Para reflexionar

6 Enero 2000
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Dios los bendiga. Creo que este bello y breve relato nos puede ayudar a repensar nuestra vida cristiana en relación con el prójimo.

Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua mineral para pasar el tiempo. Buscó un banco del andén central y se sentó preparada para la espera. Mientras hojeaba la revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente, la mujer observó cómo aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente.
La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos. Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió.
La señora, ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, la comió manteniendo la mirada fija en el joven. El diálogo de miradas continuó entre galleta y galleta; la señora cada vez más irritada, y el joven cada vez más sonriente. Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta. "No podrá ser tan desvergonzado" pensó mientras miraba alternativamnete al joven y al paquete que contenía la última galleta. Con calma, el joven alargó la mano, tomó la galleta y, con mucha suavidad, la partió por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.
-"¡Gracias!"- dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. -¡De nada!- contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. Entonces el tren anunció su demorada partida. La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vió al muchacho sentado en el andén y pensó: "Qué insolente, qué maleducado, qué será de nuestro mundo!".
Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió el bolso para sacar la botella de agua mineral y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas intacto. ¡Cuántas veces nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas nos hacen valorar erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones!.

Si los verdaderos cristianos (sean protestantes, católicos u ortodoxos) nos damos una oportunidad unos a otros, vamos a evitar muchas situaciones tensas e innecesarias que no glorifican a Dios.
¿Lo ponemos en práctica?
Que la paz del Señor esté con ustedes.
 
Ernesto Dios te bendiga por este cuento que tiene tan buena moraleja.
Y observo en tus comentarios que eres humilde y un instrumento de paz. Dios te conserve asi y te siga bendiciendo