Querido buscador:
Tu caso era mi caso. También fui cristiano en mi adolescencia por motivos educacionales y después me aparté de ella porque no encontraba, no me satisfacía todo este sistema de ritos y creencias a las que yo no podía llegar por medio de mi razón. Pero esto, como en tu caso, no indicaba que me hubiera negado a creer, sino que buscaba más profundidad en ese conocimiento y eso me llevó a apartarme de las religiones tal como están establecidas o como se perciben desde fuera.
Hubo una circunstancia que marcó indeleblemente mi evolución en esto de Dios. Fue la muerte de mi padre cuando yo tenía 27 años. A partír de este hecho me replantee totalmente y de nuevo toda mi vida y la vida de las gentes en este planeta. Me enfrenté a la idea de la muerte que tenía olvidada y guardada en el trasfondo de mi mente sin querer aceptarla. Y fue en esta lucha por comprender cuando encontré solo vacío. Encontré que la vida como me la planteaba y como se la suele plantear casi todo el mundo, NO TENÍA SENTIDO. Yo no buscaba pruebas de la existencia de Dios porque llegué a la conclusión de que DIOS NO EXISTIA. Eso me devolvió a vivir la vida más dramáticamente y a luchar exclusivamente por sus valores materiales e hizo que la sequedad y la aridez de la vida llenaran toda mi vida. YO YA ESTABA MUERTO. Esa era mi conclusión en aquellos momentos. Sí, vivía, respiraba y comía, trabajaba y dormía, pero mi vida había muerto. En este estado, caí en una gran depresión. Fui medicado, pasé por las consultas de psicólogos y psiquiatras y cada uno me daba un diagnóstico diferente, pero parecidos.
Esta situación duró 12 largos años, en los que mi sufrimiento no tenía parangon. Me levantaba sufriendo y me acostaba sufriendo. Pasé por la ansiedad, el miedo, la angústia , la depresión y la desesperación. Pero ahora, no antes, comprendo que todo ese proceso de sufrimiento atroz me hacía profundizar en lo único a lo que yo podía acceder. A mí mismo. Ese dolor y ese sufrimiento hacia que yo llegara hasta extremos infrahumanos del sentimiento. Fue siguiendo ese camino de dolor como un buen día me encontré con Dios. Cuando profundicé lo bastante en el dolor y en el sufrimiento, mi relación conmigo mismo, con el auténtico yo que mora en cada uno de nosotros, fue más directa, más fluida. Y entonces me vi como persona. Ví mi verdadero aspecto espiritual y quedé conmovido por la emoción. Yo era perfecto en el fondo, pero en la superficie tenía todos los defectos. ¿Qué había que hacer para encontrarme y pertenecerme a mí mismo?
Entonces empecé a leer los Evangelios y fui comprendiendo pasaje por pasaje y comprendí también que no sabía nada. No sólo los Evangelios sino que me ayudo mucho “El Evangelio de Tomás” y varios libros más que cayeron en mis manos y que me explicaban el proceso por el cual yo había pasado.
Entonces nació la Fe en mi. Pero era una fe grande, inconmensurable. Me puse a escribir y a recordar mi forma de ser y de actuar, que para mí era totalmente negativa. Pero lo que mi Espíritu me explicó es que al contrario de ser negativa, era positiva para mis mas íntimos propósitos. Descubrí porque había sido tímido, retraido, introvertido, cobarde, dubitativo, etc. Y en vez de ser fallos de mi personalidad, descubrí que eran aciertos. Yo había tenido que luchar contra la máscara de mi personalidad con las únicas armas que tenemos. La duda, la incertidumbre, la introversión y “el poner la otra mejilla”, y estos adjetivos son la forma, la representación que esas actitudes positivas tienen en la vida de una persona.
Dios, entonces, me obsequió con dejarme ver la faz de su rostro y mirarle a los ojos, y ¡Qué ojos! Eran como el Sol. Y su tez era blanca como una nube. Y su boca era como un tunel insondable. Y me mostró sus símbolos y comprendí que era el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Comprendí también que había llegado el principio de mi final. Y me mostró como seguiría el camino, enseñandome la Cruz como único medio para salir de este mundo inmundo en el que habitamos.
Ahora, clavado en la Cruz, de vez en cuando, os comento algo de mis vivencias, por si estas pudieran serviros para vuestro propósito, que es el único propósito de la vida, y es que nos encontremos con nosotros mismos, y así, nos encontremos con el Dios que todos llevamos dentro.
Un abrazo.
