ALABANZA AL DIOS DE LOS CIELOS Y LA TIERRA
I
Alaben al Señor todas sus criaturas
ya que todas son reflejo de su perfección.
Alaben todas las naciones al redentor,
vislumbren de entre vuestras cenizas
el tesoro eterno del sacrificio de su amor.
II
¡Qué bueno es adorar al Señor,
que nos ha hecho portadores de su amor
a causa de que Él nos amó primero!
Nadie puede amar sin antes primero haber sido amado,
tal como ningún árbol puede dar fruto
sin antes haber sido engendrado del árbol de la Vida.
Dulces frutos ofreceré a mi Señor,
cosecha de su siembra yo soy,
imagen y semejanza soy de mi Dios.
Alabaré al que siempre es el que es desde mis entrañas
y de mi boca rebosarán bendiciones a su santo Nombre,
porque por gracia de su misteriosa y profunda grandeza
ha hecho de su misericordia, que desde siempre ha existido en su corazón,
nuestra luz de salvación para con todos los que en Él creen y confían.
III
Bendito es el Señor, que es tres veces santo,
al que desde siempre los coros celestiales aclaman con misteriosas melodías.
Dícenle: <<Santo, santo, santo es el Dios todopoderoso,
Señor del universo y de todo lo creado,
que desde lo más alto de los cielos hasta lo más profundo del abismo
resuena la trompeta de su palabra.
Temerosa es su grandeza y su justicia,
no dejará al impío sin su merecido,
reclamará la muestra de su cosecha.
¡Pero qué preciosa es su misericordia,
cuán paciente es con los que le desobedecen y lo deshonran!
¡Oh, Señor, ¿quién igualará tu bondad? ¿quién no repartirá tu amor?
¿quién hará callar tu piedad? ¿quién no aclamará tu consuelo?
Porque sólo tú eres Dios, sólo tú eres digno de alabanza,
por los siglos de los siglos tu santo Nombre bendecido es,
himnos eternos son interpretados en los cielos en tu honor
y en la tierra te cantan los que te aman>>.
IV
¿Quién como tú, Señor, que no hay tiempo que limite alabanzas para contigo?
Rendirle culto a Él, he ahí la alegría del justo;
proclamar su Nombre entre los que no le conocen,
he ahí la verdadera gloria;
temerle entre las apetencias del mundo,
he ahí que no se incurre en pecado;
amarle con todo lo que somos,
he ahí su grato perfume;
amarnos como Él nos ha amado,
he ahí que verdaderamente su amor está en nosotros
pues imagen y semejanza de Él somos:
que con el bueno y el malo hacemos
lo mismo que quisiéramos que nos hiciesen,
he ahí que nuestra fe es perfección porque verdadero fruto es,
pues así habla el Señor: <<No importa cuan grande y majestuoso sea vuestro árbol,
si no da frutos o éstos son malos, el árbol se corta y se arroja al fuego>>
¡Pero qué bueno es el Señor, el dueño del campo,
que poda el árbol infértil y lo transforma
en hacedor de dulces frutos por la gracia de su amor y misericordia!.
V
¡Aleluya!, el Señor es con nosotros,
su Santo Espíritu mora en nuestras entrañas.
Luz del mundo somos, herederos de su verdad por Jesucristo;
bendito es el que viene en el nombre del Señor.
Vivirán por siempre las palabras de mi Dios en mi corazón,
gravadas más duras que el diamante están,
más preciosas que el oro más fino son
pues son palabras de vida eterna.
DIOS ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN
I
He pecado, he abandonado a mi Dios,
¡ay de mí, que he pisado las sendas de la muerte y las tinieblas!
Mi alma llora, mi espíritu se apaga,
mis rodillas tiemblan ante la rectitud de tu justicia.
Pero me has dado un privilegio que ni los ángeles tienen,
y es por eso que postro mi ser a tus pies
y confieso que te he fallado, estoy arrepentido,
y por la gracia de tu misericordia y amor imputas de mí el pecado.
II
¿Quién soy yo para decirte, Señor, que me perdones
por todo lo bueno que he hecho?
¿acaso soy más grande que mi Dios,
que mis pecados son impunes por la gracia de mis obras?
¿acaso puedo gloriarme con eso delante de Él?
¿existe alguien que pueda decir: <<Puesto que he cumplido
todo lo que me has mandado hacer, perdóname por todos mis méritos>>?
¿puede mi minúscula estatura hacerle frente
a la grandeza infinita del Señor?.
Él me ama, sólo desea perdonarme,
su corazón es misericordia, sus obras las maquina su amor.
¡Bendito es el Señor, que ha fijado sus ojos en mí
y me ha cargado tiernamente en sus brazos!.
III
Puesto que he perdido a mi padre y a mi madre,
mis hermanos y mi familia,
mis amigos y todas mis compañías,
tan sólo para seguir al Señor,
¿de qué me sirve ganar el mundo entero
si lo estoy perdiendo a Él?
Pues, antes de descubrirle, Él ya me había elegido.
Pasé momentos de gran tristeza y soledad,
me desgarré innumerables veces en los más profundos dolores
tan solo para descubrirle en mi miseria
y conocerle en la esperanza de su amor.
Las flores se marchitan,
el oro y la plata no sirven de nada si no hay precio por ellas,
las palabras se desvanecen en el tiempo
como un grano de sal que se diluye en un océano…
IV
Veo, Señor, tu gloria y poder.
Veo tu grandeza, todo es tuyo,
y me veo yo, sin saber qué darte,
oh, Rey de reyes y Señor de señores.
Veo una multitud de magnates,
alrededor de tu trono dejan finos regalos,
y me veo yo, con las manos vacías sin saber qué darte.
Pero a pesar de todo esto,
a pesar de mi pobreza, eres tú quien me das tus tesoros.
