Pragmatismo: su naturaleza egoísta

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24 Enero 2001
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PABLO MARTÍNEZ VILA

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En cierta ocasión, estando en Galicia, una periodista se me acercó al final de una conferencia para una breve entrevista. « ¿El cristianismo funciona?», me preguntó con sinceridad. Debió de observar un gesto de sorpresa en mí, porque me repitió la misma pregunta hasta dos veces más con otras palabras: «¿de qué sirve?, ¿qué resultados podéis dar a la sociedad?».


Lo cierto es que nunca antes me habían planteado la validez del cristianismo en estos términos. Mis esquemas de apologética se movían por unas coordenadas diferentes, más teóricas. Han pasado ya casi 15 años desde aquella conversación, pero las preguntas de aquella joven periodista no se me han borrado nunca más. Fue mi primer contacto «en directo» con una ideología -el pragmatismo- que ha llegado a convertirse en uno de los ídolos de la sociedad actual.

La mentalidad pragmática, resumida de manera formidable en sus tres preguntas, se acerca a la realidad con una preocupación central: ¿funciona o no funciona?, ¿para qué sirve? No se pregunta: « ¿es bueno o malo?», « ¿verdad o mentira?», « ¿moral o inmoral?». De esta forma, lo ético queda supeditado a lo útil, los principios a los resultados. E1 rasero para evaluar una situación, ideología o persona es que «funcione». Este es uno de los dioses seculares de hoy. Sus manifestaciones afectan a muchas áreas de la vida diaria; deja ver su rostro en muchos programas de televisión, en las conversaciones, de la calle, en la prensa, incluso en la iglesia. Debemos descubrir los elementos más peligrosos del pragmatismo, peligrosos no sólo para la fe del creyente, sino incluso para la convivencia social.

Sólo así podremos responder adecuadamente.

Vamos a considerar tres aspectos (en tres diferentes artículos): en primer lugar, la naturaleza del pragmatismo, cuáles son sus características (egoísta, hedonista y materialista); en segundo lugar, los resultados; y, por último, cuál es la alternativa cristiana a este dios secular.

LA NATURALEZA EGOISTA DEL PRAGMATISMO

Esta ideología tiene varios rasgos distintivos que la definen. En primer lugar, está centrada en mis necesidades. El «yo» es el eje alrededor del cual giran mis decisiones. Es, por tanto, una filosofía profundamente egoísta. "Sólo quiero lo que necesito", sería su resumen. «Si no lo necesito, no lo quiero».


A primera vista, esta actitud puede parecer inofensiva, sobre todo en el campo material. Incluso podría favorecer un estilo de vida más sencillo, menos consumista. Pero sus implicaciones son muy negativas cuando se aplican al campo de las relaciones personales.

Veamos dos ejemplos muy frecuentes en nuestros días.

El primero en el ámbito de la familia. Muchos jóvenes razonan así: ¿Para qué necesito casarme cuando es mucho más práctico, rápido y cómodo juntarse? Ello explica el aumento espectacular de la cohabitación en los países «pragmáticos», por ejemplo en la Comunidad Europea. «Si nos juntamos y funciona, ¿qué más necesitamos?», « ¿para qué nos sirven las iglesias, los juzgados, los testigos o las firmas?». Esta forma de pensar es ideología pragmática pura, aun cuando la mayoría de estos jóvenes ni siquiera han oído esta palabra en su vida. Puesto que los principios quedan supeditados a mi necesidad y mi comodidad, prescindo de todo lo que a mí no me es útil.

Otro ejemplo en una línea parecida. Crece el número de mujeres que tienen un hijo sin vivir -ni pretender vivir jamás- con el padre de este hijo. «¿Para qué aguantar a un hombre toda la vida si no lo necesito más que para darme el hijo? Una vez me lo ha dado, ya no me es útil, ya no lo necesito». Conmociona saber que, en Inglaterra, él mayor crecimiento en el porcentaje de nacimientos se da en este tipo de situación: madres solteras que deliberadamente: deciden tener un hijo prescindiendo por completo de su futuro padre.

¿Y qué diremos del varón que después de unos pocos años de matrimonio decide abandonar a su esposa porque «ahora ya no la necesito, la vida tiene etapas; mi mujer me fue útil en una etapa de mi vida, pero ahora ya no»? Me confesaba una joven esposa, en medio de una situación así: «Me siento como una lata de Coca Cola: Deséchese después de usada». Vemos, pues, las consecuencias devastadoras del pragmatismo en las relaciones personales.

En el área espiritual descubrimos el mismo enfoque en muchos de nuestros contemporáneos. Les hablas del evangelio y su respuesta es: «Esto está muy bien para ti, pero yo no necesito a Dios». «Yo estoy bien sin Dios, vivo cómodo, no necesito una religión. Simplemente no la necesito».

Recuerdo el caso de un joven que, en apariencia, se convirtió y poco después se bautizó en una iglesia evangélica. De forma un tanto inesperada, al cabo de unos tres años, abandonó la iglesia y, lo que es peor, su fe en Dios. A1 preguntarle por su decisión, respondió fríamente: «Dios no me solucionó los problemas, no me ha servido de nada. Aún peor, desde que voy a la iglesia tengo más problemas que antes. Un Dios que no me soluciona mis problemas es un Dios que no me sirve y, por tanto, no lo necesito».

Estos diversos ejemplos nos muestran el fondo descarnado del pragmatismo: un egoísmo a ultranza donde la satisfacción y la realización del ego priman por encima de todo. La persona se mueve por la vida según sus necesidades propias: «Si no te necesito -sea Dios, la esposa u otros -entonces no me interesas».

