Religión y Poder Político/Testimonio/Doctrina USA

18 Noviembre 1998
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El público testimonio cristiano de George W. Bush, y la influencia en él del predicador Billy Graham puede ser leído en la referencia 1.

Aquí una pequeña introducción:

"En realidad, el Reverendo Billy Graham habían sido el responsable de plantar la semilla del Evangelio de mi corazón hacía ya un tiempo. Él visitó mi familia durante un fin de semana de verano en Maine. Yo le vi predicar en la iglesia de verano pequeña, Santa Ana que está cerca de la playa. Todos nosotros almorzábamos en el patio que tiene una vista hacia el océano. Mi papá le pidió a Billy que contestara preguntas de un grupo de mi familia que se había reunido durante el fin de semana. Él se sentó frente al fuego y habló. Lo que él dijo encendió una chispa que comenzó un cambio en mi corazón. Yo no recuerdo las palabras exactas. Era más el poder de su ejemplo que sus mismas palabras. El Señor se reflejó claramente a través de Billy, a través de su conducta mansa y amorosa. El próximo día nosotros caminamos y hablamos, y yo supe que estaba ante la presencia de un gran hombre. Él era como un imán; yo me sentía arrastrado en busca de algo diferente. Él ni disertó ni me amonestó; él compartió su calor moderado y su preocupación conmigo. Billy Graham no me hizo sentir culpable; él me hizo sentir la percepción de que yo era muy amado por el Señor……..”

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Los cristianos sabemos que el testimonio público de un hombre común y corriente siempre ha sido muy importante, dado que su importancia radica en la Palabra de Dios. Por ello el hombre cristiano recibe y se goza cada vez que tiene la oportunidad de escuchar o leer el testimonio de otro hombre, por muy simple y común que sea este hombre dentro de la comunidad cristiana. Sin embargo el gozo final y pleno del hombre cristiano, en cuanto al testimonio de otros, se manifiesta cuando puede verificar los frutos que ha producido este testimonio tanto en la vida como en la obra del que confiesa y testimonia.

Lo mismo ocurre, relativo al gozo y a la expectativa, cuando el testimonio ya no es de un hombre común y su limitado campo de influencia, que puede no llegar más allá que su propia familia y comunidad religiosa, sino que corresponde a un hombre muy importante y poderoso. Tan importante que ya no son solamente los hombres cristianos los que pudieran estar atentos a verificar los frutos de este importante hombre que da testimonio, sino que literalmente todo el planeta, sin importar religión, raza ni condición, simplemente porque las decisiones de este importante hombre y el poder que le ha sido concedido, afectan e influencian todas las actividades e intereses de la especie humana, afectando principalmente a aquellos de la especie humana que aman el mundo con todo su corazón, son amigos del mundo y su deleite está puesto en un optimismo sin Dios.

Por lo anterior y con la finalidad de examinar en profundidad las actuales e importantes relaciones entre religión, política, terrorismo y seguridad, se presenta a continuación la llamada “nueva doctrina de seguridad de los EEUU” y una opinión periodística que mezcla lo político-religioso, de un hombre con larga experiencia en temas de seguridad mundial, política y los servicios de inteligencia.



LA NUEVA DOCTRINA DE ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA

El Gobierno de EE.UU. anunció recientemente una nueva doctrina de seguridad en la que advierte claramente que lanzará ataques preventivos contra los estados hostiles o grupos terroristas que le amenacen, rompiendo de esta forma con la tradicional doctrina de la disuasión.

La nueva "Estrategia de seguridad nacional de EE.UU.", divulgada por la Casa Blanca, compendia en 33 páginas la doctrina del uso de la fuerza de la administración del Presidente George W. Bush en tiempos en que esta nación "tiene una posición de fortaleza militar e influencia económica y política sin par".

El documento, presentado ante el Congreso, afirma por primera vez que Estados Unidos jamás permitirá que se desafíe su hegemonía militar de la forma en que ocurrió durante la Guerra Fría. Ha trascendido que el texto de la nueva estrategia divulgado inicialmente incluía la frase: "El Presidente no tiene intenciones de permitir que alguna otra potencia acorte la enorme ventaja que EE.UU. ha logrado desde la caída de la Unión Soviética hace más de una década". Sin embargo, esa cita fue retirada en una nueva versión divulgada posteriormente. El portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, rechazó que el párrafo hubiera sido retirado ante la posible preocupación acerca de que el tono del documento fuera demasiado arrogante. "Creo que el tono del documento habla por sí mismo", aseguró Fleischer.

