Una bomba explotó el 28 de mayo de 1990 cuando la prensa publicó una entrevista concedida por el Monseñor Guillermo Schulenburg, XXI Abad de la Basílica de Guadalupe. El artículo que lleva como título Juan Diego es un mito, no realidad, presenta la perspectiva del Abad sobre el asunto guadalupano.
Schulenburg niega claramente que sea un acontecimiento histórico el de las apariciones de la virgen morena en el Tepeyac. Más bien lo cataloga como el “resultado de un sincretismo, un trabajo de evangelización a través de los símbolos de los indígenas”. El monseñor declara que la guadalupana llegó a México con los españoles, procedente de Extremadura, afirmación que confirma la tesis de Gabriel Del Río. Añade, “esto se lo puedo decir a ustedes que son personas mayores y civilizadas…a nuestro pueblo en general no le interesa este problema, le interesa como fe y eso está por encima de la historicidad o no historicidad del acontecimiento guadalupano”. Schulenburg distingue al historiador científico y crítico y al devoto amante de la virgen. Asevera: “El estudioso, que estudie; el devoto, que siga orando y creyendo”.
A la pregunta del entrevistador “¿Qué pasa entonces con Juan Diego? ¿existió?” el Abad responde sin ambages: “Es un símbolo, no una realidad”. Luego se le cuestiona la beatificación del inexistente personaje por el papa. A lo que contesta que la tal beatificación es “un reconocimiento de culto. No es un reconocimiento de la existencia física y real del personaje. Por lo mismo no es propiamente una beatificación”.
Explicando el proceso de la mencionada beatificación, lo atribuyó al empeño y la insistencia del Arzobispo de México. Se expresa en los siguientes términos:
El Arzobispo de México, con un equipo suyo, cuatro o cinco sacerdotes,
presentaron la causa ante la Congregación para los Santos, insistieron en esa causa, la estudiaron y el responsable directo dentro del proceso de estudio dijo: “Miren, esto manéjenlo como un culto in memoriam. Prueben que ha habido un culto hace muchos años y manéjenlo así. No traten de probar la existencia histórica del personaje porque se van a encontrar con muchas dificultades”. (…) Schulenburg añade: “o sea, con dificultades de índole documental”. Pero al Arzobispo de México se empeñó y pidió al papa la beatificación de Juan Diego.
Con respecto a la posible canonización del vidente, declara: “Canonizar a Juan Diego sería algo gravísimo, porque en este momento los teólogos tendrían que estudiar si el papa se puede equivocar en una canonización. (Monterrey: El Norte, martes, 28, mayo, 1990, Sección A, Nacional, página 11.)
Los fanáticos de la guadalupana no toleraron las declaraciones de Schulenburg y rápidamente se lanzaron a la tarea de reivindicar su devoción a la virgen morena. Rabiosamente atacaban al Abad, afirmando que ya era muy viejo para continuar en el puesto. Su edad sobrepasaba la normal para la abadía en la Basílica. Se pedía con insistencia su destitución. A la vez los medios masivos de comunicación se saturaron de propaganda guadalupana. Artistas, novelas, películas, periódicos, revistas, comenzaron a difundir con profusión la fe guadalupana. El fervor por las apariciones resurgió. Un grupo se levantó con la solicitud al papa de la canonización de Juan Diego a quien se le atribuían prodigios y milagros operados en sus devotos.
Después se confirmó la cuarta visita de Juan Pablo II a tierra azteca. Con muchos meses de anticipación la televisión promocionó el evento. El Arzobispo Primado de México invitó a los empresarios a respaldar el esfuerzo para que la visita resultara un éxito. En respuesta, las industrias, que van desde friteras hasta licoreras y cigarreras, aportaron su patrocinio para el evento. El mensaje de la esperada visita papal aparecía día y noche en la televisión mexicana con un fuerte énfasis guadalupano. Siempre al lado del papa aparecía en los anuncios la imagen de la virgen. Antes del viaje “el papa se encomendó a la virgen”. El tenor en la publicidad era que el papa quería que los mexicanos reafirmaran su fe católica y guadalupana.
Ya en suelo mexicano, Juan Pablo II durante su primer discurso encomendó los destinos de la nación en los “maternos brazos de Santa María de Guadalupe”. El día siguiente ordenó que el 12 de diciembre se celebre fiesta a la guadalupana en todo el continente americano.