[]Cedesin>
Tu caso era mi caso. También fui cristiano en mi adolescencia por motivos educacionales y después me aparté de ella porque no encontraba, no me satisfacía todo este sistema de ritos y creencias a las que yo no podía llegar por medio de mi razón. Pero esto, como en tu caso, no indicaba que me hubiera negado a creer, sino que buscaba más profundidad en ese conocimiento y eso me llevó a apartarme de las religiones tal como están establecidas o como se perciben desde fuera.
Hubo una circunstancia que marcó indeleblemente mi evolución en esto de Dios. Fue la muerte de mi padre cuando yo tenía 27 años. A partír de este hecho me replantee totalmente y de nuevo toda mi vida y la vida de las gentes en este planeta. Me enfrenté a la idea de la muerte que tenía olvidada y guardada en el trasfondo de mi mente sin querer aceptarla. Y fue en esta lucha por comprender cuando encontré solo vacío. Encontré que la vida como me la planteaba y como se la suele plantear casi todo el mundo, NO TENÍA SENTIDO. Yo no buscaba pruebas de la existencia de Dios porque llegué a la conclusión de que DIOS NO EXISTIA. Eso me devolvió a vivir la vida más dramáticamente y a luchar exclusivamente por sus valores materiales e hizo que la sequedad y la aridez de la vida llenaran toda mi vida. YO YA ESTABA MUERTO. Esa era mi conclusión en aquellos momentos. Sí, vivía, respiraba y comía, trabajaba y dormía, pero mi vida había muerto. En este estado, caí en una gran depresión. Fui medicado, pasé por las consultas de psicólogos y psiquiatras y cada uno me daba un diagnóstico diferente, pero parecidos.
Esta situación duró 12 largos años, en los que mi sufrimiento no tenía parangon. Me levantaba sufriendo y me acostaba sufriendo. Pasé por la ansiedad, el miedo, la angústia , la depresión y la desesperación. Pero ahora, no antes, comprendo que todo ese proceso de sufrimiento atroz me hacía profundizar en lo único a lo que yo podía acceder. A mí mismo. Ese dolor y ese sufrimiento hacia que yo llegara hasta extremos infrahumanos del sentimiento. Fue siguiendo ese camino de dolor como un buen día me encontré con Dios. Cuando profundicé lo bastante en el dolor y en el sufrimiento, mi relación conmigo mismo, con el auténtico yo que mora en cada uno de nosotros, fue más directa, más fluida. Y entonces me vi como persona. Ví mi verdadero aspecto espiritual y quedé conmovido por la emoción. Yo era perfecto en el fondo, pero en la superficie tenía todos los defectos. ¿Qué había que hacer para encontrarme y pertenecerme a mí mismo?
Entonces empecé a leer los Evangelios y fui comprendiendo pasaje por pasaje y comprendí también que no sabía nada. No sólo los Evangelios sino que me ayudo mucho “El Evangelio de Tomás” y varios libros más que cayeron en mis manos y que me explicaban el proceso por el cual yo había pasado.
Entonces nació la Fe en mi. Pero era una fe grande, inconmensurable. Me puse a escribir y a recordar mi forma de ser y de actuar, que para mí era totalmente negativa. Pero lo que mi Espíritu me explicó es que al contrario de ser negativa, era positiva para mis mas íntimos propósitos. Descubrí porque había sido tímido, retraido, introvertido, cobarde, dubitativo, etc. Y en vez de ser fallos de mi personalidad, descubrí que eran aciertos. Yo había tenido que luchar contra la máscara de mi personalidad con las únicas armas que tenemos. La duda, la incertidumbre, la introversión y “el poner la otra mejilla”, y estos adjetivos son la forma, la representación que esas actitudes positivas tienen en la vida de una persona.
Dios, entonces, me obsequió con dejarme ver la faz de su rostro y mirarle a los ojos, y ¡Qué ojos! Eran como el Sol. Y su tez era blanca como una nube. Y su boca era como un tunel insondable. Y me mostró sus símbolos y comprendí que era el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Comprendí también que había llegado el principio de mi final. Y me mostró como seguiría el camino, enseñandome la Cruz como único medio para salir de este mundo inmundo en el que habitamos.
Ahora, clavado en la Cruz, de vez en cuando, os comento algo de mis vivencias, por si estas pudieran serviros para vuestro propósito, que es el único propósito de la vida, y es que nos encontremos con nosotros mismos, y así, nos encontremos con el Dios que todos llevamos dentro.
Un abrazo.
[]Cedesin>