LA "SANTA" INQUISICION CATOLICO ROMANA
»Poco tiempo después de estos horrendos sucesos, la corte francesa trató de paliarlos mediante formas legales. Pretendieron justificar la matanza mediante una calumina, acusando al almirante de conspiración, lo que nadie creyó. El parlamento recibió órdenes de actuar contra la memoria de Coligny, y su cadáver fue colgado con cadenas en unas horcas de Montfaucon. El mismo rey fue a contemplar aquel insólito espectáculo. Entonces uno de sus cortesanos fue a aconsejarle que se retirara, haciéndole notar el hedor del cadáver, a lo que el rey replicó: «Un enemigo muerto huele bien». Las masacres del día de San Bartolomé están pintadas en el salón real del Vaticano en Roma, con la siguiente inscripción: Potifex, Coligny necem probat, esto es: «El Papa aprueba la muerte de Coligny».
En Roma hubo un horrendo gozo, tan grande que señalaron un día de festejos, y un jubileo, ¡con una gran indulgencia para todos los que lo guardaran y mostraran toda expresión de júbilo que pudieran imaginar! Y el hombre que dio la primera noticia recibió 1000 coronas del cardenal de Lorena por su impío mensaje. El rey también ordenó que el día fuera conmemorado con toda demostración de gozo, habiendo llegado a la conclusión de que toda la raza de los Hugonotes estaba extinta.
En Penna, trescientos fueron degollados inhumanamente, tras haberles prometido seguridad; y cuarenta y cinco en Albia, un domingo. En Nome, aunque se rindió bajo la condición de que se les ofreciera seguridad, se vieron los más horrendos espectáculos. Personas de ambos sexos y de toda condición fueron asesinados indiscriminadamente-, las calles resonaban con clamores de dolor, y la sangre corria; las casas encendidas por el fuego que los soldados habían arrojado dentro. Una mujer, sacada a rastras de su escondrijo junto con su marido, fue primero violada por los brutales soldados, y luego, con una espada que le mandaron sostener, la forzaron con sus propias manos en las entrañas de su marido.
Los trágicos sufrimientos de los protestantes son demasiado numerosos para detallarlos; pero el trato dado a Felipe de Deux dará una idea del resto. Después que los desalmados hubieran dado muerte al mártir en su cama, fueron a su mujer, que estaba asistida por una comadrona, esperando dar a luz en cualquier momento. La comadrona les rogó que detuvieran sus intenciones asesinas, al menos hasta que el niño, su vigésimo, naciera. A pesar de esto, hundieron una daga hasta la empuñadura en el cuerpo de la pobre mujer. Ansiosa por dar a luz, corrió a un campo de trigo; pero hasta allá la persiguieron, la apuñalaron en el vientre, y luego la echaron a la calle. Por su caída, el niño salió de su madre moribunda, que tomado por uno de los rufianes católicos, apuñaló al recién nacido, arrojándolo luego al río.
Todo lo que se ha contado hasta aquí eran sólo infracciones de su carta de derechos, el edicto de Nantes. Al final, tuvo lugar la diabólica revocación de este edicto, el dieciocho de octubre de 1685, y fue registrada el veintidós, en contra de todas las formas de la ley. En el acto, las tropas, del cuerpo de dragones, fueron acuarteladas con los protestantes en todo el reino, y llenaron todo el reino con la misma noticia: que el rey no admitiría ya más ningunos hugonotes en su reino, y que por ello tenían que decidir cambiar de religión. Con esto, los intendentes de cada parroquia (que eran gobernadores y espías católicos puestos sobre los protestantes) reunieron a la población reformada, diciéndoles que debían volverse católicos en el acto, bien de grado, bien por fuerza. Los protestantes contestaron que «estaban dispuestos a sacrificar sus vidas y posesiones al rey, pero que siendo sus conciencias de Dios, no podían disponer de ellas de la misma manera.»
En el acto, las tropas se apoderaron de las puertas y avenidas de las ciudades, y, poniendo guardas en todos los pasajes, entraron espada en mano, clamando: «¡Morid, o sed católicos!» Para resumir, practicaron todas las maldades y todos los horrores que pudieron inventar para obligarles a cambiar de religión.
