Ciertamente reconozco que parece haber una contradicción en lo que expones.
Y es un punto de contraste del que, por lo visto, no muchos se dan cuenta.
Pero si me lo permites, voy a intentar exponer lo que al respecto entiendo y cómo veo que ambas cosas se concilian.
Las leyes que Dios imprimió en Sus mundos creados garantizan la Armonía, que es Su Decreto más alto y cimero.
Todo ha de existir en armonía, y cualquier desarmonía habrá de ser corregida, principalmente mediante la eterna ley de la Compensación: "Lo que sembrares, cosecharás."
Esto establece justicia, inescapable y perfecta. Cuando desnudos de carne llegamos al otro lado del velo nuestro espíritu revela y espléndidamente retrata cada una de las pinceladas que en nuestra vida mortal dimos "a diestro y siniestro", por así decir. Y por cada acto errado y malo, y por cada desviado pensamiento y emoción coleccionada, tendremos que responder y penar, tiempo y tiempo, hasta verlos del todo borrados de nuestra memoria: lo que llamamos "conciencia".
Pero hay una ley superior y más alta que la de Compensación, y esa es Su Misericordia.
Cuando esta ley se pone en marcha los recuerdos de obras malas y de malos pensamientos empiezan a ser borrados.
La ley de Compensación no queda acallada, ni anulada, ni marginada, sino que no queda nada, al final, sobre lo que se pueda aplicar. Con la ley Misericorde ya no hay manchas que absterger.
A fin de ponerla en marcha es preciso que amemos NOSOTROS al Padre.
De qué Él nos ama no hay duda, porque todo cuanto somos y tenemos es todo merced a Él.
Pero ¿y nosotros? ¿Cuánto tiempo pensamos en Él, en qué pensará Él de eso que hacemos y de lo que pensamos?
Aún somos como el hijo pródigo que se esconde, avergonzado, de cuanto ha podido hacer mal.
Y tememos regresar, creyendo haberLe ofendido.
Empero el Padre nos AMA y con brazos abiertos espera a que en verdad Le añoremos.
A quien te ama más que nadie, a Sus brazos y consejo ¿cuándo tú querrás volver?
Cuando en ferviente oración uno de Sus hijos le ora y le pide de Su Amor, Él nunca le da la espalda.
Y una gota de Su luz pone en el seno del alma que así le ha pedido Su Amor.
Esa chispa de Su luz y esa gota de Su Amor ya nunca jamás se pierde, y obra como levadura, paulatina, suavemente, transformando al hijo en Hijo, si cabe decirlo así...
Jesús nos enseñó el camino, y es en este sentido, y únicamente en este sentido que es nuestro salvador.
Y el camino es tan sencillo que muchos ni se lo creen: Ora al Padre con toda tu fe y tu fervor. Lo demás te será dado.