Comparto una profunda reflexión, no apta para no creyentes, y complicada de entender por quienes, creyendo, aún no han sido unidos a Cristo Jesús, por obra y gracia del Espíritu Santo. Pero para los que ya están unidos a Cristo Jesús, quienes ya son uno con él, les resultará de bendición.
No olvidemos que antes de creer en Jesucristo; antes de que él viniese a formar parte de nuestras vidas; antes de recibir al Espíritu Santo, que es quien nos guía al conocimiento de toda la verdad, de Jesucristo mismo; antes de nacer de nuevo, de agua y del Espíritu; éramos uno en Adán, es decir, iguales a Adán, y conforme Dios mismo formó a Adán. Pero cuando el Espíritu Santo viene a nuestras vidas, empieza a sacar a la luz en nosotros mismos, nuestra naturaleza adámica, la cual, y conforme nos va siendo mostrada, la vamos entregando, y vamos siendo librados de ella.
Dios formó a Adán, y en él, fuimos formados todos los que son llamados a ser hijos de Dios. El hombre y la mujer que Dios formó, no han cambiado, seguimos siendo iguales a Adán y Eva, exactamente iguales.
En la medida que vamos creciendo en el conocimiento de Cristo, y a él vamos siendo unidos; conforme nos va siendo mostrada nuestra débil naturaleza adámica; conforme la vamos entregando por obra y gracia del Espíritu Santo; conforme más vamos siendo juntamente con Cristo crucificados; más vamos conociendo quién era Adán (nuestro viejo hombre), y quién es Cristo (nuestro nuevo hombre).
Es por ese conocimiento de nosotros mismos en Adán, que el Espíritu Santo nos va mostrando, nos va abriendo los ojos, a un entendimiento que, hasta ese momento, permanecía para nosotros oculto, velado. La lectura y comprensión de las Escrituras, y nuestra relación personal e íntima con Cristo misma, entra en una nueva dimensión, hasta entonces incapaces de entenderla y contemplarla, y...
Lo dejo aquí, pues no es fácil de entender, y para los que aún no aprendieron a ser guiados por el Espíritu Santo, les puede resultar complicado de comprender.
Sea, pues, el Señor, en su gracia, quien nos dé debida luz y entendimiento.
En Cristo Jesús, Raül Gil - Lectio Divina
No olvidemos que antes de creer en Jesucristo; antes de que él viniese a formar parte de nuestras vidas; antes de recibir al Espíritu Santo, que es quien nos guía al conocimiento de toda la verdad, de Jesucristo mismo; antes de nacer de nuevo, de agua y del Espíritu; éramos uno en Adán, es decir, iguales a Adán, y conforme Dios mismo formó a Adán. Pero cuando el Espíritu Santo viene a nuestras vidas, empieza a sacar a la luz en nosotros mismos, nuestra naturaleza adámica, la cual, y conforme nos va siendo mostrada, la vamos entregando, y vamos siendo librados de ella.
Dios formó a Adán, y en él, fuimos formados todos los que son llamados a ser hijos de Dios. El hombre y la mujer que Dios formó, no han cambiado, seguimos siendo iguales a Adán y Eva, exactamente iguales.
En la medida que vamos creciendo en el conocimiento de Cristo, y a él vamos siendo unidos; conforme nos va siendo mostrada nuestra débil naturaleza adámica; conforme la vamos entregando por obra y gracia del Espíritu Santo; conforme más vamos siendo juntamente con Cristo crucificados; más vamos conociendo quién era Adán (nuestro viejo hombre), y quién es Cristo (nuestro nuevo hombre).
Es por ese conocimiento de nosotros mismos en Adán, que el Espíritu Santo nos va mostrando, nos va abriendo los ojos, a un entendimiento que, hasta ese momento, permanecía para nosotros oculto, velado. La lectura y comprensión de las Escrituras, y nuestra relación personal e íntima con Cristo misma, entra en una nueva dimensión, hasta entonces incapaces de entenderla y contemplarla, y...
Lo dejo aquí, pues no es fácil de entender, y para los que aún no aprendieron a ser guiados por el Espíritu Santo, les puede resultar complicado de comprender.
Sea, pues, el Señor, en su gracia, quien nos dé debida luz y entendimiento.
En Cristo Jesús, Raül Gil - Lectio Divina
Última edición: