Diez Razones por Las Que Estamos Confudidos
por Marcelo Laffitte
Con el pastor Rubén Bayona -un esclarecido cordobés de la localidad de Arguello- venimos sufriendo a dúo por algunas cosas que suceden dentro del amado Pueblo de dios al cual pertenecemos.
Juntos hemos dibujado algunas cosas que deberíamos corregir y que hoy quiero compartir con los lectores del todo el país. Pueda ser que algún día podamos concretar un libro sobre estos temas.
La idea es que analicemos estos puntos para que cada uno aporte lo que esté a su alcance y podamos revertir algunas situaciones que operan en franco desmedro del Evangelio.
Veamos por qué la confusión nos envuelve:
1. Día tras día crece el desapego por la Palabra de Dios y hacemos muy poco para evitarlo. Hombres celosos por la Biblia no aparecen como oradores en la multitud de congresos masivos que hoy se realizan. El hecho de que la gente haya escogido «sentir cosas» y olvidar la Escritura es un síntoma muy serio como para dejarlo pasar. Ya no somos «el Pueblo del Libro». Ahora somos el pueblo de los casetes, los CD (discos compactos) y las radios cristianas.
2. Se pone todo el énfasis en la guerra espiritual contra las potestades del aire y se olvida hacer la guerra contra las pasiones del hombre. El orgullo, el espíritu divisionista, los celos, la inmoralidad, la frivolidad, la apatía, la ambición desmedida y la carnalidad no salen reprendiéndolos como espíritus demoníacos.
3. Seguimos creyendo que todo se hace por ósmosis, que sólo basta viajar y nos venimos con el poder, que con una imposición de manos bajo la plataforma alcanza para convertirnos en los «He-Man» del Evangelio. Seguimos creyendo más en los atajos que en el único método que funciona que es caminar con Dios cada día.
Debemos aprender, de una vez y para siempre, que en el Evangelio de Jesucristo no hay fórmulas mágicas para el crecimiento de la iglesia, ni para el carisma de un pastor ni para los problemas de la gente.
Las mejores fórmulas siguen estando en tu aposento secreto tras cerrar la puerta.
4. Cada vez se pone más el acento en los dones que en el carácter. Y en muchas ocasiones hasta hacemos «la vista gorda» sobre serias fallas en el carácter de algunos predicadores con tal de entretener a la gente con algunos dones muy «taquilleros». Sería bueno que se indague más sobre aquellos que ocupan el púlpito de la iglesia para alimentar a nuestra gente, y no sólo se piense en el público que convocan.
5. No le decimos a la gente que para marchar en pos de la perfección, antes hay que pasar por la cruz. Hay mensajes que no «vender» y los borramos.
Hay sectores de la iglesia que han tomado la trágica determinación de edificar sin santidad, porque la santidad resta gente. Alguien, para no cargar tanto a los hermanos y hermanas en la fe con la santidad, llegó a decir, misericordioso, que «Jesús, no dice que no debemos pecar, sino que no pequemos tanto».
6. Asociamos al Espíritu Santo solamente con poder. Y nos olvidamos muy a menudo que fuimos sellados con él hasta el día de la redención para que se oponga a todo lo injusto y a todo lo que es mentira. Cuando hay poder «en el espíritu», sin santidad, lo que en realidad hay es otro espíritu.
7. Con demasiada frecuencia confundimos exitismo con fe. Muchas veces vamos a un congreso o a una campaña y como probamos que la fe del predicador es la del vencedor. Del que todo lo puede. Del que ha logrado superar todas las pruebas y ha conquistado todas las metas. Nos quedamos con la compra de la carpeta y los casetes, con un montón de apuntes y con un entusiasmo que se termina cuando volvemos a casa y debemos seguir viviendo con miserias de las cuales ni se habló en aquel encuentro. Necesitamos oradores que animen a la gente, pero no por el camino del exitismo, que lo único que logra es que terminemos todos muy confundidos. Precisamente oradores que tengan la grandeza de contar también sus batallas perdidas, evitando de esa forma que muchos se sientan como pobres e inútiles pecadores.
