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¿PRUEBAS O CASTIGOS?
Mucha tinta ha corrido ya en torno a ese arraigado pensamiento humano que trata de esclarecer, en el mejor de los casos, por qué permite Dios los sufrimientos a base de penosos daños, accidentes y otras angustias. En infinidad de libros, diversos autores han puesto de relieve la verdad sobre las culpabilidades que el hombre examina al verse maltratado por la opresión del dolor. Por desgracia, el mundo sigue excluyendo al individuo de responsabilidad, y pregunta al cielo diciendo: ¿Por qué permite Dios, a veces, tan duras pruebas? En seguida suele venir a la memoria la vida de personajes bíblicos que, habiendo mantenido una conducta fiel, tuvieron que atravesar por males extremos, ante cuyo martirio gemían: "Clamaré a Dios Altísimo...". (Salmo, 57:2).
Entre todos los protagonistas de episodios dramáticos, sobresale, sin lugar a dudas Job, nombre proverbial y legendario entre los pueblos de Oriente y, especialmente, entre árabes. En su libro del AT., podemos ver que, al principio, fue abundantemente bendecido por Dios. Mas después perdió, paso a paso, sus bienes, sus hijos, la salud y hasta el apoyo de su esposa. ¿Por qué consintió Dios la tortura de las amargas penas sufridas por este hombre tan ejemplar?
En el mismo texto de la Palabra divina queda demostrado que las pruebas no son – salvo excepción – castigos que Dios inflige a los suyos, como lo insinúan los amigos de Job. Son más bien, a modo de examen, una manera de poner el corazón del hombre en condiciones de que confiese abiertamente, y por propia voluntad, la relación que tiene con el Todopoderoso, y para que conozca el amor que Dios siente por los suyos. Pero nosotros lo olvidamos y, como niños inconscientes – y también perversos -, olvidamos que nuestro Padre celestial, "al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo" (Hebreos, 12:6).
Lo que tantas veces no se tiene en cuenta, o no comprendemos, es que el objetivo de la prueba que nos ha llamado la atención, pretendemos verla con nuestros ojos carnales, descartando el hecho de que Dios conoce el corazón humano mejor que nosotros mismos, y no se equivoca en sus decisiones. "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos" (Isaías, 55:8). El altísimo no nos apura ni atormenta con voluntad indeterminada, pues "si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres" (Lamentaciones, 3:32-33).
¿Nos acordamos al respecto de que Dios no creó el mundo en el mismo estado en que se encuentra ahora?. El mal vino como resultado del egoísmo del hombre. Las Escrituras enseñan con claridad que Dios es un Dios de amor, donde destaca la misericordia, pero sin menoscabo de la justicia. Y como el amor no puede existir si no se entrega con libertad, por decisión y voluntad libre, al hombre se le dio la oportunidad de aceptar del amor de Dios o el rechazo del mismo. Esta oportunidad la tomaron Adán y Eva, pecando y eligiendo el mal para el mundo. Desde entonces, las cosas no andan como debieran, pero Dios lo advirtió.
Sin embargo, algunas personas todavía se sienten molestas pensando que Dios permite el mal. Mas no piensan que aunque el Señor hizo al hombre limitado, sufriente y sujeto a la tristeza y al dolor, demostró su honradez al tomar su propia medicina, sin imponer a la humanidad nada que no haya exigido de sí mismo. Él ha pasado también por toda la experiencia mortal, desde los disgustos habidos en encuentros sociales, hasta los peores horrores del dolor, la humillación y la derrota, terminando en la desesperanza que llega al fallecimiento. Así murió Cristo.
Tengamos en cuenta que, aunque la Biblia – donde vemos la Palabra de Dios – no nos revela por qué apareció el mal, sí sabemos ciertamente que Dios es totalmente sabio y omnisciente. Que tiene razones para permitir que ocurran cosas que están más allá de nuestra comprensión. Creamos, pues, y procuremos ser fieles en todo.
Un día – el Señor sabe cual es para cada uno – comprenderemos el porqué de cada prueba y, ante tales maravillas, bendeciremos a Dios eternamente. No lo olvidemos: "El hombre de verdad tendrá muchas bendiciones" (Proverbios, 28:20).
Antonio Barceló R.
