosamente expresada, junto con un tratado del heresiarca sobre el libre albedrío. El papa reunió un nuevo sínodo de la clerecía romana, ante la cual ambos escritos fueron leídos. Las expresiones hábilmente escogidas de Pelagio ocultaban el contenido herético; la asamblea sostuvo que las afirmaciones eran ortodoxas, y Zósimo les escribió de nuevo a los obispos africanos defendiendo a Pelagio y reprobando a sus acusadores, entre los cuales se hallaban los obispos galos Hero y lázaro. El arzobispo Aurelio de Cartago rápidamente convocó un sínodo, el cual le envió a Zósimo una carta en la que se probaba que el papa había sido engañado por los herejes. En su respuesta, Zósimo declaró que no había determinado nada en forma definitiva, y que no deseaba establecer nada sin consultar a los obispos africanos. Luego de la nueva carta sinodal del concilio africano, del 1 de mayo de 418, al papa, y luego de las medidas tomadas en contra de los pelagianos por el emperador Honorio, Zósimo reconoció el verdadero carácter de los herejes. Ahora publicó su “Tractoria”, en el cual eran condenados el pelagianismo y sus autores. Así, finalmente, el ocupante de la Sede Apostólica en el momento exacto mantuvo con toda autoridad el dogma tradicional de la Iglesia, y protegió la verdad de la Iglesia contra el error.
“Poco después de esto, Zósimo se involucró en una disputa con los obispos africanos con respecto al derecho de apelación a la sede romana de clérigos que habían sido excomulgados por sus obispos. Cuando el sacerdote Apiario de Sica había sido excomulgado a causa de sus delitos, apeló directamente al papa, sin consideración por el curso regular de la apelación en África, que estaba exactamente prescrito. El papa aceptó la apelación de inmediato, y envió al África legados con cartas para investigar el asunto. Un procedimiento más sabio hubiese sido referir primero a Apiario al curso ordinario de apelación en la misma África. A continuación, Zósimo cometió el error añadido de basar su acción en un supuesto canon del Concilio de Nicea [ecuménico], que era en realidad un canon del Concilio de Sárdica [local]. En los manuscritos romanos, los cánones de Sárdica seguían a los de Nicea inmediatamente, sin un tpitulo independiente, en tanto que los manuscritos africanos contenían únicamente los cánones genuinos de Nicea, de modo que el canon al que apeló Zósimo no se hallaba en las copias africanas de los cánones nicenos. Así surgió un serio desacuerdo acerca de esta apelación, que se prolongó después de la muerte de Zósimo.”
J.P. Kirsch, Pope St. Zosimus (Catholic Encyclopedia , vol. XV).

Es probablemente un hecho afortunado para la Iglesia de Roma que el obispado de Zósimo (417-418) haya durado tan poco, pues de lo contrario es posible que hubiera cometido todavía más errores.
Aunque el autor del artículo citado pretende exonerar a Zósimo y presentarle como el guardián de la ortodoxia que “en el momento exacto mantuvo con toda autoridad el dogma tradicional de la Iglesia, y protegió la verdad de la Iglesia contra el error”, los hechos que él mismo narra son bien diferentes.
El titular de la sede romana examinó cuidadosamente lo expuesto por Celestio y Pelagio, y llegó a la conclusión de que ambos eran ortodoxos. Se ve que el Espíritu Santo no le asistió para distinguir la verdad del error. Como consecuencia de su evaluación, corrigió la condenación pronunciada por el obispo romano anterior (lo que muestra que en esta época los papas no se sentían aún obligados por las enseñanzas y decisiones de sus predecesores, que podían ser anuladas si era necesario) , censuró gravemente a los obispos galicanos acusadores –a los que calificó de maliciosos y turbulentos y pretendió excomulgar- , aconsejó paternalmente a los obispos africanos para que no se apresurasen a creer lo malo de su prójimo, y dijo que hubiera deseado que los africanos hubiesen podido oír las exposiciones de Celestio y Pelagio, a quienes llamó hombres de ortodoxia perfecta (absolutae fidei).
A pesar de la decisión del obispo romano, los obispos africanos se mantuvieron en su posición y reafirmaron la condenación de los errores pelagianos. Fue solamente frente a la firmeza de los africanos y a la condenación y destierro de Pelagio por la autoridad imperial (que vaticinaba un negro futuro para sus defensores) que Zósimo publicó su condenación de los pelagianos y sus escritos. Lo hizo muy tarde para defender la ortodoxia, que ya había sido reivindicada por los obispos de la Galia y del África, y apenas a tiempo para salvar su propio pellejo de la acusación de herejía.
Así que, si Zósimo no era pelagiano, al menos se tragó la carnada pelagiana con anzuelo y plomada, se atrevió a amonestar a los obispos que defendían la ortodoxia, y reaccionó en el instante final. Por cierto, un papel muy triste para un pastor y maestro supremo.
Y si bien el problema del pelagianismo fue mucho más grave, la nueva controversia sostenida con los africanos a propósito de las apelaciones, lo muestra al pobre Zósimo como muy poco avezado también en cuestiones de disciplina eclesiástica, otra área en la cual se enseña hoy que las decisiones de los papas son inapelables.
El Código de Derecho Canónico vigente establece:
“El Romano Pontífice es juez supremo para todo el orbe católico, y dicta sentencia o personalmente, o mediante los tribunales ordinarios de la Sede Apostólica, o por jueces en los cuales delega.” (# 1442)
“No cabe apelación: 1º contra la sentencia del mismo Sumo Pontífice o de la Signatura Apostólica...” (# 1629).
“No cabe apelación ni recurso contra una sentencia o un decreto del Romano Pontífice.” (# 333, § 3).
“Por razón del Primado del Romano Pontífice, cualquier fiel puede llevar o introducir ante la Santa Sede una causa, tanto conteciosa como penal, en cualquiera instancia del juicio y cualquiera que sea el estado en el que se encuentre el litigio.” (# 1417.1).
Parece que los obispos africanos del siglo V no estaban enterados de estas leyes .