Desde que en enero pasado Bush anunció la existencia de un "eje del mal" -integrado, según él, por Irán, Irak y Corea del Norte- el Gobierno de EE.UU. ha mostrado una determinación creciente a usar la fuerza armada para un "cambio de régimen" en Irak.

El documento desecha todos los tratados de no proliferación de armas nucleares firmados durante la Guerra Fría, y elige la "contra proliferación", es decir una política activa de desmantelamiento de los arsenales atómicos de otros países. También declara que la estrategia de contención y disuasión -eje de la política exterior de EE.UU. desde el fin de la Segunda Guerra Mundial - es obsoleta, y que no hay forma que en el mundo actual pueda disuadir a quienes "odian a EE.UU. y todo lo que esta nación representa".
Por ello, la nueva doctrina afirma que "si bien EE.UU. luchará constantemente para obtener el apoyo de la comunidad internacional, no dudaremos en actuar solos, si fuera necesario, en el ejercicio de nuestro derecho de defensa propia, con acciones preventivas contra los terroristas". (ref. 2)

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LOS “CRUZADOS” DE LA CASA BLANCA

El fervor religioso se apoderó de la Casa Blanca. El presidente repetía consejos de predicadores y palabras bíblicas del profeta Ezequiel clamando venganza; la llamada a la 'yihad' que los terroristas creían ver en el Corán halló respuesta en otro texto sagrado. Quienes fracasaron en prevenir los ataques fracasaron también en extraer las lecciones correctas del 11 de Septiembre. Pero siguen ahí, al mando de la Administración, y ahora avanzan como invencibles cristianos a la cabeza de una Guerra Global contra el Terror que apunta a Irak.


Gordon Thomas

A los pocos días de que George W. Bush regresara finalmente a la Casa Blanca tras el 11-S, le dio la bienvenida a un visitante muy especial. Se trataba del evangelista Billy Graham, un viejo amigo de la familia, el predicador a quien el propio padre del presidente ha definido como «nuestro asesor espiritual».

Graham se sentó con el afectado presidente. Hablaron largo y tendido sobre el mal del terrorismo y sobre la licencia bíblica de la justa retribución para destruirlo. Cierto pasaje hizo mella en Bush: «Esto dice el Señor: Por cuanto los filisteos han tomado venganza y lo han hecho con el mayor encono, matando y desahogando así sus viejas enemistades [...] He aquí que yo descargaré mi mano contra los filisteos y mataré a los matadores [...] y conocerán que yo soy el Señor».

Las palabras del profeta Ezequiel se convirtieron en un Leitmotiv para Bush. En los meses venideros, el espíritu de esta llamada a las armas condicionaría todo lo dicho y hecho por el presidente. Hoy, 12 meses después, aquellas palabras permanecen como el fundamento de su guerra contra el terrorismo, la justificación de su ataque contra Afganistán, el razonamiento para la inminente guerra contra Irak y de las demás guerras que se avecinan. El hecho de que esto sustituya a una política clara y razonada sobre los motivos para lanzar una guerra contra Sadam Husein no supone un tema de debate para el presidente. El dictador iraquí es su filisteo.

Al final de la reunión, Graham le entregó una Biblia. Había subrayado los pasajes que refuerzan el derecho a una justa retribución. Bush, al igual que Bill Clinton y otros presidentes en el pasado, no anda escaso de Biblias. Creció en lo que le gusta llamar «una tierra temerosa de Dios», ese arco sureño de EEUU más conocido como el Cinturón de la Biblia. En el rancho tejano de los Bush y en su despacho de gobernador de Texas, la Biblia ha permanecido siempre próxima a la bandera.

En la mente del presidente no existía duda de que Dios estaba de su lado cuando lanzó su guerra contra el terrorismo. Para Bush, esto se convertiría en el principal factor a considerar en el proceso de toma de decisiones. No sólo podía percibir a Sadam como un enemigo mortal, sino que con ello podría juzgar a todas las naciones árabes, aunque mantuvieran un tácito silencio, y esgrimirlo como una señal de su apoyo a Sadam. Esto se convirtió en la primera gran lección no aprendida del 11-S.
Desde entonces, Bush no ha mostrado ni conocimiento ni comprensión alguna hacia la cultura árabe ni hacia los lazos nacionalistas que unen estrechamente a Sadam con sus vecinos.

