PERDONAR Y DISCULPAR : el ejercicio cotidiano de los cristianos

14 Diciembre 2000
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PERDONAR Y DISCULPAR


I. Es muy posible, que en la convivencia de todos los días, alguien nos ofenda, que se porte con nosotros de manera poco noble, que nos perjudique. Y esto, quizá de manera habitual. Hasta siete veces he de perdonar?

Es decir, ¿he de perdonar siempre? Conocemos la respuesta del Señor a Pedro, y a nosotros:
No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Es decir, siempre.

Pide el Señor a quienes le siguen, a ti y a mí, una postura de perdón y de disculpa ilimitados.
A los suyos, el Señor les exige un corazón grande. Quiere que le imitemos.
Nuestro perdón ha de ser sincero, de corazón, como Dios nos perdona a nosotros.

Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Perdón rápido, sin dejar que el rencor o la separación corroan el corazón ni por un momento.
Sin humillar a la otra parte, sin adoptar gestos teatrales. La mayoría de las veces bastará con sonreír, devolver la conversación.

Seguir al Señor de cerca es encontrar, en el perdonar con prontitud, un camino de santidad.

II. El algún caso, nos puede costar el perdón. En lo grande o en lo pequeño.
El Señor lo sabe y nos anima a recurrir a Él, que nos explicará cómo este perdón sin límite, compatible con la defensa justa cuando sea necesaria, tiene su origen en la humildad.
Cuando una persona es sincera consigo misma y con Dios, no es difícil que se reconozca como aquel siervo que no tenía con qué pagar. No solamente porque todo lo que es y tiene se lo debe a Dios, sino también porque han sido muchas las ofensas perdonadas.

Sólo nos queda una salida: acudir a la misericordia de Dios, para que haga con nosotros lo que hizo con aquel criado: compadecido de aquel siervo, le dejó libre y le perdonó la deuda.

La humildad de reconocer nuestras muchas deudas para con Dios nos ayudará a perdonar y a disculpar a los demás, que es muy poco en comparación con lo que nos ha perdonado el Señor.

III. La caridad ensancha el corazón para que quepan en él todos los hombres, incluso a aquellos que no nos comprenden o no corresponden a nuestro amor.

Junto al Señor no nos sentiremos enemigos de nadie. Junto a Él aprenderemos a no juzgar las intenciones íntimas de las personas. Cometemos muchos errores porque nos dejamos llevar por juicios o sospechas temerarias porque la soberbia es como esos espejos curvos que deforman la verdadera realidad de las cosas.
Sólo quien es humilde es objetivo y capaz de comprender las faltas de los demás y a perdonar.

El Espíritu Santo nos enseñará a perdonar y a luchar por adquirir las virtudes que, en ocasiones, nos pueden parecer que faltan a los demás.

(recibido de www.encuentra.com )
 
Quien no entienda este principio,
no ha entendido nada. :(

Si perdonas a los hombres sus ofensas,
tambien vuestro padre os perdonará. :)

Si no perdonas...sencillamente...
no serás perdonado por Dios. :(

¿Amén?

Dios te bendiga ;)
Mario cequeda.
 
Juan Manuel, con cuánta sinceridad los curitas cambiaron su costumbre de usar prostitutas por "abusar" MONJAS.

Juan Manuel: El infierno está empedrado de gente sincera. Es falso cuando dices: "Cuando una persona es sincera consigo misma y con Dios, no es difícil que se reconozca como aquel siervo que no tenía con qué pagar. "
 
EL PERDÓN

Perdonar significa según el diccionario: Remitir(perdonar una pena, deuda, ofensa, injuria, falta u otra cosa) Infinidad de textos en la Palabra nos hablan de el; vamos a analizar algunos de ellos para poder sacar enseñanzas prácticas.
En el Padrenuestro, se habla seis veces de perdonar, la palabra original griega utilizada "afiemi", se traduce por: perdonar, pasar por alto o no hacer caso; en el versículo 15 de Mateo cap. 6 Jesús es muy claro: "Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas", en Lucas 6:37 encontramos un texto paralelo. "Perdonad y seréis perdonados", y en Ef.4:32 y Col.3:13 encontramos "perdonándoos unos a otros" como resultado de la nueva vida en Cristo.
También hemos de tener en cuenta la enseñanza de la Parábola de los dos deudores en Mt. 18. 23-35, pero para comprender mejor su significado sólo tenemos que buscar las equivalencias de las monedas para nuestros días:

· 1 Denario = Salario diario de un jornalero.
· 1 Dracma = 1 Denario
1 Talento = 6.000 Dracmas
Equivalencias para nuestros días:
· 1 Denario = 1 Dracma = 18 $
1 Talento (6.000 Dracmas) = 6.000 x 18 $. = 108.000 $
10.000 Talentos = 1.080.000.000 $
· 100 Denarios = 1.800 $
Si nuestro Señor , en su gran misericordia nos ha perdonado, como a aquel siervo, una deuda que nunca podríamos pagar con nuestros esfuerzos, por mucho que trabajásemos, ¡ Ni más ni menos que una cantidad similar a 1.080.000.000 $ !. ¿No perdonaremos nosotros a alguien que nos debe solamente lo equivalente a unos 1.800 $?