C. El caso de Vigilio, un papa en extremo vacilante, muy poco apto para ser maestro supremo de la cristiandad.
A pesar de las definiciones de Calcedonia, el monofisitismo (doctrina de una única naturaleza divino-humana en Cristo) distaba de estar vencido. Mientras que las iglesias de Occidente se aferraban a lo proclamado por Calcedonia, el emperador Justiniano favorecía la herejía monofisita.
En esta situación el obispo de Roma, Vigilio, puesto allí por el mismo emperador, se hallaba en una incómoda posición. Aunque intentó resistir los decretos imperiales, una visita obligada a la corte bizantina hizo que , en 548, en el documento Iudicatum, suscribiese la condenación imperial de los escritos de tres teólogos antioquenos (detestados por los monofisitas) : Teodoro de Mopsuestia , Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa. Al mismo tiempo que hacía esto, intentaba sostener las decisiones de Calcedonia.
Aparentemente Vigilio deseaba quedar bien con ambas partes. Sin embargo, los obispos occidentales no estaban dispuestos a tolerar semejante actitud. Fue considerado un violador de la ortodoxia, y se lo tuvo por hereje en las Galias, Dalmacia, Iliria y en el África, donde en 550 fue excomulgado por un sínodo.
Ante esta reacción, Vigilio anuló su propio escrito y sugirió convocar un concilio general en el cual hubiese igual representación de los obispos occidentales que de los orientales. Esto le malquistó con el emperador y con los obispos orientales. Como respuesta a las pretensiones del obispo romano, Justiniano convocó a un concilio ecuménico, el II de Constantinopla de 553, del cual el papa quedó excluido. El Concilio le acusó de nestorianismo. Vigilio fue desterrado, y su nombre borrado de los registros y documentos oficiales.
Por tercera o cuarta vez, luego de seis meses de exilio, el desafortunado obispo romano cambió nuevamente de opinión y aceptó las resoluciones del II Concilio de Constantinopla. En una carta que dirigió al patriarca Eutiquio de Constantinopla, confesaba haber sido un instrumento en manos de Satán, pero había sido finalmente iluminado por Dios. Luego de esta capitulación, le fue permitido regresar a Roma, cosa que nunca llegó a hacer porque falleció en el camino.
De Vigilio puede decirse con justa razón que sus contemporáneos, primero de Occidente y luego de Oriente, le tuvieron por hereje . Sus marchas y contramarchas en el terreno doctrinal lo tornaban en extremo inepto como maestro y pastor supremo de la cristiandad (idea que, sospecho, le hubiera resultado entonces por igual de ridícula a los obispos de Oriente como a los de Occidente).

