Cómo comienza usted el día?
Antes de levantarme rezo primero una breve oración. El día parece diferente cuando uno no se adentra directamente en él. Después vienen todas esas actividades que se realizan temprano: lavarse y desayunar. A continuación, la Santa Misa y el breviario. Ambos son para mí los momentos fundamentales del día. La Misa es el encuentro real con la presencia de Cristo resucitado, y el breviario, la entrada en la gran plegaria de toda la historia sagrada. Aquí los salmos son la pieza esencial. Aquí se reza con los milenios y se oyen las voces de los Padres. Todo eso le abre a uno la puerta para iniciar el día. A continuación viene el trabajo normal.
¿Y con qué frecuencia reza?
Los momentos fijos de oración son a mediodía cuando, según la tradición católica, rezamos al ángel del Señor. Por la tarde están las vísperas, y por la noche las completas, el rezo eclesiástico nocturno. Y entremedias, cuando siento que necesito ayuda, siempre es posible deslizar breves plegarias.
¿Reza usted siempre una oración distinta antes de levantarse?
No, es una oración fija; en realidad una suma de distintas pequeñas plegarias, pero, en conjunto, una fórmula fija.
¿Alguna recomendación al respecto?
Seguro que todo el mundo puede escoger algo del tesoro de la Iglesia.
Por la noche, cuando uno lo logra encontrar la paz...
... Yo recomendaría el rosario. Es un rezo que, además de su significado espiritual, ejerce una fuerza anímicamente tranquilizadora. En él, al atenerse siempre a las palabras, te vas liberando poco a poco de los pensamientos que te atormentan.
¿Cómo aborda personalmente los problemas (presuponiendo que los tenga)?
¿Cómo no iba a tenerlos? Por una parte, intento introducirlos en la oración y afianzarme en mi interior. Por otra, procuro ser exigente, consagrarme de verdad a una tarea que me exija y al mismo tiempo me agrade. Y por último, reunirme con los amigos me permite olvidarme un poquito de lo que siempre está ahí. Estos tres componentes son importantes.
Yo creo que en algún momento todos estamos cansados, y destrozados y sin fuerzas y desesperados, y furiosos por nuestro destino, que parece completamente torcido e injusto. Usted hablaba de introducir los problemas en la oración, ¿eso como se hace?
Quizá haya que empezar como Job. Primero, por ejemplo, hay que gritarle en tu interior a Dios, decirle sin rodeos: "¡¿Pero qué estás haciendo conmigo?!". Pues la voz de Job sigue siendo una voz auténtica, que también nos dice que tenemos esa posibilidad -y que tal vez incluso debamos utilizarla-. A pesar de que Job se mostró ante Dios realmente quejumbroso, al final Dios le da la razón. Dios dice que ha hecho bien, y que los demás, que lo han explicado todo, no han hablado bien de Él.
Job se enzarza en una lucha y enumera sus quejas ante Él. Poco a poco va oyendo hablar a Dios, las cosas cambian de rumbo y se ven bajo otra perspectiva. Así salgo de ese estado de tortura y sé que, aunque en ese momento no pueda entender que Él es amor, puedo confiar sin embargo que que todo está bien como está.
Acaso deberíamos simplemente manejar con más rigor los problemas, no permitirlos en absoluto.
Los problemas existen. Determinadas decisiones, el fracaso, las tiranteces humanas, las decepciones, todo eso te afecta y además así debe ser. Pero los problemas también tienen que enseñarte a elaborar esas cuestiones. Rodearse con una coraza de acero, hacerse impenetrable, implicaría una pérdida de humanidad y de sensibilidad, incluso para con los demás. El estoico Séneca dijo: "La compasión es algo abominable". Por el contrario si contemplamos a Cristo, Él es el que compadece, y eso nos lo hace valioso. La compasión, la vulnerabilidad también forman parte del cristiano. Hay que aprender a aceptar las heridas, a vivir herido y a encontrar finalmente en ellas una salvación más profunda.
Muchos sabían rezar de pequeños, pero en cierto momento lo olvidaron. ¿Hay que aprender a hablar con Dios?
El órgano de Dios puede atrofiarse hasta el punto de que las palabras de la fe se tornen completamente carentes de sentido. Y quien no tiene oído tampoco puede hablar, porque sordera y mudez van juntas. Es como si uno tuviera que aprender su lengua materna. Poco a poco se aprende a leer la escritura cifrada de Dios, a hablar su lenguaje y a entender a Dios, aunque nunca del todo. Poco a poco uno mismo podrá rezar y hablar con Dios, al principio de manera muy infantil -en cierto modo siempre seremos niños-, pero después cada vez mejor, con sus propias palabras.
Usted dijo una vez: "Si el ser humano sólo confía en lo que ven sus ojos , en realidad está ciego..."
... porque limita su horizonte de manera que se le escapa precisamente lo esencial. Porque tampoco tiene en cuenta su inteligencia. Las cosas realmente importantes no las ve con los ojos de los sentidos, y en esa medida aún no se apercibe bien de que es capaz de ver más allá de lo directamente perceptible.
