Aquí Jesús distingue claramente entre el amor natural que Dios implantó en el hombre al crearlo y el Amor Divino, que es una Sustancia real, que está esperando a ser poseído por todo ser humano que lo busque con sinceridad y con verdaderas aspiraciones del alma, y que puede entrar en su alma únicamente si el hombre lo pide en ferviente oración y con fe.
Hoy hablaré sobre cómo un alma debe recibir el Amor Divino del Padre a fin de llegar a ser un habitante del Reino de Dios.
En primer lugar debe entenderse que el Amor Divino del Padre es una clase de amor enteramente distinta del amor que el Padre otorgó al hombre en el momento de su creación, el cual el hombre ha poseído desde entonces en un mayor o menor estado de pureza. Este Amor Divino nunca fue conferido al hombre como un regalo perfecto y completo, ni en el momento de la creación del hombre, ni desde mi venida a la tierra, sino como un obsequio que espera a ser obtenido por los propios esfuerzos y aspiraciones del hombre, y sin lo cual nunca podrá ser suyo, pese a que siempre está cerca de él, esperando a responder a su llamada.
A la hora de entender qué es este Amor, y que el hombre debe buscarlo, y cuál es su efecto sobre el alma del hombre, viene a ser muy importante que el hombre haga de su obtención el único gran propósito de sus aspiraciones y deseos. Porque cuando lo posee en un grado que le aúna con el Padre deja de ser un simple hombre y llega a ser de una naturaleza, en la existencia del alma, que le hace Divino, con muchas cualidades del Padre, la principal de las cuales es, naturalmente, el Amor; y también hace que de manera absoluta sea consciente del hecho de su inmortalidad.
La mera bondad moral o la posesión del amor natural, incluso en su máximo grado, no conferirán al hombre esta Naturaleza Divina que he mencionado; ni los buenos actos, ni la caridad, ni la bondad por sí solas conducirán a los hombres a la posesión de este Amor, pero en cambio la posesión de este Amor conducirá, en verdad y de hecho, a la caridad, a las buenas obras y a la bondad, siempre desinteresadas, y a una hermandad de hombres en la tierra a la que el mero amor natural no puede conducir ni hacer que exista.
Sé que los hombres predican sobre la Paternidad de Dios y la hermandad del hombre, y que instan a los hombres a intentar cultivar los pensamientos y las obras de amor, abnegación y caridad de manera que se logre la sumamente deseada unidad de vida y propósito por parte de los hombres; y en base a este amor natural, ellos mismos pueden hacer una gran obra para lograr esta hermandad. Pero la cadena que les une es imposible que sea más fuerte que el amor natural que la forja; y cuando esa unión se vea ensombrecida por la ambición y los deseos materiales [cosa que ha ocurrido repetidamente a lo largo de la historia de la humanidad] la hermandad se debilitará mucho o desaparecerá por completo, y los hombres se darán cuenta de que su fundamento no fue construido sobre una roca, sino más bien sobre la endeble arena que no pudo sustentar la superestructura cuando la azotaron las tormentas que surgen de la ambición, de los deseos de poder y grandeza de los hombres, y de los deseos de muchas otras cosas materiales. Por eso digo que hay una gran necesidad de algo más que el mero amor natural del hombre para ayudarle a formar una hermandad que permanezca impertérrita y firme en todas las condiciones y entre todos los hombres.
Así que si este amor natural, bajo las circunstancias más favorables para preservar la constancia de la felicidad del hombre y la libertad del pecado y el error, demostró no ser suficiente para mantener ese estado, entonces ¿qué se puede esperar de él cuando las circunstancias sean tales que este amor degenere de su estado puro y se contamine por todas esas tendencias de los hombres a hacer lo que viola no sólo las leyes de Dios, sino también todo lo que de otro modo ayudaría a los hombres a realizar una verdadera hermandad?
Ciertamente llegará un tiempo en que este amor natural será restaurado a su estado original de pureza y libertad del pecado, y en que esta hermandad podrá existir en un grado de perfección que hará felices a todos los hombres. Pero ese tiempo está lejano, y no se materializará en absoluto en la tierra hasta que aparezcan y se pongan en primer término el Nuevo Nacimiento y los Nuevos Cielos, y mientras tanto, durante mucho tiempo por venir, los sueños de los hombres de esta gran hermandad no se realizarán.