D. El caso del papa Honorio, cuya condenación como hereje permaneció en el breviario romano hasta el siglo XVIII , cuando fue piadosamente omitido.
Honorio sucedió a Bonifacio V, fue obispo de Roma entre octubre-noviembre de 625 y el 12 de octubre de 638. La condenación de Honorio por el III Concilio de Constantinopla muestra cabalmente de que el obispo de Roma estaba sujeto a la misma disciplina que los demás obispos, y que podía ser disciplinado si erraba como maestro y pastor. La Iglesia antigua no conoce nada de la actual doctrina de la infalibilidad sancionada por Roma hace poco más de un siglo.
El contexto histórico es el de la herejía monotelita, que enseñaba la existencia de una sola voluntad en Cristo, lo que tendía a minimizar la naturaleza humana de nuestro Señor como antes lo habían hecho los monofisitas.
El emperador Heraclio deseaba conciliar a los monofisitas con los ortodoxos, y una fórmula que parecía adecuada para ambos bandos le fue remitida a Sergio, patriarca de Constantinopla. A su vez Sergio le envió a Honorio de Roma una carta dogmática, solicitando su opinión.
Honorio aceptó la fórmula de compromiso entre monofisismo y ortodoxia (“Estas cosas predicará vuestra fraternidad con vosotros, así como nosotros las predicamos juntamente con vos”, dijo a Sergio). Lo que es peor, en lugar de “una energía” como los griegos, Honorio expresó: “También confesamos una sola voluntad de nuestro Señor Jesucristo” (ver Denzinger 251). La enseñanza de Honorio dio origen a la formulación del monotelismo (una voluntad).
Frente al hecho de que como obispo de Roma, consultado formalmente por el obispo de Constantinopla, confirmó a éste en su error en lugar de corregirlo, Honorio recibió de Sofronio, patriarca de Jerusalén, y de otros obispos, un documento que defendía la ortodoxia. Como respuesta, Honorio escribió una segunda carta a Sergio, donde ratificaba y ampliaba lo dicho; la carta concluía:
“y estas cosas hemos decidido manifestar a vuestra muy santa fraternidad para que, estableciendo esta confesión, podamos mostrarnos como de una misma mente con vuestra santidad, estando claramente de acuerdo en un mismo espíritu, con una misma enseñanza de la fe ... Y hemos escrito a nuestros colegas y hermanos, Ciro y Sofronio, para que no persistan en la nueva expresión de una o dos energías.”
Los defensores de la infalibilidad papal han empleado sin éxito diversas tácticas para soslayar la condenación de Honorio: a partir de la época de Torquemada, se cuestionaron las actas del Concilio que condenó a Honorio; posteriormente, al fracasar esto, se quiso reinterpretar lo dicho por Honorio para tomarlo en sentido ortodoxo (supongo que por esta razón su declaración se publica en el Denzinger). Otra artimaña de valor histórico fue tomar la enseñanza de Honorio como la opinión de un teólogo privado. Al respecto dice John Chapman, autor del artículo sobre Honorio en la Catholic Encyclopedia: “La carta [de Honorio] no puede ser tenida como privada, pues es una respuesta oficial a una consulta formal.”
Sin embargo, Chapman a su vez recurre a otro subterfugio, a saber, que la carta supuestamente no define ni condena nada, ni se presenta como vinculante para todos los cristianos, por lo cual no puede considerársela “ex cathedra” según la moderna definición del Concilio Vaticano I (1870). De hecho, Honorio suscribe plenamente, con toda su autoridad, a lo dicho por Sergio, y para más agrega la confesión de “una sola voluntad”.
Más allá de las sutilezas, la cuestión es que por muchos siglos nadie puso en duda que Honorio fuese hereje.
Chapman dice de Honorio que “Su mayor notoriedad le ha venido por el hecho de que fue condenado como hereje por el sexto concilio ecuménico (680).”...
“ En la Sesión 13ª del 28 de marzo, las dos cartas de Sergio fueron condenadas, y el concilio añadió: «A aquellos cuyos impíos dogmas execramos, juzgamos que sus nombres también sean expulsados de la santa Iglesia de Dios ... Y además de estos decidimos que Honorio también, quien fue papa de la antigua Roma, sea con ellos expulsado de la santa Iglesia de Dios, y anatematizado con ellos, porque hemos hallado en su carta a Sergio que siguió la opinión de éste en todo, y confirmó sus dogmas impíos». Estas últimas palabras son suficientemente verdaderas, y, si Sergio había de ser condenado, Honorio no podía ser rescatado. Los legados [papales] no objetaron su condenación.”
... “La condenación del papa Honorio fue retenida en las lecciones del Breviario para el 28 de junio (San León II) hasta el siglo XVIII ...”
(John Chapman, Pope Honorius I. Catholic Encyclopedia, vol. VII; negritas añadidas).
El Concilio dirigió una carta al entonces obispo de Roma, Agatón, en la cual se incluía a Honorio entre los que “erraron en la fe”.
En el Edicto imperial que otorgaba fuerza legal a las decisiones conciliares, se mencionaba como anatematizado a “Honorio, que fue papa de la antigua Roma, quien en todas las cosas promovió y cooperó y confirmó la herejía.”
La condenación de Honorio fue renovada por los Concilios II de Nicea (787) y IV de Constantinopla (869-870).
Aún antes del Concilio Ecuménico citado, un importante sínodo de Letrán en 649, presidido por un sucesor de Honorio, Martín (649-655) condenó a cualquiera que confesase una sola voluntad y operación en Cristo, lo cual de hecho incluía a Honorio, aunque quizá por vergüenza, su nombre no aparecía en la lista.
El papa León II (682-683), sucesor de Agatón, reiteró la condenación de Honorio. En una carta al emperador dice del papa hereje que Honorio “no santificó esta apostólica Iglesia con la enseñanza de la tradición apostólica sino que con profana traición trastornó su fe inmaculada”. En otra parte lo coloca junto a otros herejes como Arrio, Apolinar, Nestorio y Eutiques.
Durante varios siglos, el Liber Diurnus, que contenía los juramentos que cada obispo de Roma debía prestar, incluía un anatema contra “Honorio, que encendió el fuego de las afirmaciones impías.” Este anatema fue pronunciado por cerca de cincuenta papas que prestaron juramento en el lapso mencionado.

