Casi al mismo tiempo que acaba este invierno de largos fríos y temporales de hielo y nieve y se asoma la primavera que nos mete entre Cuaresma y la mejoría del tiempo con un sol que ya empieza a calentar, me planteo la posibilidad de escribir con más profundidad, sobre el Nuevo Testamento.
Y me pregunto, si seré capaz de seguir sintiendo en mi conciencia, la necesidad de hablar de Dios y de transmitir su mensaje de amor y de paz, entendiendo que este nuevo reto que voy a comenzar con mis humildes artículos, continúe siendo un acto de servicio, lo confieso ingenuamente, para ayudar y ser útil a los tibios, angustiados o cansados que no “quieren ver” lo que deben hacer para serenar sus almas y descubrir esos gozosos rincones de alegrías que también existen, aunque no nos demos cuenta.
Intentaré escribir, pensando que lo único que hago es guisar un poco mejor o un poco peor, lo que he ido acumulando en el saco del alma con el tiempo que dedico a leer, aún sabiendo que en mi cabeza hay una centésima parte de las ideas que recojo de la Biblia.
Escribiré para aquellos que en el silencio de las noches estrelladas, miran al infinito y ofrecen todo su mal, todo su sufrimiento por la felicidad de los suyos, sin darse cuenta que aunque no lo crean, se lo están ofreciendo a Dios.
Escribiré para los que cumplen escrupulosamente todas las reglas de la Iglesia Católica y viven en familia, apretados en su propio círculo, con el temor de que por no cumplir alguna regla religiosa, Dios les pudiera condenar. En definitiva para los que en lugar de amar a Dios, temen a Dios.
No olvidaré a los que han perdido la fe y esperan la muerte sin esperanza, por que solo han creído en un mundo lejano y complicado al que les cuesta sudores acercarse.
Dedicaré este espacio, para esa gente que estaría dispuesta a dar su vida por sus ideas o por su fe, pero se morirían ante la sola posibilidad de que alguien les acusara de ”anticuados” o “conservadores” y no piensan que un hombre verdaderamente libre y moderno es aquel que mantiene con su fe, la libertad del espíritu.
Escribiré para los creen que lo más importante de la vida, es el perdón de sus pecados, su salud espiritual, su cercanía a Dios teniendo su conciencia tranquila, pero a veces van por la vida bajando la cabeza ante los demás para no ser calificados de “beatos”.
Trabajaré para nuestros mayores, que viven en soledad o eternamente olvidados en residencias de acogida, esperando recibir, solo una parte del amor derramado por ellos.
Y lucharé intentando demostrar a esos matrimonios rotos o a punto de hacerlo, que el vínculo contraído no tiene pegada la etiqueta que indique la “fecha de caducidad”.
Por todo esto, estoy seguro que con la lectura de la Biblia, llegaremos a preguntarnos, que hacemos los cristianos después de dos mil años de historia cristiana y veremos que la historia de la Iglesia no podrá ser otra cosa, que una historia de amor que nos obliga a enseñar a otros la forma de amar.
Procuraremos que repletos de savia cristiana, el Evangelio nos empape como lo hace el agua del rió al pasar por nuestra piel. Y aprenderemos que hemos de estar en silencio al lado de los que sufren, para hacerles un poco más llevadero el dolor y la injusticia que les atormenta.
Intentaremos estar cerca del entorno de los que padecen soledad y hambre, entendiendo que donde hay amor no hay hambre y donde hambre no hay amor, ya que no existe una razón directa entre los que vamos a misa en una ciudad y el nivel de felicidad que puedan disfrutar en los suburbios, los pobres, los marginados o los indigentes, en definitiva personas humanas sin suerte pero con nombres y apellidos que viven bajo el umbral de la pobreza.
Por todo ello y con el deseo de que el amor, sea algo fundamental en nuestra vida, me viene a la memoria aquella clara noche de verano, cuando con mi fiel amigo de la infancia Antonio, mirábamos la luna y las estrellas y nos parecía ver a Jesús, sintiéndonos estar junto a El, por que Jesús, me comentaba Antonio, está en la Luna, en el Sol, en los ríos limpios, en los prados verdes, en las rosas recién abiertas y en las gentes que se aman. Y nos parecía que Jesús se hubiera puesto por un momento junto a nosotros, para decirnos que lo realmente importante era amar a los demás, sin preguntarse si se lo merecían o no y de esta manera ir llenando los rincones de nuestra alma de verdadera alegría y buscar a Dios en su Evangelio para lograr un mundo más humano y más cristiano.