Sé que los hombres esperan que algún día, en un futuro muy lejano –mediante la educación, los acuerdos entre naciones y poblaciones, y las prédicas de la verdad moral–, este sueño de una hermandad ideal se establezca en la tierra y desaparezcan todos los sentimientos de odio, guerra y opresión de los débiles por los fuertes. Pero yo os digo que si para lograr esta condición tan deseada los hombres dependen de este mero amor natural y de todos los grandes sentimientos e impulsos que de él puedan surgir, encontrarán decepciones, perderán la fe en la bondad de los hombres, y en ocasiones habrá un retroceso no sólo en ese amor, sino en la conducta de unos hombres hacia otros y en el trato de las naciones entre sí.
Todo esto lo digo para mostrarle al hombre que su depender de sí mismo, que es su dependencia de este amor natural, no basta ni es adecuada para llevarle a una condición de felicidad incluso en la tierra, y por tanto es del todo inepta para llevarle al Reino de los Cielos. En cambio el Amor Divino del que hablo es por sí solo capaz no ya únicamente de hacer del hombre un habitante del Reino del Padre, sino que basta para permitirle materializar y realizar hasta su máximo esos sueños suyos de gran hermandad, incluso mientras esté en la tierra.
Este Amor del Propio Ser del Padre es de una naturaleza que nunca cambia, y en todos los lugares y bajo todas las condiciones está produciendo los mismos resultados y convirtiendo las almas de los hombres en la tierra, así como las de los espíritus en el mundo espiritual, no ya sólo en la imagen, sino en la sustancia de la Naturaleza Divina. Se puede poseer en mayor o menor grado, dependiendo del hombre mismo; y este grado de posesión determina el estado del alma y su cercanía al Reino del Padre, ya sea que el alma esté en la carne o en el espíritu.
El hombre no ha de esperar a convertirse en un espíritu para buscar y obtener este Amor, porque el alma en la tierra es la misma alma que cuando está en el mundo del espíritu, y su capacidad para recibir este Amor es igual de grande en un lugar que en el otro. Por supuesto que en la tierra hay muchas circunstancias, entornos y limitaciones sobre el hombre que impiden el libre operar del alma en el camino de las aspiraciones y la fe, las cuales no existen después de que el hombre se convierte en habitante del mundo del espíritu, pero aún así, y a pesar de todos estos inconvenientes y escollos de la vida terrenal, el alma del hombre puede recibir este Amor Divino sin limitaciones y en una abundancia que le hará ser una nueva criatura, como dicen las escrituras.
La posesión de este Amor Divino también significa la ausencia de aquellos deseos y anhelos del llamado hombre natural que producen egoísmo, crueldad y otras cualidades que crean pecado y error e impiden la existencia de esta verdadera hermandad que los hombres desean tan sinceramente como precursora de la paz y la buena voluntad, y cuanto más de este Amor Divino entre en el alma del hombre, tanto menos habrá de malas tendencias y deseos, y tanto más de la Naturaleza y las Cualidades Divinas.
El Padre es todo Bondad, Amor, Verdad, Perdón y Amabilidad, y estas cualidades las poseen las almas de los hombres cuando reciben y poseen el Amor Divino. Y cuando el hombre es sincero y fiel, y posee estas cualidades, éstas nunca le abandonan ni cambian; y cuando esta hermandad sea fundada sobre ellas, entonces estará edificada sobre una roca, y seguirá viviendo y haciéndose más pura y más firme en su efecto vinculante y en los grandes resultados que de ella brotarán, porque su piedra fundacional será la Naturaleza Divina del Padre, la cual carece de variabilidad o cambio, y ella jamás decepciona.