Honorio fue tenido por hereje durante siglos, y tal opinión generalizada, sostenida aún por decenas de sus sucesores, solamente ha sido cuestionada por su efecto pulverizador sobre la doctrina de la infalibilidad papal.
Que un obispo de Roma cayese en la herejía era una cosa poco frecuente, además de una gran desgracia; pero a nadie, ni siquiera a los propios obispos de Roma, se le pasaba por la cabeza que fuese imposible.
En definitiva, la historia muestra que la solución romanista para las diferencias en la interpretación de las Escrituras no es válida. La Iglesia hubiese admitido el arrianismo si hubiera capitulado con Liberio; hubiese afirmado el pelagianismo si los africanos no hubieran corregido a Zósimo; estaría aún vacilante si siguiese a Vigilio; y sería monotelita si de Honorio hubiese dependido.
Como lo expresa muy bien George Salmon:
“Cuando se sugirió que podríamos contentarnos con la guía de las Sagradas Escrituras, los abogados del romanismo han replicado que aunque la Biblia pueda ser infalible no es una guía infalible; es decir, no protege a quienes la siguen del peligro de errar. Ciertamente ahora podemos decir otro tanto del papa . Que sea infalible, si queréis; que sea en su corazón de la más admirable ortodoxia, aún así no es un guía infalible si por sus afirmaciones públicas lleva al error al pueblo cristiano. Es indisputable que ha habido casos en que el pueblo cristiano hubiese errado si seguía la guía del obispo de Roma. Aún si fuese posible demostrar que ningún obispo de Roma jamás albergó sentimientos que no fuesen de la más rígida ortodoxia, quedaría demostrado que el papa no es una guía infalible.
Podemos señalar caso tras caso en el cual se le ha otorgado autoridad papal a decisiones que sabemos erróneas, y en cada caso puede hacerse algún intento ingenioso para mostrar que la decisión errónea no compromete el atributo de la infalibilidad; pero tarde o temprano los hombres deben despertar para ver que el resultado de todos estos pedidos de excepción es que, mientras esperaban un guía que siempre los dirigiese correctamente, ellos tienen en su lugar un guía que siempre puede hallar alguna excusa plausible para cada vez que los extravía.”
(The Infallibility of the Church, pp. 441-442, vi; negritas añadidas).
 
Ruego responder con el nombre del apóstol y las cítas bíblicas que lo avalan:


Qué apóstol enseñó o practicó el culto a María, y todos los dogmas creados alrededor de su figura??

¿Qué apóstol rezaba el rosario?

