Protestantismo y Romanismo distintas ofertas culturales

Tobi

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21 Noviembre 2000
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CATOLICOS PROTESTANTES
DISTINTAS OFERTAS A LOS PUEBLOS.

Es curioso observar que cuanto más se apartó el catolicismo del evangelio y consecuentemente del cristianismo mas crecieron también sus templos.
Vivo y soy de un país, Catalunya, y en una de sus variadas Comarcas tenemos un hermoso valle que tiene el nombre de “La Vall de Bohi” donde existen una serie de pequeños templos románicos (arquitectura que recibe el nombre de románica pero que nada tiene que ver con Roma). El mas famoso se encuentra en la pequeña población de Tahull, la siguen Erillavall, Bohi, etc. Dichos templos no son muchos mayores que las viviendas que les rodean desde siglos y solo se distinguen por su magnitud los campanarios con sus erectas torres cuadradas hasta alturas de muchos metros. Pero a medida que el Obispo de Roma se fue encumbrando como un poder religioso—político también comenzaron a crecer sus grandes templos, las enormes catedrales góticas y rodeadas de las míseras viviendas del pueblo. Era como una especie de mensaje en que se le decían al pueblo: A pesar de tu insignificancia te permitimos entrar en estos templos con la condición de que acates a los Jerarcas que los presiden.
Esta misma idea la trasladaron a la América Latina. Podéis observar sus grandes templos y aquello que les rodea. Aquellos indígenas que habían perdido sus raíces culturales se les daban contemplar la grandiosidad de aquellos Templos a los que se les permitía entrar por concesión de los magnates que los presidían con la condición de su acatamiento. A estos magnates no les importaban las creencias que aún se mantenían en el inconsciente colectivo de aquellos pueblos, al contrario los estimularon a fin de mantenerles fieles a sus personas y mantenerles así bajo su control. De aquí que se produjo una simbiosis de creencias en la que predominaba un sincretismo religioso que de cristiano apenas conserva el nombre. Imagino que la venganza de aquellos que perdieron su cultura fue la de incrustar lo peor de ella en aquellos que desde Europa emigraron a aquellos pueblos. Una de las vías de penetración fue, entre otras, el mesticismo. Lo mismo ocurrió con las masas de esclavos procedentes del continente africano y mediante las mismas vías de penetración. Solo existía una forma de eliminar este sincretismo religioso. La auténtica cultura cristiana, pero los dirigentes católicos procuraron de una manera sistemática que dicha cultura no llegara a los pueblos. Uno de los peores resultados de aquella política ha sido que lo que hoy son pueblos y naciones tengan poco sentido de identidad y eso puede explicar los dramas político—económicos que sufren dichos pueblos.

En cambio el protestantismo en vez de construir grandes Templos y catedrales se dedicó a construir un monumento mucho más grande: La Biblia traducida a los idiomas hablados por las gentes a quien iba dirigida. Pero este monumento no permitía la entrada de una manera fácil. Por ello fue necesario construir otro monumento de soporte al primero. La escuela para todos los niños. También hubo una intervención de Dios que seguramente inspiró a Gutemberg la invención de la imprenta. Las tres cosas unidas fueron el motor de la cultura popular. De aquí, que culturalmente a nivel de pueblo y no de élites, la Europa protestante siempre ha ido por delante de la católica.
¿Quiere esto decir que en la América Latina no hay cultura. La hay y muy avanzada, pero se ha adquirido en la medida que se ha independizado políticamente del romanismo. Por ejemplo Argentina y no es el único país con una fuerte implantación cultural.

Como veis, amado foristas, dos ofertas y dos resultados.

En Cristo
 
Bien, vamos por partes.
Primeramente veamos los métodos de inculturación de los primeros misioneros protestantes a tierras americanas:


EL PACTO DEL MAYFLOWER

El desigual triunfo de la Reforma

El movimiento iniciado en 1517 con la fijación de las 95 Tesis en Wittenberg -y que convencionalmente recibe el nombre de Reforma - estaba llamado a experimentar una rapidísima expansión. Al año siguiente de la publicación de las 95 Tesis por Lutero, Zuinglio comenzó a apoyar la idea de la Reforma en la ciudad de Zurich. En 1527, apenas una década después de las famosas tesis, el luteranismo se había convertido en la religión estatal en Dinamarca y Suecia. Al año siguiente, la Reforma se extendía triunfal por Basilea, Saint-Gall, Schaffhouse y Mulhouse, mientras Lutero y Zuinglio se reunían en Marburgo con la intención de llegar a un acuerdo - que no se alcanzó - entre todas las iglesias reformadas. Antes de que acaba la década, la Reforma se había extendido también a España, Italia y Francia, y la siguiente comenzó con la clara ruptura entre Inglaterra y el papado.

A finales de los años cincuenta, la Inquisición había logrado acabar con el minoritario protestantismo español - que, en realidad, hundía sus raíces históricas en movimientos independientes de Lutero - pero para ese entonces, los protestantes habían triunfado también en Escocia, buena parte de los Países Bajos y el resto de Escandinavia. Cuando concluyó el siglo, la Reforma se había establecido en todo el norte de Europa, amplias zonas del centro del continente e incluso había conseguido mantener un testimonio importante en Francia donde el Edicto de Nantes de 13 de abril de 1598 aseguraba, siquiera momentáneamente, su supervivencia.

Con todo, el triunfo, incluso donde se había producido, era muy desigual. En algunos casos, implicaba su transformación en una iglesia estatal relativamente tolerante hacia las otras confesiones protestantes pero radicalmente opuesta a la convivencia con el catolicismo que daba muerte a sus correligionarios en la Europa del sur. En otros, supo evitar el carácter estatal y abrió la tolerancia a fes históricamente despreciadas como era el caso de los judíos. Incluso no fueron pocos los protestantes radicales - como los Hermanos suizos y los mennonitas - que se negaron a participar del poder estatal y rehusaron servir en el ejército como también lo habían hecho los primeros cristianos. Éstos no pocas veces se vieron perseguidos por su insistencia en seguir literalmente las enseñanzas de Jesús tanto por católicos como por otros protestantes. En términos generales, puede indicarse que precisamente las confesiones protestantes que más se distanciaron del catolicismo también abogaron con más fuerza y más convicción en favor de la tolerancia y la libertad para todos, mientras que las que se mantuvieron más cerca del modelo romano también se manifestaron más restrictivas al respecto.

El caso del protestantismo inglés

La historia de la Reforma en Inglaterra revistió unas particularidades con escasos paralelos con otros países finalmente decantados hacia el protestantismo. Inicialmente, su monarca Enrique VIII había sido un fiel católico. Fue incluso especialmente considerado por el papa como "Defensor fidei" cuando escribió un tratado antiluterano en el que mantenía la doctrina católica sobre los sacramentos.

Esa situación comenzó a experimentar un cambio de enorme envergadura cuando Enrique VIII llegó a la conclusión de que su esposa Catalina de Aragón era estéril y de que necesitaba una anulación del matrimonio a fín de casarse con otra mujer que le proporcionara descendencia. Inglaterra había conocido un siglo largo de guerras civiles hasta la entronización de la dinastía de los Tudor y los temores de Enrique en el sentido de que esos tiempos pudieran iniciarse de nuevo distaban mucho de ser absurdos. En otras circunstancias, es posible que el papa hubiera sido sensible a las peticiones de Enrique porque existían precedentes medievales de actos como el solicitado por el monarca inglés. Sin embargo, el contexto no podía ser peor.