8. Muchas veces creemos que si Dios utiliza poderosamente a un líder será porque el Señor lo aprueba y entonces no importa demasiado si está viviendo en pecado. El pastor brasileño Caio Fabio dice que muchos tienen una versión personal de la Biblia y creen que «las obras y los dones cubrirán multitud de escándalos y pecados». Nos olvidamos que los cristianos somos un todo y que Dios nos contempla cuando estamos en el púlpito y en lo secreto. Predicar bien, arrastrar gente y tener carisma no nos habilita de ninguna manera para no pagar las deudas, ser mujeriegos o hacer cualquier cosa con nuestra vida privada. Hay mucha gente que en lugar de ser cristocéntrica es pastorcéntrica. Y esto es grave.
9. Estamos muy metidos en los templos. Mientras la pasamos bien con nuestros hermanos en la fe y nos deleitamos con buena música entre las cuatro paredes del templo, afuera andan, sin rumbo, las 99 perdidas. No nos damos cuenta que esas paredes impiden escuchar el balido de la oveja, que abandonada y con la pata quebrada, pide que alguien la ayude. La Palabra de Dios dice: «Vosotros sois la sal del mundo». Pero de la única manera en que la sal es útil y efectiva es cuando «sale» del salero. No debemos dejar de congregarnos, pero nuestro objetivo principal debe estar afuera. Debemos tomar conciencia de que el enemigo, la carne y el mundo nos han inoculado una inyección letal. Una inyección de apatía y de comodidad. Y es por esto que la iglesia no crece. Aun cuando, con tanta pobreza y tanto sufrimiento, la Argentina es una tierra pocas veces tan fértil para recibir la semilla del Evangelio. Debemos despertar y levantarnos de una buena vez del confortable sillón de la indiferencia.
10. Nos hemos olvidado que la ida cristiana consiste simplemente en vivir lo que decimos creer, en poner en práctica lo que nos enseña la Biblia, en convertirnos en personas de bien con buen nombre para con los de afuera.
Pero no quiero terminar sin decir dos cosas: primero, doy gracias a Dios porque felizmente quedan muchas iglesias, grandes y pequeñas, donde puede hallarse todavía ese difícil equilibrio entre la alabanza, la adoración, la presencia viva de Dios y la autoridad de la Palabra. Y segundo, veo una lucecita al final de este oscuro túnel que plantean tantas confusiones.
Esa esperanza la veo en muchas personas que se resisten al facilismo y al show y viven con seriedad el Evangelio. Y también en muchas otras que, cansadas de las emociones y los golpes bajos, han decidió volver a la sencillez del Evangelio.
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por Marcelo Laffitte
Con el pastor Rubén Bayona -un esclarecido cordobés de la localidad de Arguello- venimos sufriendo a dúo por algunas cosas que suceden dentro del amado Pueblo de dios al cual pertenecemos.
Juntos hemos dibujado algunas cosas que deberíamos corregir y que hoy quiero compartir con los lectores del todo el país. Pueda ser que algún día podamos concretar un libro sobre estos temas.
La idea es que analicemos estos puntos para que cada uno aporte lo que esté a su alcance y podamos revertir algunas situaciones que operan en franco desmedro del Evangelio.
Veamos por qué la confusión nos envuelve:
1. Día tras día crece el desapego por la Palabra de Dios y hacemos muy poco para evitarlo. Hombres celosos por la Biblia no aparecen como oradores en la multitud de congresos masivos que hoy se realizan. El hecho de que la gente haya escogido «sentir cosas» y olvidar la Escritura es un síntoma muy serio como para dejarlo pasar. Ya no somos «el Pueblo del Libro». Ahora somos el pueblo de los casetes, los CD (discos compactos) y las radios cristianas.
2. Se pone todo el énfasis en la guerra espiritual contra las potestades del aire y se olvida hacer la guerra contra las pasiones del hombre. El orgullo, el espíritu divisionista, los celos, la inmoralidad, la frivolidad, la apatía, la ambición desmedida y la carnalidad no salen reprendiéndolos como espíritus demoníacos.
3. Seguimos creyendo que todo se hace por ósmosis, que sólo basta viajar y nos venimos con el poder, que con una imposición de manos bajo la plataforma alcanza para convertirnos en los «He-Man» del Evangelio. Seguimos creyendo más en los atajos que en el único método que funciona que es caminar con Dios cada día.
Debemos aprender, de una vez y para siempre, que en el Evangelio de Jesucristo no hay fórmulas mágicas para el crecimiento de la iglesia, ni para el carisma de un pastor ni para los problemas de la gente.
Las mejores fórmulas siguen estando en tu aposento secreto tras cerrar la puerta.
