Re: Preguntas dificiles de responder!
Aunque no soy teólogo, como veterano y asiduo lector de la Biblia me ha interesado considerar tu propuesta.
La Biblia no se contradice; en todo caso, es nuestro limitado conocimiento lo
que nos hace ver aparentes contradicciones.
Lo que ella declara, pues, sobre la piedad de Job, es demasiado concluyente
como para abrigar cualquier duda al respecto. A mayor brevedad, nos basta
con leer el primer versículo del libro, y el último capítulo. Para afirmar el alto
concepto de Job que mantiene consistentemente toda la Sagrada Escritura,
todavía podemos leer Ezequiel 14:14,20 y Santiago 5:11.
Establecida escrituralmente la piedad de Job, su atribuida impiedad sólo puede ser aparente. Es atrayente el método para deshacer la trama.
En primer lugar, hemos de reparar que en el texto de Pr. 10:24 no aparece el
nombre de Job. Una dificultad real sería si en ese versículo leyéramos al final
del mismo: “como a Job”. Pero sabemos que no lo dice ni sugiere. Pero sí es
cierto que las palabras son casi las mismas a las proferidas por Job en 3:25. Es este un caso de evidencia circunstancial, donde la prueba está presente,
sin que por ello haya que concluir que sea verdad lo que sólo parece serlo.
Aquí es apropiado el mandato del Señor Jesús en Juan 7:25: “No juzguéis
según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”.
Cuando el versículo de Job y el de Proverbios no se juntan - para evitar que el
uno encandile al otro -, sino que son vistos en su propia perspectiva, se desvanece toda preocupación.
En Job 3:25, hemos de advertir que lo que dice pertenece a su pasado que
ahora lo ha alcanzado con toda la tragedia que le ha sobrevenido. En cambio,
el versículo que precede y el que sigue corresponden a su presente (así en el
texto hebreo transliteral del v.26: “No tengo paz, y no tengo calma, y no tengo reposo...”. Aunque Job fuese muy piadoso y lo más distante que se
pudiese pensar de un impío, era un ser humano falible y conocedor de la
fragilidad y flaquezas propias de la naturaleza heredada de Adán. Tanto él
como cuantos piadosos cristianos han disfrutado por largo tiempo de la bendición de Dios, saben que ella no está bajo nuestro control ni nos es posible dotarla de la cualidad de la permanencia. Que la misma desventura que él vio sobrevenir a otros (a quienes socorrió en su necesidad) le pudiese
acontecer a él, era algo tan indeseable como factible. Su piedad, inclusive, la
hacía trascender hacia sus hijos, aunque por supuesto no pudiera transferirla.
Así que diariamente se tomaba el trabajo de presentar a sus hijos ante el trono
de la gracia. Su discernimiento e inteligencia espiritual se hace patente en ese
temor de perder tantos bienes logrados. Por contraste, a mayor bendición,
mayor es también el temor al daño de pasar a perder lo que ahora se disfruta.
Quienes como Job, han visto su vida bendecida con la prosperidad familiar y
material, aspiran por mantener su status que parece seguir generando paz y
solaz con el paso de los años. Por el contrario, los que nacieron en la pobreza
y se criaron, crecieron y vivieron siempre en medio de necesidades de toda
índole, suspiran por una vuelta de timón en sus vidas que les permita por fin
disfrutar la salud, paz, felicidad y comodidades que nunca conocieron. Mientras estos últimos sueñan felices con la dicha que les es esquiva, aquellos padecen pesadillas de perderla.
Finalmente, conviene interpretar esa declaración de Job emitida de en medio
de su gran dolor, a la luz de su entendimiento despertado por el hablar de Dios: “Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía” (42:3).
Ahora sí podemos pasar a Pr. 10:24: “Lo que el impío teme, eso le vendrá, pero a los justos les será dado lo que desean”. Lo primero que se nos ocurre,
es que este versículo no es un compendio de toda la teología bíblica. O sea,
que aunque es palabra divinamente inspirada como toda la Escritura, es desde
Gn.1:1 a Ap.22:21 que hallamos el marco adecuado para interpretarlo debidamente. La gran verdad que declara, no es absoluta ni aislada, como si la calamidad que sobreviene a una persona sea suficiente prueba de su impiedad, y el deseo plenamente cumplido en otra lo sea de su piedad. Por el contrario, el gran dilema en el libro de Job (y algunos Salmos) es la vida sosegada y próspera de los impíos, en contraste con todos los sinsabores que sufren los justos.
Sabemos por el Salmo 37 y otros pasajes, que este misterio se desvela al final
del camino de los justos y los impíos. Así, Pr. 10:24 no solamente coincide en
su primera parte con los temores de Job, sino en la segunda también con la
restitución de la prosperidad de Job en doble medida.
La gran diferencia entre los temores de los que son pasibles los justos y
víctimas los impíos, es que los primeros confían en Dios y mantienen la
esperanza, mientras los otros su incredulidad los ciega y sume en desesperación.
Por todo lo visto, coincido contigo en que la pretendida impiedad de Job en
una impropia aplicación del proverbio, lo es sólo en apariencia.
Confieso que cuando joven el punto me preocupó; pero con estas reflexiones,
si no alcanzo a convencerte, por lo menos confío en que avalarás el esfuerzo.
Ricardo.