Por qué Jesús no asiste a los campos de batalla donde se dan escenas de matanza

JuandelaCruz

Miembro senior
2 Febrero 2024
239
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En plena guerra mundial se realizó la película Civilización (1916), cuya trama incluye la aparición de Jesús asistiendo a los fallecidos y en escenas que muestran los horrores de la guerra, con el objetivo de convencer al rey de la ficticia nación de Wredpryd de que firme la paz. En este mensaje, recibido el 2 de noviembre de 1916, el propio Jesús explica por qué eso es pura fantasía.

Las escenas en las que fui representado (en la película «Civilización») son, por supuesto, criaturas de la imaginación, y tienen como objetivo inculcar en los observadores de esas escenas la creencia o el pensamiento de que, debido a mis enseñanzas de paz y buena voluntad para con los hombres, yo necesariamente estaría interesado en aquellas cosas que violan mis enseñanzas y, en consecuencia, me hallaría presente en los campos de batalla y destrucción de la vida humana. Y podrá sorprenderos que os diga que no visito esos escenarios, porque mi misión como espíritu no es ayudar a aquellos que caen en la batalla y vienen al mundo de los espíritus como resultado de la destrucción y el asesinato de seres humanos por la guerra.

Hay muchos espíritus cuya labor es cuidar de quienes son introducidos tan repentinamente en el mundo de los espíritus, ayudarles a darse cuenta de sus nuevas condiciones y conducirles al conocimiento de que ya no son mortales. Estos espíritus están especialmente designados para este trabajo, consuelan a los espíritus desafortunados y les ayudan a recuperarse del impacto de su violenta y repentina transformación. Este trabajo es de tipo concreto, o sea, la labor de ayudar a esos espíritus a tomar posesión de sus facultades espirituales, independientemente de la cuestión de si son aptos para el cielo o para el infierno. En otras palabras, ellos trabajan para que la llegada de esos espíritus esté lo más libre que se pueda de los terrores que tal transformación repentina podría causar. Esta obra es una labor necesaria, y forma parte del plan del Padre para el bienestar y la felicidad de Sus hijos, sin tener en cuenta el hecho de que ellos no conozcan Su Amor y misericordia.

Pero mi trabajo es diferente. Me ocupo sólo de las almas de los hombres, independientemente de su condición espiritual, es decir, de la condición del espíritu como mero espíritu. En el campo de batalla las almas de los hombres generalmente no están abiertas a la influencia de mis enseñanzas, y mi labor no se halla entre los físicamente muertos, sino entre los vivos que se encuentran en ese estado de equilibrio mental y del alma tal como para recibir las influencias de mis sugerencias y amor. No; el campo de batalla no es mi lugar de trabajo, y la matanza de hombres y la carnicería de la guerra no me atraen ni me brindan las oportunidades de hacer la gran labor para cuya realización estoy liderando a los espíritus que conocen la realidad y la necesidad del Amor Divino.

Sí que estoy interesado en la paz de la humanidad y el amor de un hermano hacia otro, y mis enseñanzas en la tierra y en el mundo del espíritu se dan con el propósito de lograr esa paz. Pero las guerras de las naciones o el odio de las batallas nunca desembocarán en traer la paz simplemente por los horrores y la desolación que brotan de tales guerras y batallas. Los hombres ya podrán pensar que cuando la humanidad contemple esas escenas de destrucción también las verá con tal horror y espanto que nunca más habrá guerra, que de ello se seguirá sólo la paz y que para siempre quedará como la herencia de los hombres. Pero os digo que en esto se equivocan, porque al cabo de unos pocos años todas esas cosas se olvidarán y entonces, siendo los corazones de los hombres los mismos, con todo el odio y la envidia y la ambición que había en los corazones y mentes de los que fueron responsables de las guerras ya olvidadas, esas escenas se repetirán, y quedará demostrado el hecho de que los hombres son de los mismos deseos y mentes carnales.

Mientras los hombres permanezcan en su condición de pecado y cuenten sólo con lo que algunos podrían llamar la hermandad del hombre para refrenarles de buscar satisfacer sus ambiciones o gratificar sus deseos de castigar daños imaginados, se producirán guerras, y los horrores de tales conflagraciones reaparecerán sobre la faz de la tierra. Los hombres gritarán paz, paz, pero el mundo no conocerá paz ninguna, y el pobre hombre sufrirá la recurrencia de los resultados del funcionamiento de su naturaleza maligna.