El resultado ha sido que la Inteligencia de la cual debería depender Bush sencillamente no existe. La CIA y el FBI apenas disponen de contactos con los servicios de Inteligencia de la región, salvo con el Mossad israelí, que les han proporcionado una visión sesgada de los sucesos del año pasado. A partir de este planteamiento, han surgido serios errores de cálculo en Washington: se ha hecho caso omiso a las advertencias del rey de Jordania y del presidente egipcio de que, en el caso de un conflicto, los líderes árabes se verían incapaces de controlar a su pueblo.


Lo más importante han sido las evaluaciones del Mossad de que Sadam ha reconstruido su arsenal químico y se encuentra cerca de producir una primitiva arma nuclear. Los servicios de Inteligencia europeos, principalmente el MI6 británico y la BND alemana, han rechazado estas afirmaciones como «aventuradas».

La mayor amenaza

Sin embargo, han alimentado el convencimiento de Bush de que Sadam representa la mayor amenaza individual contra EEUU desde la II Guerra Mundial. En los días que siguieron al 11-S, sus colaboradores afirman que Bush aprendió una nueva palabra: yihad, la guerra santa contenida en el grito de batalla de los terroristas, que han secuestrado de la fe musulmana.

Bush se confesó incapaz de comprender cómo Alá podía apoyar una masacre tan terrible. Esto aportó luz sobre su proceso mental. Otra pista fue cuando reconoció que quería a Bin Laden «vivo o muerto». Otro detalle: puedes sacar a Bush de entre los vaqueros pero no puedes sacar al vaquero que hay dentro de Bush. Evidencia adicional de este marco mental surgió con el eje del mal (Irán, Irak y Corea del Norte).

La frase poseía una poderosa connotación bíblica. En los últimos 12 meses, ha aparecido en sus discursos al Congreso, a sus comandantes militares, durante sus populistas charlas radiofónicas a la nación, a los líderes mundiales y, por supuesto, a su creciente lista de terroristas. A todos les ha citado un pasaje u otro del regalo de Graham para resaltar que la guerra contra el terrorismo cuenta con la aprobación de Dios.

Tal certeza mesiánica sugirió a muchos que se trataba de un pobre sustituto a toda evidencia de que Irak o algún miembro del eje del mal estuviese a punto de lanzar algún ataque contra alguien.

La insistencia de Bush de verse obligado a lanzar un «ataque preventivo» contra Irak también se encuentra profundamente enraizada en el fracaso de sus hombres clave, y en el de una mujer, en predecir el ataque del 11-S. Sin embargo, en vez de cesarlos, les ha concedido libertad para planear y urdir, en un intento de compensar el fracaso del cual fueron responsables.
Sin ofender a sus creencias, se les podría definir colectivamente bajo el lema de la Espada de la Venganza.

Son los absolutamente poderosos e invencibles cristianos. Donald Rumsfeld, el marcial secretario de Defensa, dotado de una lengua viperina, apenas oculta su desprecio hacia las naciones europeas que no acatan su postura. Quiere ir a la guerra «ahora». Cualquier americano que se oponga a él se convierte en un «antipatriota». Ya ha declarado que no hay tiempo para investigar los fallos del 11-S: «Eso ya es Historia».
El hecho es que existió, y continúa existiendo, un asombroso colapso del sistema de Inteligencia estadounidense y que muy poco se ha hecho para paliarlo. Tanto la CIA como el FBI continúan escasos de lingüistas para traducir las escuchas telefónicas globales de la Agencia de Seguridad Nacional. La CIA sólo ha logrado insertar contados agentes de campo en Oriente Próximo, donde la inteligencia iraquí ha reforzado su red.


La dolencia cardiaca de Cheney no ha sido problema a la hora de alterar el ritmo cardiaco a otros líderes mundiales, con la aparente excepción del británico Tony Blair y su belicosidad de voz suave. Cheney se ha mostrado absolutamente satisfecho de que América esté preparada para enfrentarse a cualquier amenaza. Cuando le preguntaron si podía explicar por qué la nación más poderosa del mundo tardó tanto tiempo en subyugar a Afganistán, lo descartó con la misma frase empleada por Rumsfeld: «Eso ya es Historia».

No lo es. Es posible que al final venzan, pero ¿a qué precio? Millares de iraquíes muertos y bolsas negras regresando a América con una cadencia similar a la de Vietnam. Eso también es Historia, la prueba histórica de que Estados Unidos no podía ganar aquella guerra.