Colgaban a hombres y mujeres por los cabellos o por los pies, y los ahumaban con paja ardiendo hasta que estaban casi muertos; y si seguían sin querer firmar su retractación, los colgaban una y otra vez, repitiendo sus barbaridades, hasta que, cansados de tormentos sin muerte, obligaban a muchos a ceder.
A otros les arrancaban los cabellos de la cabeza y de la barba con tenazas. A otros los echaban en grandes hogueras, sacándolas otra vez de ellas, repitiendo la acción hasta que forzaban la promesa de retractarse.
A otros los desnudaban, y después de insultarlos de la manera más infame, les clavaban agujas de la cabeza a los pies, y los sacaban con cortaplumas; a veces los arrastraban con tenazas al rojo vivo por la nariz, hasta que prometían su retractación. A veces ataban a padres y maridos, mientras violaban a sus mujeres e hijas delante de sus ojos. A multitudes las encarcelaron en mazmorras inmundas, donde practicaban todo tipo de suplicios en secreto. A las mujeres y a los niños los encerraban en monasterios.
EXTRACTOS DEL LIBRO DE LOS MARTIRES DE JOHN FOX.
COMO ES POSIBLE QUE ALGUIEN QUE PRESUMA SIQUIERA SER CRISTIANO (DE LOS DIENTES PARA AFUERA) SE LE OCURRA PONERSE TAL NOMBRE "INQUISIDOR"
NADA DE LO QUE USTED ESCRIBA AQUI SERA TOMADO EN SERIO SI USTED NO CAMBIA SU POSTURA DESTRUCTORA, SUS APORTACIONES CAUSAN RISA, TARDE QUE TEMPRANO SALDRA DE ESTE FORO, COMO A MUCHOS OTROS QUE NO DUDO QUE USTED SEA ALGUNO DE ELLOS DISFRAZADO.
AUN ASI, TALVEZ DIOS, ALGUN DIA LE PERDONE.
Siervo Fiel
»Poco tiempo después de estos horrendos sucesos, la corte francesa trató de paliarlos mediante formas legales. Pretendieron justificar la matanza mediante una calumina, acusando al almirante de conspiración, lo que nadie creyó. El parlamento recibió órdenes de actuar contra la memoria de Coligny, y su cadáver fue colgado con cadenas en unas horcas de Montfaucon. El mismo rey fue a contemplar aquel insólito espectáculo. Entonces uno de sus cortesanos fue a aconsejarle que se retirara, haciéndole notar el hedor del cadáver, a lo que el rey replicó: «Un enemigo muerto huele bien». Las masacres del día de San Bartolomé están pintadas en el salón real del Vaticano en Roma, con la siguiente inscripción: Potifex, Coligny necem probat, esto es: «El Papa aprueba la muerte de Coligny».
En Roma hubo un horrendo gozo, tan grande que señalaron un día de festejos, y un jubileo, ¡con una gran indulgencia para todos los que lo guardaran y mostraran toda expresión de júbilo que pudieran imaginar! Y el hombre que dio la primera noticia recibió 1000 coronas del cardenal de Lorena por su impío mensaje. El rey también ordenó que el día fuera conmemorado con toda demostración de gozo, habiendo llegado a la conclusión de que toda la raza de los Hugonotes estaba extinta.
En Penna, trescientos fueron degollados inhumanamente, tras haberles prometido seguridad; y cuarenta y cinco en Albia, un domingo. En Nome, aunque se rindió bajo la condición de que se les ofreciera seguridad, se vieron los más horrendos espectáculos. Personas de ambos sexos y de toda condición fueron asesinados indiscriminadamente-, las calles resonaban con clamores de dolor, y la sangre corria; las casas encendidas por el fuego que los soldados habían arrojado dentro. Una mujer, sacada a rastras de su escondrijo junto con su marido, fue primero violada por los brutales soldados, y luego, con una espada que le mandaron sostener, la forzaron con sus propias manos en las entrañas de su marido.