Catalina de Aragón era pariente del nuevo emperador Carlos V y lo último que deseaba el pontífice era enfrentarse con él. Finalmente, el resultado de la negativa fue que Enrique VIII repudió a Catalina pese a todo e inició un cisma.

En 1531, se había convertido en jefe de la iglesia de Inglaterra.

Con todo, Enrique no simpatizaba en absoluto con la Reforma e incluso respondió a los intentos de los protestantes por extenderla condenando a muerte a éstos. Precisamente, su defensa de una teología católica - aunque separando la iglesia nacional de la obediencia al papa - explica en buena medida que el pontífice no lo excomulgara hasta 1538. A fín de cuentas, Enrique era un cismático pero resultaba más difícil motejarlo de hereje.

Muy distinta fue la posición teológica de Eduardo VI, el sucesor de Enrique VIII. Aunque muy joven cuando accedió al trono, había sido educado en la doctrina reformada y decidió convertir a la iglesia anglicana en una confesión medularmente protestante. Posiblemente lo hubiera logrado de manera completa de no haber muerto tan joven y no haber sido sucedido por una católica tan convencida como María Tudor. En 1553, María inició gestiones ante la Santa Sede con la finalidad de llevar a Inglaterra nuevamente al redil católico y dos años después derogó todas las normas vigentes de carácter protestante.

El matrimonio de la reina María - que merecería el apelativo de Bloody (sanguinaria) por las matanzas de protestantes realizadas siguiendo sus órdenes - con Felipe II de España pareció asegurar que Inglaterra volvería a ser ganada por la iglesia católica en breve. Sin embargo, aquel matrimonio no tuvo sucesión y poco después falleció María siendo ocupado el trono inglés por la reina Isabel I, también hija de Enrique VIII. Al igual que su padre, pero a diferencia de Eduardo VI, Isabel no sentía ninguna simpatía especial por la causa de la Reforma pero encontraba hasta cierto punto beneficiosa la consagración del cisma. Si, finalmente, decidió confirmar el giro protestante de la iglesia anglicana se debió, primero, a la excomunión fulminada contra ella por el papa y, segundo, al temor - quizá no del todo fundamentado - a un golpe católico promovido por la Santa Sede y apoyado por España.

En 1563 se aprobaron en Inglaterra los 39 Artículos de la iglesia anglicana que, en teoría, la convertían en una confesión protestante pero que, en realidad, la situaban en una especie de tierra de nadie que algunos comenzaron a denominar "via media" entre las iglesias protestantes y el catolicismo. Así, el anglicanismo aceptaba los principios reformados de "Sola Escriptura", "Solo Christo" y "Sola fide". Pero, a la vez, incluía tesis católicas como la de la sucesión episcopal, dejaba la puerta abierta a interpretaciones sacramentales cercanas a las del catolicismo y no era tan riguroso como las iglesias reformadas en cuestiones como la confesión o el uso de imágenes. El hecho de que además mantuviera el carácter estatal de la iglesia colocaba en una situación especialmente difíciles no sólo a los católicos - que fueron considerados no del todo sin razón como enemigos de la dinastía - sino también a buen número de protestantes que sólo deseaban profundizar en los principios fundamentales de la Reforma y que, precisamente por eso, nopodían sentirse a gusto en el seno del anglicanismo. En poco tiempo, para estos dissenters el bien más ambicionado fue el de la libertad de conciencia.

William Bradford y los peregrinos

En 1590, nació en Austerfield, una ciudad de Yorkshire, en Inglaterra, un niño que recibió el nombre de William Bradford. Perdió a sus padres siendo aún un niño pero tuvo la fortuna de que éstos le dejaran una cierta fortuna y de que además sus abuelos se ocuparan de su educación. Cuando contaba con unos doce años de edad William comenzó a entregarse a la lectura de la Biblia lo que no tardó en llevarle a cuestionar la teología anglicana y especialmente aquellos aspectos que la acercaban más a la iglesia católica. En 1593, se había aprobado en Inglaterra una legislación acentuadamente contraria a los no-conformistas de manera que no pocos pensaron que la única salida para evitar la prisión o la ocultación de sus creencias era la emigración.

Cuando contaba 18 años de edad, William se dirigió a Holanda junto a otros disidentes. La elección resultaba totalmente lógica ya que, pese a su carácter mayoritariamente calvinista (o quizá precisamente por eso), Holanda se había convertido en un emporio de la libertad religiosa que no era negada ni siquiera a anabautistas o a judíos. Bradford fue arrestado en dos ocasiones por intentar abandonar Inglaterra pero en ambos casos logró ser puesto en libertad tras exponer los motivos de su viaje y se le autorizó a reunirse con sus amigos en Amsterdam.

Una vez en Holanda, William Bradford se colocó como aprendíz de un sedero hasta que llegó a la mayoría de edad. Al alcanzar ésta, liquidó la herencia que sus padres le habían dejado en Inglaterra y con el montante se estableció en Leyden. Sin embargo, no iba a permanecer mucho tiempo en los Países Bajos. Por aquellos días, algunos de los emigrados protestantes procedentes de Inglaterra estaban acariciando la idea de encontrar una nueva tierra en la que no sólo pudieran ser tolerados sino donde además tuvieran la posibilidad de establecer un nuevo modelo social sobre bases completamente novedosas. Obviamente, tal posibilidad sólo resultaba planteable en el continente americano y así fue como buena parte de la iglesia inglesa que pastoreaba un hombre llamado Robinson decidió hacerse a la mar a bordo de un barco llamado Mayflower. El día de la partida fue dedicado a la oración y antes de zarpar, el pastor predicó sobre el texto que se encuentra en el libro bíblico de Esdras 8, 21 :

"Y allí, junto al río Ahava, proclamé un ayuno, para que pudiéramos humillarnos delante de nuestro y buscar de Él un camino recto para nosotros, y para nuestros hijos y para todos nuestros bienes"

Según la mentalidad de aquellos emigrantes, su condición era la de peregrinos similares a los descritos en la carta a los Hebreos (11). La expedición se enfrentó con no pocas dificultades durante su travesía de manera que en lugar de llegar a Virginia, que era el destino en que se había pensado, atracó en Cape Cod, Massachusetts, el 11 de noviembre de 1620.

Este cambio de lugar creó una situación que no había sido contemplada previamente por los peregrinos. Su intención al llegar a Virginia era gozar de mayor libertad que en Inglaterra pero también la de someterse y disfrutar del gobierno inglés ya establecido en ese enclave. De hecho, algunos de los peregrinos habían suscrito dos años atrás un documento conocido como el Acuerdo de Leyden (Leyden Agreement) en virtud del cual quedaban establecidas sus prioridades que eran fundamentalmente las de practicar su religión y reconocer la soberanía del monarca inglés.