Los cambios de posición del secretario de Estado, Colin Powell, resultan tan desconcertantes como las tácticas del bíblico Rey David. Inicialmente, apoyó un ataque contra Bin Laden y quienes lo respaldan. A los ojos de Powell sólo había un candidato: el Ungido. El Glorioso Líder, el descendiente directo del profeta, el presidente del Consejo de la Revolución, el presidente de Irak, Sadam Husein.

Ahora, aparenta ser una paloma a quien le han cortado las alas, pero que sigue dispuesta a ir a la guerra porque, al igual que Bush, piensa que el Buen Libro lo justifica.

Para Condolezza Rice, consejera de Seguridad Nacional, la Biblia es «el pilar de mi fe baptista», y admite que ello ha jugado un papel en su apoyo a la Guerra contra el Terrorismo y a lo que se avecina: el conflicto contra Irak. Ella tampoco «cree seriamente» que haya lecciones significativas que puedan extraerse del 11-S: «Eso fue entonces y ahora es ahora». Dado que Rice disfruta de un acceso ilimitado al presidente, actúa como filtro sobre todos aquellos que desean influenciarle. «No me importa si América tiene que ir en solitario», dice.

Tras las bambalinas, otros dos hombres se aferran a su fe religiosa para anclar sus decisiones.

Robert Mueller es el director del FBI, que accedió al cargo tan sólo una semana antes del 11-S. Nunca, en sus 94 años de historia, se ha encontrado la agencia en semejante caos. Sus colaboradores afirman que Mueller ha encontrado consuelo en la Biblia.

George Tenet, director de la CIA, también se ha encontrado en el extremo más acerbo de la crítica. Asiduo asistente a misa, dice a sus amigos que reza para recibir ayuda «en los tormentosos mares de Washington», mientras lucha por mantener el cargo.

De Cheney hacia abajo, estos son los hombres que han alimentado la Guerra contra el Terrorismo. En el proceso, han optado por ignorar los errores que condujeron al 11-S.
Sustentado por esta verdad, Bush animó a que Israel declarase su disposición a un ataque preventivo contra Sadam. De todos modos, hoy día Bush percibe a Israel casi en términos bíblicos: es la Tierra Prometida a la que América debe proteger, ha dicho a su círculo más íntimo.

Con el tiempo, la interrogante de por qué no pudo predecirse el ataque fue adoptando un tono de frustración que se convirtió en una creciente ola de ira a medida que quedó claro el monumental fracaso. Carecemos de una respuesta seria a preguntas preocupantes: ¿Cómo pudo la red de Bin Laden, conocida desde hacía más de una década, continuar en libertad y atacar con una precisión tan letal? ¿Quién fue el responsable de semejante fracaso?

No es suficiente con permitir que Tenet y Mueller discutan en público. No es suficiente con que Rumsfeld y Powell entren en un torneo dialéctico. No es suficiente con que Cheney viaje alrededor del mundo promocionando la Guerra Contra el Terrorismo. No es suficiente con afirmar que Sadam se encontraba detrás del 11-S. No es suficiente con prometer que esa evidencia se hará pública «cuando llegue el momento oportuno». No cabe duda de que Sadam tenga mucho a lo que responder, pero no existe evidencia alguna de que él ayudara en los ataques.


Durante los meses previos a su Presidencia, Bush recibió amplia evidencia y la previsión, incluso inevitable, de un ataque de estas características. ¿Cuán prominentes fueron entonces las advertencias? He aquí una de ellas: «El cráter que hay debajo del World Trade Center y el descubrimiento de un complot para detonar otras bombas gigantescas y de asesinar a los principales líderes políticos han demostrado a los americanos lo brutal que estos extremistas pueden llegar a ser».

Fue escrita por Salman Rushdie. El no es ningún Ezequiel, pero por una vez, sólo una, el presidente y sus hombres deberían reflexionar sobre cuántos cráteres más se abrirán mientras se mantenga en curso esta interminable Guerra contra el Terrorismo. (ref. 3)


Gordon Thomas es autor de Mossad La Historia Secreta (ref. 4)
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En Cristo
Rogelio






Ref.

1.- www.antesdelfin.com/testimoniobush.html.

2.- “Bush advierte que lanzará ataques preventivos contra estados hostiles”
Viernes 20 de Septiembre de 2002, 15:50 www.emol.cl

3.- Diario El Mundo: www.elmundo.es

4.- Excelente libro sobre el Mossad y la inteligencia israelita en estos últimos 50 años.
 
Interesante temática, pero no deja de ser política.
¿Que es posible que algunos políticos intenten ampararse en los religiso? Evidente. Eso es tan viejo como lo es la humanidad.

