Una de las satisfacciones que me ofrecía mi trabajo en el laboratorio de industrias químicas, era sencillamente que a veces las relaciones profesionales que mantenía con la clase médica, en un principio, se convertían con el tiempo en relaciones amistosas.
Y así me ocurrió con Maribel. Una vallisoletana recién licenciada en medicina que consiguió una plaza de medicina general en el Centro de Salud del pueblo madrileño de Buitrago de Lozoya.
La visitaba por motivos profesionales todos los meses. Nos reuníamos a comer en un restaurante situado a la falda del castillo de Buitrago y de este modo, día a día, generamos una buena amistad.
Cuando llegó mi jubilación hace diez años asistí a su enlace matrimonial con Rafael y continuamos manteniendo un contacto frecuente.
Hace unos días me llamó por teléfono para tomar un café y charlar. La encontré un tanto triste.
Me comentó que está pasando el momento más negro de su vida. Que existìa en la relación con Rafael, su marido, ciertas desavenencias de un tiempo a esta parte que le hacían pensar que su amor se estába perdiendo y solo parecía quedarle un afecto sensible hacia él, entre otros motivos, por ser el padre de sus dos hijos.
No llegaba a entender, como podria apagarse en tan solo diez años de convivencia, esos gestos de ternura envueltos en los pequeños detalles del día a día o ese fuego que encendía un bello amor con ardientes llamas de ilusión y que hoy parecian extinguirse, sencillamente porque sufre la decepción de una entrega que no tiene respuesta.
Y le angustia, que ese desorden que se viene manifestando en su vida de pareja, no esté amenazado por la discordia, el espíritu de dominio, los celos y otros pequeños conflictos que puedan conducirles, tristemente, a una posible ruptura si no son superados por el amor y la comprensión
SIn embargo, me comentaba que al mismo tiempo también pensaba en sus hijos porque ciertamente era el don más preciado del matrimonio. Un don que para ella debería contribuir a alimentar el amor entre los padres; Y de esta manera ofrecerles a los pequeños vivir en ese mundo de felicidad y amor que todos los niños necesitan y por supuesto merecen.
Llegados a este punto de nuestra conversación cuando las lágrimas de Maribel ahogan el tono de su voz y el silencio irrumpe entre nosotros dos, confieso que me siento desarmado, impotente, sin saber que decir ante el dolor de mi amiga y temo que al pronunciar alguna palabra no se vuelva ridícula o inútil,
Pienso, le comento a Maribel, que amar es la más difícil de las asignaturas que hemos de aprobar. Ni se aprende con texto alguno ni se transmite de maestro a alumno, sino que se aprende a costa de experiencia. Exige además, un aprendizaje que dura la vida entera. Y si este arte de amar, es el más grande y más difícil que puede practicar una pareja ¿cómo es posible que reflexionemos sobre é,l tan poco, que no sepamos distinguir entre lo que es amor y lo que es el afecto sensible hacia el otro.
Está claro que la vida de casados, es hermosa, pero no fácil. Es apasionada pero no acaramelada. Es alegre pero a veces se convierte en una cuesta arriba que apenas podemos subir.
Por todo esto, es cierto, que existen en el matrimonio momentos de angustia y desaliento, en los que pensamos que algo se ha muerto dentro de nosotros mismos.
Si, éste es un gran riesgo. Pero me parece a mí, que precisamente es ahí, donde se muestra el verdadero amor y el coraje para seguir adelante.
Lo fácil y cómodo sería cerrar los ojos y huir y lo difícil y a la vez humano y por supuesto cristiano, es seguir intentando recordar donde se ha podido extraviar el amor para ir a buscarlo.
Apurando la taza de café, Maribel con los versos del poeta, dejó en el aire dos preguntas que parecían clausurar nuestra conversación. ¿Porqué el amor nos hace tan dichosos y su privación desdichados? ¿Porque la ausencia de la persona amada, nos hace sufrir más de lo que su presencia nos hacía gozar?