Sin embargo, ahora, al llegar a un territorio no ocupado previamente por Inglaterra, los peregrinos tuvieron que afrontar la necesidad de establecer una mínima estructura de gobierno que les permitiera regirse en los tiempos inmediatamente venideros. Antes de proceder a desembarcar, sus objetivos quedaron reflejados en un escrito. Éste documento no fue otro que el denominado Pacto del Mayflower.

El Pacto del Mayflower

El texto del mencionado pacto - que reproducimos íntegro a continuación - es muy breve. Sin embargo, su trascendencia es enorme ya que contiene lo suficientemente delimitadas algunas de las líneas fundamentales de lo que será el desarrollo de la historia norteamericana posterior :

"En el Nombre de Dios, Amén. Nosotros, cuyos nombres figuran en la parte inferior del escrito, los súbditos leales de nuestro amado y soberano Señor, el rey Jacobo, por la gracia de Dios, de Gran Bretaña, Francia e Irlanda Rey, defensor de la fe, etc, habiendo emprendido, para la gloria de Dios y el avance de la fe cristiana, y el honor de nuestro rey y del país, un viaje para constituir la primera colonia en las zonas norteñas de Virginia, por la presente, solemne y mútuamente, en la presencia de Dios y de los unos ante los otros, pactamos y nos unimos en un cuerpo político civil, para nuestro mejor ordenamiento y preservación, y la consecución de los fines ya señalados ; y en su virtud para poner en funcionamiento, constituir y formar leyes, ordenanzas, actas, constituciones y cargos justos e iguales, de tiempo en tiempo, como deberían ser pensados más adecuados y convenientes para el bien general de la colonia ; prometiendo toda la debida sumisión y obediencia.

En testimonio de todo ello firmamos aquí con nuestros nombres en Cape Cod el 11 de noviembre, en el año del reinado de nuestro Señor soberano, el rey Jacobo de Inglaterra, Francia e Irlanda, el dieciocho, y de Escocia el cuarenta y cuatro. Anno Dom. 1620"

En primer lugar, siguiendo la tradición de la época, los firmantes del Pacto señalaron su lealtad al rey Jacobo, y a continuación de manera convencional indican que han realizado el viaje - cuyo destino inicial era Virginia - con la finalidad de establecer una colonia en la que se glorificara a Dios, se extendiera la fe cristiana y se honrara al rey y a la nación. No hay nada excepcional en este inicio y puede decirse que se corresponde sin grandes modificaciones con otros similares de la época en que se enfatizaba tanto los vínculos con la metrópoli como el deseo de dotar a cada misión colonizadora o conquistadora de una legitimación espiritual. Recordemos que incluso en el caso de España y Portugal, esa legitimación no era autoconcedida por cada nación sino que derivaba de una autoridad espiritual superior.

Sin embargo, una cuestión muy diferente son las líneas que siguen a continuación de la declaración de los primeros principios. Lejos de hacer referencia a una dependencia institucional de la Corona o al traslado del modelo social europeo a tierras americanas, los peregrinos se comprometen a construir una nueva entidad política en virtud de un pacto social libre y concluido por todos. El concepto, sin duda, se asienta en algunas de las tradiciones reformadas más importantes que, finalmente, volverán a hacer acto de presencia durante el período de la Revolución americana. Sin embargo, quizá lo más interesante sea la manera en que los peregrinos conciben que se desarrollará de manera concreta ese pacto. Éste implica, en primer lugar, la puesta en funcionamiento de un sistema legislativo ("leyes, ordenanzas, actas, constituciones") y ejecutivo ("cargos") establecido por períodos ("de tiempo en tiempo") y concebido sobre la base del "bien general".

En otras palabras, el sistema estamental del Antiguo Régimen europeo no es censurado directamente - de hecho, se reconoce la sumisión al monarca -pero en la colonia es sustituido por un sistema político electivo, pactado por todos, destinado al bien general y dotado de facultades legislativas y de gobierno. Dentro de una monarquía estamental - que en un par de décadas entrará en guerra con el Parlamento por sus arbitrariedades - se acababa de constituir por un acto de voluntad popular un sistema que podría calificarse de pre-democrático. Sin embargo, de la mentalidad del Pacto iban también a derivar otras consecuencias que cambiarían la Historia, que modelarían el devenir futuro de los Estados Unidos y que no serían tan positivas.

Después del desembarco

La vida de los primeros peregrinos no resultó en absoluto fácil. Ya algunos habían perdido la vida durante la travesía y el primer invierno en tierra fue realmente terrible. De los 103 que desembarcaron en las costas del nuevo continente, 51 fallecieron durante el primer invierno. Sin duda, las condiciones eran difíciles pero buena parte de la responsabilidad por aquel desastre derivaba de los propios colonos que ni se habían equipado con un mínimo de sensatez para establecerse en los nuevos territorios ni tampoco tenían unos conocimientos rudimentarios que se lo permitieran. Con toda seguridad, de no haber recibido la ayuda generosa y desinteresada de los indígenas, no hubieran podido sobrevivir en aquella tierra. La actitud de los indios constituyó, por lo tanto, una auténtica bendición para ellos. No puede, sin embargo, decirse lo mismo de las consecuencias que aquellos actos tuvieron para los aborígenes. Es más que posible que de haberlas previsto hubieran dejado morir a los colonos ingleses sin mover un dedo en su ayuda.

Desde un principio, los recién llegados no tuvieron ningun problema en hacerse con tierras pero muy pronto quedó de manifiesto que el hambre que tenían de ellas era insaciable. Para los indígenas las consecuencias fueron terribles porque al expolio material se unieron pronto males aún mayores. El primero fue la llegada de nuevas enfermedades como la viruela. William Bradford, que sería elegido gobernador de la colonia de Plymouth, describió con tonos muy realistas la manera en que una epidemia de esta enfermedad provocó la muerte de un elevado número de indios que "murieron muy miserablemente". Las consecuencias que Bradford sacó de aquel episodio no pudieron ser, sin embargo, más iluminadoras :

"muy pocos se salvaron, incluyendo el gran saquem... y casi todos sus amigos y familiares... por la maravillosa bondad y providencia de Dios, ni uno solo de los ingleses cayó tan enfermo o en la menor medida fue tocado por esta enfermedad"

Los indios habían muerto en masa y los ingleses, no. Detrás de semejante catástrofe para unos y suerte para otros, en opinión de Bradford, sólo podía verse la mano de Dios favoreciendo a los colonos. Precisamente, el primer gobernador de Massachusetts escribiendo en 1634 acerca de una epidemia similar que había tenido efectos desastrosos sobre los indios señalaba :

"en cuanto a los nativos, han muerto casi todos de viruela, de manera que el Señor nos ha facilitado el dominio de lo que poseemos"

Acababa de nacer la teoría del Destino manifiesto al que habían sido llamados los colonizadores, una teoría que enseñaba la existencia de un llamado especialmente providencial para los pobladores anglosajones del Norte y que, de manera bastante directa, legitimaba la expansión territorial fueran cuales fueran sus costes para las poblaciones autóctonas. Porque muy pronto quedó de manifiesto que los colonos no iban a contentarse con la desaparición de los indígenas merced sólo a las plagas que, presuntamente, Dios derramaba sobre ellos. Estaban más que dispuestos a colaborar con la tarea del Creador exterminando directamente a los indios.