Lo que me pregunto es si es tema de estos foros.

Además: Cada cual dará razón de sí ante la justicia de Dios. Nosotros como cristianos no creo que debamos entrar en las acciones colectivas de las naciones. Podemos, humanamente, estar mas o menos de acuerdo con las decisiones políticas de los hombres, pero nuestro verdadero ideal es estar de acuerdo con la ética de la ley de Dios. Estamos en el mundo pero no somos del mundo. Pero, incluso eso, en nuestro pensar, puede estar lleno de ambigüedades.
Esta es mi reflexión, Rogelio.
 

http://www.elmundo.es/2002/09/29/cronica/1238075.html

ANALISIS / DE JULIO CÉSAR A BUSH

EEUU, LA ROMA DEL SIGLO XXI

DESDE EL IMPERIO ROMANO NINGUNA NACION HA ACUMULADO TANTO PODER COMO AHORA EEUU. TIENE PRESENCIA MILITAR EN 132 DE LOS 190 ESTADOS DE LA ONU. ENTONCES SE HABLABA DE «PAX ROMANA» Y HOY DE «PAX AMERICANA». AVE, CÉSAR BUSH

JONATHAN FREEDLAND / The Guardian / EL MUNDO


La palabra del momento actual es imperio. Mientras EEUU se encamina decididamente hacia la guerra, no existe ningún otro término para reflejar mejor el alcance del poder norteamericano y la enorme escala de sus ambiciones. Y aunque es bien sabido que sus enemigos llevan décadas enarbolando sus puños contra el imperialismo norteamericano, lo que resulta sorprendente, y mucho más novedoso, es que la noción de imperio norteamericano se ha convertido, súbitamente, en motivo de un vivo debate dentro del propio país. No sólo entre los liberales de corte eurófilo, sino a todo lo largo y ancho del espectro político, desde la izquierda hasta la derecha más conspicua.

En los últimos tiempos, por ejemplo, un liberal disidente como Gore Vidal, quien ha titulado su más reciente recopilación de artículos sobre EEUU El último imperio, ha encontrado un gran aliado en el columnista conservador Charles Krauthammer. A principios de este mismo año, Krauthammer afirmaba en el rotativo The New York Times: «El hecho cierto es que ninguna otra nación ha ejercido un mayor dominio cultural, económico, tecnológico y militar en toda la Historia del mundo desde la época del Imperio romano».

La idea de que EEUU es una especie de Roma del siglo XXI está ganando terreno, cada día más, en la conciencia de aquel país. La revista The New York Review of Books ilustraba recientemente un artículo sobre el poder de EEUU con un dibujo de George Bush disfrazado a la manera de un centurión romano, incluso con lanza y armadura. A principios de este mes, la emisora de radio WBUR de Boston, titulaba un programa especial que emitió sobre el poder imperial de EEUU Pax Americana, parafraseando la conocida expresión latina Pax Romana. Tom Wolfe ha escrito que Norteamérica es «en la actualidad la potencia más poderosa sobre la Tierra, tan omnipotente como la Roma de Julio César».

Pero, ¿es correcta esta comparación? ¿Son los norteamericanos unos nuevos romanos? En el transcurso del rodaje de un documental que he hecho recientemente sobre los acontecimientos ocurridos durante los últimos meses, hice esta misma pregunta a un grupo de personas extraordinariamente cualificadas para contestarla. No se trataba de expertos en estrategias de Defensa de EEUU o en política exterior norteamericana, sino de los historiadores británicos más importantes en el campo de la Historia del Mundo Antiguo. Todos conocen Roma a la perfección y todos ellos, sin excepción, se sienten absolutamente anonadados ante las enormes similitudes existentes entre el imperio actual y el imperio de entonces.

La más obvia de dichas similitudes estriba en su sobrecogedora fuerza militar. Roma era la superpotencia de su tiempo y se enorgullecía de tener un ejército con el mejor entrenamiento, dotado del mayor presupuesto y con el mejor equipamiento militar que el mundo hubiera visto jamás. Ningún otro ejército se le acercaba ni de lejos. EEUU es ahora una potencia dominante igual que lo era Roma entonces: su presupuesto de Defensa pronto será mayor que la suma del gasto militar de los nueve países que le siguen, algo que permite al Pentágono desplegar sus fuerzas a la velocidad de la luz casi por todos los rincones del planeta. En lo que al ámbito del liderazgo tecnológico se refiere, EEUU aparece como una potencia sin rival posible.

