La meta para todo cristiano es el reino de Dios y la vida eterna, pero ¿que es concretamente el reino de Dios, al cual hemos de llegar primero para obtener lo segundo, y qué se requiere para entrar en él? Para muchos creyentes el reino es un lugar donde no hay problemas ni males de ninguna clase, y solo recibimos incomparables bendiciones de parte de Dios, satisfacer todas nuestras necesidades y deseos sin grandes esfuerzos ni inquietudes, sin temor de perderlas y con todo el tiempo que queramos para disfrutar de ellas a plenitud. ¿es realmente así? La Biblia es la única fuente de información que tenemos para podernos hacer una idea más concreta de lo que este reino significa para todos los que llegan a hacerse merecedores de entrar en él, y es sin duda la mejor fuente de información que se puede tener puesto que es la misma palabra de Dios quien la ha inspirado para que todos los que lo aman lo conozcan y sepan lo que pueden esperar de él; es el mensaje por medio del cual Dios se da a conocer a los hombres y les revela sus cualidades y sus propósitos para con ellos, y las normas y principios que tenemos que cumplir para que este propósito se cumpla en bien de todos. El caso es: ¿hemos entendido a cabalidad el sentido de este mensaje para estar seguros de poder seguirlo fielmente todos aquellos que deseemos estar en este reino? convendría examinar cuidadosamente todo cuanto la Biblia expone acerca de este tema.
En primer lugar podemos tener claro que el reino mesiánico es una gobernación establecida por Dios y ejercida por Cristo sobre todos los humanos que deseen ser regidos por ella, para instruirlos y perfeccionarlos cabalmente. A diferencia de los gobiernos humanos, no es una gobernación impuesta ni obligada para nadie, sino que todos los que aspiren a formar parte de ella han de hacerlo voluntariamente y comvencidos de que significa lo mejor para todos; observar unas leyes justas y amorosas que todos puedan disfrutar al cumplirlas porque significan su seguridad y su máximo bienestar. Por eso, quienes deseen formar parte de este reino han de prepararse previamente y asegurarse de que están dispuestos a aceptar y cumplir fielmente con estas leyes y requisitos esenciales para que todo funcione a la perfección. Jesús nos dice que solo los justos entrarán en el reino de Dios, o por lo menos los que estén dispuestos a obedecer todas las normas divinas en cuanto dependan de ellos, esto los justifica antes Dios. También nos dice la Biblia que en aquel nuevo sistema, cada uno disfrutará de las obras de sus manos a plenitud, no trabajará y otros disfrutarán del fruto de su trabajo, ni edificarán casas para que otros las ocupen, sino que cada uno será dueño de todo lo que haga y recibirá al completo los beneficios de sus esfuerzos. Esto nos indica que habrá que trabajar para conseguir lo que necesitemos y lo que deseemos; así que lo que esperan otra cosa se llevarían un desengaño si acaso llegaran a entrar allí, pero este trabajo sería agradable y remunerativo, por lo que en vez de representar una carga o una obligación penosa, sería una verdadera bendición por lo que se conseguiría con él; todo esfuerzo que se realiza con sabiduría y con gusto es una fuente de placer para el que lo realiza.
La mayor dificultad está en si las personas estarán dispuestas a obedecer estrictamente todas las instrucciones y mandatos de Dios; no a la manera en que a cada uno le parezca bien, sino tal y como Dios nos lo enseña. El es la suprema sabiduría, amor y justicia, y nadie mejor que él sabe cómo se han de hacer las cosas para que resulten más beneficiosas para todos, y por ello necesitamos seguir todas sus instrucciones con la mayor exactitud. El ser humano se ha formado el concepto equivocado de que lo mejor para él es siempre el hacer solo lo que se le antoje o más le guste, sin importarle si causa daño o perjudica los intereses de los demás, y esta forma de pensar les ha llevado a cometer las mayores injusticias y maldades contra sus semejantes y hasta contra su propio Hacedor. Esto es lo primero que tendremos que rectificar si queremos alcanzar el reino de Dios donde ni el egoismo ni la injusticia pueden tener cabida. Despojarnos de nuestro egoismo es, quizás, el mayor inconveniente con el que tenemos que tropezar, y al que menos dispuestos estaremos a renunciar; y sin embargo es lo primero que tenemos que hacer si deseamos alcanzar esta meta. Por eso tenemos que esforzarnos todo cuanto sea necesario para desechar todo concepto erróneo, todo deseo egoista y ambicioso, el querer ser más que los demás o imponer nuestras opiniones por encima de las de otros. Esto requiere tiempo, esfuerzo y perseverancia por nuestra parte, practicar y desarrollar buenas cualidades; el amor, la justicia, la humildad; rehacer nuestra mente y dejar de amoldarnos a este sistema de cosas egoista e injusto, y esto debemos hacerlo previamente para hacernos merecedores de tan alto destino.