En 1636, fue encontrado muerto en Block Island un tal John Oldham, al que se había expulsado de la colonia de Plymouth. Nunca estuvo muy claro quien lo había asesinado pero, de entrada, los colonos dieron muerte a más de una docena de indios que se hallaban cerca de la escena del crimen. Pese a todo, el jefe de los Narragansetts ofreció investigar quiénes podían haber sido los culpables y castigarlos. Con tal finalidad envió a 200 guerreros a Block Island para dar con los supuestos asesinos de Oldham. Se equivocaba al no comprender que los colonos sólo estaban buscando una excusa para exterminar a toda la población aborigen. Así comenzó la denominada guerra de los Pequots que concluyó con la aniquilación casi total de éstos sin excluir a ancianos, mujeres y niños. El mismo William Bradford describió de manera bastante realista los sentimientos de entusiasmo que aquel episodio despertó en los colonos :

"Fue una terrible visión contemplarlos friéndose en el fuego y los ríos de sangre que apagaban éste, y lo horrible que eran la peste y el olor que salían ; pero la victoria pareció un dulce sacrificio, y dieron la alabanza por ello a Dios, que había actuado de una manera tan maravillosa en su favor, encerrando a sus enemigos en sus manos y dándoles una victoria tan rápida sobre un pueblo tan orgulloso e insolente"

Como señalaría John Robinson a William Bradford, lo más penoso de aquel episodio no era que los indios hubieran sido exterminados de manera totalmente injustificada por los padres peregrinos sino que no habían tenido la suerte de aceptar la fe de sus enemigos antes de que éstos acabaran con ellos :

"¡Oh, qué felíz cosa hubiera sido si hubieras convertido a algunos antes de matar a cualquiera de ellos !"

Las excepciones a este proceso general - en el que pronto se realizó el primer ensayo de guerra química al entregar a los indios mantas contaminadas con viruela para que murieran con más rapidez - fueron muy escasas y, a diferencia de lo sucedido en Iberoamérica con Las Casas y otros defensores de los indios, jamás contaron con respaldo oficial. Así, por ejemplo, el bautista Roger Williams tuvo que alejarse de los demás colonos para fundar un enclave en el que ni se asesinara a los indígenas ni se persiguiera a nadie por denunciar aquellas atrocidades. Pero nunca estuvo bien visto por el resto de los colonizadores. En cuanto a los cuáqueros de Pensilvania, los creadores del primer ente político dotado de tolerancia hacia todas las creencias, fueron los únicos colonos blancos que insistieron, pese a la concesión regia, en pagar a los indios las tierras que ocupaban y también resultaron los firmantes del único tratado con los pieles rojas que jamás fue violado. Sin embargo, cuando perdieron la mayoría en la asamblea de Pensilvania, el nuevo gobierno no tardó en enzarzarse en una guerra de expansión contra los indios.

Para multitud de etnias aquellos primeros pasos de los conquistadores anglosajones en el continente fueron el final. Sin embargo, vistos desde una perspectiva histórica, se trataban sólo del principio. En los siglos siguientes, las tribus indígenas de América del norte - con las que jamás se produjo un mestizaje - desaparecieron por docenas o fueron diezmadas y recluidas en reservas. No debería extrañar que, según su propia confesión, Hitler inspirara parte de la política nazi seguida contra los judíos en el ejemplo de la mantenida por los norteamericanos contra los indios. En ambos casos se perseguía el exterminio de una raza con fines de expansión territorial y económica y en ambos casos se tenía la convicción de obedecer a un destino providencial y racialmente superior.

En ese sentido, el Pacto del Mayflower cambió radicalmente la historia. Implicó, por un lado, la firme decisión de constituir el embrión de lo que serían unas instituciones representativas que acabarían confluyendo en el establecimiento de una democracia. Sin embargo, significó asimismo la convicción - rara vez sacudida por cualquier evidencia moral contraria - de que los colonos de América del Norte disfrutaban de una ayuda especial de la Providencia en la realización de sus propósitos. Finalmente, implicó la legitimación de una forma de actuar que adjudicó al oponente, aunque fuera involuntario, el carácter de enemigo satanizado y candidato al exterminio.

Precisamente por estas razones, la historia de América - y con ella la del mundo - se transformó radicalmente a partir del Pacto del Mayflower y también resulta incomprensible sin hacer una referencia a él.


Tomado de "Textos que cambiaron la historia" (C. Vidal, Planeta)
 
Veamos "otra" forma de entender las cosas

Isabel la Católica:
“Concedidas que nos fueron por la Santa Sede Apostólica las islas y la tierra firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue la de tratar de inducir a sus pueblos que abrazaran nuestra Santa Fe Católica y enviar a aquellas tierras religiosos y otras personas doctas y temerosas de Dios para instruir a los habitantes en la Fe y dotarlos de buenas costumbres poniendo en ello el celo debido; por ello suplico al Rey, mi señor, muy afectuosamente, y recomiendo a mi hija la princesa y a su marido, el príncipe, que así lo hagan y cumplan y que éste sea su fin principal y que en él empleen mucha diligencia y que no consientan que los nativos y los habitantes de dichas tierras conquistadas y por conquistar sufran daño alguno en sus personas o bienes, sino que hagan lo necesario para que sean tratados con justicia y humanidad y que si sufrieren algún daño, lo repararen.”


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Artículo publicado en la revista española Tiempo

ISABEL, ¿SANTA O VILLANA?

César Vidal (historiador protestante)

Acusada de intolerante, racista y sucia, Isabel la católica vuelve a ser noticia una vez más gracias a la publicación de varias biografías que se ocupan de ella y por el relanzamiento de su causa de beatificación. Sin embargo, ¿cómo fue realmente Isabel la Católica?

“Isabel y Fernando el espíritu impera…” cantaba uno de los himnos más conocidos del Frente de juventudes. De esa manera, el régimen nacido de la guerra civil proclamaba su deseo de vincularse con las tradiciones nacionales más gloriosas. Por añadidura, la Falange había convertido en símbolo suyo – siguiendo la opinión del socialista Fernando de los Ríos – el yugo y las flechas de la regia pareja. La utilización que el régimen de Franco hizo de los Reyes Católicos facilitaría la tarea de todos aquellos que sentían por otras razones una especial repulsión hacia su legado y deseaban denigrarlo. Los enemigos de la memoria relacionada con los Reyes Católicos han ido históricamente de los republicanos a los islamistas pasando por los separatistas vascos y catalanes que siempre han lamentado la tarea de reunificación nacional consumada – que no iniciada – por Isabel y Fernando. Sobre estas razones políticamente correctas, se ha ido labrando un cúmulo de leyendas especialmente contrarias a la reina de Castilla tachándola de sucia, intolerante, fanática y racista. No cabe duda de que semejante cuadro ha calado en un sector importante de la opinión pública fácil de manipular y ayuno de conocimiento histórico. Sin embargo, la realidad es que ninguno de esos mitos resiste la más elemental confrontación con las fuentes históricas. Empecemos por la leyenda relativa a una Isabel que no se cambiaba nunca de camisa aunque ésta apestara. Lo que nos enseñan las fuentes es que precisamente Isabel era una mujer de pulcritud sorprendente para su época y que se esforzó por hacer extensivas al conjunto de la población sus normas de conducta acentuadamente higiénica. De hecho, no deja de ser significativo que los informes de los médicos de la corte que han llegado hasta nosotros señalan su especial preocupación “por la higiene de los alimentos”. De igual manera es sabido hasta qué punto se vio afectada porque su hija Juana, en su locura, se negaba a cambiarse con frecuencia de ropa interior.

