De Ángel, sievo de Dios
Se Puede Prescindir De Ti
Domingo de Ramos, 8 de abril de 2001
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Hay noticias duras, pero para la inteligencia humana ninguna tanto como ésta: "Se puede prescindir de ti". Es el reporte de la contingencia. De ella quiero hablarte hoy, y desde luego, repetírtela: Se puede prescindir de ti.
Una noticia que despierta una respuesta altanera, que muchos tienen ya en la punta de la lengua: "Si se podía y se puede prescindir de mí, entonces simplemente no importa que yo exista; luego mucho menos importará lo que yo haga. Así pues, nadie venga a mí con reglas sobre lo que debo ser. Dejadme, por lo menos, que sea yo —este yo efímero, absurdo e inútil— quien dé a mi vida y a mis cosas el tamaño, la forma y el sentido que yo quiera. Y si no queréis concedérmelo, sabed que de todos modos voy a tomarlo, pues el derecho de hacerme es la justa contrapartida por el deber ser".
Así se expresa impetuoso, cínico y libertino, el yo que de pronto abre sus ojos a la terrible noticia. Para él o ella, la noticia suena así: "¡Así que se puede prescindir de mí! No hay entonces razón alguna que yo deba buscar, sino las razones que yo mismo me dé. En realidad, nadie me estaba esperando a mí; tal vez, en el mejor de los casos, mi madre esperaba a "alguien" y mi padre, supongámoslo, quería verse prolongado en "alguien" pero, como ellos no conocían ni podían conocer mi yo, que no existía, no me esperaban ni me amaban a mí. He llegado, pues, a una tierra que no me aguardaba, y me voy a ir de una tierra que no va a extrañarme. ¡Y entre esa llegada y esa partida se juega toda la vida de todos los hombres! ¡Ahí caben todos nuestros devaneos de amor, nuestras pretensiones de poder, nuestra sed de fasto y aplauso, nuestros lloros, rezos, imprecaciones y caricias!".
Puedes imaginarte lo que estos pensamientos hacen en el alma humana tanto más si se siente débil, sola, agredida o poco amada. Te he transcrito esas palabras, que sé que te suenan amargo, porque las he oído pronunciar, y porque tienes que saber, mi pequeño, que en ellas viven, se agobian y mueren muchos de tus hermanos. No conocen otro modo de ver la vida humana. Y sin embargo, nada de eso quiero decir o significar cuando te repito: se puede prescindir de ti.
Ante todo debo aclararte que "contingencia" no significa "indiferencia". Un hombre se levanta un día y asesina a su esposa. El asunto no "tenía" que suceder; podía no haber sucedido, por ejemplo, si él se hubiera dado el tiempo suficiente para descubrir que los chismes que había oído eran del todo falsos. Pero el asunto sucedió. ¿Es indiferente matar o no matar? ¡Desde luego que no! Ese asesinato es "contingente" porque no "tenía" que pasar, pero no es "indiferente".
Lo mismo, y mucho más, puedo decir de tu existencia: tú no "tenías" que existir, pero de ahí es abusivo sacar la conclusión perversa de que ahora es indiferente que existas o no existas. Tanto más perverso si se agrega la otra deducción, más dañina, si cabe: puesto que no importa existir, no importa cómo exista. ¡Claro que importa! En la Creación todo es contingente; no hablo aquí de las contradicciones lógicas intrínsecas como que el todo siempre es mayor que la parte, pero, salvo esas contradicciones, nada tenía que ser como es y sin embargo, escúchalo bien: todo importa. Las cosas importan no porque debían ser como son sino porque son como son.
¿Y por qué importan? ¡Precisamente porque, si no "tenían" que ser, entonces hay una decisión, superior y no contraria a la razón, que ha hecho posible que, de puras contingencias pensables, lleguen efectivamente a ser. Esa decisión, en últimas, te conduce al poder de Dios mismo como Creador. Existes, entonces, no porque sea "lógico" o "imperioso" que existas, sino por un acto incomparable, soberano, libre sobre toda medida, gratuito en toda su extensión, un acto que dice: "Dios te creó". Por ello, la noticia que te hace sufrir, "se puede prescindir de ti", significa en su aspecto positivo y bello: "Dios quiso que existieras".
Y si ahora recorres con tu mirada cuanto te rodea, y descubres que es posible aplicar tu pensamiento para decir verdades cada vez más precisas y profundas sobre los seres que hallas, ¿qué deduces? Que Dios no es Dios de desorden (cf. 1 Cor 14,40), y por tanto, que hay una razón para el querer de Dios; no una razón que haya tenido poder en Él para crearte, sino una razón por la cual, decretada tu existencia en la libertad de un amor sin límite, esa misma existencia ha sido llamada por él hacia un fin propio, que viene a ser la razón de lo que puedes hacer con una existencia que podías no tener.
Quien cavile juiciosamente en estas cosas pronto arribará a conclusiones saludables: "Mi existencia misma es el primer lenguaje que el amor de Dios quiso concederme"; "Más allá de los gustos o reproches, y también más allá de las expectativas, intereses o temores de los hombres —y en esto debo incluir a mis parientes, a misma amigos y a mis enemigos— es Dios quien ha querido que yo exista; a Él, pues, me debo, antes que a cualquier deseo o imperativo de hombre o de Ángel"; "El que me creó sin necesitarme, por amor me creó, por amor me conserva, y al amor me llama"; y así sucesivamente.
¡A qué puede llegarse por entender mal o entender bien una frase! Tú, ten paz, y otorga la paz.