Ahora Schulenburg es ex Abad de la Basílica de Guadalupe. La jerarquía clerical no desea que nade obstruya la relación entre el pueblo mexicano y la guadalupana. Ella tiene el magnetismo para retener a México “siempre fiel”. Es la embajadora más eficiente del vaticano en México. No importa si es verdadera o no, si es histórica o no. ¿Qué importa la veracidad cuando mediante una mentira piadosa se pueden adquirir los mayores dividendos?
De forma casi imperceptible el mito ha ido desplazando a la realidad. La popularidad de la virgen supera por mucho a la del mismo Cristo. Poco a poco se retira la realidad de Dios del estrado para entronizar la imagen de una mujer. La corrupción espiritual del ser humano sigue dando frutos “honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador”, Romanos 1:25.
Hoy se escuchan por todas partes rumores: “La estatua de la virgen arroja lágrimas, la virgen se ríe, su imagen aparece en el óxido de un tanque viejo de agua, se forma su silueta con la sombra de una nube, apareció en el tronco carcomido de un pirul”. Una ola de apariciones se cuentan aquí y allá. El fervor guadalupano está en ebullición.
Los slogans también hacen su función:
· La virgen siempre ha estado con nosotros
· El que no cree en la virgen no es verdaderamente mexicano
· Si los mexicanos negáramos a la virgen, quedaríamos huérfanos de madre
¡Cuánto poder tiene la mentira cuando la verdad se oculta! Las apariciones son simple leyenda, Juan Diego es sólo un mito. La virgen morena nunca se apareció en México. Pero aunque se hubiera aparecido, en la Palabra de Dios se prohibe toda manifestación de latría y dulía a las imágenes y a lo que no es Dios. Es antibíblica la teoría de un mediador o una mediadora entre Dios y los hombres aparte del Señor Jesucristo. Su mediación es tan efectiva que resulta innecesaria la intervención de nadie más para introducirnos en la justicia y la gracia divinas. Gracias a Dios por la Reforma y por los principios que nos legó: Sola Escritura, Sola Fe, Sola Gracia. ¡Sola gloria de Dios! La verdad de Dios es sobre toda institución, sobre todo nombre o revelación. La verdad de Dios no es negociable.
Escrito Original de Pbro. Antonio Saucedo
Pastor de la Iglesia Estrella de Belen, Mexico
De la revista CONOZCA
Organo oficial de Educacion Cristiana de las Asambleas de Dios
Schulenburg niega claramente que sea un acontecimiento histórico el de las apariciones de la virgen morena en el Tepeyac. Más bien lo cataloga como el “resultado de un sincretismo, un trabajo de evangelización a través de los símbolos de los indígenas”. El monseñor declara que la guadalupana llegó a México con los españoles, procedente de Extremadura, afirmación que confirma la tesis de Gabriel Del Río. Añade, “esto se lo puedo decir a ustedes que son personas mayores y civilizadas…a nuestro pueblo en general no le interesa este problema, le interesa como fe y eso está por encima de la historicidad o no historicidad del acontecimiento guadalupano”. Schulenburg distingue al historiador científico y crítico y al devoto amante de la virgen. Asevera: “El estudioso, que estudie; el devoto, que siga orando y creyendo”.
A la pregunta del entrevistador “¿Qué pasa entonces con Juan Diego? ¿existió?” el Abad responde sin ambages: “Es un símbolo, no una realidad”. Luego se le cuestiona la beatificación del inexistente personaje por el papa. A lo que contesta que la tal beatificación es “un reconocimiento de culto. No es un reconocimiento de la existencia física y real del personaje. Por lo mismo no es propiamente una beatificación”.
Explicando el proceso de la mencionada beatificación, lo atribuyó al empeño y la insistencia del Arzobispo de México. Se expresa en los siguientes términos:
El Arzobispo de México, con un equipo suyo, cuatro o cinco sacerdotes,
presentaron la causa ante la Congregación para los Santos, insistieron en esa causa, la estudiaron y el responsable directo dentro del proceso de estudio dijo: “Miren, esto manéjenlo como un culto in memoriam. Prueben que ha habido un culto hace muchos años y manéjenlo así. No traten de probar la existencia histórica del personaje porque se van a encontrar con muchas dificultades”. (…) Schulenburg añade: “o sea, con dificultades de índole documental”. Pero al Arzobispo de México se empeñó y pidió al papa la beatificación de Juan Diego.