¿PRUEBAS O CASTIGOS?
Mucha tinta ha corrido ya en torno a ese arraigado pensamiento humano que trata de esclarecer, en el mejor de los casos, por qué permite Dios los sufrimientos a base de penosos daños, accidentes y otras angustias. En infinidad de libros, diversos autores han puesto de relieve la verdad sobre las culpabilidades que el hombre examina al verse maltratado por la opresión del dolor. Por desgracia, el mundo sigue excluyendo al individuo de responsabilidad, y pregunta al cielo diciendo: ¿Por qué permite Dios, a veces, tan duras pruebas? En seguida suele venir a la memoria la vida de personajes bíblicos que, habiendo mantenido una conducta fiel, tuvieron que atravesar por males extremos, ante cuyo martirio gemían: "Clamaré a Dios Altísimo...". (Salmo, 57:2).
Entre todos los protagonistas de episodios dramáticos, sobresale, sin lugar a dudas Job, nombre proverbial y legendario entre los pueblos de Oriente y, especialmente, entre árabes. En su libro del AT., podemos ver que, al principio, fue abundantemente bendecido por Dios. Mas después perdió, paso a paso, sus bienes, sus hijos, la salud y hasta el apoyo de su esposa. ¿Por qué consintió Dios la tortura de las amargas penas sufridas por este hombre tan ejemplar?
En el mismo texto de la Palabra divina queda demostrado que las pruebas no son – salvo excepción – castigos que Dios inflige a los suyos, como lo insinúan los amigos de Job. Son más bien, a modo de examen, una manera de poner el corazón del hombre en condiciones de que confiese abiertamente, y por propia voluntad, la relación que tiene con el Todopoderoso, y para que conozca el amor que Dios siente por los suyos. Pero nosotros lo olvidamos y, como niños inconscientes – y también perversos -, olvidamos que nuestro Padre celestial, "al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo" (Hebreos, 12:6).
Lo que tantas veces no se tiene en cuenta, o no comprendemos, es que el objetivo de la prueba que nos ha llamado la atención, pretendemos verla con nuestros ojos carnales, descartando el hecho de que Dios conoce el corazón humano mejor que nosotros mismos, y no se equivoca en sus decisiones. "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos" (Isaías, 55:8). El altísimo no nos apura ni atormenta con voluntad indeterminada, pues "si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres" (Lamentaciones, 3:32-33).
¿Nos acordamos al respecto de que Dios no creó el mundo en el mismo estado en que se encuentra ahora?. El mal vino como resultado del egoísmo del hombre. Las Escrituras enseñan con claridad que Dios es un Dios de amor, donde destaca la misericordia, pero sin menoscabo de la justicia. Y como el amor no puede existir si no se entrega con libertad, por decisión y voluntad libre, al hombre se le dio la oportunidad de aceptar del amor de Dios o el rechazo del mismo. Esta oportunidad la tomaron Adán y Eva, pecando y eligiendo el mal para el mundo. Desde entonces, las cosas no andan como debieran, pero Dios lo advirtió.
Sin embargo, algunas personas todavía se sienten molestas pensando que Dios permite el mal. Mas no piensan que aunque el Señor hizo al hombre limitado, sufriente y sujeto a la tristeza y al dolor, demostró su honradez al tomar su propia medicina, sin imponer a la humanidad nada que no haya exigido de sí mismo. Él ha pasado también por toda la experiencia mortal, desde los disgustos habidos en encuentros sociales, hasta los peores horrores del dolor, la humillación y la derrota, terminando en la desesperanza que llega al fallecimiento. Así murió Cristo.
Tengamos en cuenta que, aunque la Biblia – donde vemos la Palabra de Dios – no nos revela por qué apareció el mal, sí sabemos ciertamente que Dios es totalmente sabio y omnisciente. Que tiene razones para permitir que ocurran cosas que están más allá de nuestra comprensión. Creamos, pues, y procuremos ser fieles en todo.
Un día – el Señor sabe cual es para cada uno – comprenderemos el porqué de cada prueba y, ante tales maravillas, bendeciremos a Dios eternamente. No lo olvidemos: "El hombre de verdad tendrá muchas bendiciones" (Proverbios, 28:20).
Antonio Barceló R.