Se Puede Prescindir De Ti
Domingo de Ramos, 8 de abril de 2001
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Hay noticias duras, pero para la inteligencia humana ninguna tanto como ésta: "Se puede prescindir de ti". Es el reporte de la contingencia. De ella quiero hablarte hoy, y desde luego, repetírtela: Se puede prescindir de ti.
Una noticia que despierta una respuesta altanera, que muchos tienen ya en la punta de la lengua: "Si se podía y se puede prescindir de mí, entonces simplemente no importa que yo exista; luego mucho menos importará lo que yo haga. Así pues, nadie venga a mí con reglas sobre lo que debo ser. Dejadme, por lo menos, que sea yo —este yo efímero, absurdo e inútil— quien dé a mi vida y a mis cosas el tamaño, la forma y el sentido que yo quiera. Y si no queréis concedérmelo, sabed que de todos modos voy a tomarlo, pues el derecho de hacerme es la justa contrapartida por el deber ser".
Así se expresa impetuoso, cínico y libertino, el yo que de pronto abre sus ojos a la terrible noticia. Para él o ella, la noticia suena así: "¡Así que se puede prescindir de mí! No hay entonces razón alguna que yo deba buscar, sino las razones que yo mismo me dé. En realidad, nadie me estaba esperando a mí; tal vez, en el mejor de los casos, mi madre esperaba a "alguien" y mi padre, supongámoslo, quería verse prolongado en "alguien" pero, como ellos no conocían ni podían conocer mi yo, que no existía, no me esperaban ni me amaban a mí. He llegado, pues, a una tierra que no me aguardaba, y me voy a ir de una tierra que no va a extrañarme. ¡Y entre esa llegada y esa partida se juega toda la vida de todos los hombres! ¡Ahí caben todos nuestros devaneos de amor, nuestras pretensiones de poder, nuestra sed de fasto y aplauso, nuestros lloros, rezos, imprecaciones y caricias!".
Puedes imaginarte lo que estos pensamientos hacen en el alma humana tanto más si se siente débil, sola, agredida o poco amada. Te he transcrito esas palabras, que sé que te suenan amargo, porque las he oído pronunciar, y porque tienes que saber, mi pequeño, que en ellas viven, se agobian y mueren muchos de tus hermanos. No conocen otro modo de ver la vida humana. Y sin embargo, nada de eso quiero decir o significar cuando te repito: se puede prescindir de ti.
Ante todo debo aclararte que "contingencia" no significa "indiferencia". Un hombre se levanta un día y asesina a su esposa. El asunto no "tenía" que suceder; podía no haber sucedido, por ejemplo, si él se hubiera dado el tiempo suficiente para descubrir que los chismes que había oído eran del todo falsos. Pero el asunto sucedió. ¿Es indiferente matar o no matar? ¡Desde luego que no! Ese asesinato es "contingente" porque no "tenía" que pasar, pero no es "indiferente".
Lo mismo, y mucho más, puedo decir de tu existencia: tú no "tenías" que existir, pero de ahí es abusivo sacar la conclusión perversa de que ahora es indiferente que existas o no existas. Tanto más perverso si se agrega la otra deducción, más dañina, si cabe: puesto que no importa existir, no importa cómo exista. ¡Claro que importa! En la Creación todo es contingente; no hablo aquí de las contradicciones lógicas intrínsecas como que el todo siempre es mayor que la parte, pero, salvo esas contradicciones, nada tenía que ser como es y sin embargo, escúchalo bien: todo importa. Las cosas importan no porque debían ser como son sino porque son como son.
¿Y por qué importan? ¡Precisamente porque, si no "tenían" que ser, entonces hay una decisión, superior y no contraria a la razón, que ha hecho posible que, de puras contingencias pensables, lleguen efectivamente a ser. Esa decisión, en últimas, te conduce al poder de Dios mismo como Creador. Existes, entonces, no porque sea "lógico" o "imperioso" que existas, sino por un acto incomparable, soberano, libre sobre toda medida, gratuito en toda su extensión, un acto que dice: "Dios te creó". Por ello, la noticia que te hace sufrir, "se puede prescindir de ti", significa en su aspecto positivo y bello: "Dios quiso que existieras".
Y si ahora recorres con tu mirada cuanto te rodea, y descubres que es posible aplicar tu pensamiento para decir verdades cada vez más precisas y profundas sobre los seres que hallas, ¿qué deduces? Que Dios no es Dios de desorden (cf. 1 Cor 14,40), y por tanto, que hay una razón para el querer de Dios; no una razón que haya tenido poder en Él para crearte, sino una razón por la cual, decretada tu existencia en la libertad de un amor sin límite, esa misma existencia ha sido llamada por él hacia un fin propio, que viene a ser la razón de lo que puedes hacer con una existencia que podías no tener.
Quien cavile juiciosamente en estas cosas pronto arribará a conclusiones saludables: "Mi existencia misma es el primer lenguaje que el amor de Dios quiso concederme"; "Más allá de los gustos o reproches, y también más allá de las expectativas, intereses o temores de los hombres —y en esto debo incluir a mis parientes, a misma amigos y a mis enemigos— es Dios quien ha querido que yo exista; a Él, pues, me debo, antes que a cualquier deseo o imperativo de hombre o de Ángel"; "El que me creó sin necesitarme, por amor me creó, por amor me conserva, y al amor me llama"; y así sucesivamente.
¡A qué puede llegarse por entender mal o entender bien una frase! Tú, ten paz, y otorga la paz.