Los trágicos sufrimientos de los protestantes son demasiado numerosos para detallarlos; pero el trato dado a Felipe de Deux dará una idea del resto. Después que los desalmados hubieran dado muerte al mártir en su cama, fueron a su mujer, que estaba asistida por una comadrona, esperando dar a luz en cualquier momento. La comadrona les rogó que detuvieran sus intenciones asesinas, al menos hasta que el niño, su vigésimo, naciera. A pesar de esto, hundieron una daga hasta la empuñadura en el cuerpo de la pobre mujer. Ansiosa por dar a luz, corrió a un campo de trigo; pero hasta allá la persiguieron, la apuñalaron en el vientre, y luego la echaron a la calle. Por su caída, el niño salió de su madre moribunda, que tomado por uno de los rufianes católicos, apuñaló al recién nacido, arrojándolo luego al río.
Todo lo que se ha contado hasta aquí eran sólo infracciones de su carta de derechos, el edicto de Nantes. Al final, tuvo lugar la diabólica revocación de este edicto, el dieciocho de octubre de 1685, y fue registrada el veintidós, en contra de todas las formas de la ley. En el acto, las tropas, del cuerpo de dragones, fueron acuarteladas con los protestantes en todo el reino, y llenaron todo el reino con la misma noticia: que el rey no admitiría ya más ningunos hugonotes en su reino, y que por ello tenían que decidir cambiar de religión. Con esto, los intendentes de cada parroquia (que eran gobernadores y espías católicos puestos sobre los protestantes) reunieron a la población reformada, diciéndoles que debían volverse católicos en el acto, bien de grado, bien por fuerza. Los protestantes contestaron que «estaban dispuestos a sacrificar sus vidas y posesiones al rey, pero que siendo sus conciencias de Dios, no podían disponer de ellas de la misma manera.»
En el acto, las tropas se apoderaron de las puertas y avenidas de las ciudades, y, poniendo guardas en todos los pasajes, entraron espada en mano, clamando: «¡Morid, o sed católicos!» Para resumir, practicaron todas las maldades y todos los horrores que pudieron inventar para obligarles a cambiar de religión.
Colgaban a hombres y mujeres por los cabellos o por los pies, y los ahumaban con paja ardiendo hasta que estaban casi muertos; y si seguían sin querer firmar su retractación, los colgaban una y otra vez, repitiendo sus barbaridades, hasta que, cansados de tormentos sin muerte, obligaban a muchos a ceder.
A otros les arrancaban los cabellos de la cabeza y de la barba con tenazas. A otros los echaban en grandes hogueras, sacándolas otra vez de ellas, repitiendo la acción hasta que forzaban la promesa de retractarse.
A otros los desnudaban, y después de insultarlos de la manera más infame, les clavaban agujas de la cabeza a los pies, y los sacaban con cortaplumas; a veces los arrastraban con tenazas al rojo vivo por la nariz, hasta que prometían su retractación. A veces ataban a padres y maridos, mientras violaban a sus mujeres e hijas delante de sus ojos. A multitudes las encarcelaron en mazmorras inmundas, donde practicaban todo tipo de suplicios en secreto. A las mujeres y a los niños los encerraban en monasterios.
EXTRACTOS DEL LIBRO DE LOS MARTIRES DE JOHN FOX.
COMO ES POSIBLE QUE ALGUIEN QUE PRESUMA SIQUIERA SER CRISTIANO (DE LOS DIENTES PARA AFUERA) SE LE OCURRA PONERSE TAL NOMBRE "INQUISIDOR"
NADA DE LO QUE USTED ESCRIBA AQUI SERA TOMADO EN SERIO SI USTED NO CAMBIA SU POSTURA DESTRUCTORA, SUS APORTACIONES CAUSAN RISA, TARDE QUE TEMPRANO SALDRA DE ESTE FORO, COMO A MUCHOS OTROS QUE NO DUDO QUE USTED SEA ALGUNO DE ELLOS DISFRAZADO.
AUN ASI, TALVEZ DIOS, ALGUN DIA LE PERDONE.
Siervo Fiel