Una hermandad así creada y unida es, como digo, «la única hermandad verdadera que edificará para el hombre una especie de cielo en la tierra y desterrará las guerras, el odio, las luchas, el egoísmo y el principio de lo mío y lo tuyo. El ‘mío’ se trocará en ‘nuestro’, y todos los seres humanos serán verdaderamente hermanos, sin distinción de raza, secta o conocimientos intelectuales. Todos serán reconocidos como hijos del único Padre». Tal será el efecto de la existencia de este Amor en las almas de los hombres en la tierra, y cuando esas almas vivificadas por la Sustancia del Amor del Padre abandonen su envoltura de carne hallarán su hogar en el Reino de Dios: pues son parte de la Divinidad del Padre y partícipes de Su Inmortalidad.
Pero únicamente este Amor Divino cualificará a las almas de los hombres para este Reino, porque en este Reino todas las cosas participan de esta Naturaleza Divina, y nada que no tenga esa cualidad tiene opción alguna de entrar en él. De modo que los hombres deben comprender que ninguna mera creencia o ceremonia de iglesia, o bautismo, o ninguna de esas cosas, bastan para habilitar a un alma a convertirse en habitante de este Reino.
Los hombres ya podrán engañarse bajo sus creencias de que cualquier cosa distinta o inferior a este Amor Divino puede asegurarles la entrada al Reino. Las creencias pueden ayudar a los hombres a buscar y aspirar a la posesión de este Amor, pero a menos que, y hasta que este Amor Divino sea realmente poseído por las almas de los hombres, ellos no pueden convertirse en partícipes de la naturaleza divina ni disfrutar de la felicidad y la paz del Reino del Padre, la Paz allende todo entendimiento.
Cuando la manera de obtener este Amor es tan fácil, y el gozo de su posesión es tan grande, resulta inverosímil y sorprendente que los hombres se sientan satisfechos con las hueras cáscaras del formalismo y con la satisfacción y el engaño de la mera adoración labial y de las creencias intelectuales. Como he dicho, este Amor está esperando a ser poseído por todo hombre que lo busque con sinceridad y con verdaderas aspiraciones del alma. No es una parte de cada hombre, sino que le circunda y envuelve, pero al mismo tiempo no forma parte de él... a menos que sus anhelos y oraciones hayan abierto su alma, tal que pueda fluir a su interior y llenarla con Su presencia.
El hombre nunca está obligado a recibirlo, al igual que nunca está obligado a hacer otras cosas contra su querer, contra su voluntad, pero cuando en el ejercicio de ese mismo albedrío se niega a dejar que el Amor Divino fluya al interior de su alma, él debe sufrir la sanción, que es la privación total y absoluta de cualquier posibilidad de llegar a ser un habitante del Reino de Dios –o Reino Celestial– y de toda consciencia del hecho de su inmortalidad. He aquí lo que en la Biblia se denomina 'el pecado imperdonable'.
Que los hombres orienten sus pensamientos y aspiraciones a Dios, y en verdad y sinceramente oren al Padre para que Su Amor Divino inunde sus almas, y que tengan fe, y entonces siempre encontrarán que el Padre les otorgará Su Amor con arreglo a la medida de sus aspiraciones y anhelos, los cuales son instrumentales para abrir sus almas a las operaciones del Espíritu Santo quien, como he escrito en otras ocasiones, es El Mensajero de Dios para la transmisión de Su Divino Amor desde su cimera Fuente de Amor hasta las almas de los hombres que oran y aspiran.
De ninguna otra manera el Amor Divino puede ser poseído por el hombre, y siempre es un asunto individual entre el hombre particular y el Padre, un trato íntimo. Ningún otro hombre o cuerpo de hombres, o iglesia o espíritus o ángeles puede hacer el trabajo y labor del individuo. En cuanto a él, su alma es la única cosa involucrada, y sólo sus aspiraciones, sus oraciones y su querer pueden abrir su alma a la afluencia de este Amor... que le hace ser parte de Su propia divinidad.
Por descontado que las oraciones, los pensamientos bondadosos y las influencias amorosas de los hombres buenos y de los espíritus divinos y los ángeles pueden ayudar, y de hecho ayudan a las almas de los hombres a orientarse hacia Su Amor y a progresar en su posesión, pero en cuanto a la cuestión de si un hombre se convertirá en poseedor o no de este Amor, esto por entero depende del hombre.