Y por tanto podéis entender que no estoy tan interesado en que la paz llegue al hombre como resultado de los horrores de la guerra, como lo estoy en que llegue como el indefectible resultado de la transformación de los corazones y las almas de los hombres, del pecado, a la pureza, y del amor meramente natural, al Amor Divino, porque cuando este último Amor esté en las almas de los hombres no desistirán de la guerra y el odio, ni dejarán de ser satisfechos los apetitos carnales a causa de los horrores que puedan acompañar a estas cosas, sino debido al Amor que existe en sus almas, que no permitirá guerras. El Amor gobernará y los hombres olvidarán el odio y todas las cosas que ahora forman parte de su existencia misma. Mi trabajo es cambiar a los hombres, desde el hombre caído, al poseedor del Amor Divino.

Además, estoy tratando de enseñar a los hombres el hecho de que originalmente poseían un amor que, en estado puro, les alejaría de esas cosas de odio y guerra, y que su única salvación, aparte de la posesión del Amor Divino, es obtener nuevamente este amor puro –el amor natural purificado–. Pero por extraño que a algunos les pueda parecer, más difícil le resulta a un hombre recuperar el estado de purificación de su amor natural que obtener esa mayor purificación que viene con la posesión del Amor Divino. Veo que pueden pasar muchos siglos antes de que el hombre llegue a ese estado de purificación de su amor natural que le permitirá decir que, debido a su amor, no puede volver a haber guerras y debe reinar la paz. Y de ahí la gran necesidad de que sepa que sólo con la llegada del Amor Divino vendrá la imposibilidad de la guerra y la lucha, individual y nacionalmente.

Por eso cuando se escribe o representa en imágenes que estoy en los campos de batalla tratando de mostrarle a la humanidad los horrores de la guerra, o que estoy llorando por la matanza de hombres, tales escritos o representaciones no son veraces. Mi misión es llegar a las almas de los hombres como individuos y orientarlas hacia el Amor del Padre, y mi llanto o dolor surge toda vez que los hombres no escuchan la voz que llega a todos ellos, que les llama a orientarse hacia el Padre y Vivir.

Poca importancia tiene un cadáver comparado con un alma muerta, ¡y hay tantos que pasan al mundo de los espíritus trayendo consigo sus almas muertas! Cuando los cadáveres yacen en los campos de matanza, sé que allí no hay nada que necesite de mi ayuda o simpatía, y las almas que abandonan esos cuerpos no están en condiciones, en ese momento, de prestar atención a mis cuidados o de considerar su futura existencia.

Así que ya veis que no hay ninguna razón por la que yo deba visitar los campos de batalla o tratar de ayudar a esos espíritus recién nacidos, como cabe que los describa. No; Jesús, el hermano mayor, no es el médico de los cuerpos destrozados o heridos ni de las almas que en el momento de su llegada arriban al mundo espiritual llenas de odio y antagonismo.

La muerte física, a la vista de la eternidad, no es un tan importante momento, y aunque sé que para el mortal común y corriente es uno de los más trascendentales de su existencia, como digo, tiene comparativamente poca importancia. Pero, ¡oh, la importancia de la muerte del alma y la gran necesidad de esforzarse por despertar esa alma a la vida!

El campo de batalla en el que el alma libra su lucha es más grande y terrible en sus aspectos y evidencias de matanza y destrucción que el campo de batalla que ahora está destruyendo los cuerpos físicos de tantos seres humanos. El mundo entero es el campo de batalla de la lucha del alma, y con sólo que los hombres pudieran ver los resultados igual que ven los resultados de la guerra que ahora sacude a toda la tierra, entenderían que no es la gran guerra la que está causando que tantas almas muertas entren al mundo de los espíritus.

Con todo mi amor y bendiciones, soy vuestro hermano y amigo, Jesús.
 
Con todo mi amor y bendiciones, soy vuestro hermano y amigo, Jesús.
Mire "señor Jesús" se ha expresado bonito, pero el Jesús de las Escrituras me ha enseñado que el mundo entero está bajo el maligno, no porque le ha sido delegada ninguna responsabilidad, sino porque el mundo entero lo prefiere.

