Cuando pienso en la mujer vienen a mi memoria la imagen de dos personas, mi madre y mi suegra Máxima, a quien le dedico este recuerdo.
Con frecuencia se ha comentado entre los amigos, que las suegras por aquello de que sus hijos abandonan el domicilio de los padres, parece existir una pérdida familiar. Nunca más lejos de la realidad, pues Máxima se orgullecía por haber ganado una nueva hija en la persona de la esposa de su hijo.
Hablar de ella es netamente positivo en todos los aspectos, como persona, como mujer, como amiga y por supuesto como suegra.
Ella era de estatura más bien baja, conservaba un precioso pelo plateado, un rostro bello y simpático y unos ojos pequeños, pero muy expresivos.
Transmitía cercanía, bondad y humildad dentro de esa excelente persona y para mí, extraordinaria madre política.
Recuerdo que le encantaba pasear y nos visitaba casi diariamente. Con frecuencia en compañía de su esposo después de haber dado un paseo en autobús.
Yo, sentía por ella un gran cariño y respeto, agradeciéndole siempre a Dios el haberme concedido la suerte de conocerla y disfrutar de su compañía y de sus consejos que me permitieron aprender muchas cosas, aportándome los valores que su corazón albergaba.
Para mí, fue una segunda madre. Me quería muchísimo, algo que era recíproco porque yo no fumaba, algo importante en la mujer en aquellos años y porque cuidaba muy bien de su hijo y de sus nietos.
Siempre me ayudó mucho a coser, algo que hacía con exquisitez y que yo aprendí día a día, incluso cuando se iba a su casa se llevaba ropa mía para coserla.
Cuando mis hijos fueron pequeños siempre se encontraba dispuesta para ayudarme y su tarea era incansable.
Nos visitaba casi diariamente sin tener en cuenta la climatología. Hiciera frio o calor acudía puntualmente para ayudarme en la cocina, en la costura o cuidando de los niños, comentándome que era uno de los mejores momentos de su cotidiano día.
Recuerdo algo que en cierta ocasión comentó al peguntarle que objeto le podría adquirir para felicitarla en el día de la madre. Con su habitual humildad, me contestó que para ella no se preocupara de hacerle regalo alguno y sin embargo no olvidara hacérselo a su propia madre, qué ella nunca se enfadaría y que lo importante era ver felices a sus nietos, a su hijo y a mí.
Y efectivamente ella era así. Su magnífico carácter no le permitía enfadarse y solo deseaba que su familia ante todo fuéramos felices y nos llevárabamos todos bien.
En honor a la verdad, solo me disgustaba de ella, sobre todo al principio de mi matrimonio, algo que apenas tenía importancia y por supuesto nunca me atreví a decírselo.
Para su comodidad, ya que venía todas las tardes, le dimos una llave del piso para que pudiera entrar en caso de no estar nosotros. Pero ella siempre abría y
nos producía la sensación de perder cierta intimidad.
En cualquier caso, nunca tuvimos el más mínimo enfado sino vivimos con una total sinceridad.
He de confesar que siempre la he querido y la recordaré todo el tiempo que viva.
Un beso enviado hasta los cielos
Josefina Tébar.
Con frecuencia se ha comentado entre los amigos, que las suegras por aquello de que sus hijos abandonan el domicilio de los padres, parece existir una pérdida familiar. Nunca más lejos de la realidad, pues Máxima se orgullecía por haber ganado una nueva hija en la persona de la esposa de su hijo.
Hablar de ella es netamente positivo en todos los aspectos, como persona, como mujer, como amiga y por supuesto como suegra.
Ella era de estatura más bien baja, conservaba un precioso pelo plateado, un rostro bello y simpático y unos ojos pequeños, pero muy expresivos.
Transmitía cercanía, bondad y humildad dentro de esa excelente persona y para mí, extraordinaria madre política.
Recuerdo que le encantaba pasear y nos visitaba casi diariamente. Con frecuencia en compañía de su esposo después de haber dado un paseo en autobús.
Yo, sentía por ella un gran cariño y respeto, agradeciéndole siempre a Dios el haberme concedido la suerte de conocerla y disfrutar de su compañía y de sus consejos que me permitieron aprender muchas cosas, aportándome los valores que su corazón albergaba.
Para mí, fue una segunda madre. Me quería muchísimo, algo que era recíproco porque yo no fumaba, algo importante en la mujer en aquellos años y porque cuidaba muy bien de su hijo y de sus nietos.
Siempre me ayudó mucho a coser, algo que hacía con exquisitez y que yo aprendí día a día, incluso cuando se iba a su casa se llevaba ropa mía para coserla.
Cuando mis hijos fueron pequeños siempre se encontraba dispuesta para ayudarme y su tarea era incansable.
Nos visitaba casi diariamente sin tener en cuenta la climatología. Hiciera frio o calor acudía puntualmente para ayudarme en la cocina, en la costura o cuidando de los niños, comentándome que era uno de los mejores momentos de su cotidiano día.
Recuerdo algo que en cierta ocasión comentó al peguntarle que objeto le podría adquirir para felicitarla en el día de la madre. Con su habitual humildad, me contestó que para ella no se preocupara de hacerle regalo alguno y sin embargo no olvidara hacérselo a su propia madre, qué ella nunca se enfadaría y que lo importante era ver felices a sus nietos, a su hijo y a mí.
Y efectivamente ella era así. Su magnífico carácter no le permitía enfadarse y solo deseaba que su familia ante todo fuéramos felices y nos llevárabamos todos bien.
En honor a la verdad, solo me disgustaba de ella, sobre todo al principio de mi matrimonio, algo que apenas tenía importancia y por supuesto nunca me atreví a decírselo.
Para su comodidad, ya que venía todas las tardes, le dimos una llave del piso para que pudiera entrar en caso de no estar nosotros. Pero ella siempre abría y
nos producía la sensación de perder cierta intimidad.
En cualquier caso, nunca tuvimos el más mínimo enfado sino vivimos con una total sinceridad.
He de confesar que siempre la he querido y la recordaré todo el tiempo que viva.
Un beso enviado hasta los cielos
Josefina Tébar.