No menos difícil de sostener es la acusación de racista lanzada sobre Isabel. No sólo fue Isabel la principal inspiradora de las Leyes de Indias que convertían a los indios americanos en súbditos de pleno derecho frente a las codicias de no pocos sino que además el número de judíos que trabajaron para ella antes y después del Edicto de Expulsión fue muy numeroso. Nombres de gente de estirpe judía como Pablo de Santa María, Alonso de Cartagena, el inquisidor Torquemada, fray Hernando de Talavera, Hernando del Pulgar, Francisco Alvarez de Toledo o el padre Mariana entre otros muchos son muestra de hasta qué punto Isabel no fue nunca racista. De hecho, en sus últimos días el artesano que se ocupaba de atender algunas de sus necesidades como la de fabricar ratoneras era un moro por el que sentía un gran aprecio. Si las fuentes nos muestran realmente algo no es que Isabel fuera racista – algo que no podría decirse de ilustrados como Voltaire o de socialistas como Lenin y Stalin – sino que carecía de cualquier tipo de prejuicio racial a la hora de defender a sus súbditos o de asignar cargos en la función pública. Este tipo de ataques contra Isabel ha intentado sostenerse sobre todo en episodios como la Expulsión de los judíos y el final de la Reconquista. A medio milenio de distancia, nadie dudaría que la expulsión de los judíos significó un conjunto de dolorosísimos dramas humanos. Sin embargo, en su época la acción distó mucho de tener esa connotación tan negativa. Las fuentes históricas nos muestran no sólo que la medida fue precedida por otras similares en naciones como Inglaterra, Francia o Alemania sino que incluso fue saludada con aprecio en Europa porque, a diferencia de lo ocurrido en otras naciones, los Reyes Católicos no actuaron movidos por el ánimo de lucro. En su momento, la decisión estuvo además relacionada con el proceso de Yuçé Franco y otros judíos que confesaron haber matado a un niño en la localidad de la Guardia en un remedo blasfemo de la Pasión de Jesús y, muy especialmente, con los intentos de ciertos sectores del judaísmo hispano por traer de vuelta a la fe de sus padres a algunos conversos. Actualmente, los historiadores tienden a considerar el caso del niño de la Guardia como un fraude judicial pero lo cierto es que en aquella época las formalidades legales se respetaron escrupulosamente y este hecho, unido a la gravedad del crimen, provocó una animadversión en la población que, en apariencia, sólo podía calmarse con la expulsión de un colectivo odiado. Por otro lado, Isabel se preocupó personalmente de que no se cometieran abusos en las personas y haciendas de los judíos expulsados como se puso de manifiesto en la Real de provisión de 18 de julio de 1492 que velaba por evitar y castigar los maltratos que ocasionalmente habían sucedido en algunas poblaciones como la actual Fresno el Viejo. Por si fuera poco, durante los ciento cincuenta años siguientes, la innegable hegemonía española en el mundo no llevó a nadie a pensar que la expulsión de los judíos hubiera sido un desastre – habría que esperar a la Edad contemporánea para escuchar esa teoría – y, desde luego, difícilmente se hubiera podido sostener que el episodio había sido más grave que otros similares realizados en otras naciones europeas. Aún más fácil de comprender resulta el final de la Reconquista. Que ésta era deseada y concebida como un movimiento de liberación de los invasores islámicos es algo que ya contemplamos en el siglo VIII en fuentes como la Crónica mozárabe de 754. Semejante visión se continuaría a lo largo de casi ocho siglos en que distintos monarcas – desde Alfonso III de León a Sancho el mayor de Navarra – se autotitularían “rey de España” en un afán de reconstruir la unidad perdida y de expulsar a un enemigo despiadado. Que los Reyes católicos, tras reunir los territorios de Castilla y Aragón, ambicionaran concluir el proceso reconquistador era lógico y, desde luego, no chocaba con las trayectorias de otros monarcas anteriores. Con todo, la lucha contra el reino nazarí de Granada no fue provocada por ellos sino por la ruptura de los pactos previos por parte del rey moro y por las incursiones de agresión que los musulmanes desencadenaron contra las poblaciones fronterizas. No se trataba, desde luego, de una lucha meramente religiosa sino también nacional y no deja de ser significativo que cuando se supo que Granada había capitulado los judíos danzaran para celebrarlo ya que también ellos habían sido víctimas de la intolerancia musulmana.

Sin embargo, la grandeza – grandeza difícilmente negable – de Isabel de Castilla descansa no en el hecho de que los ataques contra ella sean de escasa consistencia. Por el contrario, como han dejado sólidamente de manifiesto las biografías debidas a Luis Suárez y a Tarsicio Azcona, Isabel fue una reina verdaderamente excepcional en lo político, en lo humano y en lo espiritual mostrándose en multitud de ocasiones muy adelantada a su tiempo. Por ejemplo, supo comprender el efecto pernicioso que sobre la economía ejercía la subida de impuestos y prefirió la austeridad presupuestaria al incremento de la presión fiscal. Asimismo fue enemiga resuelta de las conversiones a la fuerza y así lo dejó expresado en la Real cédula de 27 de enero de 1500. Además, en agudo contraste con la figura de su hermanastro y antecesor Enrique IV el Impotente, Isabel fue partidaria de una adjudicación de funciones públicas que no derivara del favor real sino de los méritos del aspirante. Esa circunstancia basta por sí sola para explicar buena parte de los méritos de gestión del reinado y, especialmente, el deseo que Isabel tenía de que las mujeres pudieran recibir una educación académica similar a la de los hombres. Como ella misma diría “no es regla que todos los niños son de juicio claro y todas las niñas de entendimiento obscuro”.

Aún más notable es el aspecto humanitario de la personalidad de la reina que contrasta de manera muy acusada con el espíritu de la época. Por ejemplo, cuando en 1495 tuvo noticia de que Colón había traido de América indígenas a los que había vendido, dispuso que se procediera a su búsqueda y se les pusiera en libertad con cargo a las arcas del reino. Así efectivamente se hizo. Este episodio – y otros similares – explican que el presidente norteamericano Eisenhower la denomina “campeona de la libertad de los pueblos” y que su sucesor Lyndon B. Johnson apoyara la colocación de una estatua en su honor en la rotonda del Capitolio de Washington.