4. Cada vez se pone más el acento en los dones que en el carácter. Y en muchas ocasiones hasta hacemos «la vista gorda» sobre serias fallas en el carácter de algunos predicadores con tal de entretener a la gente con algunos dones muy «taquilleros». Sería bueno que se indague más sobre aquellos que ocupan el púlpito de la iglesia para alimentar a nuestra gente, y no sólo se piense en el público que convocan.
5. No le decimos a la gente que para marchar en pos de la perfección, antes hay que pasar por la cruz. Hay mensajes que no «vender» y los borramos.
Hay sectores de la iglesia que han tomado la trágica determinación de edificar sin santidad, porque la santidad resta gente. Alguien, para no cargar tanto a los hermanos y hermanas en la fe con la santidad, llegó a decir, misericordioso, que «Jesús, no dice que no debemos pecar, sino que no pequemos tanto».
6. Asociamos al Espíritu Santo solamente con poder. Y nos olvidamos muy a menudo que fuimos sellados con él hasta el día de la redención para que se oponga a todo lo injusto y a todo lo que es mentira. Cuando hay poder «en el espíritu», sin santidad, lo que en realidad hay es otro espíritu.
7. Con demasiada frecuencia confundimos exitismo con fe. Muchas veces vamos a un congreso o a una campaña y como probamos que la fe del predicador es la del vencedor. Del que todo lo puede. Del que ha logrado superar todas las pruebas y ha conquistado todas las metas. Nos quedamos con la compra de la carpeta y los casetes, con un montón de apuntes y con un entusiasmo que se termina cuando volvemos a casa y debemos seguir viviendo con miserias de las cuales ni se habló en aquel encuentro. Necesitamos oradores que animen a la gente, pero no por el camino del exitismo, que lo único que logra es que terminemos todos muy confundidos. Precisamente oradores que tengan la grandeza de contar también sus batallas perdidas, evitando de esa forma que muchos se sientan como pobres e inútiles pecadores.
8. Muchas veces creemos que si Dios utiliza poderosamente a un líder será porque el Señor lo aprueba y entonces no importa demasiado si está viviendo en pecado. El pastor brasileño Caio Fabio dice que muchos tienen una versión personal de la Biblia y creen que «las obras y los dones cubrirán multitud de escándalos y pecados». Nos olvidamos que los cristianos somos un todo y que Dios nos contempla cuando estamos en el púlpito y en lo secreto. Predicar bien, arrastrar gente y tener carisma no nos habilita de ninguna manera para no pagar las deudas, ser mujeriegos o hacer cualquier cosa con nuestra vida privada. Hay mucha gente que en lugar de ser cristocéntrica es pastorcéntrica. Y esto es grave.
9. Estamos muy metidos en los templos. Mientras la pasamos bien con nuestros hermanos en la fe y nos deleitamos con buena música entre las cuatro paredes del templo, afuera andan, sin rumbo, las 99 perdidas. No nos damos cuenta que esas paredes impiden escuchar el balido de la oveja, que abandonada y con la pata quebrada, pide que alguien la ayude. La Palabra de Dios dice: «Vosotros sois la sal del mundo». Pero de la única manera en que la sal es útil y efectiva es cuando «sale» del salero. No debemos dejar de congregarnos, pero nuestro objetivo principal debe estar afuera. Debemos tomar conciencia de que el enemigo, la carne y el mundo nos han inoculado una inyección letal. Una inyección de apatía y de comodidad. Y es por esto que la iglesia no crece. Aun cuando, con tanta pobreza y tanto sufrimiento, la Argentina es una tierra pocas veces tan fértil para recibir la semilla del Evangelio. Debemos despertar y levantarnos de una buena vez del confortable sillón de la indiferencia.
10. Nos hemos olvidado que la ida cristiana consiste simplemente en vivir lo que decimos creer, en poner en práctica lo que nos enseña la Biblia, en convertirnos en personas de bien con buen nombre para con los de afuera.
Pero no quiero terminar sin decir dos cosas: primero, doy gracias a Dios porque felizmente quedan muchas iglesias, grandes y pequeñas, donde puede hallarse todavía ese difícil equilibrio entre la alabanza, la adoración, la presencia viva de Dios y la autoridad de la Palabra. Y segundo, veo una lucecita al final de este oscuro túnel que plantean tantas confusiones.
Esa esperanza la veo en muchas personas que se resisten al facilismo y al show y viven con seriedad el Evangelio. Y también en muchas otras que, cansadas de las emociones y los golpes bajos, han decidió volver a la sencillez del Evangelio.
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