COLONIALISMO SIN COLONIAS

Existe una notable diferencia entre ambos imperios. Y es que, aparte de los casos peculiares de Puerto Rico y la isla de Guam, EEUU no tiene colonias, en el sentido formal del término, tal y como los romanos siempre tuvieron. No existen cónsules o virreyes norteamericanos que gobiernen directamente en países lejanos. Pero tal diferencia podría ser menos significativa de lo que pudiera parecer. Al fin y al cabo, Norteamérica ha hecho todo cuanto había que hacer para conquistar y colonizar: lo que ocurre es que no lo podemos apreciar de la misma manera que entonces. Para algunos historiadores, la fundación de Norteamérica y su expansión hacia el oeste durante el siglo XIX no fueron más que un simple entrenamiento para la posterior construcción de un imperio, exactamente lo mismo que hizo Roma cuando comenzó a expandirse por el Mediterráneo. Al igual que Julio César cuando conquistó las Galias -alardeando de que había matado a más de un millón de galos-, los pioneros norteamericanos combatieron contra los cheroquis, los iroqueses y los sioux. «Desde el mismo momento en que los primeros colonos llegaron a Virginia desde Inglaterra y empezaron a dirigir sus pasos al oeste, ésta se convirtió en una nación imperialista, una nación conquistadora», asegura Paul Kennedy, autor del libro Ascensión y caída de las grandes potencias.

EEUU tiene bases militares, o derechos sobre bases, en unos 40 países de todo el mundo, un fenómeno que les da la misma potencia global que tendrían si gobernaran directamente en todos esos países. (Cuando EEUU se enfrentó al régimen talibán el pasado otoño, movilizó buques de guerra desde sus bases en Gran Bretaña, Japón, Alemania, el sur de España e Italia. Las respectivas flotas estaban ya atracadas en todas esas bases). De acuerdo con las afirmaciones de Chalmers Johnson, autor de Contraataques: los costes y consecuencias del imperio norteamericano, estas bases militares de EEUU, que se pueden contar por cientos en todo el mundo, no pasan de ser otra cosa que una versión actualizada de las colonias imperiales de la época romana. No existe prácticamente ningún lugar en el mundo fuera del alcance de Norteamérica. Las cifras del Pentágono demuestran que EEUU tiene presencia militar en 132 de los 190 estados miembros de las Naciones Unidas.

La omnipresencia militar es sólo uno de los rasgos comunes entre la Roma imperial y EEUU. El enfoque que da EEUU al concepto de lo que supone ser un imperio es quintaesencialmente romano. Es algo así como si los romanos de entonces les hubieran legado directamente su impronta y las debidas instrucciones sobre cómo se debe llegar a tener un imperio, unas directrices que, hoy día, los norteamericanos se dedican a seguir con absoluta religiosidad.

DEL COLISEO A HOLLYWOOD

La lección primera del manual romano para el éxito imperial consiste en poner de relieve que no es suficiente con disponer de una gran fuerza militar: el resto del mundo debe conocer la existencia de dicha fuerza. Y también temerla. A estos efectos, los romanos utilizaron la técnica propagandística más característica de su tiempo -los combates de gladiadores en el Coliseo- para demostrar al mundo lo duros que eran. En la actualidad, la cobertura de 24 horas al día que ofrecen los telediarios sobre operaciones militares de EEUU -incluyendo vídeos de seguimiento de bombas inteligentes hasta alcanzar sus objetivos- o las películas de Hollywood se utilizan para idéntica función.

Como los romanos, los norteamericanos son muy conscientes de la enorme trascendencia que tiene la tecnología. Para los romanos, la tecnología se centraba, fundamentalmente, en la construcción de sus famosas calzadas, unas vías que permitían el desplazamiento de sus tropas por todo el imperio y el abastecimiento de éstas a unas velocidades jamás imaginadas hasta entonces y que no serían superadas hasta más de un milenio después. Éste es el ejemplo perfecto de cómo uno de los puntos fuertes de un imperio tiende a incentivar otro: una innovación en la ingeniería, originalmente concebida para fines militares, fue fundamental para propiciar la posterior expansión comercial de Roma.

En nuestro mundo de hoy en día, a aquellas calzadas las han venido a sustituir las superautopistas de la información. Internet también comenzó siendo una herramienta para uso militar concebido por el Departamento de Defensa y en la actualidad se ha convertido en el mismísimo corazón del comercio norteamericano. Por otra parte, y a lo largo de todo este proceso imperial, el inglés se está convirtiendo en el latín de estos tiempos: la lengua que se habla en todo el mundo. Además, EEUU está demostrando también algo que los romanos sabían perfectamente: que cuando un imperio es el líder mundial en un ámbito concreto, pronto dominará los demás campos.

