Romanos cap. 7

2 Junio 1999
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CARTA A LOS ROMANOS
CAPÍTULO VII

"Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios" (v.4).

El apóstol Pablo en este capítulo hace una sincera confesión de lo que él mismo es como hombre, solo ante la ley de Dios. Esta sinceridad de Pablo ha llevado a muchos exegetas a las más dispares interpretaciones. Pero lo único que Pablo desea que sepamos todos los que, por la gracia de Dios, hemos recibido a Cristo en nuestra vida, es que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia.
Esta nueva y bendita situación la hizo realidad para todos nosotros Cristo mismo. Nosotros personalmente nada podíamos hacer para cambiar esta lamentable situación, la única solución era la muerte. Porque "la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive" (v.1). El apóstol, para que lo entendamos mejor, nos pone el ejemplo de una mujer casada, que por ley está sujeta al marido mientras éste viva, y no puede unirse a otro hombre, pero una vez muerto queda libre de esa ley.
Y Pablo nos dice que nosotros, creyentes, hemos muerto a la ley "mediante el cuerpo de Cristo". Así nos pregunta en el capítulo 6:3,6: "¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él".
Tan cierto como Cristo murió por nosotros en la Cruz cargando con nuestra maldición, así estamos nosotros muertos para la ley, para que vivamos en la bendición al recibir por la fe la promesa del Espíritu (Gal.3:13,14).
Ahora ya no somos de la ley, sino de Otro, de Aquel que resucitó de los muertos, de Cristo Jesús.

"Ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra" (v.6).

Sin Cristo, en nuestra vida, sólo podemos llevar fruto para muerte, porque las pasiones de nuestra carne ni quieren ni pueden sujetarse a la ley de Dios. Pero, si por la fe hemos muerto con Cristo, estamos libres de la ley, para que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu. Y es la única manera de que cumplamos la voluntad de Dios que nos muestra la ley. Pablo nos quiere convencer de la total incapacidad, por nuestra parte, para cumplir la ley por la propia debilidad de nuestra carne. Por eso escribe él en la carta a los Filipenses: "Nosotros somos los de la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne" (3:3). La circuncisión era la señal del Pacto que se hacía en la carne. Pero Pablo nos dice que los verdaderos hijos del Pacto son los que en espíritu sirven a Dios y se glorían en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne, aunque ésta lleve la marca de la circuncisión y diga tener la ley de Dios como norma. Por la fe en Cristo no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia, bajo el régimen nuevo del Espíritu, para servir a Dios en espíritu y gloriarnos en la obra redentora que Jesús consumó para nosotros. Si aceptamos por la fe que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, nunca podemos vernos bajo el viejo régimen de la letra. "Porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica" (2 Cor.3:6).
Esto es lo que Pablo nos quiere hacer ver muy claramente, que con la letra de la ley y nuestra carne el resultado es muerte; por la gracia de Cristo Jesús y la fe sincera el resultado es vida eterna.

Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo (v.18).

Pablo no quiere que nos confundamos y con toda claridad nos dice, que en mí y en ti, esto es en mi carne y en tu carne, no mora el bien.
Muchos se escandalizarán de estas palabras del apóstol, porque siempre piensan que hay mucho de bueno en ellos, y que pueden hacer muchas cosas para merecer ante Dios una recompensa. Otros lo considerarán como un insulto a la persona civilizada. Pero no olvidemos que Pablo no está hablando aquí, ni para los que se creen buenos, ni para los que están orgullosos de su civilización, sino para hombres pecadores que por la gracia de Dios aceptan a Cristo como su Salvador.
Si Pablo es el cantor de la GRACIA de Dios, no debe extrañarnos que al mismo tiempo sea tan contundente al decirnos que en nuestra carne no mora el bien, ni tampoco el hacer el bien. Y además con toda claridad dice que, el tiempo de su vida bajo la ley teniendo su propia justicia, lo tiene como pérdida, incluso califica de basura todo lo que no sea tener a Cristo y Su justicia por la fe.
¡Qué un hombre, como ese joven fariseo Pablo, que se sabía en su propia opinión irreprensible en cuanto a la justicia que era por la ley, nos diga que todo eso es basura...! Deja sin argumentos a los que se quieren justificar ante Dios por la ley y sus obras, confiando en su propia carne. Por eso él nos grita: ¡por gracia sois salvos por medio de la fe! "¡Porque por las obras de la ley ningún ser humano se justificará delante de Dios!" (Rom. 3:20).
Pablo no quiere conducir al hombre a su propia muerte e inutilidad, sino a la vida eterna, llena de frutos de verdad.
Sin embargo el hombre corre el grave peligro de precipitarse, siguiendo los deseos de su propio "yo" natural, su carne, en la muerte eterna. ¿Pero hay Alguien que le pueda librar de ese precipicio de muerte? Con Pablo podemos decir:

"¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro" (vs. 24,25).

Cuando el creyente comprende por la Palabra de Dios bajo la luz del Espíritu, que su vida sólo gira alrededor de su propio "yo" carnal, desea salir de esa miserable situación. Y no intenta mejorar esa situación, sino que busca un Libertador que le libre de ese cuerpo de muerte, de ese "yo" egoísta y endiosado.
Y el único que me libra, y te libra, de este cuerpo de muerte es Cristo en Su muerte, para que no seamos más esclavos de nuestro propio "yo" egoísta carnal, sino de Otro que nos compró con Su sangre, de Cristo que resucitó de los muertos para que andemos en vida nueva llevando los frutos del Espíritu: amor, gozo paz, paciencia etc.
Jesús nos quiere hacer comprender la total incapacidad para hacer algo bueno por nosotros mismos sin Él: "El que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí NADA podéis hacer" (Jn. 15:5).
Jesús es el testigo Fiel Y Verdadero, Él no miente porque es la Verdad de Dios; y sin embargo muchos hombres religiosos se empeñan en demostrar lo contrario, cuando se presenta en olor de santidad y cargados con sus propios frutos de piedad religiosa sin Cristo. Una vez más debemos recordar que Jesús nos dice que separados de Él no podemos llevar fruto alguno por nosotros mismos: "Separados de Mí nada podéis hacer". Y a pesar de todo, la lucha de nuestro "yo" es intentar vivir siempre separado de Él. Por eso la fe también es un inmenso don de Dios, para el que cree en Cristo.
Hay gentes que pasan el día con sus liturgias y cánticos para glorificar a Dios, y sin embargo los frutos que llevan son de su propia cosecha, Cristo no ha tenido nada que ver en esa cosecha. Por eso el Padre tampoco es glorificado con sus liturgias y cánticos, porque Él sólo es glorificado con los frutos que llevamos en Cristo, la Vid verdadera.
Pablo en este capítulo no sólo quiere librarnos de nuestro hombre carnal, sino también del hombre religioso legalista. El apóstol quiere que ambos estén bajo la gracia de Dios en Cristo. Para vivir bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (v.6). Y no debemos olvidar que, una y otra vez, se levanta el hombre religioso con el "régimen viejo de la letra" que nos une al hombre, y se opone al "régimen nuevo del Espíritu" que nos une a la muerte y resurrección de Cristo a los frutos de Su propia vida.

Fco. Rodríguez