¿Qué apóstol enseñó que los sacramentos son necesarios para recibir la gracia de Dios?

¿Qué apóstol enseñó que la gracia se merece por las buenas obras?

¿Qué apóstol enseñó que los pecados veniales no incurren en castigo eterno?

¿Qué apóstol enseñó que los pecados deben confesarse a un sacerdote?

¿Qué apóstol enseñó que las indulgencias libran del castigo temporal?

¿Qué apóstol enseñó que el Purgatorio es necesario para expiar el pecado y limpiar el alma?

¿Qué apóstol enseñó que los vivos pueden ayudar mediante oraciones , Misas y buenas obras a los que están en el Purgatorio?

¿Qué apóstol enseñó que no es posible saber si tenemos la vida eterna, ya en esta vida, cuando Cristo dijo lo contrario y muchos textos bíblicos lo afirman?

¿Qué apóstol enseñó que es necesario pertenecer a la ICR para la salvación?

¿Qué apóstol enseñó que el pan y el vino se convierten en sangre y carne de Cristo reales mediante la consagración?

¿Qué apóstol enseñó que cada vez que se celebra la Misa se realiza la obra de nuestra redención?

¿Qué apóstol enseñó que el pan y el vino consagrados han de ser adorados?

¿Qué apóstol enseñó que en el sacrificio de la Misa Cristo es inmolado incruentamente, y que el sacerdote vuelve a presentar al Padre el sacrificio de Cristo?

¿Qué apóstol enseñó y practicó que Pedro era la cabeza de los apóstoles?

¿Qué apóstol enseñó que la Sagrada Escritura junto con la Sagrada Tradición son la Palabra de Dios?
 
Ya estás contestada. Ninguna de esas "innovaciones" -en realidad, desarrollos- contradice la regla de fe. Escribe San Vicente de Lerins (lee antes de responder, así evitas que me repita):

<< Quizá alguien diga: ¿ningún progreso de la religión es entonces posible en la Iglesia de Cristo?

Ciertamente que debe haber progreso, ¡Y grandísimo! ¿Quién podría ser tan hostil a los hombres y tan contrario a Dios que intentara impedirlo? Pero a condición de que se trate verdaderamente de progreso por la fe, no de modificación.

Es característica del progreso el que una cosa crezca, permaneciendo siempre idéntica a sí misma; es propio, en cambio, de la modificación que una cosa se transforme en otra.

Así, pues, crezcan y progresen de todas las maneras posibles la inteligencia, el conocimiento, la sabiduría, tanto de la colectividad como del individuo, de toda la Iglesia, según las edades y los siglos; con tal de que eso suceda exactamente según su naturaleza peculiar, en el mismo dogma, en el mismo sentido, según una misma interpretación.

Que la religión de las almas imite el modo de desarrollarse los cuerpos, cuyos elementos, aunque con el paso de los años se desenvuelven y crecen, sin embargo permanecen siendo siempre ellos mismos. Hay gran diferencia entre la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad; no obstante, quienes ahora son viejos son los mismos que fueron adolescentes. El aspecto y el porte de un individuo cambiaráa, pero se tratará siempre de la misma naturaleza y de la misma persona. Los miembros de un lactante son pequeños y más grandes los de los jóvenes, y siguen siendo los mismos. Tantos miembros tienen los adultos cuantos tienen los niños; y si algo nuevo aparece en edad más madura, ya preexistía en el embrión; así, nada nuevo se manifiesta en el adulto que ya no se encontrase de forma latente en el niño.

No cabe ninguna duda de que éste es el proceso regular y normal del progreso, según el orden preciso y bellísimo del crecimiento: el crecer en la edad revela en los grandes las mismas partes y proporciones que la sabiduría del Creador había delineado en los pequeños. Si la forma humana adoptase con el tiempo un aspecto extraño a su especie, si se le añadiese o se le quitase algún miembro, necesariamente todo el cuerpo moriría o se haría monstruoso, o al menos se debilitaría.

Estas mismas leyes de crecimiento debe seguir el dogma cristiano, de modo que con el paso de los años se vaya consolidando, se vaya desarrollando en el tiempo, se vaya haciendo más majestuoso con la edad, pero de tal manera que siga siempre incorrupto e incontaminado, íntegro y perfecto en todas sus partes y, por así decir, en todos sus miembros y sentidos, sin admitir ninguna alteración, ninguna pérdida de sus propiedades, ninguna variación en lo que está definido.

