Silencios

18 Noviembre 1998
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Autor: Ángel, Siervo de Dios

Silencios
Sábado, 7 de abril de 2001

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Hay una idea que te ha llegado de distintos modos en distintas ocasiones: también el silencio tiene su capacidad de significado. Después de que Dios empezó a hablar, y con su palabras hizo todas las cosas (Gén 1,3.6.9.11.14.20.24.26), todo, incluido el silencio, tiene un espacio en el universo de la significación.

El silencio no es lo mismo que la nada, porque callar ante una pregunta no puede anular la pregunta y por eso es un modo de responder.

Sin embargo, el solo silencio es insuficiente como expresión de sentido. Observa que el silencio es ambiguo. Así por ejemplo, a veces Dios calla porque reprueba, y a veces porque aprueba. No puedes esperar una palabra explícita que aplauda cada obra buena, ni otra que fustigue cada obra mala.

Precisamente el silencio abre un espacio en el torrente de las palabras y en el de los hechos. Así como las aguas del Jordán ante el arca de la alianza, así los hechos y las palabras se contienen ante el silencio de Dios. En este sentido puedes decir que Dios "crea" un silencio (cf. Ap 8,1), porque dilata el tiempo, suspende las consecuencias próximas de los acontecimientos, obliga a que cada uno entre en sí mismo y palpe sus propias intenciones, temores, expectativas. Con su silencio Dios crea densidad en l ligereza que suela acompañar el transcurrir demasiado "razonable" y automático de las cosas y las personas.

Por eso el silencio es tortura para el Diablo. El silencio obliga a mirar, constriñe a escuchar, da a luz la verdad. Y todo eso es tortura para el príncipe de la mentira.

A pesar de todo lo dicho, estarás de acuerdo conmigo en que ni tú ni tus hermanos los hombres quisierais recibir nunca silencio como respuesta. "¿Por qué no fui digno de una palabra siquiera?", es la palabra que atenaza la mente humana cuando suplica y se estrella contra un muro de silencio. Mas hay que aclarar que no es asunto de dignidad. Plantearlo así es de hecho aceptar la calumnia con la que el Diablo intenta frenar la eficacia, para él pavorosa, del silencio. Nadie más digno que Cristo, y sin embargo, ya conoces su augusto silencio y sobre todo, el silencio de Dios Padre a la hora de la muerte de su Unigénito.

En otro sentido, el silencio tal vez no se mire como calificativo de indignidad pero sí como algo incomprensible, inabordable, impenetrable. Sucede así por ese hiato que hay entre la realización del sentido y su manifestación. «No hay nada oculto que no llegue a saberse», dijo el Hijo de Dios (Mt 10,26), que significa: al final no hay silencio. Y por eso, en ese angustioso y doloroso "mientras tanto" la creatura racional y temporal se ve humillada a repasar la lección, su lección: por racional amo la explicación; por temporal debo esperarla. La calidad del amor se vuelve calidad de esperanza, y la calidad de esperanza, calidad de silencio y de padecimiento.

Aunque muchas cosas queden respondidas en la vida humana, hay un silencio que acompaña a esta vida. El gran "¿para qué?", no de una parte sino de la vida entera, es una pregunta que no recibirá sino silencio, cada hora de cada día, hasta la hora de la muerte. Su respuesta completa no cabe en ninguna porción aislada de ese conjunto que e llama "vida". Sin embargo, este largo silencio, que es como una larga noche, no por oscuro está desprovisto de luceros grandes y bellos. La sonrisa del bien recibido y del bien dado, el abrazo que protege y el abrazo que levanta, la eficacia poderosa de las palabras "¡gracias!" y "¡perdóname!", y mil cosas más son otras tantas estrellas que no te dejan hundirte sin más en las tinieblas.

Pero ahí está esa noche, que a veces se hace más densa y altiva, con cada tentación, con cada fracaso, con cada cansancio, con cada enfermedad, con cada abandono, y, desde luego, con la vejez y con la muerte. Morir es descender al silencio. Todo hombre finalmente se calla, porque sólo con la mortaja del silencio puede franquearse el umbral de la muerte. Por eso hay que aprender a callar con la misma intensidad, y en cierto modo por las mismas razones, por las que hay que aprender a morir. No encontrarás jamás parlanchines que sean verdaderos sabios; no encontrarás jamás sabios que no aprecien el espesor venerable del silencio.

Ten paz, y otorga la paz.
 
De Ángel

Silencios
Jueves, 15 de marzo de 2001

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Nada profundo nació nunca del ruido. El ruido, para ser fecundo, necesita morir. Así como los restos vegetales y animales alimentan el suelo del que habrán de nacer nuevas plantas y animalitos, así también las palabras envejecidas y desgastadas necesitan volverse limo y abono. Hay que dejarlas caer, como hojas de otoño. Cuando ves estas hojas en el suelo dirías que se han perdido, pero no es así: son el alimento secreto para una nueva vida.