Con todo mi amor y bendiciones, diré buenas noches.
Vuestro hermano y amigo, Jesús
Hoy hablaré sobre cómo un alma debe recibir el Amor Divino del Padre a fin de llegar a ser un habitante del Reino de Dios.
En primer lugar debe entenderse que el Amor Divino del Padre es una clase de amor enteramente distinta del amor que el Padre otorgó al hombre en el momento de su creación, el cual el hombre ha poseído desde entonces en un mayor o menor estado de pureza. Este Amor Divino nunca fue conferido al hombre como un regalo perfecto y completo, ni en el momento de la creación del hombre, ni desde mi venida a la tierra, sino como un obsequio que espera a ser obtenido por los propios esfuerzos y aspiraciones del hombre, y sin lo cual nunca podrá ser suyo, pese a que siempre está cerca de él, esperando a responder a su llamada.
A la hora de entender qué es este Amor, y que el hombre debe buscarlo, y cuál es su efecto sobre el alma del hombre, viene a ser muy importante que el hombre haga de su obtención el único gran propósito de sus aspiraciones y deseos. Porque cuando lo posee en un grado que le aúna con el Padre deja de ser un simple hombre y llega a ser de una naturaleza, en la existencia del alma, que le hace Divino, con muchas cualidades del Padre, la principal de las cuales es, naturalmente, el Amor; y también hace que de manera absoluta sea consciente del hecho de su inmortalidad.
La mera bondad moral o la posesión del amor natural, incluso en su máximo grado, no conferirán al hombre esta Naturaleza Divina que he mencionado; ni los buenos actos, ni la caridad, ni la bondad por sí solas conducirán a los hombres a la posesión de este Amor, pero en cambio la posesión de este Amor conducirá, en verdad y de hecho, a la caridad, a las buenas obras y a la bondad, siempre desinteresadas, y a una hermandad de hombres en la tierra a la que el mero amor natural no puede conducir ni hacer que exista.
Sé que los hombres predican sobre la Paternidad de Dios y la hermandad del hombre, y que instan a los hombres a intentar cultivar los pensamientos y las obras de amor, abnegación y caridad de manera que se logre la sumamente deseada unidad de vida y propósito por parte de los hombres; y en base a este amor natural, ellos mismos pueden hacer una gran obra para lograr esta hermandad. Pero la cadena que les une es imposible que sea más fuerte que el amor natural que la forja; y cuando esa unión se vea ensombrecida por la ambición y los deseos materiales [cosa que ha ocurrido repetidamente a lo largo de la historia de la humanidad] la hermandad se debilitará mucho o desaparecerá por completo, y los hombres se darán cuenta de que su fundamento no fue construido sobre una roca, sino más bien sobre la endeble arena que no pudo sustentar la superestructura cuando la azotaron las tormentas que surgen de la ambición, de los deseos de poder y grandeza de los hombres, y de los deseos de muchas otras cosas materiales. Por eso digo que hay una gran necesidad de algo más que el mero amor natural del hombre para ayudarle a formar una hermandad que permanezca impertérrita y firme en todas las condiciones y entre todos los hombres.
Así que si este amor natural, bajo las circunstancias más favorables para preservar la constancia de la felicidad del hombre y la libertad del pecado y el error, demostró no ser suficiente para mantener ese estado, entonces ¿qué se puede esperar de él cuando las circunstancias sean tales que este amor degenere de su estado puro y se contamine por todas esas tendencias de los hombres a hacer lo que viola no sólo las leyes de Dios, sino también todo lo que de otro modo ayudaría a los hombres a realizar una verdadera hermandad?
Ciertamente llegará un tiempo en que este amor natural será restaurado a su estado original de pureza y libertad del pecado, y en que esta hermandad podrá existir en un grado de perfección que hará felices a todos los hombres. Pero ese tiempo está lejano, y no se materializará en absoluto en la tierra hasta que aparezcan y se pongan en primer término el Nuevo Nacimiento y los Nuevos Cielos, y mientras tanto, durante mucho tiempo por venir, los sueños de los hombres de esta gran hermandad no se realizarán.