Pongamos un ejemplo. Nuestros padres, en el pasado, han sembrado en el campo de la Iglesia el buen grano de la fe; sería por demás injusto e inconveniente si nosotros, sus descendientes, en lugar del trigo de la auténtica verdad tuviésemos que recolectar la zizaña fraudulenta del error. En cambio, es justo que la siega corresponda a la siembra y que recojamos, cuando el grano de la doctrina llega a la madurez, el trigo del dogma. Si con el paso del tiempo, una parte de la semilla original se ha desarrollado alcanzando felizmente la plena madurez, no se puede decir que haya cambiado el carácter específico de la semilla; puede darse un cambio en el aspecto, en la forma, una concreción más precisa, pero la naturaleza propia de cada especie permanece intacta.

No suceda jamás, pues, que los rosales de la doctrina católica se transformen en cardos espinosos. No suceda jamás, repito, que en este paraíso espiritual donde retoñan el cinamono y el bálsamo, despunten a escondidas la cizaña y el acónito. Todo lo que la fe de los padres ha sembrado en el campo de Dios que es la Iglesia, es lo que debe ser cultivado y custodiado por el celo de los hijos; solamente esto debe florecer, y no otra cosa; debe florecer y madurar, crecer y alcanzar la perfección.

Es legítimo que los antiguos dogmas de la filosofía celestial, al correr de, los siglos, se .afinen, se limen, se pulan; pero sería impío cambiarlos, desfigurarlos, mutilarlos. Adquieran, al contrario, mayor evidencia, claridad, precisión; pero es necesario que conserven siempre su plenitud, integridad, propiedad.

Si se concediese, aunque fuera para una sola vez, permiso para cualquier mutación impía, no me atrevo a decir el gran peligro que correría la religión de ser destruida y aniquilada para siempre. Si se cede en cualquier punto del dogma católico, después será necesario ceder en otro, y después en otro más, y así hasta que tales abdicaciones se conviertan en algo normal y lícito. Y una vez que se ha metido la mano para rechazar el dogma pedazo a pedazo, ¿qué sucederá al final, sino repudiarlo en su totalidad?

Si se empieza a mezclar lo nuevo con lo antiguo, lo extraño con lo que es familiar, lo profano con lo sagrado, en breve este desorden se difundirá por todas partes, y nada en la Iglesia permanecerá intacto, íntegro, sin mancha; y donde antes se levantaba el santuario de la verdad pura e incorrupta, precisamente en ese lugar, se levantará un lupanar de infamias y de torpes errores.

Que la misericordia divina mantenga alejado de la mente de los suyos este crimen; que esto no sea más que una locura de los impíos. La Iglesia de Cristo, custodio vigilante y prudente de los dogmas que le han sido confiados, no cambia nunca nada en ellos, ni les quita o añade nada; no rechaza lo que es necesario ni añade lo que es superfluo; no deja que se le escape lo que es suyo ni se apropia de lo que pertenece a otros. Al tomar cautelosamente con fidelidad y prudencia las doctrinas antiguas, sólo busca hacer con sumo celo lo siguiente: perfeccionar y perfilar lo que ha recibido de la antigüedad de una manera solamente esbozada; consolidar y reforzar lo que ha sido expresado con precisión; custodiar lo que ha sido ya confirmado y definido.

En realidad, ¿qué fines se propuso obtener siempre la Iglesia con los decretos conciliares, si no ha sido el que se crea con mayor conocimiento lo que antes ya se creía con sencillez; que se predique con mayor insistencia lo que antes ya se predicaba con menor empeño; que se venere con mayor solicitud lo que ya antes se honraba con demasiada calma?

Esto y no otra cosa ha hecho siempre la Iglesia con los decretos de los concilios, provocada por las innovaciones de los herejes: transmitir a la posteridad en documentos escritos lo que había recibido de nuestros padres mediante sólo la tradición; resumir en fórmulas breves una gran cantidad de nociones y, más frecuentemente, con el fin de ilustrar la inteligencia, especificar con términos nuevos y apropiados una doctrina no nueva >>.


Respecto a las autoridades que empleas contra la Iglesia a la que pertenecían esas autoridades, dice San Vicente de Lerins:

<< Haciendo revivir determinadas opiniones, que mejor era dejar enterradas en el silencio, llevan a cabo una difamación. En esto siguen a la perfección las huellas de su primer modelo Cam, que no sólo no se preocupó de cubrir la desnudez de Noé, sino que la hizo notar a los demás para burlarse >>.