Aunque fue una excelente mujer de estado que en no pocas ocasiones superó a su astuto marido – por ejemplo, en el impulso a la gesta americana – Isabel no dejó jamás de mostrar una profunda preocupación por la suerte de los más débiles y desfavorecidos. Baste decir al respecto que es a ella a quien hay que atribuirle el establecimiento de las primeras indemnizaciones y pensiones para viudas y huérfanos de guerra – una disposición tomada después de la guerra civil de Castilla cuando las arcas del tesoro estaban exhaustas – o la creación de los primeros hospitales de campaña durante la guerra de Granada. Todas estas características bastarían para considerarla una reina excepcional – como ciertamente lo fue – y para disipar las campañas que en contra de su persona se han ido sumando a lo largo de los siglos pero no serían suficientes para dar fundamento a la postulación de su beatificación. Ésta se apoya en otros aspectos que, no obstante, también son verificables históricamente como puede ser su ejemplaridad de vida o, de manera muy especial, su celo por la expansión del Evangelio por encima de cualquier otra consideración. En ese sentido debe señalarse que el descubrimiento y la posterior colonización de América son incomprensibles sin una mención cualificada a las causas espirituales expresadas desde el primer momento por Isabel la católica y recogidas en diferentes documentos de la época.

En realidad, la figura de Isabel fue muy estimada en su época y abundan los testimonios de españoles y extranjeros que la tuvieron por una mujer no sólo excepcional sino tocada por la gracia de la santidad. De hecho, los ataques contra su persona procedieron exclusivamente de enemigos que temían lo que representaba e históricamente se han caracterizado por su falacia. Así, el rey Alfonso de Portugal – temeroso de no poder descuartizar Castilla y apoderarse de ella – la acusó de no estar casada con Fernando y de ser meramente una concubina, madre de hijos bastardos. En la actualidad, los ataques contra Isabel arrancan o bien de una clara ignorancia histórica – como muestra la leyenda de su camisa sucia – o de una repugnancia ante sus logros excepcionales. Los enemigos de la institución monárquica, los partidarios de desgajar la unidad nacional que ella restauró en compañía de su esposo Fernando, los adversarios de que la sociedad se vea impregnada por valores cristianos o los que se niegan a contemplar la amenaza que implica el islam para occidente pueden contemplarla como un blanco que debe ser abatido. En contra de esa visión marcada profundamente por el sectarismo se hallan los testimonios de la época y las opiniones favorables de personajes de la talla de Washington Irving, W. T. Walsh, William Prescott Ludwig Pfandl, Marcel Bataillon, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Ortega y Gasset o los mencionados presidentes de Estados Unidos entre muchos otros. Al final, como sucede con tantas otras cuestiones, sobre el frío y documentado análisis histórico prevalece la lucha política.
 
Otros aspectos de este asunto

Algunos mitos protestantes
Sobre la supuesta "ignorancia bíblica" de los tiempos medievales.

La obra Sección I del Griego del Nuevo Testamento, que facilita en sus cursos de lenguas bíblicas la entidad protestante s.e.u.t. (Seminario Evangélico Unido de Teología, ligado a la Iglesia Evangélica Española y a la Iglesia Española Reformada Episcopal), no se centra en la lengua griega, como sería de esperar, sino que incursiona en el terreno de la exégesis y de la historia al exponer algunos de los principios "exegéticos" de la pseudo-reforma protestante, así como al enseñar sin rubor los mitos de la historiografía "reformada". Vamos a ver cómo esta obra maestra de manipulación ideológica carece de base científica y bíblica.

Mito primero

Se trata de la supuesta ignorancia de los pueblos de Europa en materia bíblica antes de la pseudo-reforma protestante, tal y como se afirma en la lección 34 de la Sección I (pág. 5.8), donde se dice a propósito de la Edad Media, la "Edad de las tinieblas", que dicha ignorancia se debía a estar escrita la Biblia "sólo en idiomas antiguos, como el latín y el griego. La Biblia estaba sólo disponible, mayormente, en latín, y el hombre corriente de entonces no estaba más versado en latín que el operario de una fábrica de Ford en la actualidad"; y "un poco antes de la Reforma, algunos comenzaron a traducir la Biblia a lenguas europeas (...) a pesar de la terrible oposición y persecución".

Parece imposible mayor número de falsedades en tan pocas líneas.

Vamos por partes:

1) La Edad Media comienza en el siglo V d.C., a contar desde el año de la caída de Roma. En dicha época la mitad occidental del antiguo imperio romano, dominada por los bárbaros, hablaba latín y disponía de una excelente versión de la Biblia: la Vulgata de San Jerónimo; la mitad oriental del imperio, que sobrevivió hasta que los turcos conquistaron Constantinopla en el siglo XV, hablaba griego y podía leer en esa lengua tanto en Nuevo Testamento como el Viejo (este último en varias versiones, como la de los LXX); de suerte que en la Edad Media el pueblo tenía un conocimiento amplísimo de las Escrituras.

2) La Biblia se traducía a las lenguas vernáculas muchos siglos antes de la pseudo-reforma de Lutero, Calvino y compañía, pues:

a) Los santos católicos Cirilio y Metodio tradujeron la Biblia al búlgaro antiguo en el siglo IX, ¡en plena Edad Media, la "Edad de las tinieblas"! (cf. Lengua y Literatura Latinas I, autores varios, UNED, Madrid, 1986, pág. 32, e Iniciación a la fonética, fonología y morfología latinas, José Molina Yébenes, Publicacions Universitat de Barcelona: Barcelona 1993, pág. 4); así, los búlgaros podían leer la Biblia en su lengua.

b) El obispo Ulfilas (arriano, no católico), evangelizador de los godos de Dacia y Tracia, tradujo la Biblia al gótico pocos años antes de que San Jerónimo acabara la Vulgata, de suerte que cuando llegaron las "tinieblas" medievales ¡los godos podían leer la Biblia en su lengua materna! (cf. José Molina Yévenes, op. cit., pág. 5; Esteban Torre, Teoría de la traducción literaria, Ed. Síntesis, 1994, pág. 24, y UNED, op. cit., pág. 32).

c) El monje católico Beda el Venerable tradujo al anglosajón o inglés antiguo el Evangelio de San Juan poco antes de su muerte, acaecida en el año 735, o sea: ¡en plena Edad Media, "la Edad de las tinieblas"! (cf. Esteban Torre, op. cit., pág. 24).

d) El gran historiador Giuseppe Riciotti, autor de obras meritísimas como Vida de Jesucristo (Ed. Luis Miracle, Barcelona 1978) e Historia de Israel (Ed. Luis Miracle, Barcelona 1949), nos informa en su introducción a la Sagrada Biblia de que, en Italia, "la Biblia en lengua vulgar era popularísima en los siglos XV y XVI", y de que "desde el siglo XIII se poseen" traducciones italianas de la Biblia, aunque "se trata de traducciones parciales", es decir, aunque se trata de traducciones de los libros sagrados más memorables y accesibles, pues a nadie, excepción hecha de unos cuantos eruditos, le interesaba, p. ej., el elenco interminable y fastidiosísimo de las genealogías del libro de los Números (tomado de sì sì no no, n. 70, abril 1998, pág. 7).

e) La obra Historia de la Literatura I (Antigua y Medieval) (autores varios, UNED, Madrid, 1991, pág. 103) nos informa de lo siguiente tocante a las versiones castellanas de la Biblia: "hallamos en el siglo XIII otro grupo de obras formado por las traducciones de la Biblia que se realizaron en este periodo. Ya en la primera mitad del siglo nos encontramos con el primer texto conservado que se incluye en este grupo: la Fazienda de Ultramar. Pese a que algunos han querido retrasar su redacción hasta mediados del siglo XII, no parece, por su lengua, que fuere escrita en fecha tan temprana. No es una simple versión de la Biblia. Contiene, junto a la propia traducción (realizada, al parecer, no directamente de la Vulgata sino de una traducción latina del siglo XII efectuada sobre los textos hebreos), otra serie de materiales: descripciones geográficas, relatos tomados de la antigüedad clásica... Parece que pretende ser una especie de guía para los peregrinos que viajaban a Tierra Santa. Mediante estas traducciones de la Biblia se consiguió que personas que sabían leer en su propia lengua pudiesen recibir más directamente las enseñanzas religiosas. Las versiones eran también aprovechadas para lectura en voz alta realizada en grupos reducidos. La Iglesia española de la época no era muy partidaria de las Biblias romances, y de hecho en el Concilio de Tarragona de 1233 llegó a prohibir su lectura. Pese a ello la traducción de las Escrituras no fue abandonada, se desarrolló ampliamente a lo largo del siglo XIII y las Biblias romanceadas fueron leídas incluso por los reyes de la época".