No obstante todo lo anterior, no parece que EEUU se haya limitado a adoptar meras técnicas puntuales y específicas de sus antiguos antecesores. Lo que más vivamente llama la atención a los historiadores es que los norteamericanos han asumido los conceptos fundamentales sobre los que los romanos sustentaban su propio Imperio. Roma había llegado a la conclusión de que una potencia mundial, si quería que su poder se prolongara a lo largo del tiempo, tenía que poner en práctica dos tipos de imperialismo simultáneamente: un imperialismo duro, fundamentado en ganar guerras e invadir territorios, y otro de características más suaves, consistente en poner en juego determinados trucos de naturaleza cultural y política que le servían, no para alcanzar más poder, sino para mantener el que ya tenía.

En efecto, las mayores conquistas de Roma no fueron a punta de lanza, sino que para ellas utilizaron todo el poder de seducción que ejercía sobre los pueblos que ya había conquistado. Tal y como observaba Tácito a propósito de Gran Bretaña, a los pueblos nativos parecían gustarles mucho las togas, los baños y la calefacción central, sin darse cuenta de que todas esas cosas no eran sino los símbolos de su «esclavitud».

Hoy en día, EEUU ofrece a los pueblos del mundo un paquete cultural de similar coherencia, un conjunto de productos y servicios que son siempre lo mismo donde quiera que uno los pueda consumir. Si bien en nuestros días ya no hay togas ni luchas de gladiadores, sí que existen Starbucks, Coca-Cola, McDonald's y Disney, bienes que se pagan con el equivalente contemporáneo de los talentos romanos, es decir, con la divisa fuerte del siglo XXI, el dólar.

Cuando un procedimiento de esta naturaleza funciona, no es preciso, ni siquiera, recurrir al uso de la fuerza, dado que este sistema posibilita gobernar globalmente por control remoto, utilizando para ello estados-clientes que alberguen sentimientos amistosos. Y ésta es la técnica favorita de EEUU: ellos no necesitan colonias teniendo, como tienen, gente de las características de un Sha en Irán o un Pinochet en Chile para hacer el trabajo en su lugar, algo que ya habían hecho los romanos con anterioridad. Es decir, gobiernan, siempre que pueden, por medio de apoderados.

Roma tenía por costumbre atraerse a los herederos de las familias más importantes de las naciones que conquistaba, a los que preparaba concienzudamente para que, más adelante, gobernaran en sus países de origen a favor, naturalmente, de los intereses romanos. Exactamente de la misma manera que, en los tiempos actuales, las escuelas privadas de elite de Washington están repletas de hijos de reyes árabes, presidentes suramericanos o futuros líderes africanos, todos ellos pro-occidentales.

ENEMIGOS DE SANGRE

El sistema no funcionó siempre bien. Las rebeliones en contra del Imperio eran acontecimientos permanentes, con las hordas bárbaras constantemente presionando contra las fronteras del Imperio romano. Existen documentos que sugieren con claridad que los rebeldes no eran fundamentalmente antirromanos. Lo que pretendían era, simplemente, compartir los privilegios y la abundancia que había en Roma.

Muchos de los enemigos de Roma que se levantaron en armas eran hombres que, previamente, habían sido educados por el propio Imperio con la intención de utilizarlos, más adelante, como aliados serviles. ¿Es necesario mencionar los nombres del antiguo protegido de EEUU Sadam Husein o el de Osama bin Laden, que, en tiempos, fue entrenado por la CIA?

Roma tuvo, incluso, su propio 11 de septiembre. En el año 80 a. C., el rey helénico Mitrídates ordenó a sus súbditos que mataran a todo ciudadano romano que se encontrara viviendo entre ellos, señalando incluso una fecha concreta para proceder a las ejecuciones. Sus súbditos hicieron caso estricto de dicha orden y asesinaron a 80.000 romanos que residían en diferentes comunidades diseminadas por toda Grecia.

«Los romanos quedaron enormemente traumatizados cuando se enteraron de la terrible noticia», comenta Jeremy Paterson, especialista en Historia de la Antigüedad de la Universidad de Newcastle.«Ocurrió algo parecido a lo que se decía en todos los periódicos de EEUU tras los atentados del 11 de septiembre. Los romanos, atónitos, se preguntaban a sí mismos: "¿Por qué nos odian tanto?"».

