Otra interpretación venida esta vez de evangélicos:
La parábola del tesoro escondido en el campo
El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.
El "tesoro" es Israel, el "campo" es el mundo, y el "hombre", es el Hijo del Hombre, quien se entregó a sí mismo para redimir a la nación de Israel. Por lo tanto, aquí no se habla de un pecador comprando el evangelio, porque éste no se encuentra escondido en el campo. Sin embargo, Israel está en la actualidad como oculto en el mundo. Alguien podría alegar que en este momento es una nación. Lo es, pero en un estado de conflicto. No podrá disfrutar de su tierra hasta que la reciba del Señor Jesucristo. Tampoco podrá disfrutar de la paz, así como ningún otro país, porque solo el Príncipe de Paz puede lograrla.
Como ya he dicho, Israel está como oculto por todo el mundo. La mayor parte del pueblo judío está esparcida por todos los países de la tierra. Pero Dios no ha terminado de tratar con Israel como nación. En su carta a los Romanos, el apóstol Pablo escribió:
"Digo entonces: ¿Acaso ha desechado Dios a su pueblo? ¡De ningún modo! Porque yo también soy israelita, descendiente de Abraham, de la tribu de Benjamín. Dios no ha desechado a su pueblo, al cual conoció con anterioridad. ¿O no sabéis lo que dice la Escritura en el pasaje sobre Elías, cómo suplica a Dios contra Israel?"
Pablo creía que Dios aun no había concluido su propósito con Israel. Y el profeta Zacarías, uno de los últimos escritores del Antiguo Testamento, escribió que llegaría un nuevo día para Israel, diciendo:
Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén, el Espíritu de gracia y de súplica, y me mirarán a mí, a quien han traspasado. Y se lamentarán por El, como quien se lamenta por un hijo único, y llorarán por El, como se llora por un primogénito.
El profeta Jeremías escribió, en muchos pasajes, sobre la reunión del pueblo de Israel y de que Dios les traería a su propia tierra. Ese momento es todavía futuro. Cuando Dios los vuelva a reunir, lo hará a través de milagros tan grandes, que incluso olvidarán su milagrosa liberación de Egipto, que fue celebrada por más tiempo que cualquier otra festividad religiosa. Como decía antes, Dios no ha terminado con Israel, lo cual es evidente en esta parábola. Israel es el tesoro escondido en el campo y Cristo es Aquel que "va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo". De hecho, El se entregó a Sí mismo para redimir a la nación. Nuestro Señor les compró con Su sangre, así como El compró tu salvación y la mía. El profeta Zacarías escribió sobre la limpieza que tendrá lugar en el momento del retorno de Cristo a la tierra, en su capítulo 13:1
"Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza"
Continuemos leyendo, en los versículos 45 y 46,
La parábola de la perla de gran valor
"El reino de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró."
La interpretación popular de esta parábola dice que el pecador es el mercader, y que la perla de gran valor es Cristo. Según esta interpretación, el pecador vende todo lo que tiene para poder comprar a Cristo.
Yo no puedo aceptar tal interpretación y la he desechado, porque no creo que merezca una consideración especial. En primer lugar, ¿Quién está buscando perlas de gran valor? ¿Están los pecadores buscando la salvación? Mi Biblia no lo dice, ni tampoco ha sido ésa mi experiencia en el ministerio. Los pecadores no están buscando la salvación. Y el mercader no puede ser el pecador porque éste no tiene nada con qué pagarla. No está buscando a Cristo y si lo estuviese haciendo, ¿cómo podría comprarle? Aquí el mercader vendió todo lo que tenía. ¿Y cómo podría un pecador vender todo lo que posee si, como dice el apóstol Pablo en Efesios 2.1, está muerto en sus delitos y pecados? Además, las Escrituras son muy claras en cuanto a que Cristo y la salvación no están en venta. Porque la salvación es un regalo. Como dice el Evangelio según Juan, en 3:16,
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, más tenga vida eterna."
Dios amó de tal manera que dio. Y la carta a los Romanos 6:23 dice que "la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro".
La correcta interpretación de la parábola revela a Cristo como el mercader. El dejó su hogar celestial y vino a esta tierra para encontrar una perla de gran valor. Aquí halló a pecadores perdidos, y murió por ellos derramando su sangre. El vendió todo lo que tenía para comprarnos y redimirnos para Dios. El apóstol Pablo lo expresó así, en su segunda carta a los Corintios 8:9,
"Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser ricos."
Miremos por un momento a la perla, que representa a la iglesia. No es una piedra, como el diamante. Se forma por medio de un organismo vivo. Un grano de arena u otro material extraño se introduce en la concha de una pequeña criatura marina. La hiere y le causa un daño. La respuesta del organismo es producir una secreción que cubre la materia extraña. El fluido aumenta hasta que se forma una perla --no un rubí ni un diamante, sino una maravillosa perla blanca. Una perla no es como otras piedras preciosas. No puede ser tallada para realzar su belleza. Permanece intacta, tal como fue formada. Si se tallase, quedaría estropeada.
La perla nunca fue considerada valiosa por los Israelitas, aunque sí por las demás naciones. Cuando Cristo utilizó la figura de la "perla de gran valor", me imagino que los discípulos se preguntaron por qué. Los orientales atribuían a la perla el significado simbólico de la inocencia y la pureza, considerándola apropiada solo para reyes y potentados.
Con estos datos en la mente, consideremos otra vez la parábola. Cristo vino a esta tierra como el mercader. Vio al ser humano en su pecado, tomó su pecado y lo llevó sobre Su propio cuerpo. Nuestro pecado fue como una intrusión colocada sobre El --como aquella materia extraña. El fue hecho pecado por nosotros. Alguien lo expresó así: yo me introduje en el corazón de Cristo por la herida de una lanza. El libro de Isaías 53; 5 afirma que El fue "herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades".
Observemos la respuesta de Cristo al pecador. El coloca Su propia justicia alrededor nuestro. Nos cubre con su propia túnica blanca de justicia. Como dice el apóstol Pablo en su carta a los Efesios 2:10, "somos hechura suya, creados en Cristo Jesús". Cristo nos ve, no como somos en la actualidad sino como seremos algún día, presentados a Él como "una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada", en palabras de esa misma carta, 5:27. Cristo vendió todo lo que tenía para ganar a la iglesia. Como dice el apóstol Juan en su primera carta 3:2,
"Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El porque le veremos como El es."
Cuando llegamos al último libro de la Biblia, el Apocalipsis, encontramos una descripción de la Nueva Jerusalén, futura morada de la iglesia. Tomemos nota del símbolo en la parte exterior de la ciudad --¡sus puertas están hechas de perlas! Esto no es una casualidad; ha sido proyectado de esa manera en el diseño de Cristo. El es el mercader que, "al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró".