Apelo aquí a vuestro espíritu paternal, o maternal, ya seáis padres o madres.
¿Qué le daríais a vuestra criatura? ¿Acaso no le daríais lo mejor siempre?
¿Le daríais una piedra cuando os pide pan, cuando sabéis que llora de hambre?
¿Y le echaríais al fuego cuando veis que tiene frío?
Si vosotros (nosotros), que tenemos un tosco entendimiento del amor hacia nuestra progenie, no haríamos tales cosas, sino que les daríamos a nuestras criaturas lo mejor que pudiésemos darles, ¿qué os figuráis que nuestro Padre va a darnos a nosotros, Sus bienamados hijos, cuando le pidamos? ¿Qué va darnos Ese que tan profundamente nos ama?
Cuando lloramos de sed ¿nos dará ponzoña, lejía? ¿Nos va a dar madera cuando el hambre nos asedia?
Pero debemos llorar. Lágrimas de verdad deben salir de los ojos, de los espejos del alma.
Sin un profundo sentir no hay clamor, no hay un llamar verdadero.
¿Qué padre o madre hace oídos sordos ante el grito de su bebecito?
Perdonad mi ‘asnucia’, pero dicho está que el que no llora no mama.
¡¡¡Pidamos!!!, y recibiremos. («Pedid, y se os dará» ¿Acaso es complicado?)
Pero pidamos primero. Pidámosle desde el fondo de nuestro ser.
Pidámosle a Ese que todo lo da.
Él siempre quiere, pero ¿y si halla puertas cerradas?
¿Qué pasa cuando telefoneas a tu hijo y él nunca descuelga? Le llamas… y él no responde…
Desolación sentirás, pero sabes que él es libre. Así le hiciste, y así es él. Libre. Y solo, si quiere estar solo.
No vas a dejar de amarle, pero te asola ese ver que se aparta y se aísla de ti, de ti que le diste todo, vida, amor y libertad.
¿Qué sentirá nuestro Padre ante la puerta cerrada de nuestra alma? ¡Qué tonto eres que no se la abres!
¿Qué cosa mala va a poder darte quien te ama mejor que nadie?
¿Qué le daríais a vuestra criatura? ¿Acaso no le daríais lo mejor siempre?
¿Le daríais una piedra cuando os pide pan, cuando sabéis que llora de hambre?
¿Y le echaríais al fuego cuando veis que tiene frío?
Si vosotros (nosotros), que tenemos un tosco entendimiento del amor hacia nuestra progenie, no haríamos tales cosas, sino que les daríamos a nuestras criaturas lo mejor que pudiésemos darles, ¿qué os figuráis que nuestro Padre va a darnos a nosotros, Sus bienamados hijos, cuando le pidamos? ¿Qué va darnos Ese que tan profundamente nos ama?
Cuando lloramos de sed ¿nos dará ponzoña, lejía? ¿Nos va a dar madera cuando el hambre nos asedia?
Pero debemos llorar. Lágrimas de verdad deben salir de los ojos, de los espejos del alma.
Sin un profundo sentir no hay clamor, no hay un llamar verdadero.
¿Qué padre o madre hace oídos sordos ante el grito de su bebecito?
Perdonad mi ‘asnucia’, pero dicho está que el que no llora no mama.
¡¡¡Pidamos!!!, y recibiremos. («Pedid, y se os dará» ¿Acaso es complicado?)
Pero pidamos primero. Pidámosle desde el fondo de nuestro ser.
Pidámosle a Ese que todo lo da.
Él siempre quiere, pero ¿y si halla puertas cerradas?
¿Qué pasa cuando telefoneas a tu hijo y él nunca descuelga? Le llamas… y él no responde…
Desolación sentirás, pero sabes que él es libre. Así le hiciste, y así es él. Libre. Y solo, si quiere estar solo.
No vas a dejar de amarle, pero te asola ese ver que se aparta y se aísla de ti, de ti que le diste todo, vida, amor y libertad.
¿Qué sentirá nuestro Padre ante la puerta cerrada de nuestra alma? ¡Qué tonto eres que no se la abres!
¿Qué cosa mala va a poder darte quien te ama mejor que nadie?