Muchos creyentes están convencidos de que todo esto solo depende de Dios, de que es él quien trae su reino a nosotros cuando lo crea conveniente, pero también en esto tendremos que rectificar nuestro modo de pensar, pues si bien es cierto que todo depende de Dios, pues él es quien provee lo necesario y da la enseñanza oportuna, también es cierto que él nos ha concedido la facultad de decidir por nosotros mismos si queremos obedecerle y seguir todas sus instrucciones, o no hacerlo así. Por lo tanto, somos nosotros los que tenemos que tomar esta decisión final, y nadie más que nosotros podemos hacerlo. Y mientras que no lo decidamos así, y tomemos la iniciativa libremente de llevar a cabo este propósito divino no podremos alcanzar esa meta. Dios siempre ha provisto lo necesario, aún antes de que lo necesite, para que el hombre pueda llevar a cabo este gran propósito, que puede alevar al los seres humanos al más alto grado de dignidad y prosperidad material y espiritual, y también les ha facilitado la instrucción adecuada para que sepa cómo utilizar estas provisiones; pero el hombre las ha rechazado, o utilizado mal, al no seguir la dirección divina. Es por ello que tenemos que aprender primero a utilizar bien todo cuanto hemos recibido de El, y todo cuanto tenemos, para que los resultados de nuestro obrar sean los que deseamos y no los que hemos obtenido hasta ahora.
En primer lugar podemos tener claro que el reino mesiánico es una gobernación establecida por Dios y ejercida por Cristo sobre todos los humanos que deseen ser regidos por ella, para instruirlos y perfeccionarlos cabalmente. A diferencia de los gobiernos humanos, no es una gobernación impuesta ni obligada para nadie, sino que todos los que aspiren a formar parte de ella han de hacerlo voluntariamente y comvencidos de que significa lo mejor para todos; observar unas leyes justas y amorosas que todos puedan disfrutar al cumplirlas porque significan su seguridad y su máximo bienestar. Por eso, quienes deseen formar parte de este reino han de prepararse previamente y asegurarse de que están dispuestos a aceptar y cumplir fielmente con estas leyes y requisitos esenciales para que todo funcione a la perfección. Jesús nos dice que solo los justos entrarán en el reino de Dios, o por lo menos los que estén dispuestos a obedecer todas las normas divinas en cuanto dependan de ellos, esto los justifica antes Dios. También nos dice la Biblia que en aquel nuevo sistema, cada uno disfrutará de las obras de sus manos a plenitud, no trabajará y otros disfrutarán del fruto de su trabajo, ni edificarán casas para que otros las ocupen, sino que cada uno será dueño de todo lo que haga y recibirá al completo los beneficios de sus esfuerzos. Esto nos indica que habrá que trabajar para conseguir lo que necesitemos y lo que deseemos; así que lo que esperan otra cosa se llevarían un desengaño si acaso llegaran a entrar allí, pero este trabajo sería agradable y remunerativo, por lo que en vez de representar una carga o una obligación penosa, sería una verdadera bendición por lo que se conseguiría con él; todo esfuerzo que se realiza con sabiduría y con gusto es una fuente de placer para el que lo realiza.
La mayor dificultad está en si las personas estarán dispuestas a obedecer estrictamente todas las instrucciones y mandatos de Dios; no a la manera en que a cada uno le parezca bien, sino tal y como Dios nos lo enseña. El es la suprema sabiduría, amor y justicia, y nadie mejor que él sabe cómo se han de hacer las cosas para que resulten más beneficiosas para todos, y por ello necesitamos seguir todas sus instrucciones con la mayor exactitud. El ser humano se ha formado el concepto equivocado de que lo mejor para él es siempre el hacer solo lo que se le antoje o más le guste, sin importarle si causa daño o perjudica los intereses de los demás, y esta forma de pensar les ha llevado a cometer las mayores injusticias y maldades contra sus semejantes y hasta contra su propio Hacedor. Esto es lo primero que tendremos que rectificar si queremos alcanzar el reino de Dios donde ni el egoismo ni la injusticia pueden tener cabida. Despojarnos de nuestro egoismo es, quizás, el mayor inconveniente con el que tenemos que tropezar, y al que menos dispuestos estaremos a renunciar; y sin embargo es lo primero que tenemos que hacer si deseamos alcanzar esta meta. Por eso tenemos que esforzarnos todo cuanto sea necesario para desechar todo concepto erróneo, todo deseo egoista y ambicioso, el querer ser más que los demás o imponer nuestras opiniones por encima de las de otros. Esto requiere tiempo, esfuerzo y perseverancia por nuestra parte, practicar y desarrollar buenas cualidades; el amor, la justicia, la humildad; rehacer nuestra mente y dejar de amoldarnos a este sistema de cosas egoista e injusto, y esto debemos hacerlo previamente para hacernos merecedores de tan alto destino.
Muchos creyentes están convencidos de que todo esto solo depende de Dios, de que es él quien trae su reino a nosotros cuando lo crea conveniente, pero también en esto tendremos que rectificar nuestro modo de pensar, pues si bien es cierto que todo depende de Dios, pues él es quien provee lo necesario y da la enseñanza oportuna, también es cierto que él nos ha concedido la facultad de decidir por nosotros mismos si queremos obedecerle y seguir todas sus instrucciones, o no hacerlo así. Por lo tanto, somos nosotros los que tenemos que tomar esta decisión final, y nadie más que nosotros podemos hacerlo. Y mientras que no lo decidamos así, y tomemos la iniciativa libremente de llevar a cabo este propósito divino no podremos alcanzar esa meta. Dios siempre ha provisto lo necesario, aún antes de que lo necesite, para que el hombre pueda llevar a cabo este gran propósito, que puede alevar al los seres humanos al más alto grado de dignidad y prosperidad material y espiritual, y también les ha facilitado la instrucción adecuada para que sepa cómo utilizar estas provisiones; pero el hombre las ha rechazado, o utilizado mal, al no seguir la dirección divina. Es por ello que tenemos que aprender primero a utilizar bien todo cuanto hemos recibido de El, y todo cuanto tenemos, para que los resultados de nuestro obrar sean los que deseamos y no los que hemos obtenido hasta ahora.