Está claro: mucho antes de Calvino y Lutero, el pueblo castellano leía la Biblia en su lengua. La enorme extensión de las traducciones castellanas muestran que el derecho prohibitivo del Concilio Tarraconense o no se aplicó o enseguida cayó en desuso. Dicha decisión conciliar tenía su explicación: antes de autorizar la lectura de una versión había que mirar si acaso estaba bien hecha, sin falseamientos del texto sagrado. La escasa calidad literaria de las versiones junto con el aditamento de otros materiales no era de lo más a propósito para alejar toda sospecha; pero no se persiguió a nadie por traducir la Biblia al castellano, lo cual es muy significativo.

f) "La Edad Media presenció el florecimiento en Francia de un gran número de traducciones de la Sagrada Escritura a todas las lenguas y dialectos de Oc y de Oil [para todas las antiguas versiones francesas nos remitimos a: P. C. Chauvin, La Bible depuis ses origines jusqu'à nos jours]. Se poseen algunas que se remontan al siglo XII e incluso a finales del XI. En el siglo XIII, la Universidad de París presentó una traducción de ambos Testamentos que hizo ley durante mucho tiempo. Con todo, aparecieron otras versiones francesas, particularmente en el siglo XIV. Una de ellas, la de Guyart Desmoulins, de finales del siglo XIII pero actualizada tocante al estilo, se imprimió desde 1478 en cuanto al Nuevo Testamento, y en su totalidad en 1487" (Daniel Raffard de Brienne, Traductor, Traditor. Les nouvelles traductions de l'Écriture Sainte, en la revista Lecture et Tradition, julio-agosto de 1986).

Lutero se jactaba de haber sido el primero en traducir la Biblia al alemán, pero ya el heresiarca Calvino le recordó que dicho honor no le pertenecía; en efecto, sabemos que el fraile editó en 1522 el Nuevo Testamento, y en 1532 lo restante, y que "se ha dicho de esta versión, con gran falta de verdad histórica, que era la primera versión alemana en lengua vernácula, cuando para entonces sólo en Alemania había catorce versiones en lengua erudita y cinco en lengua corriente. Además había muchas versiones parciales, como del Nuevo Testamento, de los Salmos... (cf. Janssen: Geschichte des deutschen Volkes seit dem Ausgang des Mittelalters, 8 vv., Friburgo, 1883-1893, tomo I, pág. 51)" (Francisco J. Montalbán, S.I., Los Orígenes de la Reforma Protestante, Razón y Fe, Madrid 1942, pág. 129).

g) El gran historiador Ricardo García-Villoslada nos informa también de las versiones germánicas de la Biblia antes de Lutero: "Muchos opinan que la obra principal de Martín Lutero en su vida fue la traducción de la Sagrada Escritura al idioma de su pueblo. No cabe duda que la versión vernácula de la Biblia y la divulgación de la misma, ofreciéndola como única norma de fe, jugó un papel importantísimo en la fundación y establecimiento de la Iglesia luterana. Exagerando sus méritos, por otra parte innegables, solía repetir que en la Iglesia, antes de él, nadie conocía ni leía la Biblia (Tischr. 3795 III 690; ibid., 6044 V 457 y otros muchos lugares). Hoy el lector se ríe de tan injustas aseveraciones, dictadas por la pasión. Recuérdese lo que dijimos de la lectura de la Biblia cuando Fr. Martín era novicio en Erfurt. Francisco Falk ha contado no menos de 156 ediciones desde la invención de la imprenta hasta 1520 (F. Falk, Die Bibel am Ausgange des Mittelalters [Maguncia 1905] 24). Sebastián Brant comienza su conocido poema Nave de los locos (1494) con estos versos: `Todos los países están hoy llenos de Sagrada Escritura -y de cuanto atañe a la salud de las almas-, de la Biblia', etc. Traducciones alemanas de toda la Sagrada Escritura existían no pocas antes de Lutero, por lo menos catorce en alto alemán y cuatro en bajo alemán, sin contar las versiones parciales, salterios, evangeliarios, etc. En el siglo XIV se hizo en Baviera una traducción total, que el impresor alsaciano Juan Mentelin hizo estampar en Estrasburgo en 1466, y que con algunas modificaciones fue reimpresa trece veces antes de que apareciese la de Lutero, llegando a ser como una Vulgata alemana, según Grisar. (Puede consultarse la gran edición de W. Kurrelmeyer, Die erste deutsche Bibel [Tubinga 1903-15], 10 tomos con el texto primigenio y las correcciones de las 13 ediciones posteriores. Véase también W. Kurrelmeyer, The Genealogy of the Prelutheran Bibles, en The Journal of Germanic Philology, 3,2 [1900] 238-47; W. Walter, Die Deutsche Bibel: übersetzung des Mittelalters, Braunschweig 1889-92)" (García-Villoslada, Martín Lutero, BAC, Madrid 1976, t. II, pág. 399).

h) También se puede mencionar la traducción de la Biblia, en la Edad Media, a otras lenguas indoeuropeas, como el armenio (cf. UNED, op. cit., pág. 30 y Molina Yébenes, op. cit., pág. 4), hecha en el siglo V, ¡el siglo en que comienza la "Edad de las tinieblas"!

Con lo dicho hasta ahora es suficiente para demoler uno de los mitos de la historiografía protestante: la tremenda ignorancia en punto a la Biblia en que la malvada Iglesia Católica mantenía a los pueblos cristianos medievales.

Mito segundo

En la Edad Media "la mayoría de las personas no sabían leer ni escribir. Así que estaban `a oscuras' por lo que respecta a toda clase de conocimiento, ya que no podía ser comunicado" (Lección 34 de la Sección I, pág. 5.8).

¡Esto es genial! ¿Dónde debió estudiar historia el autor? ¿En un cursillo televisivo de la BBC?