También a nivel interno, EEUU sigue pasos que eran habituales entre los romanos. La idealización mitológica norteamericana de su pasado -la presentación de los padres fundadores de la patria, Washington y Jefferson, como titanes heroicos; la representación, a modo de historieta folclórica, de los patriotas norteamericanos lanzando por la borda los fardos de té en el puerto de Boston en 1766, y la interpretación de la Guerra de la Independencia- era algo muy típicamente romano. También aquel Imperio sintió la necesidad de crear un pasado mítico protagonizado por grandes héroes, que para los romanos fueron Eneas y la fundación de Roma. En ambos casos el propósito es el mismo: demostrar que una gran nación no lo es por un simple accidente, sino que es fruto de un destino claro y manifiesto.

Además, Norteamérica comparte con Roma la firme convicción de que está llevando a cabo una sagrada misión encomendada desde lo alto. Augusto se declaró a sí mismo hijo de un dios y colocó una estatua en memoria de su padre de adopción, Julio César, sobre un podio al lado de las estatuas de Marte y Venus. En nuestros días, se puede observar idéntico fenómeno en los billetes norteamericanos, con su leyenda de «Confiamos en Dios», y en la forma que tienen los políticos estadounidenses de acabar sus discursos: «Dios bendiga a América».

Incluso con uno de los rasgos más distintivos de la sociedad norteamericana actual, el de su diversidad étnica, los romanos se sentían sumamente cómodos. Su sociedad no sólo era notablemente diversa, con gente procedente de todo el mundo, sino que, además, prometían a los nuevos inmigrantes la posibilidad de llegar a lo más alto. EEUU aún no ha tenido ningún presidente que no fuera blanco, pero Roma se jactaba de tener un emperador procedente del norte de Africa, Septimio Severo. Según la especialista en temas clásicos Emma Dench, Roma también tuvo su propia versión de esas identidades «camufladas» que tanto se dan en Norteamérica. Al igual que los italoamericanos o los irlandeses norteamericanos, a los ciudadanos romanos se les permitía llevar una especie de apodo complementario al de su ascendencia grecorromana.


EL MITO FUNDACIONAL

Como resulta lógico pensar, existen también grandes diferencias entre ambos imperios, comenzando por la de su propia imagen. Los romanos se sentían muy satisfechos con su propio status de dueños de todo el mundo conocido, pero muy pocos norteamericanos estarían dispuestos a jactarse de su propio imperialismo. Como es natural, una gran mayoría lo negaría. El simple hecho de admitirlo supondría echar por tierra todos los mitos existentes sobre su fundación como país.

Porque EEUU se constituyó como nación a partir de una revolución contra el imperio británico y en nombre de la libertad y la autodeterminación. Educados en la creencia de ser una nación rebelde, integrada entonces por gentes desvalidas pero valerosas, los norteamericanos no podrían aceptar, de ningún modo, su actual papel imperialista.

A los antinorteamericanos les gusta creer que una eventual operación militar contra Irak podría ser una prueba de que EEUU está sucumbiendo ante la misma tentación que acabó con Roma: la de la supervaloración de su capacidad. Pero ésta es una hipótesis tan válida como la de que se encuentra, en la actualidad, navegando por las mismas aguas que Roma durante la segunda fase de su historia imperial, cuando, frustrada por los malos resultados que le estaba dando el método de gobernar por medio de aliados, decidió llevar a cabo esa tarea por sí misma. ¿Y qué puede significar algo así? ¿Se encuentra EEUU al final de su trayectoria imperial o, por el contrario, en la antesala de su incursión más ambiciosa? Es una pregunta a la que sólo los historiadores del futuro podrán contestar.

MIEDO A PERDER EL «IMPERIO»

Hay un factor que atemoriza seriamente a los estadounidenses cuando se establecen paralelismos entre Roma y ellos mismos: la noción de que todos los imperios acaban por declinar y caer. «Lo que EEUU va a necesitar tener muy en cuenta durante los próximos 10 o 15 años», asegura Christopher Nelly, especialista en Historia Clásica de la Universidad de Cambridge, «es determinar claramente cuáles deben ser las dimensiones óptimas de su imperio no territorial, hasta dónde debe llegar su intervencionismo, qué grado de control desea ejercer y hasta qué punto éste ha de ser directo o llevado a cabo por elites locales. Cuestiones todas ellas que afectaron severamente al Imperio romano».