J. Ratzinger, Dios y el mundo, ed. Galaxia, 2005, pp.13-16
Antes de levantarme rezo primero una breve oración. El día parece diferente cuando uno no se adentra directamente en él. Después vienen todas esas actividades que se realizan temprano: lavarse y desayunar. A continuación, la Santa Misa y el breviario. Ambos son para mí los momentos fundamentales del día. La Misa es el encuentro real con la presencia de Cristo resucitado, y el breviario, la entrada en la gran plegaria de toda la historia sagrada. Aquí los salmos son la pieza esencial. Aquí se reza con los milenios y se oyen las voces de los Padres. Todo eso le abre a uno la puerta para iniciar el día. A continuación viene el trabajo normal.
¿Y con qué frecuencia reza?
Los momentos fijos de oración son a mediodía cuando, según la tradición católica, rezamos al ángel del Señor. Por la tarde están las vísperas, y por la noche las completas, el rezo eclesiástico nocturno. Y entremedias, cuando siento que necesito ayuda, siempre es posible deslizar breves plegarias.
¿Reza usted siempre una oración distinta antes de levantarse?
No, es una oración fija; en realidad una suma de distintas pequeñas plegarias, pero, en conjunto, una fórmula fija.
¿Alguna recomendación al respecto?
Seguro que todo el mundo puede escoger algo del tesoro de la Iglesia.
Por la noche, cuando uno lo logra encontrar la paz...
... Yo recomendaría el rosario. Es un rezo que, además de su significado espiritual, ejerce una fuerza anímicamente tranquilizadora. En él, al atenerse siempre a las palabras, te vas liberando poco a poco de los pensamientos que te atormentan.
¿Cómo aborda personalmente los problemas (presuponiendo que los tenga)?
¿Cómo no iba a tenerlos? Por una parte, intento introducirlos en la oración y afianzarme en mi interior. Por otra, procuro ser exigente, consagrarme de verdad a una tarea que me exija y al mismo tiempo me agrade. Y por último, reunirme con los amigos me permite olvidarme un poquito de lo que siempre está ahí. Estos tres componentes son importantes.
Yo creo que en algún momento todos estamos cansados, y destrozados y sin fuerzas y desesperados, y furiosos por nuestro destino, que parece completamente torcido e injusto. Usted hablaba de introducir los problemas en la oración, ¿eso como se hace?
Quizá haya que empezar como Job. Primero, por ejemplo, hay que gritarle en tu interior a Dios, decirle sin rodeos: "¡¿Pero qué estás haciendo conmigo?!". Pues la voz de Job sigue siendo una voz auténtica, que también nos dice que tenemos esa posibilidad -y que tal vez incluso debamos utilizarla-. A pesar de que Job se mostró ante Dios realmente quejumbroso, al final Dios le da la razón. Dios dice que ha hecho bien, y que los demás, que lo han explicado todo, no han hablado bien de Él.
Job se enzarza en una lucha y enumera sus quejas ante Él. Poco a poco va oyendo hablar a Dios, las cosas cambian de rumbo y se ven bajo otra perspectiva. Así salgo de ese estado de tortura y sé que, aunque en ese momento no pueda entender que Él es amor, puedo confiar sin embargo que que todo está bien como está.
Acaso deberíamos simplemente manejar con más rigor los problemas, no permitirlos en absoluto.
Los problemas existen. Determinadas decisiones, el fracaso, las tiranteces humanas, las decepciones, todo eso te afecta y además así debe ser. Pero los problemas también tienen que enseñarte a elaborar esas cuestiones. Rodearse con una coraza de acero, hacerse impenetrable, implicaría una pérdida de humanidad y de sensibilidad, incluso para con los demás. El estoico Séneca dijo: "La compasión es algo abominable". Por el contrario si contemplamos a Cristo, Él es el que compadece, y eso nos lo hace valioso. La compasión, la vulnerabilidad también forman parte del cristiano. Hay que aprender a aceptar las heridas, a vivir herido y a encontrar finalmente en ellas una salvación más profunda.
Muchos sabían rezar de pequeños, pero en cierto momento lo olvidaron. ¿Hay que aprender a hablar con Dios?
El órgano de Dios puede atrofiarse hasta el punto de que las palabras de la fe se tornen completamente carentes de sentido. Y quien no tiene oído tampoco puede hablar, porque sordera y mudez van juntas. Es como si uno tuviera que aprender su lengua materna. Poco a poco se aprende a leer la escritura cifrada de Dios, a hablar su lenguaje y a entender a Dios, aunque nunca del todo. Poco a poco uno mismo podrá rezar y hablar con Dios, al principio de manera muy infantil -en cierto modo siempre seremos niños-, pero después cada vez mejor, con sus propias palabras.
Usted dijo una vez: "Si el ser humano sólo confía en lo que ven sus ojos , en realidad está ciego..."
... porque limita su horizonte de manera que se le escapa precisamente lo esencial. Porque tampoco tiene en cuenta su inteligencia. Las cosas realmente importantes no las ve con los ojos de los sentidos, y en esa medida aún no se apercibe bien de que es capaz de ver más allá de lo directamente perceptible.
J. Ratzinger, Dios y el mundo, ed. Galaxia, 2005, pp.13-16