Con respecto a la posible canonización del vidente, declara: “Canonizar a Juan Diego sería algo gravísimo, porque en este momento los teólogos tendrían que estudiar si el papa se puede equivocar en una canonización. (Monterrey: El Norte, martes, 28, mayo, 1990, Sección A, Nacional, página 11.)
Los fanáticos de la guadalupana no toleraron las declaraciones de Schulenburg y rápidamente se lanzaron a la tarea de reivindicar su devoción a la virgen morena. Rabiosamente atacaban al Abad, afirmando que ya era muy viejo para continuar en el puesto. Su edad sobrepasaba la normal para la abadía en la Basílica. Se pedía con insistencia su destitución. A la vez los medios masivos de comunicación se saturaron de propaganda guadalupana. Artistas, novelas, películas, periódicos, revistas, comenzaron a difundir con profusión la fe guadalupana. El fervor por las apariciones resurgió. Un grupo se levantó con la solicitud al papa de la canonización de Juan Diego a quien se le atribuían prodigios y milagros operados en sus devotos.
Después se confirmó la cuarta visita de Juan Pablo II a tierra azteca. Con muchos meses de anticipación la televisión promocionó el evento. El Arzobispo Primado de México invitó a los empresarios a respaldar el esfuerzo para que la visita resultara un éxito. En respuesta, las industrias, que van desde friteras hasta licoreras y cigarreras, aportaron su patrocinio para el evento. El mensaje de la esperada visita papal aparecía día y noche en la televisión mexicana con un fuerte énfasis guadalupano. Siempre al lado del papa aparecía en los anuncios la imagen de la virgen. Antes del viaje “el papa se encomendó a la virgen”. El tenor en la publicidad era que el papa quería que los mexicanos reafirmaran su fe católica y guadalupana.
Ya en suelo mexicano, Juan Pablo II durante su primer discurso encomendó los destinos de la nación en los “maternos brazos de Santa María de Guadalupe”. El día siguiente ordenó que el 12 de diciembre se celebre fiesta a la guadalupana en todo el continente americano.
Ahora Schulenburg es ex Abad de la Basílica de Guadalupe. La jerarquía clerical no desea que nade obstruya la relación entre el pueblo mexicano y la guadalupana. Ella tiene el magnetismo para retener a México “siempre fiel”. Es la embajadora más eficiente del vaticano en México. No importa si es verdadera o no, si es histórica o no. ¿Qué importa la veracidad cuando mediante una mentira piadosa se pueden adquirir los mayores dividendos?
De forma casi imperceptible el mito ha ido desplazando a la realidad. La popularidad de la virgen supera por mucho a la del mismo Cristo. Poco a poco se retira la realidad de Dios del estrado para entronizar la imagen de una mujer. La corrupción espiritual del ser humano sigue dando frutos “honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador”, Romanos 1:25.
Hoy se escuchan por todas partes rumores: “La estatua de la virgen arroja lágrimas, la virgen se ríe, su imagen aparece en el óxido de un tanque viejo de agua, se forma su silueta con la sombra de una nube, apareció en el tronco carcomido de un pirul”. Una ola de apariciones se cuentan aquí y allá. El fervor guadalupano está en ebullición.
Los slogans también hacen su función:
· La virgen siempre ha estado con nosotros
· El que no cree en la virgen no es verdaderamente mexicano
· Si los mexicanos negáramos a la virgen, quedaríamos huérfanos de madre
¡Cuánto poder tiene la mentira cuando la verdad se oculta! Las apariciones son simple leyenda, Juan Diego es sólo un mito. La virgen morena nunca se apareció en México. Pero aunque se hubiera aparecido, en la Palabra de Dios se prohibe toda manifestación de latría y dulía a las imágenes y a lo que no es Dios. Es antibíblica la teoría de un mediador o una mediadora entre Dios y los hombres aparte del Señor Jesucristo. Su mediación es tan efectiva que resulta innecesaria la intervención de nadie más para introducirnos en la justicia y la gracia divinas. Gracias a Dios por la Reforma y por los principios que nos legó: Sola Escritura, Sola Fe, Sola Gracia. ¡Sola gloria de Dios! La verdad de Dios es sobre toda institución, sobre todo nombre o revelación. La verdad de Dios no es negociable.
Escrito Original de Pbro. Antonio Saucedo
Pastor de la Iglesia Estrella de Belen, Mexico
De la revista CONOZCA
Organo oficial de Educacion Cristiana de las Asambleas de Dios