Algunos predicadores instan a “extender” el reino de Dios. Pero este reino no se extiende solo hablando sino implementando sus principios, no solo de manera individual sino también como comunidad. La Iglesia es la comunidad de creyentes, seres humanos que necesitan alimento, vestido, salud, empleo, deporte, vivienda, recreación, etc. En otras palabras, necesitan vidas plenas, abundantes.
Para que esto llegue a ser una realidad, a través de este reino se ha configurado el plan divino de salvación, salvación no solo de un infierno futuro sino también del actual tormento causado por la maldad e injusticias de los enemigos del rey Jesucristo, los cuales son todos aquellos que no quieren que este soberano ejerza control en sus vidas (Lc.19.27). Este plan divino de salvación nos induce a organizarnos como un Cuerpo, para:
A) “para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1-P.2.9).
B) “para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos” (2-Co.8.13-15).
C) “para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1-Co.12.25-27).
D “para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (Ef.4.14-16).
Quienes valoramos este sublime gobierno debemos esforzarnos por quitar del camino las grandes “piedras de tropiezo” que obstruyen su desarrollo y estorban para que el Espíritu de Dios haga la obra por medio de nosotros (2-Co.1.20). No en vano nuestro rey salvador “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tito 2.14).