Sé que los hombres esperan que algún día, en un futuro muy lejano –mediante la educación, los acuerdos entre naciones y poblaciones, y las prédicas de la verdad moral–, este sueño de una hermandad ideal se establezca en la tierra y desaparezcan todos los sentimientos de odio, guerra y opresión de los débiles por los fuertes. Pero yo os digo que si para lograr esta condición tan deseada los hombres dependen de este mero amor natural y de todos los grandes sentimientos e impulsos que de él puedan surgir, encontrarán decepciones, perderán la fe en la bondad de los hombres, y en ocasiones habrá un retroceso no sólo en ese amor, sino en la conducta de unos hombres hacia otros y en el trato de las naciones entre sí.
Todo esto lo digo para mostrarle al hombre que su depender de sí mismo, que es su dependencia de este amor natural, no basta ni es adecuada para llevarle a una condición de felicidad incluso en la tierra, y por tanto es del todo inepta para llevarle al Reino de los Cielos. En cambio el Amor Divino del que hablo es por sí solo capaz no ya únicamente de hacer del hombre un habitante del Reino del Padre, sino que basta para permitirle materializar y realizar hasta su máximo esos sueños suyos de gran hermandad, incluso mientras esté en la tierra.
Este Amor del Propio Ser del Padre es de una naturaleza que nunca cambia, y en todos los lugares y bajo todas las condiciones está produciendo los mismos resultados y convirtiendo las almas de los hombres en la tierra, así como las de los espíritus en el mundo espiritual, no ya sólo en la imagen, sino en la sustancia de la Naturaleza Divina. Se puede poseer en mayor o menor grado, dependiendo del hombre mismo; y este grado de posesión determina el estado del alma y su cercanía al Reino del Padre, ya sea que el alma esté en la carne o en el espíritu.
El hombre no ha de esperar a convertirse en un espíritu para buscar y obtener este Amor, porque el alma en la tierra es la misma alma que cuando está en el mundo del espíritu, y su capacidad para recibir este Amor es igual de grande en un lugar que en el otro. Por supuesto que en la tierra hay muchas circunstancias, entornos y limitaciones sobre el hombre que impiden el libre operar del alma en el camino de las aspiraciones y la fe, las cuales no existen después de que el hombre se convierte en habitante del mundo del espíritu, pero aún así, y a pesar de todos estos inconvenientes y escollos de la vida terrenal, el alma del hombre puede recibir este Amor Divino sin limitaciones y en una abundancia que le hará ser una nueva criatura, como dicen las escrituras.
La posesión de este Amor Divino también significa la ausencia de aquellos deseos y anhelos del llamado hombre natural que producen egoísmo, crueldad y otras cualidades que crean pecado y error e impiden la existencia de esta verdadera hermandad que los hombres desean tan sinceramente como precursora de la paz y la buena voluntad, y cuanto más de este Amor Divino entre en el alma del hombre, tanto menos habrá de malas tendencias y deseos, y tanto más de la Naturaleza y las Cualidades Divinas.
El Padre es todo Bondad, Amor, Verdad, Perdón y Amabilidad, y estas cualidades las poseen las almas de los hombres cuando reciben y poseen el Amor Divino. Y cuando el hombre es sincero y fiel, y posee estas cualidades, éstas nunca le abandonan ni cambian; y cuando esta hermandad sea fundada sobre ellas, entonces estará edificada sobre una roca, y seguirá viviendo y haciéndose más pura y más firme en su efecto vinculante y en los grandes resultados que de ella brotarán, porque su piedra fundacional será la Naturaleza Divina del Padre, la cual carece de variabilidad o cambio, y ella jamás decepciona.
Una hermandad así creada y unida es, como digo, «la única hermandad verdadera que edificará para el hombre una especie de cielo en la tierra y desterrará las guerras, el odio, las luchas, el egoísmo y el principio de lo mío y lo tuyo. El ‘mío’ se trocará en ‘nuestro’, y todos los seres humanos serán verdaderamente hermanos, sin distinción de raza, secta o conocimientos intelectuales. Todos serán reconocidos como hijos del único Padre». Tal será el efecto de la existencia de este Amor en las almas de los hombres en la tierra, y cuando esas almas vivificadas por la Sustancia del Amor del Padre abandonen su envoltura de carne hallarán su hogar en el Reino de Dios: pues son parte de la Divinidad del Padre y partícipes de Su Inmortalidad.
