El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás.
El que a mí viene, nunca tendrá hambre.
El que guarda mi palabra, nunca verá muerte.
Mis ovejas. me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás.
Juan 4:14; 6:35; 8:51; 10:27-28
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PERFECTA Y ETERNA SEGURIDAD
Nunca habrá más sed, ni hambre, ni muerte, ni perdición.
¡esos temores que nos desestabilizan!
Sólo Jesús puede prometer semejante seguridad.
La sed es esa aspiración espiritual del ser humano
que procura colmar el vacío que experimenta
-a menudo de manera confusa-
a causa de la ausencia de Dios en su vida.
El hambre evoca más bien la necesidad de hallar el alimento espiritual,
que permite a cada hombre subsistir y desarrollarse.
La muerte, hecho inevitable, constituye el acontecimiento más dramático
de una existencia humana.
La perdición: después de la muerte está el juicio (Hebreos 9:27),
y para los incrédulos, la perdición eterna.
Mas el creyente halla en las promesas de su Salvador
la respuesta a esos profundos temores de cada ser humano.
Su sed es colmada por el conocimiento de Dios en Jesucristo.
Se nutre de Jesús en su humanidad, en su muerte y en su glorificación.
Él espera, no la muerte ni el juicio, sino el retorno de su Señor.
Pero no olvidemos que para beneficiarnos de esas promesas del Señor
existe una condición: beber de la verdadera fuente, acudir a Cristo y creer
en él.
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
El que a mí viene, nunca tendrá hambre.
El que guarda mi palabra, nunca verá muerte.
Mis ovejas. me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás.
Juan 4:14; 6:35; 8:51; 10:27-28
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PERFECTA Y ETERNA SEGURIDAD
Nunca habrá más sed, ni hambre, ni muerte, ni perdición.
¡esos temores que nos desestabilizan!
Sólo Jesús puede prometer semejante seguridad.
La sed es esa aspiración espiritual del ser humano
que procura colmar el vacío que experimenta
-a menudo de manera confusa-
a causa de la ausencia de Dios en su vida.
El hambre evoca más bien la necesidad de hallar el alimento espiritual,
que permite a cada hombre subsistir y desarrollarse.
La muerte, hecho inevitable, constituye el acontecimiento más dramático
de una existencia humana.
La perdición: después de la muerte está el juicio (Hebreos 9:27),
y para los incrédulos, la perdición eterna.
Mas el creyente halla en las promesas de su Salvador
la respuesta a esos profundos temores de cada ser humano.
Su sed es colmada por el conocimiento de Dios en Jesucristo.
Se nutre de Jesús en su humanidad, en su muerte y en su glorificación.
Él espera, no la muerte ni el juicio, sino el retorno de su Señor.
Pero no olvidemos que para beneficiarnos de esas promesas del Señor
existe una condición: beber de la verdadera fuente, acudir a Cristo y creer
en él.
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