Y me pregunto, si seré capaz de seguir sintiendo en mi conciencia, la necesidad de hablar de Dios y de transmitir su mensaje de amor y de paz, entendiendo que este nuevo reto que voy a comenzar con mis humildes artículos, continúe siendo un acto de servicio, lo confieso ingenuamente, para ayudar y ser útil a los tibios, angustiados o cansados que no “quieren ver” lo que deben hacer para serenar sus almas y descubrir esos gozosos rincones de alegrías que también existen, aunque no nos demos cuenta.
Intentaré escribir, pensando que lo único que hago es guisar un poco mejor o un poco peor, lo que he ido acumulando en el saco del alma con el tiempo que dedico a leer, aún sabiendo que en mi cabeza hay una centésima parte de las ideas que recojo de la Biblia.
Escribiré para aquellos que en el silencio de las noches estrelladas, miran al infinito y ofrecen todo su mal, todo su sufrimiento por la felicidad de los suyos, sin darse cuenta que aunque no lo crean, se lo están ofreciendo a Dios.
Escribiré para los que cumplen escrupulosamente todas las reglas de la Iglesia Católica y viven en familia, apretados en su propio círculo, con el temor de que por no cumplir alguna regla religiosa, Dios les pudiera condenar. En definitiva para los que en lugar de amar a Dios, temen a Dios.
No olvidaré a los que han perdido la fe y esperan la muerte sin esperanza, por que solo han creído en un mundo lejano y complicado al que les cuesta sudores acercarse.
Dedicaré este espacio, para esa gente que estaría dispuesta a dar su vida por sus ideas o por su fe, pero se morirían ante la sola posibilidad de que alguien les acusara de ”anticuados” o “conservadores” y no piensan que un hombre verdaderamente libre y moderno es aquel que mantiene con su fe, la libertad del espíritu.
Escribiré para los creen que lo más importante de la vida, es el perdón de sus pecados, su salud espiritual, su cercanía a Dios teniendo su conciencia tranquila, pero a veces van por la vida bajando la cabeza ante los demás para no ser calificados de “beatos”.
Trabajaré para nuestros mayores, que viven en soledad o eternamente olvidados en residencias de acogida, esperando recibir, solo una parte del amor derramado por ellos.
Y lucharé intentando demostrar a esos matrimonios rotos o a punto de hacerlo, que el vínculo contraído no tiene pegada la etiqueta que indique la “fecha de caducidad”.
Por todo esto, estoy seguro que con la lectura de la Biblia, llegaremos a preguntarnos, que hacemos los cristianos después de dos mil años de historia cristiana y veremos que la historia de la Iglesia no podrá ser otra cosa, que una historia de amor que nos obliga a enseñar a otros la forma de amar.
Procuraremos que repletos de savia cristiana, el Evangelio nos empape como lo hace el agua del rió al pasar por nuestra piel. Y aprenderemos que hemos de estar en silencio al lado de los que sufren, para hacerles un poco más llevadero el dolor y la injusticia que les atormenta.
Intentaremos estar cerca del entorno de los que padecen soledad y hambre, entendiendo que donde hay amor no hay hambre y donde hambre no hay amor, ya que no existe una razón directa entre los que vamos a misa en una ciudad y el nivel de felicidad que puedan disfrutar en los suburbios, los pobres, los marginados o los indigentes, en definitiva personas humanas sin suerte pero con nombres y apellidos que viven bajo el umbral de la pobreza.
Por todo ello y con el deseo de que el amor, sea algo fundamental en nuestra vida, me viene a la memoria aquella clara noche de verano, cuando con mi fiel amigo de la infancia Antonio, mirábamos la luna y las estrellas y nos parecía ver a Jesús, sintiéndonos estar junto a El, por que Jesús, me comentaba Antonio, está en la Luna, en el Sol, en los ríos limpios, en los prados verdes, en las rosas recién abiertas y en las gentes que se aman. Y nos parecía que Jesús se hubiera puesto por un momento junto a nosotros, para decirnos que lo realmente importante era amar a los demás, sin preguntarse si se lo merecían o no y de esta manera ir llenando los rincones de nuestra alma de verdadera alegría y buscar a Dios en su Evangelio para lograr un mundo más humano y más cristiano.