Saludos, Tyr.
 
Esa NO ES UNA RESPUESTA, sino que estás evadiendo.


La Iglesia de Cristo, debe ser IGUAL a la que Sus discípulos conformaron y nos dejaron escrito...esa, NO ES LA SECTA ROMANISTA.



ENTIENDO QUE NO RESPONDAS....NO PUEDES HACERLO...dado que la institución romanista, en nada se parece a la Iglesia que hallamos en el Nuevo Testamento
 
Contestaré a dos de tus preguntas fundamentales con sendas repreguntas, no menos fundamentales:

MP: ¿Qué apóstol enseñó que es necesario pertenecer a la ICR para la salvación?

Respondo: ¿Qué apóstol enseñó que es necesario pertenecer a una "iglesia invisible" para la salvación?


MP: ¿Qué apóstol enseñó que el pan y el vino consagrados han de ser adorados?

Respondo: ¿Qué apóstol enseñó que la eucaristía debe interpretarse como "mero símbolo"?


Como me siento generoso, aquí tienes cuatro respuestas más:

MP: ¿Qué apóstol enseñó que la gracia se merece por las buenas obras?

Respondo: Ninguno, y tampoco la Iglesia. ¿Defiende eso alguna secta protestante?


MP: ¿Qué apóstol enseñó que los sacramentos son necesarios para recibir la gracia de Dios?

Respondo: Si no recuerdo mal, Jesús les ordenó bautizar en el Espíritu Santo.


MP: ¿Qué apóstol enseñó que los pecados deben confesarse a un sacerdote?

Respondo: Parece que el Unigénito habló de cierta potestad de "atar y desatar en la tierra". ¿Se trata, por ventura, de una interpolación?


MP: ¿Qué apóstol enseñó y practicó que Pedro era la cabeza de los apóstoles?

Respondo: Admito que no hubo tal apóstol. Fue el mismo Jesucristo quien lo enseñó. Tal vez tenga que recordarte el pasaje...

Saludos, Tyr.
 
Originalmente enviado por: Tyr
Hereje es, obviamente, el que altera o mutila la regla de fe, el que se antepone al Maestro, el que sucumbe a las novedades, el que elige apartarse de la comunión, el que destruye la paz. Pero dejemos que hable Tertuliano:

"Ellos ponen por delante las Escrituras y, con semejante audacia, inmediatamente impresionan a algunos. Pero en el debate mismo fatigan, ciertamente, a los fuertes, captan a los débiles, dejan llenos de escrúpulos a los de condición intermedia. Por eso los atajamos adoptando esta posición, la mejor: no admitirlos a ninguna discusión sobre las Escrituras".

"Esta herejía no admite ciertas Escrituras; y si admite algunas, no las admite íntegras, sino que las altera con añadiduras y supresiones de acuerdo con la ordenación de su sistema; y si hasta cierto punto las mantiene íntegras, las cambia, sin embargo, componiendo interpretaciones contrarias a la fe cristiana".

Una pregunta ¿Ese tertuliano era católico romano?, con respuesta tan "protestante" parece cualquier cosa menos católico. Por cierto también tú.

Para el mundo cristiano está claro que la regla de fe es la Biblia, compuesto por los libros de la Biblia Hebrea y los libros del NT respetados por el cristianismo universal.

"Esta herejía no admite ciertas Escrituras; y si admite algunas, no las admite íntegras, sino que las altera con añadiduras y supresiones de acuerdo con la ordenación de su sistema; y si hasta cierto punto las mantiene íntegras, las cambia, sin embargo, componiendo interpretaciones contrarias a la fe cristiana".

Creo que este pasaje de Tertuliano se lo deberían aprender aquellos que con astucia le ponen 'peros' a la palabra y prefieren aceptar como autoridad lo que dicen algunos después de haberlo masticado según su punto de vista.

Con base a las frases de Tertuliano mencionadas por este forista, muchos temerosos de la verdad se darán cuenta que ciertos grupos alteran el significado de las Escrituras, añaden o cambian escrituras como ya lo hemos visto en otros foros, pero lo peor de todo es que a veces hacen cosas contrarias al consejo del mundo cristiano.

Creo que algunos foristas antes de interpretar la Biblia, deberían interpretar primero la palabras anteriores de tertuliano. :bicho: