¿Qué iglesia quería Jesús?

5 Diciembre 2000
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Es bien conocida la actual crisis del sacerdocio en la Iglesia católica. Cuantos esfuerzos se han hecho hasta ahora en círculos oficiales para intentar superarla han resultado ineficaces. Los problemas relativos a la escasez de sacerdotes, las comunidades sin eucaristía, el celibato, la ordenación de mujeres, etc., determinan en gran medida, aunque no exclusivamente, la grave situación a que nos referimos.

Cada vez con mayor frecuencia vemos asumir el papel de guías o líderes parroquiales a seglares que, por no estar «ordenados», no pueden celebrar la eucaristía con sus feligreses, como sería su obligación. Esto no planteaba problema alguno en la Iglesia primitiva, donde la celebración eucarística dependía sólo de la comunidad. Los encargados de presidir la eucaristía, de acuerdo con la comunidad, no eran «sacerdotes ordenados», sino feligreses absolutamente normales. En la actualidad los llamaríamos seglares, es decir, hombres e incluso mujeres, por lo común casados, aunque también los había solteros. Lo importante era su nombramiento por la comunidad. ¿Por qué lo que antaño fue posible no habría de serlo también hoy?
Si Jesús, como se afirma, fundó el sacerdocio de la Nueva Alianza, ¿por qué no hay de ello la menor mención durante los primeros cuatrocientos años de la vida de la Iglesia? Se dice también que Jesús fundó los siete sacramentos administrados en la Iglesia católica. En más de un caso es difícil probarlo, pero en lo que atañe al sacramento del orden resulta totalmente imposible. Más bien mostró Jesús, con palabras y hechos, que no quería sacerdotes. Ni él mismo era sacerdote ni lo fue ninguno de los Doce, ni tampoco Pablo.

De igual manera es imposible atribuir a Jesús la creación del orden episcopal. Nada permite sostener que los Apóstoles, para garantizar la permanencia de su función, constituyeran a sus sucesores en obispos. El oficio de obispo es, como todos los demás oficios en la Iglesia, creación de ésta última, con el desarrollo histórico que conocemos. Así la Iglesia ha podido en todo tiempo y sigue pudiendo disponer libremente de ambas funciones, episcopal y sacerdotal, manteniéndolas, modificándolas o suprimiéndolas.

La crisis de la Iglesia perdurará mientras ésta no decida darse una nueva constitución que acabe de una vez para siempre con los dos estamentos actuales: sacerdotes y seglares, ordenados y no ordenados. Habrá de limitarse a un único «oficio», el de guiar a la comunidad y celebrar con ella la eucaristía, función que podrán desempeñar hombres o mujeres, casados o solteros. Quedarían así resueltos de un plumazo el problema de la ordenación de las mujeres y la cuestión del celibato.

A la pretensión de acabar con las «dos clases» existentes en la Iglesia suele objetarse, sobre todo, que siempre se han dado evoluciones estructurales fundadas -aunque indirectamente- en el Nuevo Testamento. El ejemplo aducido más a menudo es el del bautismo de los niños, que no aparece expresamente en el Nuevo Testamento, pero que tampoco lo contradice. Ahora bien, esa referencia a las «evoluciones estructurales» sólo puede tenerse por válida mientras tales evoluciones sean conformes a los enunciados básicos del Evangelio. Si se oponen a éste en puntos esenciales, han de considerarse ilegítimas, insostenibles y nocivas.

Esto se aplica sin duda alguna a la Iglesia «sacerdotal» o clerical. Interrogando a los testigos de los tiempos bíblicos y del cristianismo primitivo, llegamos a la conclusión clara y convincente de que episcopado y sacerdocio se desarrollaron en la Iglesia al margen de la Escritura y fueron más adelante justificados como parte del dogma Todo parece indicar que ha llegado la hora, para la Iglesia, de regresar a su ser propio y original.


Conclusión

Resumiendo lo dicho en los capítulos que preceden, podemos retener lo siguiente:

- En la Iglesia católica hay dos estamentos, clero y laicado, con distintos privilegios, derechos y deberes. Esta estructura eclesial no corresponde a lo que Jesús hizo y enseñó. Sus efectos, por tanto, no han sido beneficiosos para la Iglesia en el transcurso de la historia.

- El concilio Vaticano intentó, sí, salvar el foso existente entre clérigos y laicos, pero no logró suprimirlo. También en los documentos conciliares, los seglares aparecen como asistentes de la jerarquía, sin ninguna posibilidad de reivindicar sus derechos con eficacia.

- Jesús rechazó el sacerdocio judío y los sacrificios cruentos de su época. Rompió las relaciones con el Templo y su culto, celebrado por sacerdotes. Anunció la ruina del Templo de Jerusalén y dio a entender que en su lugar no imaginaba ningún otro templo. Por eso fueron los sacerdotes judíos quienes le llevaron a la cruz.

- Ni una sola palabra de Jesús permite deducir que deseara ver entre sus seguidores un nuevo sacerdocio y un nuevo culto con carácter de sacrificio. Él mismo no era sacerdote, como no lo fue ninguno de los doce apóstoles, ni Pablo. Tampoco en los restantes escritos neotestamentarios se percibe huella alguna de un nuevo sacerdocio.

- Jesús no quiso que hubiera entre sus discípulos distintas clases o estados. «Todos sois hermanos», declara (Mt 23,8). Por ello, los primeros cristianos se daban unos a otros el nombre de «hermanos» y «hermanas», teniéndose por tales.

- En contradicción con esa consigna de Jesús, se constituyó a partir del siglo III una «jerarquía» o «autoridad sagrada», de resultas de la cual los fieles quedaron divididos en dos estamentos: clero y laicado, «ordenados» y «pueblo». La jerarquía reivindicó para sí la dirección de las comunidades y, sobre todo, la liturgia. Acrecentó más y más sus poderes hasta que el papel de los seglares quedó reducido al de meros servidores obligados a obedecer.

- La extensión de la Iglesia por el mundo exigió cargos oficiales que, como demuestra la historia, tomaron formas muy diversas. Todos esos oficios, incluido el de obispo, son creaciones de la Iglesia misma. En su mano está, pues, conservarlos, modificarlos o suprimirlos, según lo requieran las circunstancias.

- A partir del siglo V se hizo necesaria, para celebrar la eucaristía, la intervención de un sacerdote sacramentalmente ordenado. Desde entonces se abrió también camino la idea de que la ordenación sacerdotal imprime un «carácter» indeleble en quien la recibe. Esta doctrina, reelaborada por la teología medieval, sería elevada al rango de dogma de fe por el concilio de Trento, en el siglo XVI.

- Durante cuatrocientos años, los «seglares», según el término hoy utilizado, estuvieron presidiendo la eucaristía. Esto prueba que para ello no es necesario el concurso de un sacerdote que haya recibido el sacramento del orden, idea imposible de fundamentar tanto bíblica como dogmáticamente.

- El requisito previo para presidir la eucaristía debe ser, pues, no una consagración u ordenación sacramental, sino un encargo. Este cometido puede confiarse a un hombre o a una mujer, casados o célibes. Ambos por igual tienen derecho a postular cualquier oficio eclesiástico, lo que incluye automáticamente la facultad para celebrar la eucaristía.
 
Por un pluralismo en la Iglesia

Quiero evocar la memoria del concilio Vaticano II, hastiado de comprobar cómo se pisotean sistemáticamente las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes. ¿Recuerda alguien todavía? El posconcilio no fue el principio de la renovación (del aggiornamento), sino su final. Ha sido el anticoncilio.
Y es que veinte años de pontificado teológicamente retrógrado y anticonciliar han producido una devastación desastrosa en la iglesia católica. Veinte años en que el episcopado mundial se ha renovado en una línea tendenciosa, acabando con el pluralismo imprescindible. Veinte años de persecución sistemática contra los teólogos, clérigos, religiosos y grupos cristianos llamados de "base", o "populares". Simplemente no se ha tolerado a los que se tomaron en serio aquel espíritu conciliar de renovación de la iglesia y de apertura del evangelio al mundo moderno. Seguimos bajo los efectos de esta era glacial en la iglesia. Un poder autocrático e intransigente, enmascarado bajo un carisma publicitario, ha puesto al pueblo de Dios bajo el signo de la represión y el infantilismo religioso.

La iglesia católica está gobernada por el miedo. Se ha ejercido una sistemática represión de los sacerdotes más progresistas, con frecuencia machacados inmisericordemente por la "institución". Es razonable desear que ese estado de opresión acabe, y que todos los cristianos de a pie podamos expresar lo que pensamos: sobre la fe, sobre la organización de la iglesia, sobre la moral... Pero estamos de antemano descalificados. Al parecer el Espíritu santo no se ha dado a todos, sino a unos cuantos jerarcas. Pero lo cierto es que nadie tiene la patente del Espíritu, ni los curas ni los obispos ni el papa. Debemos desacralizar los aparatos medievales del poder eclesiástico.

Reivindico el reconocimiento del pluralismo en el seno de la iglesia: pluralismo teológico, moral, político, ritual. La unidad en la diversidad, que preconizaba el papa Juan XXIII. Porque la realidad es que en el monolitismo que se ha ido imponiendo en la iglesia quedan de hecho fuera hasta los planteamientos del tristemente sepultado concilio Vaticano II.

En España, se observan notables síntomas de cómo la iglesia corre el peligro de convertirse en una secta, controlada por los grupos más espiritualistas, reaccionarios y autoritarios. Se está avanzando a grandes pasos del "catolicismo" al sectarismo; pues, una vez derrotados o arrinconados los espíritus aperturistas y libres, basta seguir con la inercia. Cualquier persona con una mentalidad crítica choca hoy con esa iglesia dominante que se ha echado en brazos del oscurantismo, acobardada ante la ciencia y no ya ante la revolución sino ante la menor disensión. Da la impresión de que utilizan la eficacia de los variados medios modernos tan sólo para difundir una religión de consumo barato.

¿No será un derecho del cristiano expresar su fe en primera persona, ir a los actos públicos de la iglesia local y decir allí lo que piensa?

Necesitamos un concilio ecuménico que se plantee el reconocimiento de los derechos humanos en la iglesia católica, y que inicie una democratización de la estructura organizativa de la iglesia, en todos los niveles, con participación de los laicos.

Demasiados huyen a refugiarse en Trento. Nosotros pedimos utópicamente un concilio Vaticano III.
 
Apreciado Matthew: Por tu escrito deduzco que eres un católico desengañado de la trayectoria de la Iglesia en la cual militas como seglar, es decir, con los de a pié. No te hagas ilusiones puesto que NO HABRA UN CONCILIO VATICANO III. De haberlo fracasaria como fracasó el Vaticano II.
Cuando fué elegido el Cardenal Roncalli como Papa, tuve un fuerte sorpresa por el nombre que eligió como Papa, el de Juan XXIII y a un grupo de amigos, -la mayoria ya han pasado a mejor vida- les dije que este Papa nos daria alguna sorpresa. La dio y fuerte al Convocar un Concilio. Lo que me indujo a pensar que haria algo gordo a causa del nombre escogido, fué porque Juan XXIII ya fué el de un Papa, se trata de Baltasar Cossa al que se le atribuyó el envenenamiento de Alejandro V. que murió en el 1410 en Bolonia. La Iglésia Católica Romana se hallaba inmersa en el llamado "Cisma de Occidente" en el que habia tres papas. El mismo Juan XXIII, Gregorio XII y Benedicto XIII, el llamado Papa Luna. Seguismundo, Emperador del Sacro Imperio Germano Romano en octubre del 1413 convocó un Concilio que se celebraria en Constanza al año siguiente. En dicho concilio ocurrió algo tremendamente singular. Depuso a los tres papas Juan XXIII, Gregorio XII y a Benedicto XII Y NOMBRÓ COMO PAPA A MARTIN V. Observe que no fué un colegio cardenalicio quien, reunido en cónclave, elige al Papa. Con razón Benedicto XIII les advirtió que si el concilio eligia a un Papa romperian la sucesión apostólica y para evitar eso les dió la siguiente solución: Siéndo él el único Cardenal elegido antes del cisma y por un papa legítimo, se reuniría el solo en conclave y elegiria a un nuevo Papa, prometiendo no elegirse a sí mismo. Desde el punto de vista canónico, Benedicto XIII tenia razón, si el papado había de entenderse según los principios gregorianos. Però el Concilio rompio con estos principios eligiendo a Martín V.
Es fácil deducir que, si el Cardenal Roncalli eligió el nombre de Juan XXIII y si junto a ello convocó un concilio, lo que ralmente deseaba es que la Iglesia Católica volviese a las tesis del de Constanza, però murió y su sucesor le dió al Concilio Vaticano II un giro de 180 grados. No hubo la apertura que posiblemente pretendia quien lo convocó Fracasó lo mismo que fracaso el de Constanza con la convocatoria del de Florencia-Ferrara en la que el Papa volvió a adquirir el poder de sus antecesores. Esta es la historia que nos muestra que la Iglesia Católica no puede cambiar puesto que tiene muy poco -yo me atreveria a decir que nada- de lo que Cristo quiso edificar "edificaré mi iglesia" dijo Jesús.
Respecto al ministerio de los miembros de la iglesia de Cristo veamos lo que dice el Apóstol Pedro de ellos en su Carta Universal "...vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, gente santa, pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable. Vosotros, que en un tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios; los que no habiais alcanzado misericordia, ahora habeis alcanzado misericordia". (1. Pedro 2, 9-10 Vers. Nacar Colunga, Pag. 1446) Esto es lo que dice el "primer papa" (según la iglesia católica). Y si dice que TODOS LOS CRISTIANOS forman el pueblo de Dios y que son un linaje escogido, y que junto a este linaje son un sacerdocio regio, ¿quien les puede impedir el misnistrar todos los sacramentos? En la iglesia primitiva no habia dignidades jerarquicas, lo que habia eran diaconias i la palabra diácono significa "servidor" Además en estas diaconias no se excluia a nadie, puesto que también habia diaconisas.
Si alguien le hiciera caso de su deseo y se convocara el Concilio Vaticano III tambien fracasaria por que la Institución que conocemos como Iglesia Católica no puede cambiar. Solo cambiaría algunos aspectos externos a fin de adecuarlos a los usos y costumbres de la sociedad. A partir del siglo IV de nuestra era la Iglesia de Roma perdió el rumbo y se convirtió en lo que ha llegado a ser. Un ejemplo de ello es que tendria que ir por delante de la sociedad humana y lo que hace es ir a remolque de la misma. Como ejemlo tiene el principio de libertad religiosa promulgada por el Vaticano II cuando la declaración de los Derechos Humanos por la sociedad laica ya lo había decretado, desde hacia mucho tiempo y que fue aceptado por las Naciones Unidas, mucho antes del Vaticano II.
Alguien dijo: -no recuerdo quien- "En el transcurso de los siglos hemos levantado un tinglado, ahora querriamos deshacerlo, pero no podemos porque se vendria todo abajo".
Afectuosamente, Tobi