“Si yo dijere: Olvidaré mi queja, dejaré mi triste semblante, y me esforzaré.”
Job 9:27
Vivimos tiempos en los que la queja se ha vuelto un estilo de vida. Quejarse parece normal, incluso espiritual, cuando se disfraza de “sinceridad” o “descarga emocional”. Pero la Palabra revela algo más profundo: la queja constante no es fruto solo de lo que nos pasa afuera, sino de lo que está pasando dentro del corazón.
Job es un ejemplo impactante. No era un creyente tibio ni descuidado; era “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” Job 1:1. Aun así, en medio de un dolor indescriptible, reconoce que la queja había tocado su interior, y por eso declara: “Olvidaré mi queja… y me esforzaré”. No está negando su sufrimiento, está tomando una decisión espiritual: no dejar que la queja gobierne su respuesta ante la prueba.
La Biblia muestra que la queja no es algo inofensivo. Israel vio el mar abrirse, el maná descender y la nube guiarlos, pero su murmuración constante endureció su corazón: “Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor” 1 Corintios 10:10. La queja apaga la memoria de los milagros, distorsiona la percepción de Dios y nos hace olvidar hasta dónde Él ya nos ha sostenido.
Cuando la queja entra, la gratitud sale. Por eso Pablo ordena: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” 1 Tesalonicenses 5:18. No dice “por todo”, sino “en todo”: en medio del dolor, de la espera, de la incertidumbre. La gratitud no niega la realidad, pero la interpreta a la luz de la fidelidad de Dios, y así protege el corazón de la amargura.
La Escritura también conecta la queja con el estado del alma: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios” Salmos 42:5. El salmista reconoce su angustia, pero se rehúsa a que ella tenga la última palabra. Se habla a sí mismo, se predica esperanza, se ordena a su alma mirar a Dios. Ese diálogo interno es un acto de madurez espiritual.
Jesús reveló la raíz de todo esto: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” Mateo 12:34. Si la queja domina nuestro lenguaje, revela que algo herido, frustrado o incrédulo se ha instalado en lo profundo. Por eso no basta con “callarse más”; es necesario permitir que el Señor sane lo que está llenando el corazón, para que también cambien nuestras palabras.
La alternativa bíblica no es el silencio resignado, sino la confianza activa: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” Filipenses 4:6. La oración con gratitud es el camino que transforma la queja en dependencia, el afán en clamor, y el desánimo en esperanza.
Este es un tiempo ideal para mirar atrás y revisar el año, no solo desde lo que faltó, sino desde lo que Dios sostuvo. “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” Salmos 103:2. Olvidar Sus beneficios es combustible para la queja; recordarlos es combustible para la fe. Hacer memoria de Su mano en cada etapa del camino nos libra de concluir que “todo ha sido malo”.
Las pruebas no se van a detener por calendario. La Escritura nos llama a una postura diferente: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” Santiago 1:2. No se trata de alegrarnos por el dolor en sí, sino por lo que Dios está produciendo a través de él: madurez, perseverancia, carácter probado y una fe más firme que antes.
Hoy el llamado es claro: soltar la queja, abandonar el semblante triste y abrazar una decisión de fe. No en nuestras fuerzas, sino descansando en Aquel que prometió: “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mateo 28:20. Quien camina con esa certeza puede atravesar el valle, pero no tiene que hacerlo cargando la mochila de la queja.
Para reflexionar:
Si el Señor examinara hoy tu corazón, ¿encontraría un corazón saturado de queja por lo que no salió como esperabas, o lleno de gratitud y confianza por lo que Él ya hizo, está haciendo y aún hará?
Job 9:27
Vivimos tiempos en los que la queja se ha vuelto un estilo de vida. Quejarse parece normal, incluso espiritual, cuando se disfraza de “sinceridad” o “descarga emocional”. Pero la Palabra revela algo más profundo: la queja constante no es fruto solo de lo que nos pasa afuera, sino de lo que está pasando dentro del corazón.
Job es un ejemplo impactante. No era un creyente tibio ni descuidado; era “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” Job 1:1. Aun así, en medio de un dolor indescriptible, reconoce que la queja había tocado su interior, y por eso declara: “Olvidaré mi queja… y me esforzaré”. No está negando su sufrimiento, está tomando una decisión espiritual: no dejar que la queja gobierne su respuesta ante la prueba.
La Biblia muestra que la queja no es algo inofensivo. Israel vio el mar abrirse, el maná descender y la nube guiarlos, pero su murmuración constante endureció su corazón: “Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor” 1 Corintios 10:10. La queja apaga la memoria de los milagros, distorsiona la percepción de Dios y nos hace olvidar hasta dónde Él ya nos ha sostenido.
Cuando la queja entra, la gratitud sale. Por eso Pablo ordena: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” 1 Tesalonicenses 5:18. No dice “por todo”, sino “en todo”: en medio del dolor, de la espera, de la incertidumbre. La gratitud no niega la realidad, pero la interpreta a la luz de la fidelidad de Dios, y así protege el corazón de la amargura.
La Escritura también conecta la queja con el estado del alma: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios” Salmos 42:5. El salmista reconoce su angustia, pero se rehúsa a que ella tenga la última palabra. Se habla a sí mismo, se predica esperanza, se ordena a su alma mirar a Dios. Ese diálogo interno es un acto de madurez espiritual.
Jesús reveló la raíz de todo esto: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” Mateo 12:34. Si la queja domina nuestro lenguaje, revela que algo herido, frustrado o incrédulo se ha instalado en lo profundo. Por eso no basta con “callarse más”; es necesario permitir que el Señor sane lo que está llenando el corazón, para que también cambien nuestras palabras.
La alternativa bíblica no es el silencio resignado, sino la confianza activa: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” Filipenses 4:6. La oración con gratitud es el camino que transforma la queja en dependencia, el afán en clamor, y el desánimo en esperanza.
Este es un tiempo ideal para mirar atrás y revisar el año, no solo desde lo que faltó, sino desde lo que Dios sostuvo. “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” Salmos 103:2. Olvidar Sus beneficios es combustible para la queja; recordarlos es combustible para la fe. Hacer memoria de Su mano en cada etapa del camino nos libra de concluir que “todo ha sido malo”.
Las pruebas no se van a detener por calendario. La Escritura nos llama a una postura diferente: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” Santiago 1:2. No se trata de alegrarnos por el dolor en sí, sino por lo que Dios está produciendo a través de él: madurez, perseverancia, carácter probado y una fe más firme que antes.
Hoy el llamado es claro: soltar la queja, abandonar el semblante triste y abrazar una decisión de fe. No en nuestras fuerzas, sino descansando en Aquel que prometió: “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mateo 28:20. Quien camina con esa certeza puede atravesar el valle, pero no tiene que hacerlo cargando la mochila de la queja.
Para reflexionar:
Si el Señor examinara hoy tu corazón, ¿encontraría un corazón saturado de queja por lo que no salió como esperabas, o lleno de gratitud y confianza por lo que Él ya hizo, está haciendo y aún hará?