Piensa que si un árbol se encariñara demasiado con sus hojas, y no quisiera desprenderse de ninguna, pronto estaría cubierto de muerte. Por eso el árbol se desnuda, porque prefiere la desnudez de la muerte al vestido de la muerte. Y así desnudo implora en la soledad del invierno frío, y Dios le concede el vestido de la vida en la primavera.

Tú debes vivir ese mismo ciclo. Por eso yo mismo te sometí al ayuno de esta clase de palabras, porque tú no debes creerte dueño de la palabra que administras. Necesito desnudarte de palabras, como se desnuda de sus hojas a un árbol. Y desnudo, y con tus ramas hacia el cielo, aprenderás como los árboles a orar, aunque haga frío y estés en desierto. Dios te dará un nuevo vestido, es decir, un nuevo modo de hablar. No más hojas, sino nuevas hojas.

El silencio de hoy te conduce, o si digo mejor, te conecta a tus silencios primeros. Recién nacido, dejaste que la música de las palabras se impregnara a tu alma. El poder de la palabra fue haciendo su obra en ti, de modo que tu mente fue cincelada por la palabra. Ella fue el titán que venció montañas, abrió caminos y tendió puentes para que pudieras visitar a tus hermanos y dejarte encontrar por ellos. Si algo puedes hoy con la palabra, es porque ella te pudo primero. Este género de silencio, el de tu tierna infancia, vamos a llamarlo "silencio primordial".

Viene luego, en importancia, el "silencio de perplejidad". Cuando los acontecimientos te han rebasado, cuando las emociones te han superado, cuando has pasado por experiencias simplemente más grandes que tú —las únicas capaces de hacerte mayor y mejor— te has quedado sin palabras. Esta sensación, tan incómoda, en cierta forma, pero tan próxima al silencio primordial, te ha conducido a la humildad, a la adoración, al reconocimiento, en fin, de tu pura condición de creatura finita.

Viene en tercer lugar el "silencio del discípulo". Callas cuando aprendes. Aguzas el oído, abres la mente, dispones el corazón... ¡es bello verte en actitud de discípulo! Es un silencio inteligente, denso, fecundo, que no tiene que ver sólo con el uso de la palabra sino también con la lectura juiciosa y sobre todo con la meditación profunda en la oración. Cuando callas así ante Cristo, Él de veras puede llamarte su discípulo.

En cuarto lugar, existe el "silencio de la obediencia". Cuando las órdenes que expresamente recibes de tus Superiores, o las sabias disposiciones de la Iglesia, o la dureza de la realidad que te circunda, no te deja otra opción que la simple acogida de los hechos, entonces viene este silencio lleno de virtud, único que te abraza y funde con el Gran Silencio de Aquel que «ante el esquilador no abría la boca» (Is 53,7).

Por último quiero referirme hoy al "silencio final". Aunque mueras predicando, tu palabra última, cuando ya no puedan moverse ni tus labios ni tu pluma, será el silencio. El mérito de este último silencio es que en cierto modo los resume a todos. Será un nuevo silencio primordial, porque en aquella hora deberás ser sostenido por la Palabra, y no sostener tú a Ella; será silencio de perplejidad, porque en aquella hora tendrás que abrirte hacia una experiencia radicalmente nueva, imposible de adelantar propiamente; será silencio de discípulo, porque allí estará Cristo enseñándote, y tú tendrás que aprender a morir; será silencio de obediencia, porque entonces deberás entregarlo todo y esperarlo todo.

¿Sabes? Cuando te alcance esa hora y tú llegues al silencio final, voy a cantar como nunca me has escuchado. Será la segunda parte de aquello que canté cuando fuiste bautizado. Para ti será el Reino de los Cielos.
 
En este profundo silencio me vengo al lado suyo hermano para decirle que bueno es el silencio de Dios a veces ...porque nos permite mirar y valorar lo que hemos estado haciendo con la maravilla de la vida que El nos ha dado.Porque aunque apreta el alma ,es lo mas divino que existe ,quedarse con EL un rato para pedirle perdon por lo hecho y rogar por mas fuerza para seguir en el camino que nos ha regalado.Silencio que solo tiene los valientes ,los que saben escuchar en su sonido la ocasion para despertar del letargo de los dias.Me gusta quedarme en ese silencio que me da la opcion de adorar y solo adorar con devocion.Mi Señor conoce lo que siento,para que mas palabras ...solo estar con El y quedarme quieta y dejar que su mano me toque la cabeza y despertar del silencio fortalecida .Alimento del alma ,necesidad del alma que le busca.Nada mas que silencio para que me bañe la luz que tanto bien me hace.Espero encontrarlo de nuevo hermano,nos estaremos viendo aca.bendiciones para usted. <IMG SRC="corazon.gif" border="0">
 
Re: Silencios

Silencio es lo que necesitamos, no solo para encontrarnos a nosotros mismos, sino Dios está en el Silencio, en una pequeña brisa lo encontró Elias, no en el bullicio, sino se supo encontrar, espero en Dios que nos logremos encontrar a nosotros mismos siempre.

MArio