

Pedro siguió al Maestro con pasión, dejó atrás sus redes y confesó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16). Sin embargo, en la hora de la cruz, su “yo” no había sido crucificado. Amaba sinceramente, pero la raíz de su voluntad seguía viva y, frente a una sencilla criada, terminó negando al Salvador tres veces. Pedro no necesitaba más emoción, sino aprender el arte de morir al orgullo y al control propio.

Jesús no propuso una santidad de esfuerzo humano, sino una vida que nace de la muerte. No hay resurrección sin sepultura, ni santificación genuina sin cruz. Nuestro problema no es querer parecer a Cristo, sino evitar morir como Él.“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”.
(Juan 12:24)
“Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación”.
(1 Tesalonicenses 4:3)
La santificación es más que una meta moral: es permitir que Cristo tome el lugar central del “yo” interior. Dios no busca mejores versiones de ti, sino corazones vacíos para llenarlos de Su plenitud.“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.
(Gálatas 2:20)

La santificación no se alcanza en los altares emocionales, sino en la rendición absoluta: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. (Lucas 22:42).“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.”
(Lucas 9:23)

El alfarero no mejora vasijas deformes, las destruye y rehace desde el polvo. Así Dios, movido por amor, aplasta lo que no sirve para modelar una obra completamente nueva en nosotros.
¿Y si tu sufrimiento no es castigo, sino el fuego que revela la imagen de Cristo en ti?“Y la vasija de barro… se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor al alfarero hacerla.”
(Jeremías 18:4)

Dios hoy te invita a Getsemaní, donde Jesús oró:“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser—espíritu, alma y cuerpo—sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.
(1 Tesalonicenses 5:23)

Allí muere el orgullo, allí termina la resistencia, allí nace la santidad. No es muerte para destrucción, es muerte para resurrección. Porque cuando el “yo” muere, Cristo vive plenamente en ti.
“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”.
(Romanos 6:11)

Vuelve al altar. Entrega aquello que gobierna tu corazón. No busques más poder, busca la muerte del “yo”. Solo así el fuego de Dios te transformará sin consumirte.

¿Permitirás que Dios destruya todo lo que en ti no refleja a Cristo, aun si debes perder reputación, planos y sueños?
¿Confundes emoción espiritual con la verdadera muerte del “yo”?
¿Vives como creyentes resucitado o luchas por mantener vivo lo que Cristo ya ordenó crucificar?