Pero únicamente este Amor Divino cualificará a las almas de los hombres para este Reino, porque en este Reino todas las cosas participan de esta Naturaleza Divina, y nada que no tenga esa cualidad tiene opción alguna de entrar en él. De modo que los hombres deben comprender que ninguna mera creencia o ceremonia de iglesia, o bautismo, o ninguna de esas cosas, bastan para habilitar a un alma a convertirse en habitante de este Reino.
Los hombres ya podrán engañarse bajo sus creencias de que cualquier cosa distinta o inferior a este Amor Divino puede asegurarles la entrada al Reino. Las creencias pueden ayudar a los hombres a buscar y aspirar a la posesión de este Amor, pero a menos que, y hasta que este Amor Divino sea realmente poseído por las almas de los hombres, ellos no pueden convertirse en partícipes de la naturaleza divina ni disfrutar de la felicidad y la paz del Reino del Padre, la Paz allende todo entendimiento.
Cuando la manera de obtener este Amor es tan fácil, y el gozo de su posesión es tan grande, resulta inverosímil y sorprendente que los hombres se sientan satisfechos con las hueras cáscaras del formalismo y con la satisfacción y el engaño de la mera adoración labial y de las creencias intelectuales. Como he dicho, este Amor está esperando a ser poseído por todo hombre que lo busque con sinceridad y con verdaderas aspiraciones del alma. No es una parte de cada hombre, sino que le circunda y envuelve, pero al mismo tiempo no forma parte de él... a menos que sus anhelos y oraciones hayan abierto su alma, tal que pueda fluir a su interior y llenarla con Su presencia.
El hombre nunca está obligado a recibirlo, al igual que nunca está obligado a hacer otras cosas contra su querer, contra su voluntad, pero cuando en el ejercicio de ese mismo albedrío se niega a dejar que el Amor Divino fluya al interior de su alma, él debe sufrir la sanción, que es la privación total y absoluta de cualquier posibilidad de llegar a ser un habitante del Reino de Dios –o Reino Celestial– y de toda consciencia del hecho de su inmortalidad. He aquí lo que en la Biblia se denomina 'el pecado imperdonable'.
Que los hombres orienten sus pensamientos y aspiraciones a Dios, y en verdad y sinceramente oren al Padre para que Su Amor Divino inunde sus almas, y que tengan fe, y entonces siempre encontrarán que el Padre les otorgará Su Amor con arreglo a la medida de sus aspiraciones y anhelos, los cuales son instrumentales para abrir sus almas a las operaciones del Espíritu Santo quien, como he escrito en otras ocasiones, es El Mensajero de Dios para la transmisión de Su Divino Amor desde su cimera Fuente de Amor hasta las almas de los hombres que oran y aspiran.
De ninguna otra manera el Amor Divino puede ser poseído por el hombre, y siempre es un asunto individual entre el hombre particular y el Padre, un trato íntimo. Ningún otro hombre o cuerpo de hombres, o iglesia o espíritus o ángeles puede hacer el trabajo y labor del individuo. En cuanto a él, su alma es la única cosa involucrada, y sólo sus aspiraciones, sus oraciones y su querer pueden abrir su alma a la afluencia de este Amor... que le hace ser parte de Su propia divinidad.
Por descontado que las oraciones, los pensamientos bondadosos y las influencias amorosas de los hombres buenos y de los espíritus divinos y los ángeles pueden ayudar, y de hecho ayudan a las almas de los hombres a orientarse hacia Su Amor y a progresar en su posesión, pero en cuanto a la cuestión de si un hombre se convertirá en poseedor o no de este Amor, esto por entero depende del hombre.
Con todo mi amor y bendiciones, diré buenas noches.
Vuestro hermano y amigo, Jesús