Veamos lo que nos dice sobre este asunto esa ciencia llamada Historia: "En la Edad Media, como en todas las épocas, el niño va a la escuela. Por lo general, es la escuela de su parroquia o del monasterio más cercano. En efecto, todas las iglesias tienen una escuela: a ello obliga el Concilio de Letrán de 1179, y en Inglaterra, país más conservador que el nuestro, todavía puede verse la iglesia junto a la escuela y el cementerio. Muchas veces son fundaciones señoriales las que garantizan la instrucción de los niños; Rosny, una pequeña aldea a orillas del Sena, tenía desde comienzos del siglo XVIII una escuela que había fundado hacia el año 1200 su señor Gui V Mauvoisin. Otras veces se trata de escuelas exclusivamente privadas; los habitantes de un poblado se asocian para mantener a un maestro que toma a su cargo la enseñanza de los niños. (...)También los capítulos de las catedrales estaban sometidos a la obligación de enseñar dictada por el Concilio de Letrán (Nota 1: En cada diócesis, dice Luchaire, aparte de las escuelas rurales o parroquiales que ya existían... los capítulos y los principales monasterios tenían sus escuelas, su personal de profesores y alumnos. La societé française au temps de Philippe Auguste, pág. 68). El niño entraba en ellas [en las escuelas] a los siete u ocho años de edad, y la enseñanza que preparaba para los estudios universitarios se extendía a lo largo de una década, lo mismo que hoy, de acuerdo con los datos que proporciona el abad Gilles el Muisit. Varones y niñas estaban separados; para las niñas había establecimientos particulares, tal vez menos numerosos, pero donde los estudios alcanzaban a veces niveles muy altos. La abadía de Argenteuil, donde se educó Eloísa, proporcionaba el aprendizaje de la Sagrada Escritura, letras, medicina y hasta cirugía, aparte del griego y el hebreo, que introdujo Abelardo. En general, las escuelas daban a sus alumnos nociones de gramática, aritmética, geometría, música y teología, que les permitían acceder a las ciencias que se estudiaban en la Universidad; algunas incluían alguna enseñanza técnica. La Histoire Littéraire menciona como ejemplo la escuela de Vassor en la diócesis de Metz, donde al mismo tiempo que aprendían la Sagrada Escritura y las letras, los alumnos trabajaban el oro, la plata y el cobre (Nota 2: L. VII, c. 29; registrado por J. Guiraud, Histoire partiale, histoire vraie, pág. 348). (...) En esta época los niños de las diferentes clases sociales se educaban juntos, como lo atestigua la conocida anécdota que presenta a Carlomagno irritado contra los hijos de los barones, que eran perezosos, contrariamente a los hijos de los siervos y los pobres. La única distinción que se hacía era la de la retribución, dado que la enseñanza era gratuita para los pobres y de pago para los ricos. Veremos que esa gratuidad podía prolongarse mientras duraran los estudios y también extenderse al acceso al título, puesto que el ya mencionado Concilio de Letrán prohíbe a las personas cuya función era dirigir y controlar las escuelas `que exijan a los candidatos al profesorado una remuneración para que se les otorgue el título'. Por otra parte, en la Edad Media había poca diferencia en la educación que recibían los niños de diferente condición; los hijos de los vasallos más humildes se educaban en la mansión señorial junto a los del señor, los hijos de los burgueses ricos estaban sometidos al mismo aprendizaje que el del más humilde artesano si querían atender a su vez el comercio paterno. Ésta es sin duda la razón por la cual hay tantos grandes de origen humilde: Suger, que gobernó Francia durante la cruzada de Luis VII, era hijo de siervos; Maurice de Sully, el obispo de París que hizo construir la iglesia de Nôtre-Dame, nació de un mendigo; San Pedro Damián fue porquero en su infancia, y Gerbert d'Audrillac, una de las luces más fulgurantes de la ciencia medieval, fue también pastor; el papa Urbano VI era hijo de un zapatero de Troyes, y Gregorio VII, el gran Papa de la Edad Media, de un pobre cabrero. A la inversa, muchos grandes señores son letrados cuya educación no debió diferir en mucho de la de los clérigos: Roberto el Piadoso componía himnos y secuencias latinas; Guillermo IX, príncipe de Aquitania, fue el primero de los trovadores; Ricardo Corazón de León nos dejó poemas, lo mismo que los señores de Ussel, de Baux y muchos otros; para no hablar de casos más excepcionales como el del rey de España Alfonso X" (Régine Pernoud, A la luz de la Edad Media, Ed. Juan Granica, Barcelona 1988, págs. 115-118).

Todo lo anterior, pura historia, nos presenta un cuadro de la Edad Media muy distinto del dibujado por la mitología protestante: la instrucción era vastísima, todo el mundo tenía acceso al conocimiento de las Escrituras, y la cultura era gratuita para los pobres (lo contrario de lo que ocurre en nuestro mundo protestantizado). ¿Dónde están, pues, las "tinieblas" medievales? Tan sólo en la mente de los mitógrafos protestantes.
 
Vaya, menudo montón de peroratas.
Así que Lutero no tradujo la Biblia al aleman ya que no era necesario.
Así que en el 1200 ya habian escuelas para los niños. ¿Todos?
No dudo que alguna de las cosas que citas sean parcialmente verdades, pero ya cuidó de solucionarlo el concilio de Trento prohibiendo la lectura que no fuese en latín, lengua desconocida por el pueblo llano. Me pregunto el como era posible que la mayoría de los señores feudales eran analfabetos con tantas y tan buenas escuelas.
En cuanto a las leyes de Isabel de Castilla puede que las promulgase, pero ya cuidaron de anularlas aquellos que tenían que seguirlas. La realidad en la America bajo dominación castellana, la herencia que les dejaron a los indígenas está a la vista de quien desee verlo. Los conquistadores no eran racistas. Eso es cierto, aceptaban en su cama a las nativas de buen ver. En cuanto a los llamados mestizos son perfectamente considerados por los pura sangres descendientes de castilla.
Lo que nos has relatado (de donde lo has copiado) no deja de ser historia ficción.
Lo curiso es: ¿Quien o quienes han tenido interes en desprestigiar a Isabel de Castilla y por que? Fueron los protestantes? ¿Los exterminados?
Así, que, según el panfleto que nos (repito) endilgado los nativos de los pueblos conquistados mediante las armás no fueron reducidos a la esclavitud? Nunca existió la esclavitud en aquellos pueblos.
¿Tambien es cierto que la primera nación que se levanto contra la trata de esclavos fueron los Estados Vaticanos y no la protestante Inglaterra?. ¿Fué inspirada en el catolicismo y no en el protestantismo? ¿Acaso eso fue un invento protestante? ¿Que bien no?
En la muy católica España, ¿sabes cuando se creo la primera escuela obligatoria para todos los niños? ¿La de los esculapios que incluso enseñaban equitación a los niños del arroyo?
¿Sabes lo primero que hicieron los misioneros metodistas en Barcelona y en donde se implantaron?. Escuelas para los niños siguiendo una tradición (¿católica?) ¿Por que no investigas cuando se implantan las escuelas católicas para los niños de clases sociales bajas en España? Si lo haces sabras el porque. Aunque deberas excluir a Jesuitas y Esculapios que solo se dedicaron a las clases dirigentes.
Pretendes olvidarte que la historia que citas solo trata de unas determinadas clases sociales y nunca habla de la callada tragedia de los pueblos.
En mi aportación hable de la historia de los pueblos y no de las elites que lo mal gobernaban.

Cultura-ficción, no Luis.