Y sabemos que el diablo es homicida desde el principio, y padre de mentira, cuyo propósito es buscar atacar la mente de Cristo en sus redimidos para que pongan sus ojos en otro "Jesus" como el de las películas y ciencia ficción.

Saludos junegofe.

 
En plena guerra mundial se realizó la película Civilización (1916), cuya trama incluye la aparición de Jesús asistiendo a los fallecidos y en escenas que muestran los horrores de la guerra, con el objetivo de convencer al rey de la ficticia nación de Wredpryd de que firme la paz. En este mensaje, recibido el 2 de noviembre de 1916, el propio Jesús explica por qué eso es pura fantasía.

Las escenas en las que fui representado (en la película «Civilización») son, por supuesto, criaturas de la imaginación, y tienen como objetivo inculcar en los observadores de esas escenas la creencia o el pensamiento de que, debido a mis enseñanzas de paz y buena voluntad para con los hombres, yo necesariamente estaría interesado en aquellas cosas que violan mis enseñanzas y, en consecuencia, me hallaría presente en los campos de batalla y destrucción de la vida humana. Y podrá sorprenderos que os diga que no visito esos escenarios, porque mi misión como espíritu no es ayudar a aquellos que caen en la batalla y vienen al mundo de los espíritus como resultado de la destrucción y el asesinato de seres humanos por la guerra.

Hay muchos espíritus cuya labor es cuidar de quienes son introducidos tan repentinamente en el mundo de los espíritus, ayudarles a darse cuenta de sus nuevas condiciones y conducirles al conocimiento de que ya no son mortales. Estos espíritus están especialmente designados para este trabajo, consuelan a los espíritus desafortunados y les ayudan a recuperarse del impacto de su violenta y repentina transformación. Este trabajo es de tipo concreto, o sea, la labor de ayudar a esos espíritus a tomar posesión de sus facultades espirituales, independientemente de la cuestión de si son aptos para el cielo o para el infierno. En otras palabras, ellos trabajan para que la llegada de esos espíritus esté lo más libre que se pueda de los terrores que tal transformación repentina podría causar. Esta obra es una labor necesaria, y forma parte del plan del Padre para el bienestar y la felicidad de Sus hijos, sin tener en cuenta el hecho de que ellos no conozcan Su Amor y misericordia.

Pero mi trabajo es diferente. Me ocupo sólo de las almas de los hombres, independientemente de su condición espiritual, es decir, de la condición del espíritu como mero espíritu. En el campo de batalla las almas de los hombres generalmente no están abiertas a la influencia de mis enseñanzas, y mi labor no se halla entre los físicamente muertos, sino entre los vivos que se encuentran en ese estado de equilibrio mental y del alma tal como para recibir las influencias de mis sugerencias y amor. No; el campo de batalla no es mi lugar de trabajo, y la matanza de hombres y la carnicería de la guerra no me atraen ni me brindan las oportunidades de hacer la gran labor para cuya realización estoy liderando a los espíritus que conocen la realidad y la necesidad del Amor Divino.

Sí que estoy interesado en la paz de la humanidad y el amor de un hermano hacia otro, y mis enseñanzas en la tierra y en el mundo del espíritu se dan con el propósito de lograr esa paz. Pero las guerras de las naciones o el odio de las batallas nunca desembocarán en traer la paz simplemente por los horrores y la desolación que brotan de tales guerras y batallas. Los hombres ya podrán pensar que cuando la humanidad contemple esas escenas de destrucción también las verá con tal horror y espanto que nunca más habrá guerra, que de ello se seguirá sólo la paz y que para siempre quedará como la herencia de los hombres. Pero os digo que en esto se equivocan, porque al cabo de unos pocos años todas esas cosas se olvidarán y entonces, siendo los corazones de los hombres los mismos, con todo el odio y la envidia y la ambición que había en los corazones y mentes de los que fueron responsables de las guerras ya olvidadas, esas escenas se repetirán, y quedará demostrado el hecho de que los hombres son de los mismos deseos y mentes carnales.