¿Quién soy yo, oh, mi Señor, que haces estas cosas por mí?
Yo sólo soy tu esclavo, un pobre servidor, la nada,
tengo errores y pecados, Dios mío,
no soy digno de ti, mi Señor.
Veo grandes hombres que se postran ante ti y te dan finos regalos;
yo soy la nada, un pobrecillo,
¿quién soy yo para recibir algo de ti, mi Señor?.
Ahora veo a mi alrededor, no hay nadie, solos tú y yo,
y postrado ante ti no tengo nada más que darte,
sólo beso tus pies, mi Dios.
Me levantas con amor y te expreso que te he fallado muchas veces,
pero tú me respondes que adoras mi miseria, mis penas, mi vacío,
porque ves que, cuando caigo, me vuelvo a levantar porque te amo
y tu amor maravilloso quiere inundar por completo mi corazón.
Sabes que te amo a pesar de mis errores,
sabes que eres mi tesoro a pesar de mi pobreza,
sabes que eres mi felicidad a pesar de mis penas.
¡Jesús, sin ti mi vida se apaga y mi corazón se muere!.
Tú lo sabes todo, Dios mío, tú sabes que te amo.
En mis adentros me dices que no puedes vivir sin mí,
que soy una pequeña flor que nació de la semilla de tu amor,
que cuando me empezaste a crear, puliéndome en tu mano,
me decías que siempre caminarías junto a mí, porque siempre me amarías.
V
Veo el cerro del calvario, el madero de la redención,
el altar del sacrificio y tu agonía que es nuestra humilde salvación.
Me miras desde lo alto de la cruz y yo beso tus pies adoloridos,
me dices que me amas hasta dar tu vida por mí, y que esté tranquilo
porque luego volverás a apretarme entre tus brazos
cuando ellos puedan librarse y descansar por fin…
Yo me arrodillo ante ti y comienzo a llorar,
veo cómo en tu humilde penitencia te traspasan cardenales de pago,
veo como sufres tan horrible humillación, sangre, dolor y lágrimas,
tan sólo porque me amas…
Me miras como un cordero que se desangra
y con nostalgia me dices que no llore, todo estará bien,
que este es el camino que estás haciendo
para que vivamos todos juntos en la casa de nuestro Padre para siempre.
Yo no aguanto más y lloro con más fuerza,
caigo rostro en tierra y veo en mis adentros que todo esto es por nuestra culpa,
pero tú me llamas tiernamente y con una lágrima me expresas
que no hay otra forma de que vivamos eternamente en tu Reino.
Luego de ésto, se apodera de ti el Santo Espíritu
y te entregas al Padre que está en los cielos,
diciéndole: <<Padre, todo está consumado.
En tus manos encomiendo mi espíritu>>.
La tierra se estremece, ha muerto el Hijo de Dios hecho hombre.
El cielo se pone en tinieblas y el santuario de piedra se parte en dos,
mas el Templo de Dios, vivo y eterno, vuelve a levantarse al tercer día;
no puede el Hades derrotar a la Vida, la luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no prevalecieron sobre ella porque jamás la pudieron vencer.
Y todo el Cielo dice <<¡Amén!>>.
Gracias, Señor Jesús, por ser mi mejor amigo, el Valuarte de amor.
En mi corazón te he construido una casa con ladrillos de amor
para que puedas descansar tu cabeza en mi hombro
y ya no sentir más el frío que tenías por no abrirte mi puerta.
VI
¡Qué hermoso y humilde eres, Señor,
que has mostrado tu rostro a los pequeños cofres de madera sencilla!
Tus manos han acariciado mis mejillas,
tus palabras han consolado mis desgracias,
tu sonrisa ha cautivado mi alegría;
y yo que sólo era la nada, aborto del mundo,
todos mis compañeros que a ellos me acercaba de mí se alejaban,
la soledad de mí no se apiadaba, tortuosos azotes infería a mi corazón.
Vivía hundido en el dolor, y tú has levantado mi alegría;
las lágrimas tatuaron mi rostro, y con tus caricias las has secado;
no tenía ningún amigo, y tú te has convertido en mi hermano;
no tenía Dios, y ahora te has convertido en mi camino, mi verdad y mi vida.
Sólo tengo sed de ti, mis entrañas claman tu Nombre,
tú eres el manantial de agua viva que corre por los surcos
por donde antes corrían ríos de soledad y lágrimas.
Y tan grande y maravilloso eres, Señor,
que junto a ti ya no paso hambre ni sed
pues tú eres mi dador de vida, nada más necesito,
eres el consuelo que tanto esperé, extiendes tu abrazo para conmigo.
¡Oh, qué grandes y maravillosas son tus obras, Señor!.
VII
Que misteriosa es tu grandeza, Adonai,
¿Quién podrá decir <<Yo le conozco>>?
¿quién podrá contemplar tu rostro?.
Y con todos eran nuestros pecados los que llevábamos
que volviste ese rostro misericordioso para con nosotros
y lo entregaste por medio del que sí te ha visto desde el principio,
tu eterna Palabra, el Verbo: Jesucristo.
Nos amaste tanto, Señor, que nos diste a tu Unigénito para la salvación del mundo,
¡alabado sea el Señor, que ha puesto morada entre nosotros!
Bendito eres, Jesús, que nos limpias con tu purísima sangre,
promesa de tu amor es tu redención.
VIII
¡Aleluya! ¡aleluya! ¡aleluya!
somos pueblo de Dios, Esposa del Cordero,
por los siglos de los siglos habitaremos en alabanzas a nuestro Señor,
en los lugares celestiales viviremos entre amor y paz.
El llanto ya no se escuchará más, tú nos remides de toda tristeza
pues tú conoces bien a los que has elegido.