¡QUIERO VIVIR!
-¡Quiero Vivir! -decía un hombre enfermo
con la trémula voz casi apagada-,
-¡Quiero vivir! -y el ansia de la vida
como un eco tan solo contestaba.
¡Amargo caminar por el sendero
de la desesperanza!
Solo el yo personal y el egoísmo
con orgullo esperaba
la solución a un mal que se reía
queriéndole ofrecer siempre la espalda
con una horrible mueca y el sonido
de una triste y rotunda carcajada.
-¡Quiero vivir! -se dijo nuevamente,
poniendo fuego ardiente en su mirada,
sin recordar al Cielo, ni al Eterno
Señor de soluciones esperadas-.
Unos días, muy pocos, transcurrieron
para que apareciera ante su cama
el consejo que Dios quiso enviarle
con el amigo joven la infancia.
-No te olvides -le dijo aquel amigo-,
de poner en Jesús tu confianza,
tus deseos de vida
y sin limitaciones de tu esperanza,
pues al creer en Él vendrá el consuelo
para tu triste alma
que hoy se debate en queja dolorida,
ajena al Dios viviente que te ama.
Quieres vivir, y es justo que así sea,
mas nunca en retirada
del amor que el Espíritu te brinda
para todas las cosas necesarias.
El amor de Jesús llegó a su mente,
y antes de fallecer, dijo con calma:
¡Me quedo con Jesús! Voy a su encuentro,
atendiendo feliz a su llamada,
sin temor a morir, porque hoy ya tengo
la vida a mi favor garantizada.
Antº. Barceló R.
http://www.epos.nl/ecr/
-¡Quiero Vivir! -decía un hombre enfermo
con la trémula voz casi apagada-,
-¡Quiero vivir! -y el ansia de la vida
como un eco tan solo contestaba.
¡Amargo caminar por el sendero
de la desesperanza!
Solo el yo personal y el egoísmo
con orgullo esperaba
la solución a un mal que se reía
queriéndole ofrecer siempre la espalda
con una horrible mueca y el sonido
de una triste y rotunda carcajada.
-¡Quiero vivir! -se dijo nuevamente,
poniendo fuego ardiente en su mirada,
sin recordar al Cielo, ni al Eterno
Señor de soluciones esperadas-.
Unos días, muy pocos, transcurrieron
para que apareciera ante su cama
el consejo que Dios quiso enviarle
con el amigo joven la infancia.
-No te olvides -le dijo aquel amigo-,
de poner en Jesús tu confianza,
tus deseos de vida
y sin limitaciones de tu esperanza,
pues al creer en Él vendrá el consuelo
para tu triste alma
que hoy se debate en queja dolorida,
ajena al Dios viviente que te ama.
Quieres vivir, y es justo que así sea,
mas nunca en retirada
del amor que el Espíritu te brinda
para todas las cosas necesarias.
El amor de Jesús llegó a su mente,
y antes de fallecer, dijo con calma:
¡Me quedo con Jesús! Voy a su encuentro,
atendiendo feliz a su llamada,
sin temor a morir, porque hoy ya tengo
la vida a mi favor garantizada.
Antº. Barceló R.
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