Mientras los hombres permanezcan en su condición de pecado y cuenten sólo con lo que algunos podrían llamar la hermandad del hombre para refrenarles de buscar satisfacer sus ambiciones o gratificar sus deseos de castigar daños imaginados, se producirán guerras, y los horrores de tales conflagraciones reaparecerán sobre la faz de la tierra. Los hombres gritarán paz, paz, pero el mundo no conocerá paz ninguna, y el pobre hombre sufrirá la recurrencia de los resultados del funcionamiento de su naturaleza maligna.

Y por tanto podéis entender que no estoy tan interesado en que la paz llegue al hombre como resultado de los horrores de la guerra, como lo estoy en que llegue como el indefectible resultado de la transformación de los corazones y las almas de los hombres, del pecado, a la pureza, y del amor meramente natural, al Amor Divino, porque cuando este último Amor esté en las almas de los hombres no desistirán de la guerra y el odio, ni dejarán de ser satisfechos los apetitos carnales a causa de los horrores que puedan acompañar a estas cosas, sino debido al Amor que existe en sus almas, que no permitirá guerras. El Amor gobernará y los hombres olvidarán el odio y todas las cosas que ahora forman parte de su existencia misma. Mi trabajo es cambiar a los hombres, desde el hombre caído, al poseedor del Amor Divino.

Además, estoy tratando de enseñar a los hombres el hecho de que originalmente poseían un amor que, en estado puro, les alejaría de esas cosas de odio y guerra, y que su única salvación, aparte de la posesión del Amor Divino, es obtener nuevamente este amor puro –el amor natural purificado–. Pero por extraño que a algunos les pueda parecer, más difícil le resulta a un hombre recuperar el estado de purificación de su amor natural que obtener esa mayor purificación que viene con la posesión del Amor Divino. Veo que pueden pasar muchos siglos antes de que el hombre llegue a ese estado de purificación de su amor natural que le permitirá decir que, debido a su amor, no puede volver a haber guerras y debe reinar la paz. Y de ahí la gran necesidad de que sepa que sólo con la llegada del Amor Divino vendrá la imposibilidad de la guerra y la lucha, individual y nacionalmente.

Por eso cuando se escribe o representa en imágenes que estoy en los campos de batalla tratando de mostrarle a la humanidad los horrores de la guerra, o que estoy llorando por la matanza de hombres, tales escritos o representaciones no son veraces. Mi misión es llegar a las almas de los hombres como individuos y orientarlas hacia el Amor del Padre, y mi llanto o dolor surge toda vez que los hombres no escuchan la voz que llega a todos ellos, que les llama a orientarse hacia el Padre y Vivir.

Poca importancia tiene un cadáver comparado con un alma muerta, ¡y hay tantos que pasan al mundo de los espíritus trayendo consigo sus almas muertas! Cuando los cadáveres yacen en los campos de matanza, sé que allí no hay nada que necesite de mi ayuda o simpatía, y las almas que abandonan esos cuerpos no están en condiciones, en ese momento, de prestar atención a mis cuidados o de considerar su futura existencia.

Así que ya veis que no hay ninguna razón por la que yo deba visitar los campos de batalla o tratar de ayudar a esos espíritus recién nacidos, como cabe que los describa. No; Jesús, el hermano mayor, no es el médico de los cuerpos destrozados o heridos ni de las almas que en el momento de su llegada arriban al mundo espiritual llenas de odio y antagonismo.

La muerte física, a la vista de la eternidad, no es un tan importante momento, y aunque sé que para el mortal común y corriente es uno de los más trascendentales de su existencia, como digo, tiene comparativamente poca importancia. Pero, ¡oh, la importancia de la muerte del alma y la gran necesidad de esforzarse por despertar esa alma a la vida!

El campo de batalla en el que el alma libra su lucha es más grande y terrible en sus aspectos y evidencias de matanza y destrucción que el campo de batalla que ahora está destruyendo los cuerpos físicos de tantos seres humanos. El mundo entero es el campo de batalla de la lucha del alma, y con sólo que los hombres pudieran ver los resultados igual que ven los resultados de la guerra que ahora sacude a toda la tierra, entenderían que no es la gran guerra la que está causando que tantas almas muertas entren al mundo de los espíritus.

Con todo mi amor y bendiciones, soy vuestro hermano y amigo, Jesús.

No eres amigo de nadie y eso es pura fantasía y ese no es Jesús, el que murió por todos, sino el trabajo de un falso profeta, para seguir confundiendo a los creyentes, alejando al verdadero Jesús y su salvación.​