Mari Paz
 
DTB EZEQUIEL ROMERO


Oye tu NO aprendes.
Te la pasas ataca y ataca, mira QUE diferente la actitud de MARIPAZ y MARIO CEQUEDA.
Como parece que estas obsesionado con lo del SEXO y las monjitas yo ya te respondi ALLA en le epigrafe que abriste.


Saludos en XTO y Maria de tu hno. karolusin
 
Originalmente enviado por Ezequiel Romero:
Juan Manuel, con cuánta sinceridad los curitas cambiaron su costumbre de usar prostitutas por "abusar" MONJAS.

Juan Manuel: El infierno está empedrado de gente sincera. Es falso cuando dices: "Cuando una persona es sincera consigo misma y con Dios, no es difícil que se reconozca como aquel siervo que no tenía con qué pagar. "

Juan Manuel:

Reitero:

procedamos sin humillar a la otra parte,
sin adoptar gestos teatrales.
 
El Evangelio de hoy: 23 de marzo de 2001
Mc 12,28-34

En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó:

"¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?"

Jesús le respondió:

"El primero es:
"Escucha, Israel:
El Señor, nuestro Dios, es el único Señor;
amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas".

El segundo es éste:
"Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos".


El escriba replicó:
"Muy bien, Maestro.
Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo,
vale más que todos los holocaustos y sacrificios".

Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo:
"No estás lejos del Reino de Dios".
Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
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Una de las cosas que todavía me sorprende es que cuando hacemos nuestro examen de conciencia empezamos siempre con el segundo mandamiento y pocas veces nos ponemos a reflexionar si realmente estamos cumpliendo con el primero y que está a la base de todos los demás.

¿No sé si te has puesto ha pensar en cuánto amas a Dios?
La ley nos dice que se debe amar a Dios con todo el corazón, con todas nuestra mente, con todas nuestras fuerzas, pero
¿Cómo? ¿Qué significa esto?
El problema del amor, dado que es un sentimiento, siempre es el punto de referencia.

El cristiano tiene como único punto de referencia a Cristo, es decir, al amar tenemos que hacerlo de la misma manera que él lo hizo: "hasta dar la vida por el amado".

Es decir, el mandamiento expresado por la ley y por Cristo implicaría dar la vida por Dios.

Sin embargo, no vayamos tan lejos, preguntemos hoy:
¿seríamos capaces de dejar de hacer algo que es pecado por amor a Dios?

Si no somos capaces de dejar el pecado por amor a Dios, mucho menos lo seremos de donarle toda nuestra mente, todo nuestro corazón y todo nuestro ser para que en nuestra vida encuentre su gloria.

¿Qué tanto amas a Dios? ¡Pruébaselo!

Que Dios llene tu corazón con alegría y con paz durante todo tu día.

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EL AMOR DE DIOS


I. Dios nos hace saber de muchas maneras que nos ama, que nunca se olvida de nosotros, pues nos lleva escritos en su mano para tenernos siempre a la vista, con un Amor "maternal" e incondicional :


Isaías 49, 15-17:
- ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?
Pues aunque ésas llegasen a olvidar,
yo no te olvido.

Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada,
tus muros están ante mí perpetuamente.

Apresúrense los que te reedifican, y salgan de ti los que te arruinaron y demolieron.



Jamás podremos imaginar lo que Dios nos ama: nos redimió con su Muerte en la Cruz, habita en nuestra alma en gracia, se comunica con nosotros en lo más íntimo de nuestro corazón, durante estos ratos de oración y en cualquier momento del día.

Cuando contemplamos al Señor en cada una de las escenas del Vía Crucis es fácil que desde el corazón se nos venga a los labios el decir:
“¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no me he vuelto loco?”

II. Dios nos ama con amor personal e individual.


Jamás ha dejado de amarnos, ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud por nuestra parte o cuando cometimos los pecados más graves.
Su atención ha sido constante en todas las circunstancias y sucesos, y está siempre junto a nosotros:
Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mateo 28, 20), hasta el último instante de nuestra vida.

¡Tantas veces se ha hecho el encontradizo!

En la alegría y en el dolor.
Nos perdona siempre y se nos da en la Palabra y los Sacramentos.
También nos ha dado un Ángel para que nos proteja.

Y Él nos espera en el Cielo donde tendremos una felicidad sin límites y sin término.

Pero amor con amor se paga.

Y decimos con Francisca Javiera:

“Mil vidas si las tuviera daría por poseerte,
y mil... y mil... más yo diera...
por amarte si pudiera...
con ese amor puro y fuerte con que Tú siendo quien eres...
nos amas continuamente”
(Decenario al Espíritu Santo).

III. Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su amor por nosotros.

Nuestro amor a Dios se muestra en las mil incidencias de cada día: amamos a Dios a través del trabajo bien hecho, de la vida familiar, de las relaciones sociales, del descanso...

Todo se puede convertir en obras de amor. Cuando correspondemos al amor a Dios los obstáculos se vencen; y al contrario, sin amor hasta las más pequeñas dificultades parecen insuperables.

El amor a Dios ha de ser supremo y absoluto.

Dentro de este amor caben todos los amores nobles y limpios de la tierra, según la peculiar vocación recibida, y cada uno en su orden.


La señal externa de nuestra unión con Dios es el modo como vivimos la caridad con quienes están junto a nosotros.

Pidámosle hoy al Espíritu Santo que nos enseñe a corresponder al amor del Hijo de Dios, y que sepamos también amar con obras a los hijos de Dios, nuestros hermanos.

(Tomado de www.encuentra.com )