Como dijo el poeta, la verdad es que los hombres descubrimos lo que vale el amor, cuando nos falta.
Y así me ocurrió con Maribel. Una vallisoletana recién licenciada en medicina que consiguió una plaza de medicina general en el Centro de Salud del pueblo madrileño de Buitrago de Lozoya.
La visitaba por motivos profesionales todos los meses. Nos reuníamos a comer en un restaurante situado a la falda del castillo de Buitrago y de este modo, día a día, generamos una buena amistad.
Cuando llegó mi jubilación hace diez años asistí a su enlace matrimonial con Rafael y continuamos manteniendo un contacto frecuente.
Hace unos días me llamó por teléfono para tomar un café y charlar. La encontré un tanto triste.
Me comentó que está pasando el momento más negro de su vida. Que existìa en la relación con Rafael, su marido, ciertas desavenencias de un tiempo a esta parte que le hacían pensar que su amor se estába perdiendo y solo parecía quedarle un afecto sensible hacia él, entre otros motivos, por ser el padre de sus dos hijos.
No llegaba a entender, como podria apagarse en tan solo diez años de convivencia, esos gestos de ternura envueltos en los pequeños detalles del día a día o ese fuego que encendía un bello amor con ardientes llamas de ilusión y que hoy parecian extinguirse, sencillamente porque sufre la decepción de una entrega que no tiene respuesta.
Y le angustia, que ese desorden que se viene manifestando en su vida de pareja, no esté amenazado por la discordia, el espíritu de dominio, los celos y otros pequeños conflictos que puedan conducirles, tristemente, a una posible ruptura si no son superados por el amor y la comprensión
SIn embargo, me comentaba que al mismo tiempo también pensaba en sus hijos porque ciertamente era el don más preciado del matrimonio. Un don que para ella debería contribuir a alimentar el amor entre los padres; Y de esta manera ofrecerles a los pequeños vivir en ese mundo de felicidad y amor que todos los niños necesitan y por supuesto merecen.
Llegados a este punto de nuestra conversación cuando las lágrimas de Maribel ahogan el tono de su voz y el silencio irrumpe entre nosotros dos, confieso que me siento desarmado, impotente, sin saber que decir ante el dolor de mi amiga y temo que al pronunciar alguna palabra no se vuelva ridícula o inútil,
Pienso, le comento a Maribel, que amar es la más difícil de las asignaturas que hemos de aprobar. Ni se aprende con texto alguno ni se transmite de maestro a alumno, sino que se aprende a costa de experiencia. Exige además, un aprendizaje que dura la vida entera. Y si este arte de amar, es el más grande y más difícil que puede practicar una pareja ¿cómo es posible que reflexionemos sobre é,l tan poco, que no sepamos distinguir entre lo que es amor y lo que es el afecto sensible hacia el otro.
Está claro que la vida de casados, es hermosa, pero no fácil. Es apasionada pero no acaramelada. Es alegre pero a veces se convierte en una cuesta arriba que apenas podemos subir.
Por todo esto, es cierto, que existen en el matrimonio momentos de angustia y desaliento, en los que pensamos que algo se ha muerto dentro de nosotros mismos.
Si, éste es un gran riesgo. Pero me parece a mí, que precisamente es ahí, donde se muestra el verdadero amor y el coraje para seguir adelante.
Lo fácil y cómodo sería cerrar los ojos y huir y lo difícil y a la vez humano y por supuesto cristiano, es seguir intentando recordar donde se ha podido extraviar el amor para ir a buscarlo.
Apurando la taza de café, Maribel con los versos del poeta, dejó en el aire dos preguntas que parecían clausurar nuestra conversación. ¿Porqué el amor nos hace tan dichosos y su privación desdichados? ¿Porque la ausencia de la persona amada, nos hace sufrir más de lo que su presencia nos hacía gozar?
Como dijo el poeta, la verdad es que los hombres descubrimos lo que vale el amor, cuando nos falta.