Pragmatismo: su naturaleza hedonista

El pragmatismo busca una satisfacción inmediata de cualquier necesidad o deseo. Esta es su segunda característica (la primera, el egoísmo, se vió en el artículo de la semana anterior) . En este sentido entronca de lleno con la corriente hedonista, otro de los grandes dioses seculares. Su actitud ante la realidad se resume con la pregunta «¿por qué no ahora?». Estas personas no pueden esperar, no quieren esperar. Así pues, el pragmatismo no sólo está centrado en el yo, sino también en el aquí y el ahora. La célebre frase de los epicúreos latinos -«carpe diem», vive el día- podría ser su lema. El mañana y el futuro no importan.


Esta forma de pensamiento, en último término originada en el filósofo alemán Max Scheler, sigue el principio de la no frustración. Su énfasis esta en que todo deseo debe ser satisfecho de inmediato porque el aplazamiento de la satisfacción produce frustración y la frustración es la negación de la felicidad.

Muchos padres en Norteamérica siguieron este principio durante más de 20 años en la educación de sus hijos. El «experimento pedagógico» terminó con un célebre «mea culpa» de quienes propusieron este sistema. Pidieron perdón públicamente en un programa de televisión a los padres por haber influido decisivamente en la forja de una generación de jóvenes que no sabían lo que significaban palabras como «esperar» o «más tarde». La pérdida de estos valores condujo a consecuencias sociales nefastas que comentaremos después.

Ahora veamos dos ejemplos prácticos de esta filosofía

El primero tornado del campo económico: el sistema de venta a plazos
. En el siglo XIX cada uno compraba lo que necesitaba cuando había ahorrado el dinero necesario. La venta a plazos es un invento del siglo XX. Hoy compramos lo que necesitamos -y lo que no necesitamos- a crédito, incitados por una propaganda apetitosa y eficaz fundada en el imperio de los sentidos. El producto nos entra por los ojos, por los oídos -músicas «pegajosas»-, hasta por el olfato y por el tacto, y se nos hace irresistible. No podemos esperar. Los expertos en marketing conocen bien la importancia de los sentidos a la hora de provocar un impulso casi irrefrenable de comprar. Y ahí surge la «maravilla» de la venta a plazos que permite la compra inmediata del producto; uno no tiene que esperar a reunir todo el dinero, se lo puede llevar ya. La otra parte de la historia, los créditos impagados, los embargos y los subsiguientes dramas personales o familiares, todo esto se procura silenciar o minimizar.

Algo parecido -o peor- ocurre con las tarjetas de crédito. Para algunas personas, el llamado «dinero de plástico» puede llegar a ser una auténtica trampa. En su uso desordenado e impulsivo han comenzado a gestar su ruina económica y, a veces, también personal. La tarjeta de crédito es un símbolo por antonomasia del pragmatismo porque permite la satisfacción inmediata del deseo sin pensar, «Es que no hay que pensar a la hora de satisfacer el deseo. Pensar tiene que ver con el futuro, y lo que importa sólo es el ahora», diría el pragmático.

No se me malentienda con estos ejemplos. No estoy diciendo que comprar a plazos o usar la tarjeta de crédito sea malo en sí mismo. En absoluto. A veces es un mal menor y otras veces incluso es un bien porque permite el acceso a productos de primera necesidad; por ejemplo, casi nadie podría comprar una vivienda sin el sistema de plazos y créditos. Lo que no es correcto es comprar de forma impulsiva para satisfacer simplemente el deseo o la «necesidad» del momento.

Otro ejemplo que ilustra esta realidad es la publicidad que recibimos por correo; suele incluir esta conclusión: «si usted responde antes de x días (el plazo es siempre muy corto), tendrá un premio extra». La idea del experto en marketing es que contestes sin pensar. Una vez se ha generado el deseo, es importante no dar lugar a la reflexión. Con ello se garantiza que funcionará el «reflejo pragmático», es decir, la satisfacción sin demora del deseo.

Uno de los ejemplos más claros lo encontramos en el terreno de la sexualidad. Según una amplia encuesta realizada simultáneamente en varios países de la Comunidad Europea, la edad promedio de inicio de las relaciones sexuales se sitúa hoy en los 17 años. Hace sólo 30 años estaba en los 22. Ha bastado una generación para un cambio espectacular. Hasta tal punto es así, que este fenómeno está creando un problema importante de salud pública y social: el embarazo de adolescentes ha crecido en proporciones alarmantes. Claro que para solucionarlo se recurre a otra herramienta propia del pragmatismo: el aborto, considerado, al fin Y al Cabo, Una «simple» interrupción voluntaria del embarazo.

¿Dónde está la razón para este cambio? Los jóvenes hoy, en general, no saben esperar. ¿Esperar?, ¿para qué?, ¿por qué? Es el argumento de muchos de ellos. Aldous Huxley, en su célebre libro Un mundo feliz, dice textualmente: No dejes para mañana la diversión que puedas tener hoy. Son muchas las personas que, sin saberlo, están aplicando en sus vidas la ideología «fantástica» de Huxley, antes considerada una utopía y ahora hecha realidad. Es simplemente la aplicación del pragmatismo a la vida diaria.


Pablo Martínez Vila ejerce como médico psiquiatra en Barcelona (España), donde también colabora como anciano en una iglesia bautista. Además es presidente honorario de los GBU y presidente de la Alianza Evangélica Española, y un conocido conferenciante y expositor bíblico en España y otros países.

© P. Mnez. Vila, revista Andamio (GBU), España 2004, ProtestanteDigital
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